domingo, 31 de enero de 2010

Amor sin nosotros




*Imagen Mónica Castanys esperando el verano.

A veces me equivoco, pero ¿cómo comprender a los hombres? He conocido bastantes desde que salí de casa para estudiar la carrera, no la que mis padres querían, aunque ahora eso es lo de menos. En todo ese tiempo he visto patrones de conducta repetirse una y otra vez. Al principio crédula de mí, me ilusionaba con las palabras y deshojaba una margarita muerta antes de nacer. Luego aprendí que somos nosotras realmente las que decidimos cuándo, cómo y con quién y desde entonces el cuento lo narro yo a mi modo, con mis tiempos, con mis normas, pero sobre todo con mi verdad, sea ésta efímera o no.

La verdad. Esa sí que es buena. ¿Qué es la verdad? Todos tenemos una verdad o varias según nuestra conciencia, en el caso de que se tenga, claro. Yo me adapto a la verdad de cada momento y con las circunstancias que en el instante de ser vividas me sugieran. Pero iré al meollo de la historia sin más preámbulos.
¿Cómo lo conocí? En la cola que expendía los billetes de aquel barco. Una sala atestada de gente de varias nacionalidades, ataviadas con ropas multicolores unos, otros más clásicos, pero en sus caras la misma expresión desorientada. Para no variar había dos filas de personas que aguardaban su turno en la ventanilla de venta de pasajes. Con la información de los carteles que presidían éstas, cualquiera se hubiera equivocado salvo el funcionario- e incluso ni eso. Llegado mi turno el amable señor de la ventana me informó de la equivocación, sugiriéndome el cambio de fila con una sonrisa cínica y allí estaba él, Con esa mueca que ocultaba su dentadura y aquellos ojos azabaches, que en su rostro afilado, eran solo dos puñaladas alegres al reírse. Era alto y esbelto como un junco a la vera del río. Ligeramente musculado pero no demasiado. Sus antebrazos relucían seguramente como el pectoral de bronce debajo de su camiseta marinera y el cabello caía perezoso sobre los hombros. Con un aire bohemio aparentaba ser algo más mayor de lo que en realidad era, encontrándose en la medianía de los treinta. El me miraba sonriendo y para cuando llegué a su altura me habló.

-Bienvenida a la cola de los confundidos, si te sirve de consuelo, el mismo señor me ha dicho lo mismo que a ti hace un rato. Afortunadamente tenemos tiempo de sobra y bien mirado se está aquí mejor que en la cola de embarque. El aire acondicionado es la clave.

-Será una broma – dije- aquí no hay aire y mucho menos acondicionado.

- Por eso mismo, el aire está acondicionado a la masificación de las colas, los fluorescentes, y ligeramente retocada por el ventilador que los del interior de la ventilla tienen encendido solo para ellos. Es además el sitio perfecto para practicar la tolerancia.

Mientras nos presentábamos rompiendo la barrera de los nombres bromeábamos acerca de casi todo, funcionarios incluidos hasta que llegó el vendedor de cupones a molestarnos. El se moría de la risa aparentando seriedad y es que a mí se me pegan todos los pelmazos en una milla a la redonda. Lo segundo que me sorprendió de aquel hombre aparte de su peculiar sentido del humor, fue la facilidad elegante que tenía para desembarazarse de los moscones cruzando silencios con palabras certeras. Era como un mosquetero de la palabra y dibujaba en el aire símbolos de interrogación inteligentes que maniataban a los incautos que no piensan lo que dicen y solo parte de lo que hacen. Aquel pobre vendedor se fue con una sonrisa, sin vender un solo cupón y masticando unas palabras, que al llegar a casa, había de buscar en el diccionario si es que su escasa memoria las recordaba. Pero aparte de eso, no podía creerme que un hombre fuera más cercano y menos zafio que él. En todo el tiempo que estuvimos conversando, y me fijé bien, no miró ni una sola vez hacia el pico de barco de mi suéter verde, donde izados por el sostén, mis pechos enhiestos saludaban generosamente turgentes. Al principio me molestó, he de decirlo, imaginando que su motivo era la falta de interés en las personas de mi sexo, pero en aquella mirada inescrutable, de alguna forma, intuía que no era así.” Sentiment du fer”(*) que tiene una y sin embargo me desconcertaba esa mirada clavada en la retina de mis ojos, como si sondease los secretos que atesoran, desnudándome el alma, cuando yo solo quería que me desnudase el cuerpo, como todos. Así podría iniciar una apertura con gambito de dama al oponente distraído en mis embaucadores caballos rampantes. Pero aquel jugador se empeñaba en mantenerse atento a la estrategia del combate, adelantándose a mis movimientos.

No volví a verlo hasta después de zarpar, cuando al dejar la maleta en el camarote compartido, fui a dar una vuelta por la cubierta. La mar era una sábana azul por la que galopábamos dejando tras nosotros la polvareda blanca de la espuma; él estaba cerca del puente, junto a uno de los botes salva vidas observando el sol en su viaje hacia poniente, mientras apoyaba los antebrazos en la barandilla blanca. En su mano derecha portaba una máquina fotográfica, asida con la delicadeza que un niño atesora un ave entre sus manos y que uno tiene la sensación de que puede echar a volar en cualquier instante. Sin apercibiera mi presencia pude observarlo en estado puro, relajado, indefenso y comprobar que en su naturaleza tranquila afloraban de vez en cuando negras sombras que cruzaban su rostro, como un cielo en el que nubes aisladas, ocultan el sol.

Los viajes en barco tienen el encanto adecuado para vivir historias de amor en primera persona, salvo si el oponente se enroca en el juego lento del conocimiento. En efecto aquel hombre escuchaba no solo lo que le contaba, sino que también lo que mi cuerpo decía sin mi consentimiento, por eso aquella tarde, en la que yo busqué el calor de su cuerpo, ese que desprendía como un horno de la fábrica de ladrillos refractarios y que podía sentir tan próximo que me quemaba la piel, en vez de su tacto de seda al echarme hacia atras, encontré su sueter de algodón naranja que amable me tendía. Su mano temblaba y en la mejilla intuí un leve rubor que a pesar de sus esfuerzos concentrados en el horizonte se filtró hasta mí. En la despedida que nos llevaría al camarote, donde presos nos pensaríamos abrazados, pude ver en sus ojos un brillo demasiado característico y no dudé en contonear mi cadera sabiéndome deseada, mientras me adentraba en el pasillo abarrotado de puertas y números fríos.

La mañana trajo más mar y un horizonte lleno de nubes detrás del cual, estaría nuestra isla neblinosa, real, en la que habríamos de perdernos en nuestras realidades cotidianas. Mientras nos acercábamos a ella, él me describía su mundo convulso relatándome parcos sucesos aislados de su vida y de su relato intuí, que aquellas frases, aquellos grupos de música, aquellos libros, autores y aficiones tenían una finalidad soterrada, como si quisiera sembrar un no sé que en mi interior. Cosa que de alguna manera me gustaba, pero me daba risa: era tan infantil. Por eso no me extrañó que me diera su correo electrónico, ni que me hablara de la importancia de los sueños, que son el alimento del alma. Era como si del pasado volviera a hablar con el profesor de filosofía del instituto, ese que adoraba los autores y el idealismo que alfabetizó Alemania rescatándola del sistema feudal.
¿Pero de qué sirve la filosofía en la cruda realidad? A pesar de verme a su lado como la niña que en realidad era, al tratarme con tanta igualdad, hacía que mi mente se planteara firmemente la evaluación de su sistema de prioridades y valores. Aquellas palabras idealistas contrastaban con el ser calculador y frio que desde lejos aparentaba ser, descubriendo islas de ternura manifiesta, que lo hacían más atractivo. No para mí, pero sí para el sentimiento de posesión que había despertado en mi interior.

Con la sirena sonando al aferrarse las amarras al puerto, el galimatías de gentes y enseres nos privó de una despedida en toda regla, afortunadamente, pues de alguna forma sabía lo que después llegué a oír de sus labios.
Con el primer correo y el intercambio de coordenadas telefónicas, aquel encuentro casual en un ferry se tornó en una historia de encuentros de fin de semana con resultado de amor. En la primera cita formal, rosas incluidas, me invitó a comer a orillas de ese mar que nos había unido. En el interior de la galería con vistas, su mano se acercaba más y más a la mía hasta asirla mientras sus ojos nerviosos no se apartaban de mi, como si hablasen un idioma que yo no quería entender. Me dejé llevar por su galantería, por las huachaferías que vertía en mi oído y por los malabarismos circenses que hacía en aras de conquistar mis sonrisas. Era bonito sentirse amada y deseada hasta morir. Aquella noche le dejé contar los lunares de mi cuerpo, uno a uno, mientras yo le distraía para que volviera a empezar. Pero siempre fui fiel a mí misma, y en las despedidas lejos de incendiar su romanticismo con frases cursis y vacías, le recordaba la precariedad de lo efímero, clavándole más de una espina a flor de corazón.

¿Cuál es el verdadero aguante de un hombre en estado de atontamiento amoroso? No tardé mucho en descubrirlo y tras nuestra primera discusión planeó la ruptura definitiva, pues él y su mundo no concebían otras formas de sentir, una vez deshecha la barrera de los nombres y los cuerpos sedientos. Era tan cuadriculado su amor...Tan previsible. Se acercaba a mí con sus manos llenas de regalos, no solo materiales; como aquel cuadro que pintó para mí. No lo hacía desde el instituto, y tras conocerme había retomado aquella afición a los lápices y carbones. Lo cierto es que era precioso, he de reconocerlo, por eso lo tengo colgado en el estudio junto al ordenador. Lo mejor que tiene enfadarse, es sin duda la reconciliación y él era un experto en hacer sentir a una como una reina inaugurada. Era capaz de borrar las huellas de esas palabras que dañan a veces las discusiones y no tener en cuenta ni una sola de esas comas que carcomen el amor.


Compartimos no pocos momentos de felicidad, de pasión y de magia, en los que él llevaba las riendas que yo dejaba libres, con galantería marcial, pero también con esa sensibilidad escondida y que tan solo yo sabía de su existencia. En poco tiempo su naturaleza reservada se diluyó dando paso a la familiaridad que precisamente yo quería evitar a todo costa. Aquel idiota, era otro de esos hombres que se enamora y cree en el amor, quizá por haber leído tanta poesía, como Alonso Quijano,novela de caballería: desfasadas entonces-como ahora-, con morales increíbles, caballeros fieles y honrados hasta la muerte.
Pensé que él, un hombre de su tiempo, inteligente y despierto como pocos, sabría leer en entre líneas mi comportamiento y que de todo lo nuestro, nada iba a durar demasiado, pero no.

Él quería todo o no quería nada. No se conformaba con tenerme de vez en cuando entre sus brazos, sin preguntas, sin reproches, disfrutando solo de los laureles que el sexo da a los amantes que se respetan. Un billete de ida al deseo, a los tiempos de piratas donde los mares de flujos nos abordan sin remedio, olvidando las preocupaciones mundanas de las parejas felices, porque la felicidad no siempre-nunca- se obtiene con el roce de los días, donde la rutina es culpable de extinguir el fuego del amor para tornarlo en cariño. Un cariño pedigüeño y hambriento, que nunca se sacia; un parasito que se acopla succionando la sangre, tan necesaria para izar esas velas del deseo sin fin, donde el gozo es el dios todo poderoso que nos absuelve.

Aquella tarde que por fin pudimos reencontrarnos, aplasté su ilusión de un certero mandoble. Esa glisada que me enseñase él precisamente y que jamás pensó que utilizaría en su contra. Mientras comíamos sentados en la terraza de aquel restaurante italiano, su rostro no dejaba de destilar pequeñas lágrimas que buscaban su boca, como solía hacer yo, y que a pesar de las gafas de sol, podía ver precipitándose por las mejillas afiladas.

Era muy pronto para ser tarde y con el billete de vuelta reservado para dentro de varios días, no le quedó más remedio que dormir en mi casa aquella noche. Nos acostamos juntos e hicimos el amor. Nos deseamos por última vez y yo pude sentir su enjuto cuerpo de largos y apretados músculos contra el mío. Sudorosos ambos, entregados al sexo sin remedio, sin esperanza, y quizá precisamente por eso, nos quedamos dormidos fundidos en un abrazo.

La mañana entró por la ventana despiadada anunciando el nuevo día. Un sol aun raso pero radiante iluminaba el cielo; un cielo que hablaba de despedidas. Me desperté con sus ojos acuosos acariciando los míos y de improviso, sin dejarme tiempo a reaccionar me besó despacio.

-Dímelo, dímelo…- repetía muy quedo a mi oído sordo rozando la desesperación.
Con una maniobra envolvente me puse encima apoyando la barbilla en su torso desnudo y comencé el juego para avivar los fuegos del deseo, pero sus ojos se clavaron en mi como dos espadas de puro hielo y desistí.

Su expresión se tornó en acero y apartándome de su lado con delicadeza se levantó. Una a una se puso las prendas de ropa de espaldas a mí, que divertida, observaba la escena, para luego desaparecer por la puerta lacada en blanco del dormitorio, como los navíos que se hunden en aguas someras. No le di importancia porque sé lo poco que cuesta reconquistar a un hombre que te ha amado, pero entonces no conocía la obstinación como ahora.

Lo castigué con una semana sin noticias ni llamadas y cuando por fin hablamos, noté que el desamor lo estaba devorando. Ese desamor que me había contado padecía siempre, y que ahora yo alentaba empujándolo hacia la cornisa del acantilado, para que al borde, pudiera ver a lo lejos la sábana abierta de mi cama, que no conduce al corazón; pero como aquel odioso día, no solo rehusó el encuentro, sino que colgó dejándome palabras como puñales clavadas en el pecho.

No supe más de aquel idiota romántico y eso que lo intenté, pero había desplegado el olvido, como una vez dijo que haría si lo dañaba. Realmente no quise dañarlo, no. Pero me parecía increíble que hubiera por el mundo personajes de novela como él. No eran ciertas sus palabras. No podían serlo, como no eran ciertas sus huachaferías, ni las rosas perfumadas. No. No podía ser cierto que quisiera hacerme reina de su convulso mundo de poemas. Quizá solo se trato de conocer a destiempo al hombre adecuado. Si fue eso. Si aquella niña de diecinueve años que salió de su casa para estudiar, se hubiera encontrado entonces con él, sé que el amor hubiera sembrado los jardines del tiempo. Como esos -jardines- que en la alhambra miran las cumbres de Sierra Nevada y sus flores anegan el ambiente como las fuentes cristalinas que nutren sus raíces. Pero no fue así y nada volverá a ser lo que fue, porque todo cambia- no sé si a peor- y la vida discurre por donde ella quiere, sin hacernos caso, sin preocuparse de nuestros sentimientos ni necesidades. Sin nosotros.

Yo seguí con mi vida, sin remordimientos. Aguardando el siguiente navío que la marea había de traer hasta el mí puerto lascivo, -y llegó pronto- porque es eso y no otra cosa lo que de los hombres pretendo: Que me deseen, con respeto, sin hacerse castillos, ni estatuas, ni heroínas de leyenda. Sin poemas del siglo diecinueve.
Ahora tumbada entre las sábanas sudorosas de mi cama, me ha venido a la cabeza ésta historia, no porque en el mes y medio que duró lo nuestro hiciera mella en mí. No. Ni arañase esquirlas de amor del interior de la mina insondable de mi corazón racional. No. Solo he recordado, que es la hora de hundir otro barco, y que sepa el gavilán que su roedor, era una serpiente enroscada que la maleza disfrazaba bien.

Por el lobo que camina.

sábado, 23 de enero de 2010

Dípteros y Duplicados



Sobre la barra de la vieja taberna, un díptero posado sobre unas gotas de vino,- con agua pese a la honestidad del tabernero- se frotaba con insistencia las dos extremidades pilosas delanteras. De tanto en tanto bajaba la boca hasta la superficie y acariciándose abdomen y ojos, volvía a comenzar el proceso en un bucle sin final aparente.

Don Arcadio agarrado a un vaso de dorado contenido, dilucidaba a cerca de la duplicidad de seres y estares, personalidades aparte sin participar. Entre sus conocidos, que no amistades, la diferencia es obvia, contaba con algunos que desarrollaban éstos comportamientos para nada normales. Entre ellos conocía a una supuesta dama, y cuando decía esto de dama no quería ofender a las últimas desde luego, que entre sus aficiones era la de crearse a sí misma. Era la marquesa de dos alas en ciertos círculos no concéntricos y en los extra radios, la condesa de vuelos de cereza. ¡Qué barbaridad!, pensaba D.Arcadio. No, no, ¡qué vulgaridad! Pensaba de nuevo. Rebajarse un grado así misma…Si en todo caso se hubiera tildado de Duquesa, otro gallo cantaría. Y es que no hay imaginación inventada que no cometa tropelías pedantes.
Volviendo a la mosca, que en cierta forma le recordaba a alguien por su capacidad de andar sobre todo tipo de superficies y hasta cabeza abajo, llegado el caso; la mosca era sin duda una de las creaciones más perfectas de la naturaleza, exceptuando la cucaracha, claro está, dado que una sólo supera a la otra en calidad de visión y altura. Los dípteros para no ser otra excepción también están duplicados por el vulgo y es que existen algunos que no lo son a pesar de ser llamados. Aquellas de Mayo y esas otras blancas tan curiosas que sin ser moscas mosquean al personal. Pero ¿Qué es una mosca?

D. Arcadio diseccionaba las características morfológicas del díptero cuando recordó que semejante insecto sirvió de condecoración militar en la antigüedad, e incluso cierto poeta contemporáneo tomándola como símbolo personal, decía evocar la infancia con éstos : ¡ah! animalillos revoltosos… Pero el hecho más curioso es el de las traducciones pues se puede convertir en Señor de las moscas al príncipe, con ligeros cambios en apostrofe, acento, vocal y consonante, de legua pagana, por supuesto, el castellano no se presta a esas rarezas,- o quizá si. La mosca que picó a Pegaso, y esas otras que escuchase en el lecho de muerte la señorita Emily, bueno al menos lo escribía.
Tan enfrascado estaba en sus divagaciones aladas que no escuchó la entrada de su amigo el señor D. Terencio, que levantando el bastón en señal convenida, peticionaba su primera ginebra del día. Con un leve carrasqueo se quitó el sombrero y lo depositó en la mesa espantando de paso a los dípteros comunes que allí bebían.

_Buenos días D. Arcadio, Dios salve a su majestad.

_Buenas y tardes Ah, mi buen amigo Terencio, que dios salve al que crea conveniente, no soy yo nadie para dar consejos a ese señor tan importante. ¿Qué tal va de salud?

_ Bueno, no le he visto últimamente a ninguno de ellos, pero el residente en la tierra, supongo sigue aquejado de alguna venérea benevolente que el médico real sabrá tergiversar de cara a la palestra, la monarquía no puede estar equivocada, ya sabe...

_No, no,hombre, si me refiero a la salud de usted; la de esos dos, lo cierto es que me interesa bien poco, ya sabe de mi escepticismo ateo. Me encontraba aquí pensando en las personalidades duplicadas cuando un díptero borracho se sumó a la tertulia muda y de la observación de mi nuevo amigo, caí en la cuenta que hasta el tal Belcebú, (*)tiene que ver con ellas. Es sin duda un ser extraordinario, ¿no le parece a usted?


-Pues francamente, no me lo había planteado, pero ya que lo dice, para mí siempre ha sido símbolo de deterioro pese a su habilidad para la huída.

-desde luego y visto la riqueza de la lengua, han de ser muy importantes ya sabe el dicho miles de moscas no suelen equivocarse.

-Ah que gran frase. Desde luego muy apropiada y terriblemente acertada, pero ¿no sugerirá usted que la monarquía es un díptero?

- No por Zeus. No quisiera ofender a los dípteros. Los monarcas a diferencia de éstos, cumplen una función meramente ornamental.

-Bien dicho, en el ornamento está la diferencia, brindemos entonces por su majestad. Pero dígame, eso de las personas duplicadas que comenta, ¿es grave? Curiosamente cuando venía hacia la taberna me encontré con un hombre que añadiendo una vocal a su apellido -permutando el nombre que empieza por la misma letra- era dos personas distintas.

-Bueno la gravedad depende de la persistencia, que ellos tengan respecto a sus ficticios sobrenombres, descubierto el engaño. Y verá que algunos persisten en él como si al repetirse una y otra vez la fabula, pudiesen cobrar vida.

- ¡Que animales! Bueno lo mismo pensaban de nosotros los Incas, pues entre los barbudos harapientos que raptaron la conquista mucho acero y poca verdad.

-Pues tiene razón. El honor es algo irrisorio si se entiende al pie de la letra, pues los que dicen albergarlo no lo poseen y quienes lo poseen figuran en letras de cementerio- e incluso ni esos.

-Oiga ¿ha probado la ginebra?

-La suya desde luego no, amigo, pero guarde cuidado que por los cielos vienen amigos alados que si lo han hecho y nadie los ha convidado.

- Oiga tabernero, apunte ésta ronda a los dípteros de la mesa y que tenga un buen día.


Don Arcadio siguió enfrascado en sus pensamientos cuando la puerta de la taberna se hubo cerrado detrás de su camarada y es que intentar encontrar una explicación a las duplicidades humanas es más difícil que hacer hablar a los dípteros borrachos de la barra.

Por el lobo que camina en la tertulia



. (ba`al zebûl- baal zabul)- señor de las moscas-principe señor

domingo, 17 de enero de 2010

Helena sin troya



La luz alta del medio día iluminaba la estancia desprotegida de visillos. André encorvado sobre la máquina de escribir tecleaba rítmicamente, imprimiendo una velocidad alocada de tanto en tanto. Sobre la mesa, un desayuno a medio empezar y un cenicero repleto de colillas, sirvieron de baliza a la sombra que tras la puerta observaba muda. Con un simple vistazo era capaz de evaluar la concentración, como si las musas de André también hablaran con ella. Resignada volvió a llevar la bandeja de comida a la cocina y tras un frugal almuerzo solitario, se sentó en la terraza a leer. “Círculo y ceniza” era uno de sus preferidos y nunca se cansaba de leerlo. Aquellas palabras la transportaban lejos; muy lejos de esa casa y de ese mar que tras la cerca de la entrada podía verse: azul inmenso repleto de intensidad. En esos viajes no había André, ni siquiera era ella misma: la débil y sumisa, amante y esposa del genio loco.
En la cuenta de los años había perdido la esencia de lo que había sido todo al principio y ahora, desdibujado y amorfo, se presentaba ante sí una realidad asfixiante que la consumía. Alejada de sus exiguos amigos, familia y sueños, su vida se limitaba a la casa, los cada vez menos frecuentes paseos por la playa y acompañar como mero ornamento las reuniones artísticas de su compañero.


“…el fuego esplendoroso que sembrara.
Nunca, tampoco,
tanto dolor se amotinó de golpe,
ni tan herida estuvo la esperanza.”(*)


Desapercibida de sí misma se oyó pronunciar aquellas palabras. al tiempo que amargas lágrimas surcaban su mejilla afilada. Los años habían sido benévolos con ella y a pesar de algunas arrugas de expresión, todavía apuntaban las flechas de la belleza en su rostro. Aquellos ojos de mar, que antaño irisaban la luz, como la mar de la tarde, tenían la profundidad de unas fosas marinas y solo a veces- cada vez menos- podía intuirse en ellos el fondo de arena blanca y conchas de nácar.
André no era malo, ni violento, ni zafio. Sólo era un pobre artista con talento, enamorado de su mundo imaginario, que al intentar plasmarlo en el papel se olvida del mundo. Tan absorto estaba, que los detalles que a ella la enamoraron, habían desaparecido por completo, dando paso a una rutina de creación y creación y creación. Como si de una cadena imaginaria se tratase, aquella vida de sombra, había eclipsado toda su energía, en un mundo en el que solo existía un viento dominante: el frio cierzo.

Las teclas repiqueteaban en la estancia contigua amortiguadas por los ruidos de su pobre corazón, destacando entre los trinos de las aves que despedían al sol en el jardín. Un sol de fuego se derramaba sobre la mar del horizonte donde tímidas nubes se incendiaban para morir en gris ceniza. Otra vez ceniza

“Ese sonar de aldabas me levantó del sueño,
sobresaltó mi corazón dormido.”(*)

Espoleada por unos dedos invisibles se dirigió a la puerta, sus piernas salieron de a casa y caminaron sin descanso por las calles que iban adornándose de la luz de las farolas, primero tímidas, luego, ensalzadas por el manto oscuro que se desplegaba veloz por el oriente, aparecer gallardas ante la noche.
Mientras avanzaba sin rumbo apena veía las imágenes de aceras, de adoquines, de viandantes; cenizas, que anegaban su mente desordenada. Estaba cansada, oprimida, harta de no ser ella misma, de mentir, y no, de fingir un no sé qué que la estaba matando lentamente.


El banco lacado en blanco de la avenida reflejó las luces giratorias de un coche patrulla, donde una figura de mujer, contemplaba absorta los blancos que las olas traían hasta la arena de la playa. Dos agentes linterna en mano se acercaron despacio mientras la emisora pregonaba requisitorias por el altavoz.

-Es ella, avisa a la central.-dijo el más alto y con un gesto seco, el segundo policía dio media vuelta y regresó al vehículo mientras el primero tomaba asiento junto a la mujer.

-Hace frio esta noche ¿no le parece Elise? – dijo mientras se encendía un cigarrillo.
Etien, era uno de esos policías de rostro impersonal, con voz grave y rotunda. Marcial, pero con un leve toque de sensibilidad escondida.

-No hace falta que hable, por lo general los policías no escuchamos mucho. En cambio preguntamos demasiado. Yo no voy a hacerlo. ¿Sabe?, cuando era niño discutía mucho con mi madre. Muchas veces huía de mi casa y me escondía en un árbol: la higuera. Las higueras tienen fama de feas, sus ramas se doblan bajo el peso y se parten con facilidad. Pero aquel árbol era mi refugio y me sabía escuchar cuando todo el mundo giraba en mi contra. Yo lo amaba. Por alguna razón que no entendía, siempre conseguían encontrarme, pero para entonces, ese árbol había conseguido diluir mis problemas en su blanca savia. Sus hojas mecidas por el viento eran como un mar que calmaba los enfados hasta hacerlo desaparecer. De mayor descubrí que no sólo a mí me gustaba ese árbol y leyendo un día descubrí un poema que ensalzaba aquella belleza.
Póngase esto, por favor. Está empapada y la brisa del mar cala los huesos…-
extendiendo la mano le ofreció su prenda de abrigo con bandas reflectantes.

Sofie con lágrimas en los labios sellados, apenas pudo agradecer a Etien el gesto, y poniéndose la prenda, se rebujó en ella aterida. Las palabras de aquel hombre habían hecho aparecer el cierzo y su cuerpo temblaba como una hoja de otoño. Con las prisas por huir había olvidado vestirse y la delgada camisa del pijama de André y un short beige eran su única protección contra el viento gélido de la noche.

-Sabe Sofie, ojalá a mi compañero le quedara tan bien el uniforme como a usted, venga, tome mi mano y veamos si el coche patrulla también hace juego con sus ojos. Si no se lo dice a nadie, dejaré que toque la sirena…

Un atisbo de sonrisa emergió en aquel rostro de sirena y secándose los ojos amoratados con el puño de las mangas, dejó que aquel policía la guiase hasta el coche.

-Jean, ¿te importa si la dama se sienta delante? la perrera es poco galante para las visitas.

Jean era más joven, algo más bajo y arrubiado, de mirada aguileña y expresión desconfiadamente bonachona. Con una mueca que Sofie no llegó a ver, asintió y se introdujo en la parte trasera del coche patrulla.

-Esto te costará un café, dijo divertido.

Los focos del vehículo iban iluminando poco a poco la calzada de aquella avenida totalmente desierta al borde de la mar. Las farolas pintadas de azul se repetían con cadencia regular y su luz amarilla se proyectaba sobre los adoquines quietos del paseo, como los focos de un escenario oscuro y vacío. A lo lejos podía apreciarse el rugido de las olas que el habitáculo de plástico y metal era incapaz de silenciar. Pronto se adentraron en otras calles con otras farolas y la vorágine del tráfico nocturnos los engulló. Aquella serpiente de luces blancas y rojas se detenía a intervalos periódicos en los que desfilaban personas de multicolores vestidos, absortas en el absurdo caminar desordenado. Alguien que mirase la estampa alejado de la realidad, quizá pudiera encontrar un sentido al discurrir de aquellas hormigas textiles que se atropellaban alocadamente.

Elise se acordó de aquella tarde de infancia soleada en la que observaba el fluir atareado de un hormiguero del jardín. Las obreras circulaban por la autopista de entrada a la colonia en perfecto orden, transportando migas, otros insectos y vegetales, mientras otras salían por carreteras paralelas siguiendo en fila india al observador. De tanto en tanto una que salía cruzaba las antenas con las que entraban reconociéndola o quizá dialogando acerca de alguna cosa provechosa. Por un momento le hubiera gustado ser parte de aquel mundo perfectamente engranado en el que cada miembro conocía su cometido y no dudaba. Ahora camino de su casa en aquel coche extraño y uniformado, volvía a sentirse una observadora desubicada. Una niña indefensa en un mundo de mayores que no entendía ni quería entender. En algún momento que no recordaba, había sido estafada por la realidad y sus sueños se deshacían como olas en la bajamar.

De pronto sintió vértigo y las luces veloces que recorrían la ventanilla llena de imágenes se difuminaron hasta perderse en negro. Su mano se arrojó hasta el hombro de Etien que conducía concentrado con una ligera sonrisa infantil.

-Pare Etien, pare. Se lo ruego- dijo ella con apenas un hilo de voz.

El coche patrulla encendió los cuatro intermitentes y se detuvo frente a la puerta de entrada de una urbanización de ladrillo rojo y verja forjada. En un letrero blanco con borde encarnado, podían leerse negras letras: finca particular.
Sofie asida por Etien salió del vehículo para sentarse en la fría acera. En su rostro la sangre había hecho defección e iluminado por la farola resplandecía como la luna. Poco a poco la brisa de la noche hizo aflorar un poco de color mientras los agentes la arropaban.

-No puedo.- dijo Sofie entre sollozos- No puedo ir a casa. No me lleven allí se lo ruego.

- vamos Sofie no sea niña, su marido está preocupado y la espera.-Dijo Jean cruzando los brazos.

Etien hizo un gesto a su compañero, y aspirando hondo y se sentó en la acera junto a ella.

-Sabe Sofie, vamos a hacerle caso. No la llevaremos a casa, ni a la comisaría. ¿Le parece bien?

Sofie asintió y volvió a abrazarse las rodillas desnudas que dejaba aflorar el enorme abrigo de policía.

-bien, a cambio quiero que me haga un favor. Uno que le ayudará a usted ayudándome a mí. No sé si la razón de su negativa es por motivos violentos o no, pero si así fuese, debería presentar denuncia por la mañana sin falta. Está noche vamos a ir a un sitio donde podrá descansar, que es sin duda lo que más necesita. Con la luz del día verá las cosas de otra forma, créame, la luz lo transforma todo.
Ahora vamos a subir al coche y cuando lleguemos tendrá que decirme si André Lestart debe ser alejado de usted por alguna razón. Piénselo por el camino Sofie.

El vehículo reanudo la marcha por las calles atestadas de vehículos y poco a poco fue dejando el centro de aquella ciudad. La clínica Relais se encontraba en medio de un pequeño bosque de coníferas delimitado por un muro de piedra gris y verja negra. En la entrada un guardia de seguridad de color izó la barrera de rayas blancas y rojas al tiempo que saludaba con la mano alzada a los agentes. Desde la entrada la carreta ascendía levemente hasta un edificio de estilo colonial con pórtico tetrástilo y escaleras de piedra con rampa para minusválidos a ambos lados. Una puerta de cristal automática daba acceso al zaguán iluminado por fluorescentes blancos donde una enfermera de inmaculado uniforme les recibió sonriente.
Con Sofie sentada en una silla de ruedas Etien se adentró en el edificio y tras una breve conversación con la enfermera fueron llevados a una sala con grandes ventanales que daban a un claustro oscuro. En el medio de aquel patio podía verse una fuente de piedra iluminada por un tenue foco de luz amarilla que irisaba el agua que ascendía en forma de palmera del surtidor metálico. Tras unos minutos de espera apareció un médico con rasgos adormilados que presentaba aun rastros de humedad en su rostro.

-Sofie, ¿si o no?

-No, por dios, no…Solo no quiero verlo. Es bueno y me quiere pero su amor está a punto de destruirme, de anularme…Ya no sé quien soy, no lo sé….

-buenas noches agente, soy el Dr. Dessartir, en que puedo ayudarles.

-buenas noches doctor. Ésta señorita es Sofie Lestart y la hemos encontrado en la playa de los náufragos esta noche. Presenta un cuadro de histeria fruto de algún tipo de desajuste emocional, alejado del maltrato, si me entiende usted. Supongo que ahora está en sus manos poder ayudarla.

-Descuide agente, ahora es cosa nuestra hacerlo. Gracias por traerla a esta clínica. Ahora si es tan amable, déjenos a solas.

-Me temo doctor que no es cuestión de amabilidad, sino de obligación. El servicio requiere que vuelva a las calles.- Dijo Etien retirándose hacia la puerta de la sala. Cuando apunto estaba de franquearla se giró y sonriendo se dirigió a Sofie que miraba absorta por la ventana teñida de noche.

-Sofie, el anorak se lo presto por ésta noche, pero no dirija el tráfico ni abuse de la autoridad …Sonría y cuídese.

Sofie giró su cabeza hacia la puerta justo para ver alejarse la figura alta del policía y con un hilo de voz habló quedo.

-"Es la higuera el más bello de los árboles todos del huerto"(*)…Amigo Etien…



Los días que transcurren en el interior de un hospital son sumamente distintos para cada uno de los moradores, tanto si trabajan en él o no. Para Sofie la luz de la mañana que entraba iluminando la habitación sin persianas era sumamente liberadora. Las sencillas rutinas y el tiempo ocioso que los facultativos la asignaron llenaron su mente de libros de la biblioteca, conversaciones insustanciales y paisaje de aquellas losas de piedra que conducían a la fuente de piedra del claustro. Con la luz del día podía en concentrarse en las hojas de los rosales aun sin flor, en las espinas amenazadoras de los capullos cerrados, pero sobre todo, en los cientos de insectos que visitaban su fragante presencia. La misma fragancia que se precipitaba por la ventana abierta de su cuarto y que ella aspiraba sin medida hasta nublársele la vista.

Aquella tarde, que para muchos era una de las corrientes tardes de reclusión no forzada pero forzosa; la tarde en turno americano que precedía las noches preludio del ocio liberador; Sofie se preparaba para el paseo con parsimonia. No llevaba la cuenta de los días que llevaba allí, pero su mente había trazado la cartografía ordenada de cada uno de ellos sin su permiso y en lo más recóndito de su ser, era feliz por tener tiempo para encontrar dentro de aquel extraño mapa, el tesoro que era su nueva realidad. Cada tarde en la hora de visitas era importunada por conocidos y siempre André. Ella rara vez acudía a la cafetería donde aguardaban la llegada de un nadie hasta que su paciencia se agotaba. Ella sin embargo pasea ajena a ellos, pues sostenía la teoría que la persona que buscaban ellos, estaba muy lejos en alguna parte, pero decididamente no allí. Ella no era ya la persona que creían conocer. Ni siquiera era la misma que ella conocía o reconocía. Tan solo era una desconocida demasiado cercana a aquella chica que una vez había sido o cría haber sido. Una que había tenido desencuentros, aciertos, pérdidas y errores como todos, pero que en algún momento había tirado de la manecilla de parada de un tren que corría demasiado veloz sin saber a dónde. Puede que todos aquellos visitantes supieran el recorrido; o solo lo intuyeran; o quizá no les importaba saberlo sin más, pero para ella ahora el destino lo era todo.

Las charlas con el doctor Dessartir aún no habían tocado ninguno de los acontecimientos recientes y ella se limitaba a rebuscar en el baúl en la infancia. Todos aquellos recuerdos la llenaban como se llenan las playas de la marea creciente. Absorta en el rosal que iniciaba la primera fila de adoquines del camino a la fuente, no vio llegar a aquel hombre alto que se sentó a su lado. Su aroma llegó enmascarado de la fragancia del jardín, pero a su fina memoria olfativa no le pasó desapercibida. Sin volverse hacia él aspiro profundamente con una sonrisa y entonces se dirigió a él.

-Ulises nunca volverá a Itaca y sin embargo no olvidará su aroma…Etien.

-Hola Sofie, me alegro de verla bien.

-¿Cómo sabe que lo estoy? Aquí no opinan lo mismo y puede que yo les dé la razón.¿Le dieron su anorak? El doctor se ofreció a hacérselo llegar…

-Si Sofie, ya lo tengo en mi poder, gracias. En cuanto a lo otro, ya sabe, la policía prefiere comprobar por ella misma la realidad de las cosas. Nunca me he fiado de los matasanos, ¿sabe? En el fondo ellos desarrollan el trabajo con métodos parecidos a nosotros y van descartando por eliminación. Mi conocimiento de las cosas es sencillo: el otro día la vi muy mal y hoy sin embargo la encuentro radiante.-

-Gracias a usted, Etien, por todo. No he tenido la ocasión de agradecerle su amabilidad, más allá del trabajo. Creo sinceramente que no todo el mundo hubiera sido tan comprensivo conmigo dadas las circunstancias

-Bah! Tonterías, cualquiera hubiera hecho lo mismo. Pero hay algo que me preocupa. En la entrada me he cruzado con su marido, tenía un aspecto francamente deplorable. Creo que está sufriendo mucho por su causa. La incertidumbre es el peor de los castigos, sea cual sea la falta.

Sofie tensó todos y cada uno de los músculos del cuerpo y se preparó para dar por concluida aquella conversación.

-Sofie, yo no soy nadie; no sé nada, ni pretendo apaciguar las aguas. De hecho no entiendo de aguas. Tan solo observo y veo una niña que sigue huyendo a refugiarse en un árbol. Da igual si es una playa desierta, una casa llena de habitaciones o los muros de un hospital. Huir es huir y dar la cara no solo es de valientes, sino de personas. Ha de hacerse lo que ha de hacerse y posponerlo no la ayudará. Discúlpeme si he sido demasiado directo. No se vaya, por favor, quédese sentada. Yo solo quería ver lo que ya he visto: que está bien. Ahora regáleme una de esas sonrisas y prométame que se cuidará.

-Tienes razón. Y no. Yo no soy valiente y huyo para encontrarme. Cuando lo haga, regresaré desandando el camino y solventaré todo aquello que requiera mi atención, Pero no ahora. Necesito tiempo, tiempo. No se vaya, Etien y deje de llamarme Sofie. Helena, soy Helena. Helena sin Troya pero con hache. Ese era el nombre de aquella niña que se perdió en el tiempo.

-Te equivocas Helena, los valientes nunca dicen serlo, porque hablar no es su cometido. Fuiste valiente al salir de la opresión, sea cual sea, imaginaria o no. Pediste ayuda en la única forma que tu cuerpo sabía y la botella con el mensaje llegó a la playa correcta. Ahora haces lo correcto dándote tiempo y recorriendo ese camino de regreso a ti. Ese camino que lleva a Helena, más allá de los nombres. Recuerda, todo es correcto cuando hace el bien y no es ser egoísta hacerse el bien a uno mismo. Pero cambiemos de tema, no quiero que Dessartir me acuse de intrusismo laboral, yo sólo soy un policía.

-No lo hará, además le caes muy bien. Me lo dijo la otra mañana cuando hablamos del día de mi llegada. Aunque no lo creas me gusta como dices las cosas. No me juzgas. Solo escuchas y atiendes a lo que dice mi cuerpo que no habla, te adelantas y me desconciertas al hacerlo. ¿Estás casado Etien?- un ligero rubor apareció en su rostro al decirlo.

-Esa si que ha sido una pregunta inesperada. No, pero lo estuve. Ya sabes, siempre hay una larga historia detrás de respuestas así. En cierto sentido soy otro naufrago en la mar, ¿pero quién no lo es? Lo que sí sé es que de todo aquello aprendí mucho acerca del amor, de la amistad y del respeto. También de la venganza aprendí mucho, lo suficiente para no repetir ese camino en el futuro si me es posible.

-Me das envidia Etien. En tu mundo todo es cristalino.

-Te equivocas, Helena, todos tenemos nuestras lagunas turbulentas. En mi mundo no hay certezas pero si demasiadas dudas, solo que esas procuro solventarlas por la noche cuando hago reflexión- meditación- de lo acaecido en el día. Procuro ver siempre los aciertos que yerran en la práctica para poder mejorarlos.

-¿Vendrás más a visitarme?

-¿te gustaría que lo hiciera?

-Si

-Entonces Lo haré.


Los día fueron pasando con ligeros progresos y la autoestima necesaria para enfrentarse con André llegó de improviso una de tantas tarde que vino a visitarla si esperanza de ser recibido. En realidad aquella conversación lejos de resultar traumática para ambos, dejó una puerta abierta a la amistad, pues no todo lo que se rompe se deshace en odio. Con todo, el desamor de esos días, había traído musas nuevas e inspiración para terminar el libro que escribía, con un final espectacular, y hasta el editor se había congratulado del nuevo estado creativo del genio.

Sofie había dejado de huir y aquello fue como una bola de nieve que se desliza por la ladera de una montaña nevada. Primero rueda despacio, recreándose en el movimiento y poco a poco va tomando fuerza. La fuerza se incrementa de forma exponencial con cada giro, con cada vuelta y antes de que se dé cuenta se desliza con tal velocidad que es imparable. En ese estado la vio el Dr. Dessartir dos meses después de ingresar en la clínica, cuando realizaba la ronda de visitas por el ala. Por eso y sin tardar mucho el alta médica llegó y no cogió de improviso a nadie.

Por su parte Etien Gernau cumplió su palabra de llevar esperanza en las tardes que su trabajo se lo permitía, y posiblemente muchos de esos avances pudieron tener lugar gracias a él. La amistad que había nacido donde nadie lo imaginaba levantó muchos comentarios dentro y fuera del pequeño círculo de amistades de aquella singular pareja, pero lejos de la hipocresía, dos seres pueden encontrarse sin que haya flechas de por medio.


Aquella tarde Sofie estaba algo inquieta y no acababa de dar el visto bueno a la ubicación en el centro de la mesa de un ramillete de azaleas que contrastaba con la dalia blanca del jarrón. En la base de éste, rodeado de flores secas, un platillo de cuentas de vidrio aguardaba al incienso natural. El té reposaba en la porcelana junto a unas galletas de mantequilla recién horneadas y sobre la mesa dos tazas de manufactura inglesa dormían vacías. El timbre de la puerta sonó dos veces y Sofie voló por el pasillo hasta el hall de entrada. Era Etien.

-Hola Helena- dijo entregándola un paquete envuelto en celofán rojo, luego cariñoso la beso levemente la mejilla.

-Hola cielo, te esperaba, pero no tan pronto.

-No has invitado a nadie más, ¿verdad?- sonrió- No está bien que te hagas esteparia, con uno es suficiente.

-No seas tonto.Soy todo lo esteparia que quiero pero por elección propia, que conste... Desde mi renacimiento he tenido tiempo de comprobar quienes realmente eran mis amigos sinceros y en la suma de ellos, me sobra con los dedos de una mano, sin embargo a ti no sé donde ubicarte. No eres mi amante, aunque muchos lo imaginen, tampoco eres un viejo amigo y a pesar de ello, eres quien más y mejor me conoce. Contigo todo resulta fácil y la comunicación es como un río de aguas quietas que fluyen transparentes. Gracias por venir amigo querido.

-Es curioso, yo sin embargo sigo sin etiquetarte. Para mi eres una bella caracola que encontré un día varada en la playa y que ahora, de su interior ha nacido una sirena que ha regresado a alta mar. Sabes cómo agasajar a los amigos pero sobre todo, sabes llegar al corazón con mucho sentimiento. Me figuro que si fuéramos amantes quizá perderíamos la esencia de la amistad. Es tan difícil hallarla…

-Entonce ¿No me quieres un poquito?

-Ah Helena sin troya, tu quieres que el viejo Etien te regale el oído con zalamerías corteses, pero de sobra sabes que hay cosas que no por ser dichas se sienten más intensamente. Prefiero que saques tus propias conclusiones de nuestros encuentros y quizá un día sin decirnos nada sepamos qué es lo que en el otro acontece. Como esos viejos amores que pasan la vida entre silencios cómplices.

-Por esas cosas, mi polizonte de la bajamar te quiero yo. Pero no te lo creas demasiado, así cuando encuentre al navegante que siempre me vaticinas no te romperé el corazón de tunante. Pero volviendo a lo que nos ocupa, ven siéntate aquí a mi lado tengo algo que decirte. –es importante.

Ambos tomaron asiento frente a la ventana con estor amarillo que daba a la terraza. Sofie sirvió el té en las tazas dormidas y tomando aire comenzó a hablar. Estaba nerviosa.

-Lo hice Etien. Y tal como me dijiste que sucedería me han llamado. La obra les interesa y hay una galería esperando la primera exposición. He incluido todos los cuadros que permanecían olvidados en el garaje de André, pero el que más les ha gustado fue el tuyo, el que pinté en la clínica. Te debo tanto amigo…

-Paparruchas Helena, no me debes nada. No soy yo el que tiene el don, amiga .Eres tú y solo tú la responsable de la belleza de tus pinceles. Yo solo escuché tu llamada de auxilio y tendí la mano. Tu valor ha realizado el milagro y de tu empeño nacerán nuevas velas que impulsaran los barcos.

- Aun así quiero regalarte algo amigo.

Sofie se levantó y corriendo el velo que ocultaba el caballete junto a la ventana, mostro a Etien el interior colorista. En él un hombre ataviado con gorra marinera paseaba por la arena húmeda de la bajamar y la mar vestida de invierno llenaba el horizonte. Los matices azules de aquella obra eran de tantas tonalidades diferentes que daba la impresión de que aquel cuadro estuviera hecho de océano.

-No sé qué decir Helena, es sin duda precioso. Quizá el mejor cuadro que hayas pintado nunca…

-No Etien, el mejor sin duda es aquel que pintaste tú al brindarme amistad desinteresada.


Por el lobo que camina.

* Fragmentos de poesía no luparia." canción","Desolación" de piedad bonet y "la higiera" de Juana Ibarbourou. respectivamente.

domingo, 3 de enero de 2010

Tertulia entre caballeros.



Era la mañana dominical y los cirros altos apenas molestaban el discurrir del sol de invierno. Provisto de su mejor indumentaria, bastón con cabeza de león plateado y zapatos recien lustrados, se acercó caminando por las estrechas calles de sombra a la taberna. A esas horas en que los devotos andan golpeandose el pecho en las iglesias y catedrales, unos pocos parroquianos sentados en taburetes contemplaban los dedos de sol, que desde el patio, atravesaban timidamente la estancia.

Don Terencio meditaba frente a un vaso de ginebra las teorías sobre el empuje hidrostático. En su disertación mental consigo mismo, dilucidaba acerca de la inmersión en un líquido, que no fuera ginebra por supuesto, la monarquía no podía estar equivocada..., De dos hombres de igual masa pero desigual caridad, hasta comprobar si el mal en los hombres puede medirse en newtons.

Arcadio se desprendió de la chistera en el mismo momento que entraba por la puerta y el crujir de las bisagras, anunció un nuevo parroquiano en el lugar. Si bien fueron muchos de los pocos que moraban, los que volvieron la cabeza, éste sospechó, que excluyendo al regente de la barra con delantal y trapo a la antigua usanza, el número de miradas era proporcional a la curiosidad reinante en un pais más de porteras que de letrados; y torciendo el gesto en lo que podría tildarse de sonrisa, encaminó sus pasos hacía la estatua impresionista esculpida en carne que era Don Terencio asemejando un rodin.

-Buenas tardes, D. Terencio, ¿cómo es su estado de salud está mañana?

-Serán días, amigo, buenos días. Bien gracias, ¿quiere usted sentarse?

-Eso en todo caso serán para usted buenos, lo que se dice buenos, no son y por eliminación... Tarde era cuando salí de casa camino del puerto y tarde otra vez era cuando zarpó el bergantín correo de la dársena equivocada. ¡Que pais! La necedad abunda tanto que por el camino tropecé con el gentío que se atropellaba ante la puerta de la catedral, como si repartiesen hostias gratis. Ya sabe usted que nada es gratis,amigo.Respecto a lo de sentarme, se lo agradezco, pero pensaba hacerlo de todas formas, ¿le molesta?

-Al menos coincidirá conmigo que el sextante colocado entre el horizonte y el astro no anuncia el cenit y que por lo tanto, debe tratarse de la guardia de mañana y no la de tarde, a pesar de que estando en lo cierto usted acerca del estado de los usos y costumbres de los ciudadanos: ya no hay puntualidad, salvo en los cambios de guardia en el palacio. Celebro que se sienta usted cómodo sentado, desde luego es la postura idonea para la conversación entre iguales, pero digame...¿Tiene un hombre bueno mayor densidad que uno malo? ¡Cómo desearía platicar con Arquímedes en ésta mañana...

-Ya sabe usted que en la marina todo anda mejor ordenado que aqui en tierra firme. Si bien tiene usted razón acerca del astrolabio, pronto la tendré yo, pues el sol se mueve deperisa y para entonces acertaré en mi adelanto... ¿Lo ve? Esas son las campanas del angelus, así que, Camarero, por favor haga usted el favor de hacer sonar la camapana y ya de paso traiga algo de refrigerio para este señor y su amigo, que no es otro que yo mismo.
Volviendo a lo nuestro, hombres buenos dice...Uhmm, antes habrá de encontrar uno, y en estos tiempos, como antaño la honradez es valor devaluado exento de cotización. Pero si se refeire usted a eso, el hombre malo tiende al sobre peso y por tanto su masa y densidad es francamente superior. Se sumergen primero pero prevalecen al aferrarse a su condición, ahogando antes de sumergirse al incauto que éste cerca.

- No hombre, yo me refería a la igualdad de masa, esto es, por poner un ejemplo, un ser que parecido a usted en masa y altura, fuese un villano y ambos introducidos en el líquido elemento se pudiera comprobar con cual sube más al boya de medición.

-Me ofende usted, señor. Si no fuera domingo me vería obligado a enviar mis padrinos a su señoría. ¡Por los dioses olímpicos!No sabía que me tuviera en tan mal aprecio. Bueno yo, no diga usted tonterías Don Terencio. El bien es la antítesis de mi estado natural y para que se convenza, antes de llegar a la taberna he violado varios de los principios pios y me hallo en pecado mortal perpetuo desde que fui acólito de Monseñor Emiliano, al cual, ate la cuerda de la camapana al pie de babor con tan buena suerte, que en el redoblar de éstas, el ministro ascendía cabeza abajo hasta el meridiano de la boveda, para bajar de golpe. Y que golpes se daba.

-No me malinterprete, señor. Cuando digo bueno, no uso la medida de la sociedad actual, sino que ajeno a esta, me llevo por aquellos principios que en su día, contaban entre las cualidades de los dioses. Griegos, desde luego, los pobres romanos apenas si sabian copiar, mal, desde luego, y es que eran uno brutos. ¡ah! Si Hanibal hubiera paseado los elefantes sobre el senado...

-¡Ah! en ese caso, acepto el cumplido, Don Terencio. Es usted muy amable. Yo también en su día llegué a imaginar tal supuesto, pero enseguida comprendí que de haber ocurrido, Cartago y no roma hubiera sido el modelo de corrupción para los imperios posteriores, uno más bello, desde luego y quizá menos hediondo,más práctico y verdadero, pero corrupto en tal modo, pues el poder lleva parejo la villanía y es capaz de sacar siempre lo peor de los hombres.¿Se imagina usted la basílica de Simón en Tunez?

-cuanta sabiduria albergan sus palabras, Arcadio. Pero querrá decir Pedro usted...

-No amigo, digo bien, pues en mi opinión el cambio de onomástica de ese señor debió deberse a la falta de memoria de su maestro, muy tendente a permutar los nombres y que la historia a perpetuado.A no ser que se permutara el nombre por villanía para eludir sus obligaciones familiares o pesqueras.

-Oiga ahora que lo menta la pesca y cambiando de tercio, ¿qué opinión le merece el estado actual de la nación?

-La nación siempre estuvo mal de salud amigo, no tan mala como el de las colonias de su majestad, es obvio. Seguimos sin producir nada más que soldados mal pagados, politicos corruptos, pobres y curas gordos y así amigo, no se levanta nada. Pero si ha de levantase algo que sea la honradez que tan pisoteada anda y es que ya ni los comerciantes dicen la verdad sobre el género que ya es decir. Ya sé que es usted monárquico hasta la médula y en ese campo no voy a pronunciarme, pero la culpa es sin duda de las clases medias tan dispuestas a ascender por méritos. En su lugar deberían descender y hacer descender de sus pedestales al resto, pero sin sangre que luego se tiñe todo, hasta las ideas.

-Le agradezco que no ensucie el nombre de la corona, pues ya ellos se encargan de hacerlo por si solos, pero creo que tiene razón, la culpa es sin duda de los mediocres como siempre. Ya nadie aspira a la superación de los progenitores ni sus modelos, y es que se prefiere la práctica a la teoría, entendiendose por la primera la mala praxis de pésimos alumnos.

Arcadio miró el reloj con aire despreocupado y tras asentir con la cabeza agarró el sombrero que descansaba sobre la mesa.

-En efecto amigo de tales maestros peores alumnos y es que realmente no interesa formar con seriedad al respecto y hay que conformarse con la mediocridad y dar por cierto que Roma no dejó piedra sobre piedra de la ciudad de Cartago. Ha sido una charla agradable, Don Terencio, pero me temo que me esperan en casa para comer.

-Lo mismo digo señor, pero digame, ¿se casó usted?

- No, libreme el cielo sempiterno. Cuando digo que se me espera en casa, me refiero a la familia cánida, pues de la otra sigo siendo teoricamente práctico: el matrimonio es una instituición a la cual no deseo pertenecer.

-¡Ah! con que era eso, bueno, hay que reconocer que la institución tiene sus ventajas y defectos, a mi sin embargo me fue bien en ello, pero supongo, que buena culpa tiene mi amada esposa, siempre tan sensata y dispuesta a teorizar.

- Ah amigo, usted tiene suerte, no es una esposa lo que usted tiene, sino una Hipatia y en éstos tiempos tan oscuros la luz brilla doblemente. Pero si me permite y volviendo a su teoría líquida, no hace falta que usted encuentre un hombre bueno, pues dos malos también sirven y de la inmersión de ambos podrá dilucidar quién es el más villano, pues mantengo que el mal tiene mayor densidad y por eso nos luce el pelo así de ralo.

Don Terncio quedó enismismado pensando acerca de la posibilidad de que Arquímedes acertara con la corona y que de dos hombres sumergidos en el líquido elemento, a excepción de la ginebra, por supuesto, el resultado de masa en ralación con la constate gravitaroria dependería en todo caso de que el experimento se hiciera en buena praxis de las teorías propuestas y acertando en ello D. Arcadio, el mal fuese la causa del hundimiento de pecios, la bolsa y los imperios carentes o no, de monarquía distinguidamente corrupta.

Por el lobo que camina.