jueves, 15 de abril de 2010

Viaje al interior de Laura



Imagágenes: Mónica Castany. Lumier de l`ete.
Escha van den boguerd. profondita.
Fabian Pérez. brocatto orchre
Allan r. banks.?
Andrew Wyeth . easterly
M.&I. Garmash. lost in liles

Dejo el libro encima de la mesa y se recostó en el sofá a lo largo, después, acomodándose en posición fetal, se abrazó las rodillas con las manos vacías. Con los ojos cerrándose despacio desapareció del mundo.
Cualquiera que hubiera entrado en la estancia soleada de principios de la primavera, no la habría encontrado por mucho que buscara, pues solo aquella carcasa de piel y huesos se hallaba allí.

Primero invocaba la oscuridad cerrando los ojos, luego en el negro que aparece tras las persianas, se imaginaba rodeada de una nada sobre un fondo de azabache. En él, su cuerpo de cal contrasta con la nada y rotando sobre un eje imaginario, como esos astronautas que realizan ejercicios en la ingravidez, se desplazaba por un mundo sin sur, sin norte, sin geografía física. Con la consciencia preparada se acerca a la frontera del no ser y poco a poco su imagen perdía consistencia diluyéndose con la nada oscura que ya ha dejado de serlo. Ahora todo era blanco. Un blanco iluminado por luces directas que incidían desde todas partes sobre el centro de esa nada imaginaria. Entonces las horas se convertían en minutos, luego en segundos y de algún lugar que desconocía llegaban los sueños. En ellos se imaginaba tal cual era: sencilla y algo misteriosa, pero era el mundo cotidiano lo que cambiaba realmente. Al despertar de aquel trance no recordaría nada de lo acontecido en ese lugar blanco mágico y lleno de nada, que la secuestraba durante eones, pero el mero hecho de hacerlo, de haber estado allí, merecía hacer el esfuerzo e intentar alcanzar la llave de la puerta traslúcida que conducía al paraíso.

No siempre lo conseguía, sobre todo si los problemas danzaban por su mente como velas suspendidas en el viento, pues en realidad son anclas que no se hunden en la nada y al no hacerlo, crean toda una serie de imagines superpuestas que la hacían levantarse y dirigirse a la cocina para preparar un té. Eran entonces los desvelos los reyes del tiempo y las horas se tornaban en días enteros sin sol ni luz, donde las sombras inquietas dibujaban espectros de risa burlona que se mofaban de ella.


Se levantó y sus pasos la llevaron a la terraza. Tiró del picaporte hacia abajo y sintió el peso de la puerta ceder a su reclamo, luego, entró la brisa golpeándola la cara. Respiró profundamente y apoyándose en la barandilla, abrió los ojos a la noche. La luz se había fugado por la rendija que el horizonte dibuja detrás de las montañas. La calle era un lugar desierto donde las farolas eran solo los focos de una obra de teatro sin protagonistas. Un gran gato oscuro se paseaba entre las líneas blancas de la carretera con absoluta tranquilidad, quizá por algo era el rey de la noche en la ciudad. Todo dormía en apariencia, pero el leve ruido de tráfico proveniente de la avenida principal le recordaba que no. En los edificios colindantes las pocas luces trasnochadas trazaban un ajedrezado irregular que cambiaba hora tras hora. Pronto llegaría la mañana, el aroma de café, las personas, las prisas, la luz. Pero aún no, tenía tiempo de atesorar esos instantes como lágrimas efímeras de tiempo.

Pensó en él y llego su aroma transportado en el viento del recuerdo: sudor, humedad, tierra, azahar, sexo. Remarcadamente sexo, bajo los pliegues, al sur de ese ombligo perfecto, entre los alabastros firmes dorados en bronce. No. Con la mano que atusaba su cabello deshizo la imagen de su cerebro justo antes de desear tenerlo entre sus manos, entre los senos, en la mitad de su centro umbrío; justo antes de la desesperación, de la sensación de abandono que la abandonaba, como él, como todos los él, como ella misma, como abandona la marea los objetos en la playa.

-¿Donde?

-Con quien.

-¿Me pensará?

-Yo no, lo he olvidado ya.

-Mentira. NI mentir sabes ya bonita.

- bonitas son las hermosas venidas a menos, el piropo de quienes no quieren ofenderte

- si entonces era eso. Ya no era bonita, ni lista. Sus dedos no creaban magia ni flores en los labios. Pero un día…

-Ya no hay más días. No los habrá.

Salió al encuentro del aire enlatado de la casa. La alcoba la recibió con las hojas abiertas y en la cama las sábanas desordenadas dibujaron el contorno de su cuerpo. Sin encender la lámpara extrajo del primer cajón, un frasco etiquetado que dormía junto a la ropa intima. El vaso aún contenía líquido en su interior y tras cerrar los ojos engulló el contenido de ambos vidrios tranparentes. Luego se durmió.



Laura miraba sin ver aquella ventana, aquellos cristales precedidos de barrotes delgados y negros. Miraba sin ver las luces que pintaban colores en los árboles, en las paredes de las casas, en la tapia de ladrillos encarnados. Abajo había gente riendo, juegos, movimiento de pájaros y flores muchas flores. Una mosca se posó en el alfeizar de la ventana. Despacio volvió la cara hacía la cama de al lado, en ella su ocupante yacía atada a la cama con la mirada perdida en el techo blanco de la habitación.

Su respiración era tranquila, no como la primera noche, ni como la mañana que le sucedió. Entonces era un tren expreso de esos que solía ver con su padre los domingos, cuando desde el parque que terminaba la ciudad, corría agitando la mano. Siempre había alguien que la decía adiós detrás de esos cristales grandes de los vagones y entonces ella se imaginaba la historia: un viaje. Que maravilloso era viajar. Ella solo viajaba en verano a la casa de los abuelos donde no había mar. Allí todo era verde y río. Manzanos y robles, montañas y prados de labor segados a dalle, rastrillos y carros con hierba seca, pajares llenos de oro y juegos al escondite. Le gustaban los trenes pero más los barcos, que son los trenes de la mar.

-¿Lloraba?
- Si.
Estaba llorando, pero ¿por qué? No terminaba de entender la razón de esa agua que se empeñaba en salir de sus ojos; sin motivo aparente, sin necesidad. Quería ser niña otra vez y no. No, no quería selo; quizá un estado intermedio entre la nada y el ser. Un ser hoy para no ser mañana; una nada transparente que viajase siempre en trenes pintados de blanco. Blanco techo de la habitación. Seguía respirando despacio y luego el grito de angustia y desesperación. Vendría la enfermera con la pócima de sueño y otra y otra más o quizá aquel doctor tan alto y fuerte cuyo sexo erecto se marcaba por debajo de la bata y el pantalón.

-¿Por qué estás aquí? – preguntó con hilo de voz. Sus ojos entrecerrados la miraban con el brillo acuoso de la medicina.

-No. Asi no. ¿Quieres saber? Cómprate un libro. Por qué esto, por qué lo otro.
Tantos por qués y por qué no. Me niego.-dijo la otra chica-

-Vale, tú ganas. ¿Qué día es hoy? ¿Cuánto llevo aquí?

-El tiempo es relativo. Para mi llevas una eternidad ya. He visto todos los estados, todos. Pero no debes luchar de esa manera, aquí no sirve para nada. Ellos vendrán y te darán el beso de Morfeo para que seas una mesa más de la habitación. No les interesamos. Solo quieren un turno tranquilo hasta que el tiempo te devuelva a la vida, a la familia, a tu trabajo o lo que sea que hicieras antes de venir.

-Gracias por nada imbécil, cuando quiera consejos leeré un libro. -Su voz era de acero. Fría y determinada. Ahora su cabeza estaba girada hacía la puerta.

El silencio trajo el ruido del segundero del reloj de la mesilla, los pasos decididos de las enfermeras tras la puerta cerrada. El ojo de buey dejaba entrar el brillo fluorescente del pasillo blanco donde pronto rodaría el carro de la cena.

-Hoy es viernes, 17 de abril. Llevas tres días con sus trescientas noches y me llamo Ana, ana sin nombre.

-Gracias…Yo soy Laura y me quiero morir.

-si dejas de luchar, en uno o dos días te quitarán las vendas, luego pasarás a la sala con el médico y empezarán los interrogatorios. Con suerte en un par de meses estarás en casa. Aquí solo vienen los casos sin solución. Bienvenida. No ha sido la primera vez ¿verdad?

-No. El caso es que me dan igual las soluciones. Yo ya he buscado la mía, pero nadie me deja llevarla a cabo.

-Tranquila, la experiencia nos hace fuertes. Yo cometí un error la última vez, por eso ahora tengo que interpretar nuevamente el papel. Esto es el gran teatro donde seremos Hamlet o no seremos nada. ¿pastillas?

-si, ¿cómo lo sabes?

-Relájate pequeña. Con el tiempo, si tienes mala suerte como yo, podrás distinguir los síntomas y las causas. La observación sobre la experiencia empírica supongo. Son un fiasco: El estómago se protege y el momento de la verdad expulsa el veneno, con suerte te ahogas, pero las más de las veces te encuentran en el trance que conduce al olvido permanente. Luego viene el suero, el lavado, el gotero de glucosa y los reanimantes y te ves encerrada aquí, atada por las muñecas a la cama con una gasa blanca. ¿Dejaste nota?

-no…

-Lo suponía. Eres de las mías: suicidas con causa. Por aquí pasan muchas que se empecinan en morir cuando lo que quieren es vivir a raudales. Se aferran a la vida de tal forma que ni las cuchillas ni los precipicios son suficientes para que llegue el fin. Solo llaman la atención de la –única forma que saben les harán caso. Nadie escucha a nadie. Todo es hipocresía y aparentar.

-Es una gilipoyez. No entiendo la necesidad de hacerlo. Aquí sobro. Más bien me sobra el mundo del que no soy parte. Hace tiempo que dejó de ser, que deje de ser mundo y aparte.

-Ah, cuanta filosofía encierran esas palabras. Déjame que adivine: en la facultad leías a Kant a Hegel nunca entendiste a descartes pero querías ser discípula de Sócrates en el mundo cínico.

-Me encantaba Hess. Siempre lo estaba leyendo. Lo envidiaba en todo. Hasta en la muerte plácida tras escuchar a Mozart…

-Si, era un genio. Como nosotras. Uno de los nuestros, solo que al revés. El quería vivir hasta las heces. Qué asco. Silencio, alguien llega.

Era la enfermera y la cena sería hoy intravenosa. Se acercó despacio, la sonrió, luego con un gesto amable acarició su rostro, colocó el rizo rebelde detrás de la oreja izquierda y se alejó por el pasillo entonando un que descanses quedo.
La noche fue larga llena de sueños inconclusos como fotografías rotas de una realidad que creía conocer, pero que se manifestaba descabellada y sin sentido. Las sombras de aquel cuarto bailaban serias en la pared cubierta de ceniza, amenazantemente terroríficas y el sudor frío perlaba su rostro debajo de la sábana blanca. Sin saber cómo, llegó otro sueño a sus manos. Un blanco, sin presencias, sin formas, sin ella. Todo se contrajo a su alrededor y la mañana la sorprendió con el carrito de la enfermera junto a su camilla. Era otra señora algo más grande y tosca. En su cara estaba reflejada una vida dura sin muchas recompensas, pero en su trabajo era eficiente. Sin mediar una sola palabra hizo lo que debía y se marchó sin dejar ni una sola sonrisa en la habitación. Su compañera de cuarto no estaba y la cama perfectamente hecha la desconsoló.
A las diez menos cuatro un hombre alto de bata blanca y gafas de pasta entro en la habitación. Ella estaba distraída en la espera de una visita que no deseaba tener: su familia. No era el médico que ella conocía de los días anteriores; con el que había luchado a brazo partido, no. Éste era nuevo y la mirada profunda y penetrante escrutaba todas sus formas. Ante él se sentía desvalida como esa niña que jugaba a cocinitas sentada en el lavadero de piedra de la casa de su abuelo, ignorando cuando vendría alguien a reprenderla.



-Hola Laura, ¿Qué tal te encuentras? Soy el Dr. Blázquez y creo que vamos a vernos mucho en las próximas semanas.

-Hola Dr. Si viene a darme el alta estaré encantada de firmar, pero si no, puede irse por donde ha venido. No he venido aquí a hacer amigos.

-Me gustaría darte el alta Laura, pero no podría. Yo pretendo la vida, por eso estudié medicina: para curar las heridas de la mente. ¿Sabes? A veces son peores que las sufridas en accidentes. La carne se taja, se quiebra un hueso, entonces lo colocamos, suturamos, aplicamos cataplasmas cicatrizantes, dejamos que sea el propio cuerpo quien actúe, pero, eso sólo puede hacerse con lo externo. En el interior también suceden éstos desgarros, solo que no podemos verlos, ni hay sangre que mane de esas heridas. Yo si las veo. Las veo en los gestos, en los ojos sin vida, en los labios resecos. Veo como sin pedirlo, piden auxilio las neuronas encadenadas a una idea que da vueltas y vueltas sin final. Yo puedo hacer que esa idea se esté quieta, para que así puedas pensar y ver por ti misma si es real, si tiene justificación o por el contrario si no era más que la sombra de un enano que creíamos gigante. ¿me dejarás ayudarte Laura?

-Bravo Dr. Me ha conmovido. De verdad. Por favor aplíqueme la medicina y los electros soks que sean necesarios y si no consigue detener esa idea alocada, al menos tendrá la conciencia tranquila de que no fue usted el culpable de mi desgracia. Señor, si usted pretende ayudarme, solo tiene que desatarme un poco y liberar de rejas esa ventana. No se preocupe por nada, dejaré una nota al juez exonerándole de responsabilidad civil o criminal.

-Bueno, veo que al menos estás lúcida y que la debilidad va remitiendo. No, no voy a soltarte hoy, pero llegará el día que lo haga y serás libre para vivir. Pues aunque no lo creas voy a darte motivos para ello.

-Por lo pronto, lo que puede hacer es alojarme en otra suite con vistas al jardín donde no tenga compañía, si puede ser.

-Aquí éstas sola Laura y cuando decidas levantarte verás que si hay jardín detrás de esos barrotes.

-¿Me toma el pelo Dr? Ana es simpática, pero demasiado parlanchina y no me apetece nada tener compañía innecesaria.

-¿Ana?¿Es una amiga? No te tomo el pelo Laura. Aquí estás tú sola, pero no digo que no exista en tu mente. A veces creamos amigos imaginarios, como esos con los que jugábamos cuando éramos pequeños. Son un recurso de nuestras mentes para que no notemos que estamos solos. ¿Quieres hablarme de ella?

Laura no dijo nada, solo articuló la boca en una especie de mueca y miró a la cama vacía que tenía a su lado. Su mente analizó con cuidado la conversación, se fijó en los detalles, en las imágenes detenidas que guarda la memoria. Por un momento no entendía nada y sin embargo tenía la certeza de que aquel médico no la mentía. Era amable y sus palabras distaban mucho de ser las convencionales que emplean los psiquiatras de turno en los hospitales. Puede que aquel joven-bueno no tanto- realmente estuviera de su parte.

-Bueno Laura, tengo que marcharme. Por hoy hemos terminado. Hasta que puedas levantarte seré yo quien te visite, pero cuando estés fuerte otra vez podrás hacerlo tú siempre que quieras o necesites. Desde mi despacho puede verse el jardín de la entrada y esos abetos altos que rodean el edificio en el que estamos. Ha sido un placer conversar contigo. Por cierto, no vendrá nadie a verte que tú no quieras que venga. Para recibir vistas has de ser tú quien dé el permiso.

-Gracias.-su voz ahora era débil, aquel hombre alto, tenía la llave para hacerla pequeña.- Si voy a llamarle por su apellido Dr. Entonces, tendrá que hacer usted lo mismo, ahora adiós, que tenga un buen día- Su tono era otro, pero había necesitado todas sus fuerzas y ahora la debilidad era manifiesta; necesitaba cerrar los ojos y no pensar. Sobre todo no pensar.

-Me parece correcto Laura. Tienes toda la razón, puedes llamarme Luis si quieres. Que descanses.


En pocos días pudo levantase de la cama y empezar a ingerir comida sólida, luego llegaron los paseos, la necesidad de ser visitada por gente y las charlas con el Dr. Blázquez en el despacho de grandes ventanales. Por lo general no hablaban de nada relevante y si. La infancia como a todos los profesionales del ramo le interesaba mucho, pero el prisma de aquel hombre sin duda era diferente: El se empeñaba en rememorar los sucesos felices y nunca los triste o desgraciados. No le preguntaba por sus progenitores ni quería saber si los reyes magos fueron generosos siempre, ni siquiera, si en la pubertad había mantenido relaciones sexuales precoces. Todo en su vocabulario sonaba a médico especialista pero uno diferente y singular. La razón y la filosofía llevados al campo de la eutanasia y el testamento vital era su escudo favorito, pero con él, la estrategia era además una necesidad. Poco a poco sentía que sus fuerzas flaqueaban y ciertas dudas que antes nunca había tenido respecto al final, su final, la atormentaban en los momentos de silencio y recogimiento interior. Le odiaba por ello. Antes de conocerlo todo eran certezas y ahora las dudas sembraban una mente cada vez más necesitada de afecto.




El día amaneció claro y el sol entraba a borbotones por la ventana abierta del despacho. Laura miraba distraída un pájaro que se había posado en el alfeizar y ajeno a los acontecimientos de la estancia cantaba su alegre canción. La conversación se había detenido y el doctor la miraba con una expresión nueva y desconcertante.

-Laura, me rindo. En éste tiempo he argumentado un alegato de defensa de la vida. Te he mostrado otros caminos, otros prismas, otras corrientes de filosofía alejadas del afecto de la familia, pero ya no se qué más puedo decirte que te convenza o siembre dudas en las certezas que te mantienen aferrada a la muerte.

-Ya te lo dije Luis. Lo que quiero no está en éste mundo. Mi reino es de otra vida sin vida, sin nada, sin Laura.- y sin embargo no había sonrisa, ni triunfo en sus palabras. Por primera vez tenía miedo. Miedo de no volver a ver a Luis. Necesitaba esas charlas, pero no quería reconocerlo, ni retroceder un solo paso. Su mente se rebelaba en contra y la máscara tanta veces esgrimida estaba a punto de romperse en pedazos delante de él.

El la miraba sin pestañear, pero con una tranquilidad que sobrecogía. Cerrando el dosier que tenía encima de la mesa se acomodó en la silla.

-He decidido darte el alta. Quizá me equivoque pero tengo la sensación de que nada de lo que diga cambiará un final que deseas con tanta fuerza. Pero antes me gustaría regalarte un libro.Se que te gusta mucho leer y que la reducida biblioteca de ésta clínica no tiene misterios para ti en tan poco tiempo. Se trata de Lizanía, ¿lo conoces?

-¿Entonces, puedo irme? Así sin más. No te entiendo Luis. Tanto para luego ser como los demás… No sé si quiero el libro.

-Si que lo quieres Laura y también sé que no quieres que te deje marchar. Que entre estos muros has encontrado la paz necesaria para poder pensar y sé aunque lo niegues, que piensas diferente sobre muchas cosas. No. Quiero que arrojes el escudo Don quijote, ¿en serio crees que no veo tus molinos? Quizá necesites un sancho amigo, uno que no sea más que un bachiller de la vida. Sin alegatos de licenciatura, sin medallas brillantes en el pecho de hojalata. Pero realmente no sé si yo puedo ser ese Sancho que necesitas.

-¿Si lo sabes por qué necesitas oírlo?

-Por la misma razón que todo el mundo Laura. Todos necesitamos palmadas en la espalda para saber que se valora nuestro esfuerzo. Aunque se sepa, el afecto debe demostrarse.
Verás te hablaré un poco de mí: yo tengo un perro; uno muy feo y sin raza de esos que la gente llama chucho, pero le quiero mucho. Cuando llego a casa él está ahí. El primer aliado, esperando frente a la puerta cerrada. Mis hijos rara vez salen a recibirme, a pesar de que yo les demuestro siempre el afecto no dejando que se vayan sin darme un beso. Da igual cuantas veces me vaya y regrese él siempre está allí esperando una caricia, un tirón de orejas cariñoso, una palmada en el lomo. Las personas deberíamos copiar de la naturaleza todas las cosas buenas y aprender que las relaciones sociales entre la familia, los amigos e incluso los vecino deberían de ser mucho más afectivas, mucho menos hipócritas. En realidad Laura, tu comportamiento es del todo normal y responde a unos impulsos que se rebelan contra lo antinatural de nuestro mundo social. Nadie da nada por nada. Nadie da nada por nadie.

-Pero los sentimientos nos haces vulnerables Luis, dejamos la puerta abierta al enemigo que se cuela camuflado de amigo; como ese camaleón que pretende ser parte del paisaje y atrapa a la mosca desapercibida. Sentir es sufrir y yo no quiero sufrir más. No quiero sufrir.


Las lágrimas corrían por las mejillas con tanta fuerza que parecían dos torrentes. Se colaban en su boca o caían al parqué formando leves charcos. Algunas se quedaban prendidas del jersey como diamantes efímeros que la ropa absorbía ávida. Aquellos ríos eran el principio de algo que Luis llevaba intentando mucho tiempo: Hacer llorar a la fría piedra.

El doctor se levantó de su silla y salvando la separación que la mesa ofrecía se acomodó a su lado. Tomó su mano con delicadeza mientras la otra se posaba en el hombro.


-Llora piedra, llora todas las lágrimas que oprimen el corazón de gema y déjalo salir. Yo sé que debajo arde un corazón de fuego, uno delicado que apenas es una vela que el viento fustiga. No te calmes, Laura. Deja que la piedra se vaya al fondo del mar mientras tú subes a la superficie.


En un gesto instintivo ella se abrazó al doctor que lejos de rehuirla, la aprisionó contra su pecho. Durante el tiempo que tardan los barracos en ceder al estiaje, Laura lloró y él la abrazó. Poco importaban las normas éticas, los códigos deontológicos o el sun sun corda de la madre que lo parió. La medicina le daba la razón en contra de la química. Todo está en el alma y él había desnudado ese alma de hierro a fuerza de amor, de palabras, de familiaridad, de ceder y ceder para volver a ceder. Soltar la cuerda de la cometa hasta que sea ella quien vuelva a la mano sin viento. Ahora quedaba lo más difícil: construir un dique para el corazón sensible de Laura.

No hay cosas fáciles en ésta vida y todos los caminos tienen piedras, socavones, deslindes y argayos que a veces lo bloquean, pero la tenacidad del que camina puede vencer toda resistencia si se lo propone. Luis y Laura estuvieron caminando por esa senda interior que nunca le mostramos a nadie y muchas veces ni siquiera a nosotros mismo. Detrás de todos los ornamentos, de todo los artificios, se esconde un sendero sencillo de piel y hueso que lleva a nuestro interior y ese es precisamente el único importante de todos los que pueden recorrerse. Con el tiempo el doctor sembró en el camino de laura el amor hacia uno mismo y germinó haciéndose un aliso en la rivera. Uno capaz de ceder a los vientos airados. Uno que sustituyese al roble viejo que yacía sin brazos de tanto romperse en los huracanes de la vida.



Aquella tarde Laura leía en la galería frente a la puerta del jardín. El aroma de la madre selva acariciaba su rostro pétreo de estatua quieta y tan solo al ver pasar las páginas un comprendía que había vida en ella. Luis la observó desde lejos enarcando una ceja al hacerlo. Así calmada y bajo el fulgor del brillo de la tarde más que una enferma gris de la clínica, parecía el hada de las fuentes recién salida del jardín. Con pasos leves se acercó sin hacer ruido y cuando mismo aire de la tarde los envolvió ella alzó la mirada con una sonrisa.

-Hola Luis, ¿llevas mucho tiempo espiando?

-No, acabo de llegar.- mentía-¿te gusta el libro?

-Es el mejor regalo que nadie me ha hecho y si. Me encanta. Con ésta ya son dos las veces que lo he leído y hay partes que no puedo dejar de leerlas. Ha sido todo un descubrimiento. Gracias.

-bueno, a mi también me gustó, pero creo que tú le encuentras más sentido que yo a la descripción de las cosas. Nosotros los de ciencias somos poco poetas.
-Mientes muy mal y lo sabes doctor. Detrás de esa bata blanca se esconde un corazón de león
La mano de Laura acarició la inerte mano del doctor. Temblaba.

-Gracias Laura. Venía a decirte que ahora sí éstas preparada para abandonar la clínica, pero quiero que el reencuentro con la realidad lo hagas escalonadamente.

-Tendrás que echarme de aquí Luis. No pienso separarme de ti. Sus labios volvían a temblabar.

-Sé lo que sientes. Desde hace tiempo que lo sé, pero no es lo que tú crees que sientes. Haz me caso en esto también. De mi mano has caminado por la nueva senda y crees que es otra cosa el vínculo que nos une. No es amor siendo eso mismo. El amor tiene muchos rostros pero no son amantes los amigos. Cuando te quietes la venda y ha de caer como caen las manzanas en el fin del estío, verás que Luis te ama como quiere a sus amigos y tú también lo amas así.


Tengo una amiga que escribe alejada del mundo cerca de la mar, en la Bretaña donde todo son rocas, acantilados esculpidos por la mar y el viento y sobre todo tranquilidad. Quiero que te vayas con ella un tiempo y en esto no hay nada profesional. Digamos que ella me debe un favor y ahora es tiempo de que me haga ella un favor a mi. Al hacerlo se hará un favor a sí misma y otro a ti y juntas podréis hablar de bastantes más cosas de las que hablas conmigo. Una mujer sabe de esas cosas que los hombres solo intuimos y quizá ella tenga remedios para esa espina honda que dejó ese que tú sabes y no nombras.

-No tengo elección ¿no?

-Siempre hay una elección Laura. Tú decides si vas o no, por eso te lo pido como amigo, alejado de la bata y la mesa que nos separa en el despacho. La dirección es esa nota rara que aparece en la última página de ese libro y su teléfono te lo daré cuando me digas que vas a ir.

-Claro que iré. Además no quiero regresar a casa. Allí hay demasiadas cosas que me recuerdan quien no quiero volver a ser.
-Lo sé Laura. Por eso la transición. Además por alguna razón creo que ese paisaje es tan tuyo que no sé cómo no has ido antes por allí. Se llama Sophie y ya sabe que vas a su encuentro.

-Eres un tramposo. Ya sabías que aceptaría y te odio por eso.

-Ódiame, pero dame un abrazo amiga.



Aquella mañana de otoño lloviznaba en el andén de la estación de Brest donde una vieja locomotora arribó despacio. Poco a poco fueron bajando los viajeros llenos de maletas y sonrisas o caras serias, para encontrarse con otras almas que en la espera aguardaban su llegada. A muchos no les aguardaba nada más que un taxi vació, una parada de autobús o las largas calles que conducen al puerto donde la mar siempre aguarda quieta. En mitad de los grises adoquines y bancos fríos de metal una figura de mujer, alta como la torre de un faro aguardaba debajo de un paraguas con los vivos clores del arco iris. Su rostro atemporal de estatua clásica estaba serio aunque en la comisura de los labios unos imperceptibles síntomas de sonrisa pugnaban por salir a la lluvia.



Laura bajó del vagón y se acomodó la mochila a la espalda, luego protegiendo con las manos el libro comenzó a caminar en dirección a la salida de la estación ferroviaria. Miraba con atención a todas partes buscando a la misteriosa amiga del Dr. Blázquez, ya que según le había confirmado por teléfono, acudiría a recogerla. Ella no vivía allí, sino que su casa solitaria miraba a los acantilados de Saint-Mathieu, desde donde puede verse en los días claros a la ile Mòlene luchar contra los temporales. Durante el largo viaje se había imaginado como sería ella: Alta baja guapa y no. Pero en todas las imágenes había mar y algas y manos blancas con dedos largos, muy largos. Como un junco a la vera de un gran río. Cuando la tuvo delante algo en su interior le dijo: Ahí está, es ella. Entonces su sonrisa nerviosa se disparó y sus pies la arrimaron al ala de su paraguas.

-¿Sophie? Eres tal y como había imaginado. Hola soy Laura.

La delgada lluvia resbalaba perlando el rostro que aquella luz grisácea de la mañana iluminaba de forma singular. Él atuendo de ambas chicas no podía ser más diferente y sin embargo un observador no muy agudo habría encontrado la similitud entre ambas.
-En efecto Laura, soy Sophie. Bienvenida.- guareciendo a Laura con el paraguas empezaron a caminar en dirección a la salida- Vamos, tenemos un largo camino hasta casa por esas carreteras que dibujan la costa hasta el cabo, así podremos empezar a conocernos un poco. ¿Qué libro es?

-Es un regalo de nuestro común amigo: Lizanía.¿lo conoces?
Sophie se detuvo y la miró durante un segundo sorprendida, luego continuó caminando con una sonrisa misteriosa.

-Sophie tus muñecas…- dijo Laura con un hilo de voz rota.

-Si, Laura. Tenemos mucho más en común de lo que te imaginas. ¿sabes? Yo también guardo ese ejemplar en la biblioteca de mi casa con especial emoción. Aún lo leo. Por cierto ¿ te gusta la pintura?...


Las dos figuras ahora abrazadas debajo del paraguas se perdieron en el marasmo de cuerpos que abarrotaba la estación; pronto su silueta se perdió en la lluvia y de vez en cuando entre los paraguas blanquinegros asomaba por encima del río de gente que es la ciudad uno pintado de arco iris.

Por el lobo que camina.