miércoles, 2 de junio de 2010

El último trabajo



Imagenes:
Foto es luparia
Favian Pérez. balcon a buenos aires
Mónica Castanys.el piano
De la red rosas
De la red veleros
Escha van den Boguerd. relacher 2


Es muy fácil, verá usted: Sale en dirección norte, una cuarta al oeste y cuando aviste la luz del faro de punta lucero, ponga rumbo oeste sur oeste. Media hora a cinco nudos siguiendo el cordal de la costa hasta punta del muerto. En cuanto afloren por detrás de la punta los dientes del diablo, eche el ancla porque habrá llegado. El pecio se encuentra a escasos veinte metros, ¿sabe usted? Allí las rocas forman una meseta submarina repleta de grandes cuevas.¡ Ah! No sabe cuánto les envidio, veinte años menos y me uniría a ustedes.

-Muchas gracias buen hombre, ¿Se toma algo en la casa del mar?

-Gracias, pero he de revisar “La morena” está noche salgo al calamar. Suerte y buena mar compañero.

Raymond y su acompañante se encaminaron despacio hacia al aparcamiento privado del puerto deportivo donde les esperaba un descapotable verde botella.

-¿Crees que se lo ha tragado?

-No puedo saberlo, nunca sé cuando los lobos de mar desconfían: ya son desconfiados, la mar les hizo así.

-Tú no necesitas señas para navegar por aquí ¿verdad?

Él la miró durante un segundo y sin decir nada accionó el contacto. El atronador ruido de los caballos, libres por fin, ahogó toda conversación y el silbido del viento contra el parabrisas y los espejos retrovisores les hizo guardar silencio hasta llegar al hotel.

Ambos se alojaban en la suite Miramar, en la octava planta del Hotel Ensenada, situado en el mismo centro de la ciudad y frente a los tinglados de la trans-océanos. El edificio de dos plantas de corte modernista recortaba en blanco la silueta del “fortuna” con la proa abierta.
El botones recogió al vuelo las llaves del deportivo y con la soltura que da la juventud se puso manos al volante camino del aparcamiento. Raymond seguido su acompañante entraron en el hall del gran hotel a grandes trancos y cuando apunto estaban de entrar al ascensor el recepcionista vino hacia ellos corriendo.

-¡Monsieur Raymond!, espere por favor…

Era alto y musculado. Su metro noventa y seis nunca pasaba desapercibido en la cubierta de ningún barco, pero era la mirada lo que más desconcertaba. Sus ojos de mar eran del todo opacos, como esas aguas someras que no dejan ver el peligroso fondo rocoso, enemigo de los barcos. Refulgían como hielo acerado y pocos eran los que aguantaban su inquisitoria mirada. Muy pocos querían reflejarse en ellos. El cabello moreno que caía ligeramente aclarado por el sol sobre los hombros, nacía sin entradas a cuatro dedos de unas cejas afiladas y prominentes; la barba de tres milímetros perfilada y fina, delimitaba con el borde del maxilar hasta unirse a las patillas estrechas. El cuello se unía a la espalda por medio de uno descomunales deltoides, que junto al pecho le daban un aire de semi dios heleno. Al final de los largos brazos unas manos como remos sorprendían por su agilidad; las piernas eran dos columnas de alabastro que lo cimentaban al suelo con seguridad. . En general, la flexibilidad era su arma. Nadie esperaba nunca que un hombre tan alto se moviera como un felino: silencioso y veloz, por eso, cuando se giró en dirección al recepcionista, éste se detuvo en seco apartando de su cara la sonrisa idiota y servicial.

-Monsieur, ha llegado éste sobre para usted.- dijo enarcando una sonrisa nerviosa al tiempo que iniciaba una reverencia el recepcionista.

-¿Vio usted quién lo dejó?- dijo sacándose la cartera y mostrando un billete azul de banco.

-Desde luego señor: un hombre de mediana edad, bien vestido y sombrero blanco. Dijo llamarse Dr. Armand y me encargó que se lo diera en mano personalmente.

-Muchas gracias Demetrio- dijo leyendo el rótulo del uniforme del recepcionista. Luego le entregó el billete con desdén y se alejó en dirección al ascensor, donde aguardaban el botones y su acompañante.- Que no pasen llamadas a la habitación hasta mañana.

-Si Monsieur Raymond, así se hará.



La suite Miramar era una de las preferidas de Raymond cuando visitaba la ciudad. Diseñada como habitación nupcial, constaba de dormitorio con vestidor, jacuzzi y una pequeña ducha separada con pavés traslúcido, además de la gran sala con barra y terraza acristalada desde donde se contemplaba toda la bahía hasta punta lucero. En el medio de ésta, la isla Bonanza emergía cual fantasma oscuro coronado de verde. No era el más caro, ni siquiera el más prestigioso de aquella ciudad abierta al mar, pero aquel hotel estaba a cinco minutos caminando del puerto deportivo, a dos de la catedral románica y a seis de la tienda de de artículos marinos Cosas, yates y Cía. Andando un poco más se encontraba la biblioteca municipal con su edificio neoclásico de pórtico tetrástilo y escalinata. A sus pies, la estatua de un gran escritor local, descansaba sentado con un libro en la mano mientras su vista de piedra, se perdía en dirección al gran hotel y por fin a la mar. Siempre iba allí para trabajar. En la sección de cartografía uno podía encontrar desde autenticas reliquias, hasta cartas náutica de la marina de su majestad británica.




Al llegar a la habitación Gisela se dejó caer en la enorme cama boca abajo, mientras, él, abría el sobre con cuidado de no rasgar el cierre. No era nada que no supiera ya, pero la colocó bajo el fuego del brasero que caldeaba la terraza. El sol apunto estaba de caer y durante un segundo sus ojos se perdieron detrás de punta lucero, allí, el astro se sumergía en la mar de cobalto, luego, aproximándose a la alcoba, cubrió con su envergadura el cuerpo de Gisela. Al principio no hubo respuesta a las leves caricias debajo de la blusa blanca, ni a los lánguidos besos sobre los hombros desnudos, pero una palabra vertida quedamente junto al oído, hizo que ella despertara de su letargo.


Estaba enfadada, harta de ser florero, la coartada perfecta, la cara amable que consigue cosas. Sentía que su pecho, ahora erizado después de hacer el amor, era aprisionado por una pesada losa que lo hundía. Se levantó desnuda y apoyó la frente contra la cristalera de la terraza. El sol hacía tiempo que se había dormido y tímidas estrellas titilaban en el cielo raso de la noche pugnando con las luces de la ciudad. Recortada por el azabache, las luces rojas y verdes de isla bonanza, parpadeaban indicando a los taciturnos pesqueros que se acercaban el camino hacia la seguridad del puerto.

-Te necesito. Lo sabes, ¿verdad? Dijo Raymond abrazándola nuevamente por detrás.

Siempre llegaba así: silente como un fantasma, como la niebla en la noche.
Ella lo abrazó resguardándose en el seno del pecho protector y emitiendo una queja se dejó hacer.

-Vamos a la cama, cielo.- Él la tomó en sus brazos y desaparecieron engullidos por las sombras de la habitación.



El día amaneció soleado y a las ocho en punto el servicio toco a la puerta de la habitación. Raymond duchado, arreglada la barba y vestido de sport aguardaba en la terraza con un dosier de lomos azules en las manos. Se oía el sonido de la ducha y una nube de vapor inundaba la suite. El camarero sirvió el desayuno en la mesa blanca de la terraza con parsimonia eficiente, recreándose en esos detalles que enseñan en la escuela de hostelería privada. Zumo de naranja natural, croissant a la plancha con mantequilla y mermelada de frambuesa, café solo, té inglés fuerte y aromático, queso curado y una manzana bermeja.

-¿Desea el señor alguna cosas más?

- Si, haga que me acerquen el coche a la entrada, por favor.- De su mano se desprendió un billete de banco que el camarero hizo desaparecer con la rapidez de un prestidigitador.

- así se hará señor, muchas gracias.


Gisela apareció con un vestido entallado de rayas blanquiazules por encima de las rodillas, con el peine se cepillaba el cabello aún húmedo que ella secaba sin secador de mano. Hasta Raymond llegó el aroma del acondicionador, la crema corporal, las dos gotas de perfume francés que ella vertía sobre su cuello de cisne, y al cerrar los ojos se hizo más y más intenso. Sintió ganas de hacerla el amor allí mismo, pero el reloj no perdona en cuestión de negocios. Debía irse ya.
-Te vas ¿verdad? Nunca me cuentas nada. Solo me utilizas, te odio. -Dijo ella en lugar de los habituales buenos días.

-Si te lo contara todo tendrías la misma soga al cuello que yo. Un día no estaré y entonces agradecerás que solo te haya reservado mi mejor parte, sin lagunas oscuras, ni rocas afiladas. Estás preciosa por la mañana, amor. Dame un poco de esos labios antes de que parta.- Dijo sonriendo.

Ella se giró dándole la espalda y su figura se perdió en la habitación; aquel movimiento de caderas le volvía loco, realmente era un tipo con suerte.
Se levantó de la mesa apurando el té, luego introdujo la manzana en el bolsillo derecho de la americana y se encaminó hacia la puerta, Gisela se había metido en el cuarto de baño; cerró sin hacer ruido y tomo el pasillo de la derecha hasta las escaleras, siempre bajaba caminando. En la entrada le esperaba el descapotable, dio un billete al botones y se alejó de allí camino de la carretera del faro. Miró el reloj: eran las ocho y treinta y dos. El trayecto a lo sumo y contando con el tráfico, le llevaría diez minutos, lo que le dejaba tiempo para hacer ciertos deberes que su profesión le exigía.

A las ocho y cuarenta estacionó el deportivo en la alameda en dirección opuesta al sentido por el que había llegado. Luego caminó hasta la entrada del campo de golf. El guarda y él se saludaron y enseguida se acercó a la cafetería. No había nadie aún. Fue al servicio, inspeccionó la puerta de proveedores y por fin pidió un zumo de naranja natural colocándose en la mesa del fondo de cara a la puerta.
El reloj dio la hora y por la puerta aparecieron tres hombre, uno de ellos con sombrero y maletín. La cosa empezaba mal. El señor del maletín y el más alto se acercaron hasta la mesa.

-Buenos días señor Raymond.

-Nada de nombres, si no le importa. Y esto no es lo acordado. Solo, significa eso mismo.

-No se enfade…La vida está llena de cambios y hay que adaptarse- dijo al tiempo que enarcaba una sonrisa cínica.

-Desde luego, por eso mismo ya no hay trato. Ahora si me disculpan, tengo mucho que hacer.

-No se precipite, hablemos… dijo mirando al acompañante al tiempo que asentía con la cabeza.

El hombre alto se situó al lado derecho del hombre del maletín con gesto más bien amenazante.

-Ya hemos hablado lo necesario y diga a su lacayo que se aparte antes de que tenga un accidente grave- su mano de babor se tensó y con la de estribor a la altura del botón de la americana se dispuso a irse.

- A mí nadie me deja plantado, ¿me oye?

Raymond se detuvo a dos pasos de la puerta y sin volverse contestó.

-La vida es cambio. Debió venir solo.Dijo mientras se encaminaba a la puerta de la cafetería.

El hombre de la puerta miró a su jefe, pero antes de que pudiera hacer nada, Raymond le apartaba con el brazo - hazlo y saldrás en la página de sucesos hoy- Dijo con un hilo de voz casi imperceptible.


Salió del campo a paso acelerado en dirección al deportivo sin dejar de prestar atención a la retaguardia; con suma agilidad se introdujo de un salto en el deportivo y salió de allí a toda velocidad. Con los mandos del volante selecciono un número en el manos libres del teléfono y presionó la tecla de llamada; al cuarto tono contestó una voz grave de hombre con acento anglosajón.
-Ha salido mal, búscame otro cliente.

-Eso no puede ser… Vale. Dame unos días, te llamaré.

-No. Éste ya no es seguro. Yo me pondré en contacto contigo, adiós.

A las nueve veintidós llegó a la recepción del hotel abonó la cuenta con propina, devolvió las llaves del deportivo de alquiler y subió a la habitación. Gisela contemplaba la mar desde la terraza: el vestido ahora era de lino blanco y la luz de la mañana se filtraba por él remarcando aquellas curvas perfectas que tan bien conocía.

-Hola cielo, nos vamos. Haz la maleta.

-Me temo que no. Dijo dándose la vuelta despacio. Yo me quedo.
Aquello sonaba a problemas y no estaba de humor.

-Piensa bien lo que dices antes de hablar, Gisela.

-Ya lo he pensado. Me quedo.

Él la miró y sus músculos se tensaron. Hubo un atisbo de suplica en la mirada, pero luego el frio se hizo glaciar. Con un solo movimiento cerró tras de sí la puerta de la terraza y se dispuso a recoger el ordenador y la pequeña bolsa de mano, al agacharse asomo la culata de la glock 9 milímetros que llevaba prendida del cinturón. Por alguna circunstancia, el mundo se plegó a su alrededor mientras bajaba las escaleras y todo se tornó confuso. No podía pensar con claridad, y era precisamente lo que debía hacer en ese momento. Se detuvo en seco, respiró hondo cinco veces y cerrando los ojos, se deshizo de la losa que atenazaba su pecho. Cuando los abrió eran nuevamente dos icebergs flotando en la inmensidad de un mar opaco. Sus pasos se encaminaron a la puerta del fondo: solo personal autorizado. Aquellos laberinticos pasillos conducían a la calle de detrás de hotel y de allí tomó la avenida que muere en la biblioteca para una vez llegado a ella torcer a la derecha y ascender por la pronunciada cuesta que lleva a la parte alta de la ciudad. Al final de aquella larga avenida según recordaba, había una oficina de alquiler de vehículos con el anagrama en letras verdes sobre fondo blanco

-Buenos días, quería alquilar un vehículo.

-Buenos días señor, ¿para cuándo lo desea?

-para ahora mismo, si es posible.- En su mente se materializó el plano de aquella ciudad con las oficinas alternativas exceptuando puerto y aeropuerto por cuestiones obvias.

-En estos momentos solo disponemos de un Volkswagen polo… -La dependienta observó el traje arena de corte italiano y los zapatos de piel por un momento y se centró de nuevo en el ordenador- Pero si espera a primera hora de la tarde,- dijo nuevamente- podría acercarle desde otra sucursal nuestra uno de nuestros vehículos de alta gama.
Raymond sonrió.

-No te dejes impresionar por el uniforme cielo, soy de infantería. Ese Polo me viene de perlas, así me ahorro algo de la dieta: hay que economizar…
Ella levantó la mirada y por primera vez lo observó con detenimiento. Sonreía cómplice.

-Entonces no se hable más, si me permite una tarjeta de crédito y un carnet de conducir, te lo llevas puesto.

-Aquí tienes, guapa. La foto es de diario, uno cambia arreglado.

-uhm, me gustas más de uniforme soldado…Patrick Basterra. ¿Eres del otro lado del charco?

-Solo mis padres. Yo nací aquí al lado- dijo él mirando hacia la puerta.- Ah, la oficina de devolución barajas, un día de alquiler.

- Pues si que te mueves niño… ¿Donde dormirás hoy?- ella miraba le miraba sosteniendo la mirada. No había frio en ella, ni en él.

-Con gusto lo haría entre tus brazos, pero me esperan mañana en Hamburgo. Claro que, tengo que volver, y para entonces, será la hora de tomar una copa después de otra dura jornada. Qué me dices.

-Que son noventa y cinco euros más el depósito de daños, Patrick. Firma aquí abajo.
El dobló la copia con cuidado y la introdujo en el bolsillo de la americana junto a las llaves del vehículo luego se dispuso a irse.

-Que tengas buen servicio guapa, ha sido un placer- dijo con su mejor sonrisa.

-Es el azul Rávena que está aparcado en frente, el depósito está a la mitad… Oye Patrick…

- Qué- dijo él dándose la vuelta justo al salir por la puerta.

- Salgo a las veinte treinta todas las tardes de lunes a sábados y me llamo Mar.

-Mar, ¿has navegado alguna vez de noche?

-Ni de noche, ni de día, Patrick.

-Cuando salgas por las tardes mira hacia el banco de la plaza, si hay una rosa abandona en él, búscame, no andaré muy lejos. Hasta la vuelta Mar.

Ella lo observó irse y suspiró. Estaba deseando volverlo a ver. -Hasta la vuelta soldado.- dijo para sí.



Durante las cuatro horas exactas que duró el viaje por esas carreteras de rectas interminables, de campos sembrados de trigo verde que es castilla, repasó cada una de las conversaciones, de las miradas, de los silencios, buscando el motivo de la defección de su compañera: siempre hay un motivo oculto o no. Barajó posibilidades, probabilidades, permutaciones, sin ignorar ni una sola de las combinaciones posibles y al final, con dolor amargo en el corazón, sopesó el resultado: no lo entendía. Aquella ecuación tan simple se le antojaba disparatada, pues él, en su balanza ya había dado por cierto que ella le amaba, pero quizá se equivocaba: siempre lo hacía. Ese era su error repetido hasta la saciedad, pero, uno que no le importaba repetir pues estaba dentro de su naturaleza confiar en el amor. Aquella confianza no bajaba la guardia y por eso se encontraba de camino a otra ciudad, donde si todo iba bien, solventaría el entuerto de forma favorable para él.

Paró en la gasolinera junto al mítico circuito un tanto olvidado ya. Quería estirar las piernas. En todos los años de buzo nunca había fumado, si acaso, unas pocas caladas de tabaco con hachis después de las inmersiones para relajarse, pero eso era en su juventud, y ahora cuidaba su cuerpo.

Se deshizo del teléfono en la primera papelera que encontró y tomo el auricular gris de la cabina junto a los lavabos de la estación de servicio. Marcó un número con rapidez milimétrica y aguardó.

- Asesoría Holden ¿Dígame?

- Con el señor Gamarra por favor.

-¿De parte de quién?

-De Álvaro Pazos.

-Espere un momento por favor.

Sonó la música de espera: Stabat mater kv 631 vivaldi. Su mente por un momento se relajó y con la mirada perdida más allá del horizonte de asfalto que es la ciudad canturreó entre dientes.

-Señor Pazos, le paso con el Sr. Gamarra.

-Hombre gallego, cuánto tiempo sin saber de ti. ¿Qué se te ofrece?

-Hola Fidel. Un negocio: arte. ¿te interesa?

-Depende. ¿ya no trabajas para el holandés?

-Ya sabes que no tengo amos.

-Bien. Pásate a última hora por el despacho y hablamos.

-mejor te espero en la Fontana a eso de las ocho, mesa para dos.

-De acuerdo, pero tendrá que ser a las siete y media…

-Bien, pero no tardes ya sabes lo poco que me gusta esperar.





Dos hombres seguidos de un tercero entraron en el hotel, los más altos se encaminaron al ascensor mientras el otro se acercaba al bar del junto a recepción. Gisela, vestida de vaqueros y blusa blanca salía con cara de pocos amigos cuando fue abordada por los recién llegados que la sujetaron del brazo.

-tiene que acompañarnos señorita.


Uno de ellos sacó una placa falsa de policía mientras el botones atónito permanecía con la boca abierta. Entre empujones fue sacada del hotel e introducida en una limusina alemana con los cristales tintados que aguardaba en doble fila.

-¡Armad!- dijo Gisela sorprendida- Todo esto no es necesario, yo no sé nada y tú lo sabes siempre me mantiene al margen de sus negocios…
-No has cumplido tu parte, solo tenias que retenerlo hasta mi llegada. Cuéntame lo de ese barco.

-El “seawolf” un fuera borda del puerto deportivo, pero también se ha interesado por otro, un velero, el “blue meezan” y hablaron de los dientes del diablo y un barco hundido.

-Tonterías, eso solo es la coartada.

En el asiento de enfrente un hombre rechoncho con sombrero y maletín sonreía de forma siniestra

-Armand, deja que yo le saque a ésta puta lo que sabe…

-¿Ves? No te creemos del todo. Tú sabes más de lo que aparentas bonita. Díselo a tu buen amigo Armand y no te pasará nada.

-De verdad- Dijo casi al borde de la histeria- no sé nada más, solo que alquiló un equipo de inmersión en una tienda y de la biblioteca sacó algunos mapas de la zona. Íbamos a navegar varios días.

Armand y el hombre del sombrero se miraron asintiendo.

-Bien Gisela, te creemos.- Chofer pare aquí. Ahora vas a dar una vuelta con mi amigo, le dirás todo lo que hablaron con esos tipos de las lanchas y hasta la talla de calzoncillos que usa el cabronazo de tu novio, por unos días serás su invitada, porque te llamará, y queremos hablar con él. Cuanto antes te llame, antes te dejaremos marchar. Lo entiendes ¿verdad?

Ella asintió mientras amargas lágrimas surcaban sus mejillas.
Acababa de darse cuenta de su falta de cálculo al evaluar la situación. Raymond era su único aliado, solo que ya había dejado de serlo. En ese momento supo que él no llamaría nunca más y que la niebla se tragaría su nombre. ¿Quién era en realidad? Eso nunca lo sabría.




En el carrillón de la Fontana dieron las siete y media. Apenas unas un puñado de mesas estaban ocupadas por gente y al fondo junto a la puerta del almacén un hombre de traje beige y corbata aguardaba junto a una botella de agua mineral.
La puerta se abrió dejando entrar al ruido del tráfico y a un hombre de mediana edad con traje azul marino. Este entró quitándose el abrigo y se detuvo buscando a alguien con la mirada, luego miró la hora en el reloj de muñeca y suspiró al tiempo que se encaminaba a la barra.

-Póngame un rioja. Crianza, por favor.

A su espalda un hombre alto vestido de sport con camiseta negra y vaqueros le palmeó la espalda

-No has cambiado gallego, siempre sacando el corazón por la boca a la gente. Un día de éstos matarás a alguien de un infarto, te lo aseguro.

-Eres puntual, pero dime: ¿de quién es ese Audi tan hortera que tienes aparcado ahí fuera?

- Ni me lo nombres…Es el regalo de mi secretaria- carraspeó y continuó hablando-. Éste fin de semana, es decir, ahora mismo tendría que estar de camino a la sierra, donde sé que me espera solo con la ropa interior que le he comprado ésta mañana.
-No te entretendré demasiado Don Juan… - Ambos reían.

-Vamos, la mesa nos espera; el reservado de siempre.

- Buena elección, amigo.

-Camarero, tráiganos una botella de setecientos monjes gran reserva del noventa y cuatro al reservado por favor, y dígale al metre que puede empezar a servir la cena.

-Coño gallego, éstas en todo ¿has elegido por mí?

- Si no te conociera, Fidel, tampoco sabría que ese es el vino que utilizas para impresionar a las damas, en cuanto al menú, el metre nos ha recomendado un menú degustación que lejos hacerte llegar pesado a la cita, te hará llegar con bríos desconocidos.

Pasaron al reservado y cenaron bebiendo una segunda botella de ese caldo. En los postre, y tras la explicación pormenorizada de los planes, Raymod Gotié también Álvaro Pazos le miró de forma incisiva.

-bueno, ahora te toca mover a tí...

-¿Cómo sabes que no iré al holandés con el cuento para ganarme su favor?

-Porque perderías un amigo y acabarías muerto en ese apartamento de la sierra. Pero sobre todo, porque en juego hay un pastel tan sabroso que un tiburón como tú, no dejaría pasar. Y si todo eso no te convence, sé que joder al holandés ha sido tu sueño desde que te conozco, y largando el cuento, no solo serias menos rico, sino el hombre que le hará feliz a él.

-Joder, pareces mi mujer, que bien me conoces…Empiezo a pensar que te subestimamos todos gallego. Me place pisar el negocio del holandés, pero el riesgo encarece el precio. Ésta vez será del…

- No me vengas con cuentas Fidel, el precio no lo discuto nunca y lo sabes. Necesito un nuevo nombre, australiano y a ser posible que no sea de un muerto como la última vez. También treinta mil euros por adelantado en mi cuenta de las caimán. Esa la conoces.

-Bien , no es problema, el martes lo tendrás, pásate por el despacho a recoger el pasaporte

-no, nos veremos aquí. Además tu despacho y los teléfonos están vigilados y hasta puede que también lo esté tu casa-

-Eso no puede ser. Yo tomo mis precauciones.

- Bueno, no es seguro y de ser cierto estarán en la fontana cerca de sol esperando como idiotas.

-¡Claro! No había caído. Solo tú y yo llamamos así a Casa Iñaxio.

-Si todo sale bien, Fidel, ésta será el último trabajo que realice.

-Terminar a lo grande y cortarse la coleta, como los toreros. Es un pastel muy gordo, yo también lo haría, pero no estoy solo como tú. Oye, ¿y esa chochito que iba contigo la última vez?

-Ella jugaba a dos bandas, la terminé.

-Vale, siento haber preguntado. Tú eres de los que se enamora gallego y eso no es bueno en vuestro oficio.

- Mi oficio es la mar, esto solo es para pagar facturas.

-¡Que jodido! Ya no quedan tipos como tú en el negocio, si piensa en volver a trabajar alguna vez cuenta conmigo, me hace falta un socio.

-Yo trabajo siempre solo, pero agradezco el cumplido. Entonces el martes nos veremos, no me llames, lo haré yo. Cuando lo tenga te llamaré y en ésta misma mesa te diré cómo y dónde podrás recogerlo.

Ambos sellaron el acuerdo con un apretón de manos y se despidieron.
La noche era fría pero con el vapor del vino ni se inmutó. Caminó por la avenida durante largo tiempo con la cabeza muy lejos de allí. En su mente ordenaba los acontecimientos y maldecía. Todo podría haber sido de otra manera pero siempre le tocaba bailar con la más fea. De pronto se paró, observó a su alrededor: la calle era un hervidero de vida y luces de neón. La ciudad celebraba la llegada del descanso semanal, unas jóvenes se cruzaron con él;reían. Ajeno al mundo, suspiró y continuó caminando.


Los apartamentos Monte casino estaban algo alejados del centro de la ciudad, pero no demasiado. Era un barrio residencial y tranquilo donde la gente ni se conoce. Álvaro pulsó el timbre de la recepción y la puerta se abrió al instante.

-Estamos completos señor- mentía la recepcionista.

-Seguramente, pero yo tengo reserva a nombre del señor Patrick Basterra.
La recepcionista comprobó en el ordenador y articulando una sonrisa asintió con la cabeza.

-Si, así es, disculpe. A estas horas no admitimos clientes. Su habitación es la Doscientos seis, como siempre señor Basterra, bienvenido de nuevo

-Claro sobre todo si no van de traje, pensó para sí.- Bien, que me despierten a las seis y diez.

La habitación era espaciosa, situado en la segunda planta del edificio. Contaba con una pequeña cocina, salón amplio dormitorio con cuarto de baño y vestidor. La terraza daba a la piscina que ahora por ser invierno nadie utilizaba, pero él si.


A la hora señalada sonó el teléfono de la habitación. Era el recepcionista.

-Buenos días Señor Basterra, son las seis y diez.

-Gracias, muy amable. Necesitaré un coche de alquiler para ésta mañana, ¿puede gestionarme usted los trámites?

-Desde luego, señor, con mucho gusto.

-Bien avíseme cuando llegue, gracias nuevamente.

-No hay de por qué, señor, para eso estamos.


Con el albornoz del aparta-hotel bajo a la piscina. Todo estaba dormido, incluso el agua inmóvil parecía dormitar ajena a la brisa fría de la mañana. Sin hacer ruido se introdujo en las aguas gélidas rompiendo su quietud. Ese era el mejor momento del día. Largo tras largo apartando las aguas con las manos para avanzar, solo concentrado en respirar acompasando los movimientos. El ritmo en la cadencia regular de inspiración y expiración bajo el agua donde todo es silencio y latidos de corazón. Cuando uno nada, se aleja del mundo y regresa al interior donde la voz del yo puede oírse tan clara como se ve la luz de la mañana en los días claros.
Tras una hora de ejercicio subió a la habitación donde le esperaba una ducha tibia y relajante de diez minutos exactos, luego el desayuno a base de zumo de naranja, un té humeante con una nube de leche fía y un par o tres piezas de fruta.
Eran las ocho y media cuando descolgó el teléfono de la habitación, y tras pulsar el cero marcó un número sin dudar.

-¿Dígame? Contestó una mujer extrañada al otro lado.

-Buenos días ¿está su marido?

- si, espere que le aviso, no cuelgue, ¿de parte de quien?
-Raymond Gotié

-Buenos días, Raymond. Esperaba su llamada. Le dije a mi mujer: ese chico es de ley, llamará, ya lo verás.

-Pues no sé qué decirle, digamos que tengo palabra. Quiero proponerle algo: le compro el barco. Bueno se lo compra un amigo mío australiano, pero eso ya se lo explicaré en persona, es muy largo de contar.

-Por todos los diablos… Me dejas frío. Realmente no está en venta. Déjeme pensarlo, deshacerme de él no va a ser fácil, muchas horas de trabajo, es como mi hijo ¿sabe?

-Claro, lo sé Joaquín, no hay prisa. Quizá por eso mismo lo quiero comprar: es un barco con historia que ha sido mimado por manos sabias y hechas a la mar. Desde luego estará en buenas manos. Por el papeleo no te preocupes, yo me encargo de todo.

-Entonces, ¿lo alquilas para el viernes?

-Si, desde luego, eso no cambia, el viernes a las ocho en la dársena, dinero en mano, como acordamos.

-Vale, bueno, pensaré en la oferta. Si, lo pensaré, hasta el viernes.






Aquella tarde el calor había sido insoportable y para colmo de males el aire acondicionado se había estropeado. La persiana de la oficina comenzó a bajar lentamente mientras el motor hacía chirriar los goznes metálicos como el rastrel de un castillo de película. Ahora el sol, antes de declinar detrás de los edificios, en agónico estertor doraba el banco de la pequeña plaza junto a la fuente donde jugaban unos niños. Por un momento ella se dejó cegar por el astro como queriendo absorber los últimos haces de luz y cuando abrió nuevamente los ojos lo vio: sobre la madera ajada por la lluvia y el sol una rosa envuelta en celofán transparente dormía abandonada encima de una hoja carmesí. Quizá una imagen, un gesto, un mirada sirvan para alegrar un día aciago y por eso ella comenzó a sonreír. Mientras se iba acercando su corazón descarrilado amenazaba con salirse del pecho y solo la estrechez de la boca impedía que se saliese por ella. Con manos temblorosas asió la rosa, se la acercó a su tímida nariz para impregnarse de la fragancia; luego como espoleada por una voz interior comenzó a buscar con la mirada en derredor suyo. Nada. No había más que niños felices jugando a salpicarse con el agua clara de la fuente que el sol irisaba con dulce fulgor. Sus ojos se precipitaron sobre la hoja. Estaba cuidadosamente doblada en cuatro tramos idénticos como si fuese un acordeón pequeñito con el fuelle desplegado. La tomó en su mano, y sin atreverse a leerla, la apretó contra su pecho.

Fue en ese momento cuando las piernas dejaron de sujetarla y tuvo que sentarse. Todo temblaba: temblaba la vida sobre la acera dorada, los árboles y sus delgadas ramas, temblaba el corazón en el pecho que subía y bajaba inquieto, Por fin leyó la nota y las letras se empeñaban en brincar cambiando de línea, desordenando las frases a su antojo. Con un suspiro las aquietó y pudo descifrar en parte su contenido: volvían a moverse. En el final se instaló el comienzo y quiso ser un bucle para poderse aprender aquellas frases entrecomilladas.
¿Era posible que todavía hubiera románticos? No. El acero de sus ojos escrutó la carta, leyó despacio, pero si. Si, y si mil veces si. Latía con fuerza todo: la fuente, los niños, las baldosa de la acera. Aquello era cierto. La realidad la pertenecía por una vez ¿por qué si no un hombre iba a tomarse aquellas molestias? pero ¿y si era solo el escenario de una obra de teatro? A ella le gustaba el teatro y la ópera, aunque nunca iba, quizá por eso se absolvió concediéndose el pecado. No, no había pecado en ello: era sólo un espejo que rompía la rutina. Por una vez ataría al miedo. Leyó de nuevo, ahora en alto, como para confirmar que aquellas letras eran una realidad plausible:

“ Al sur, por la calle que baja hacia el puerto lleva el camino que muere en la mar. Allí en el embarcadero un velero aguarda amarrado tu llegada. No pierdas la rosa, ni ésta carta, pues sólo ellas habrán de concederte la entrada franca a la mar”
Dársena 13 “ Selene”
Patrick B.

-¿Señorita se encuentra bien? Dijo el niño rubio que la miraba con los ojos abiertos como ventanas al alma.

-Si cielo, nunca he estado mejor- y con su mano acarició la barbilla de aquel niño que quizá, solo quizá, fuera otra señal de esos dioses imaginarios que adoran los hombres con miedo a la vida.

Apenas quince minutos caminando la separaban del puerto y mientras se acercaba a él iba imaginando la escena. En ella Patrick vestido con aquellos pantalones arena de lino, la camisa marrón sin abotonar en la cubierta de un gran velero de película. Por algún motivo todo estaba en blanco y negro salvo él. Las luces de la tarde dorando la mar, su cabello recogido en una coleta brillando y aquellos ojos glaucos desnudándola con deseo.

Justo cuando sus pies pisaron la tablazón de la dársena se percató de su apariencia. Se detuvo en seco ¿Qué clase de chica acude a la primera cita con el pantalón pitillo negro, la camisa y el fular en el cuello de la ropa de trabajo? Quiso desaparecer y que la mar tragase su cuerpo. Apenas unas hebras de perfume, de rímel y el gloss de labios de la mañana eran todo su patrimonio. Apunto de la lágrima, hubiera matado por cualquiera de las prendas que en su armario dormían olvidadas. No, así no. Pero se no se negó a si mima. El sabría ver lo esencial y si no, nada iba a importarle.

Con la carta en una mano y la rosa en la otra, con el bolso negro sujeto con el antebrazo al cuerpo fue clavando la vista en los números pintados que nacían desde el uno indicando el pantalán, recorrió las tablas flotantes hasta llegar al número fatal. Nunca había sido supersticiosa y por eso no le importó lo más mínimo aquel presagio, que por otra parte quizá, solo quizá era un augurio de tiempos sin duda mejores: el futuro siempre ha de serlo.

Un hombre de gesto adusto la observaba desde un yate pintado en blanco.

-Señorita, ¿sabe leer?- dijo señalando un cartel oxidado.

De pronto una voz salida de entre los mástiles dormidos de un velero tronó, y el fulgor de un cielo sin sol dorado en naranjas pareció cobrar vida en el horizonte. De pie, erguido sobre el mayor un hombre alto como la cima de una montaña, aferraba un cabo con su mano de estribor.

-Si, ella sabe leer perfectamente, ahora lea mis labios: métase en sus asuntos o tendré que meterme yo en los suyos.

Por un momento pareció como si el cabo que sujetaba entre las manos crujiese e incluso la mar que acunaba los barcos quedó quieta. El hombre miró evaluando la situación y por fin desapareció murmurando con la cabeza gacha bajo la cubierta de su embarcación.

-Veo que traes el salvo conducto, Mar…

Ella agitó ambas manos enarcando una sonrisa

-Pero hay un problema: no sé nadar.

-Por eso no te preocupes, no pienso hundir el velero, mas si tienes tiempo, quizá pueda enseñarte a hacerlo.

Entonces de un salto llegó hasta ella y tomándola en sus brazos subieron a la embarcación.



El cielo era una amalgama de añiles que avanzaba hacia el poniente donde los últimos vestigios del astro moribundo aún reinaban. El Selene navega impulsado por el lento motor de gasoil y desaparecido el espigón con su baliza luminosa, Patrick dejo el timón en las manos inexpertas de su acompañante.





-Cargar velas es todo un arte,- decía Patrick mientras izaba la de génova en el velero- ahora que la tecnología nos ayuda, un solo hombre puede gobernar una embarcación. Es un acto de egoísmo que nos empobrece miserablemente. La mar siempre ha requerido de manos que se aúnen en la misma dirección, como la vida que sin duda es como un barco. Antaño los tripulantes de un barco llegaban a ser no solo hermanos de mar y tormentas, sino que en tierra, los vínculos permanecían invariables con el paso de los años. Yo navegué con fulano, y dicho ésto, un silencio que penetraba la sangre, se hacía. Una nube pasaba por los ojos de los hombres y todos comprendían la renuncia que muchas veces- casi todas- es la mar. Se dependía del compañero para todo, en los momentos de ocio se trenzaban el cabello en la cubierta- siempre largo hasta que la moda cambió-, pero la mar nunca está quieta. Se aprendía del veterano y sus muchos días de mar, observando las olas, las nubes, el cielo rojo del amanecer. Hoy nos conformamos con mirar la pantalla de tal o cual instrumento creyendo que todo depende de los números, coordenadas, vectores.

-¿Tu padre era marinero Patrick? Dijo ella aferrándose a la rueda tal y como le había indicado él. Un sentimiento de bienestar le recorrió el cuerpo: la brisa en el cabello, el aire impregnado de sal, la noche cerniéndose sobre ellos con sus miles de estrellas. La vida puede ser maravillosa a veces.

- Ni siquiera le gustaba el mar. Vivió toda su vida encerrado en el terruño pobre y hostil de una hacienda alquilada a un señorito. Decía que si dios, su dios cristiano, hubiera querido que nos adentráramos en él, nos habría dotado de agallas como a los peces.

-Entonces, ¿de dónde nace tu amor a las velas y los barcos?

-De los libros. Allí entre sus páginas navegué por los mares que otros habían imaginado o vivido, un buen día decidí comprobar si todo aquello que los personajes sentían acerca de la mar era cierto. No me defraudaron. Era aún mejor que lo que el autor más pródigo en descripciones pueda llevar al papel.

-¿Has navegado mucho?

-En un tiempo fui marinero, pero se gana más si eres tú el que dirige el barco, por eso me saqué el título entre faena y faena. Éste es mi sueño Mar, el Selene.

-¿De verdad es tuyo este barco? No me estarás engañando para impresionarme.

-Aun no lo es, pero eso solo es cuestión de tiempo. El dueño no sabía que iba a vendérmelo. En cuanto a lo otro, sino te he impresionado ya, es que no sé hacerlo. Soy lo que has visto: un hombre sencillo que vive de sueños.

-Pero los sueños no se comen Patrick…

-¿Quién te ha dicho eso? Son el alimento del alma y sin ellos caminaríamos como muertos por la vida. Algunos hacen que sus sueños no solo nutran su espíritu sino también la carne y la materia. Hubo sueños que alimentaron familias.

-Me gusta como hablas, Patrick. Háblame así durante toda la noche, quiero empaparme de ti.

Él se acercó y abrazándola por detrás puso sus manos encima de las de ella en el timón.

-Te hablaré y no solo así sino con mis silencios para que sepas que no todo se dice con palabras.


En aquel momento ella quiso soltarse del timón y besarlo. Quiso que él la amara sobre la cubierta de aquel barco. Llenarse de su esencia hasta doler, sorber su aliento, derramarse en él; pero él no la soltó y siguieron navegando con estruendo de los latidos bajo la piel mientras la respiración se aceleraba vertiginosamente al tiempo que cientos de mariposas arañaban el vientre. En aquel momento ella supo que ya no podría vivir sin aquellos brazos.



En el horizonte se remarcaban en azabache las oscuras rocas de la costa. La mar de cobalto era ahora una sábana ondulada de tinieblas donde la brisa pintaba en plata las crestas de las olas que morían en la lejanía. Patrick giró bruscamente la rueda del timón y haciendo gualdrapear la vela, puso la embarcación en facha; luego accionó el conmutador y el ancla se hundió en las oscuras aguas. Con los ojos clavados en los de ella la desnudó despacio deteniéndose en cada pliegue, besando cada centímetro que la ropa había dejado al descubierto. Hubo temblor de labios, de miembros, temblaron los besos y las caricias hasta que en una vorágine frenética se abrazaron salvajemente. Ella lo desnudó arrancándole la ropa y desnudos los dos sobre la cubierta se amaron tan despacio que cada suspiro parecía congelar el cielo estrellado de la noche.



Yacían abrazados cuando él se levantó y ante los brillantes ojos de ella se calzó un traje de neopreno.

-tengo que abandonarte por una par de horas, cuando regrese te contaré una historia y entonces tendrás que decidir.

-Estas casado ¿verdad?- dijo una voz fría que ella misma no reconoció como suya.

-No seas tonta. No es eso y lo sabes. Puede que te guste lo voy a proponerte, pero tendrás que esperarme para saber.

-Te esperaré, pero no tardes o tendré que ir a buscarte.- Una sonrisa iluminó su rostro



El tiempo que hasta ese instante había volado empezó a arrastrarse y cada minuto era un tormento eterno que se demoraba. Ella bajó al camarote y sin quererlo se encontró curioseando cada recoveco del escritorio. Encontró cartas náuticas, viejas fotografías en blanco y negro de un niño delgado y alto con mirada cetrina, postales antiguas, un libro de poemas dedicado: para Álvaro con amor. Mamá; una guía de viajes de Australia, una agenda que no era una agenda donde todo estaba escrito en clave y un portarretratos con una fotografía reciente y rota donde el brazo seccionado de alguien lo abrazaba por la cintura, de fondo la silueta de un faro estaba difuminada. De la repisa junto a la cama tomó un libro de tapas azules: “relatos del gran lobo gris” y encendiendo el flexo se puso a leer desnuda sobre la cama.




Patrick llegó a la cubierta cansado con algo bajo el brazo, y desprendiéndose del traje de neopreno y las botellas, fue al camarote. La luz estaba encendida en la habitación y mar desapercibida de su llegada leía un libro. La luz del flexo caía sobre los pequeños pechos iluminando su forma. Las piernas recogidas sostenían el libro con ayuda de las manos y en la sombra umbría se adivinaba el sexo desnudo. Un mechón rebelde fugado del recogido del cabello se precipitaba sobre el rostro y de vez en cuando ella lo hacía elevarse al resoplar. Era hermosa. Así, concentrada en la lectura, su gesto se relajaba hasta parecer una niña feliz, pero era la profundidad de los ojos de café lo que más le desconcertaba: su mirada era asfalto y solo raras veces se deshacía en ternura. La primera vez que se miró en ellos, en aquella tienda de alquiler, sintió una espada atravesar su costado y cuando mantuvo la mirada, ella soportó el frio de sus ojos albos. No era frecuente. Con todo, había una pena encerrado en ellos: una tristeza semejante a las estatuas del cementerio de su pueblo natal junto al mar. En ellos podía leerse el viejo código de la verdad que encerrada entre amenazantes espadas destacando como la luz en la noche. Por aquella razón algo en su interior le decía que debía ser sincero y en vez de jugar a ciegas le enseñara el tablero de juego y todas las formas que en él lidiaban.
Aún mojado, se tumbó junto a ella y en su regazo depositó un porta láminas estanco con cierre de rosca hermético. Ella lo miró con sorpresa y sin prestar atención al objeto le abrazó. Sus pechos acariciaron el torso desnudo de él mientras las manos de ella jugaban a recorrer la cintura. Una de ellas penetró en la sombra de los muslos de piedra al tiempo que su boca aprisionaba el labio inferior de él.

-¿No vas a abrirlo? Dijo él aun con el labio aprisionado

-Puede…Pero primero quiero que sepas cuán sola me has dejado aquí.- dijo iniciando el lento juego del amor. Él se dejó hacer.


La noche pronto echó el cierre y en el horizonte fueron apareciendo tímidos rayos de sol. Agarrados al edredón salieron a la cubierta del Selene y abrazados se sentaron en la popa en silencio. La luz de la mañana lamía la mar y la embarcación y en el cielo las nubes se pintaban de carmín.


-Si te tocara la lotería, mar ¿qué harías con el dinero del premio? Dijo de pronto él
-No sé, viajar supongo. Vivir sin ataduras ni anclas. Una parte sería para que nada faltase a mis padres ¿y tú?

-Yo nunca juego con el azar, pero haría lo mismo que voy a proponerte: Dos personas, un barco, un perro, quizá un niño, la mar sin lujos ni diamantes. Ver la salida del sol a diario y en el ocaso despedir al astro.

-¿Es eso lo que hay en el porta láminas? ¿Lotería?

-En cierta forma si. Es el billete de ida a una vida sin trabajo, donde seremos nuestros propios jefes dedicándonos a aquello que de verdad nos mueve.

-¿Por qué yo?

- ¿Y por qué no ibas a ser tú?. Solo di sí o no.

-No te conozco … Tengo que pensarlo.

-El barco zarpa mañana al amanecer. No puedo quedarme más.

-Lo entiendo, espero que tú me comprendas a mí.

-Claro, no te preocupes.


El Selene arribó al muelle despacio impulsado por el pequeño motor intra borda. Mientras amarraban la nave una gaviota se posó en la proa y los rayos del sol bañaron su cuerpo. Mar con el pelo húmedo de la ducha se puso las gafas de sol. Por un momento ambos se miraron y sin decirse nada asintieron al tiempo. Él la observó mientras se alejaba por el muelle, luego tomo el celular y comenzó una mañana llena de llamadas, visita a dos oficinas bancarias y un notario.

-Si ¿dígame?

-Ya está hecho. Busca comprador sin obviar al antiguo dueño, puede que quiera entrar en la puja. Te envío una foto con el Financial times de hoy.

-De acuerdo gallego, cuídate, tu cabeza es valiosa. Te buscan.

-Tranquilo, déjalo de mi cuenta. Te volveré a llamar.


La brisa de la tarde hacia que el cable del mástil sin bandera golpease contra éste de forma regular. Un hombre de sombrero blanco ojeaba la prensa internacional, a su lado una mujer en traje de baño tomaba el sol en la cubierta. Junto a la escalerilla del yate dos hombres de traje oscuro y gafas de sol estaban alertas. En ese mismo muelle pero a varios cables de distancia un hombre con traje de buzo se tiraba al agua para revisar los fondos de una embarcación.

-¿Se sabe algo de ese mal nacido?

-Nada.- Dijo un hombre delgado y pálido de traje gris.
-Maldito. ¿los barcos siguen vigilados?

- Si, pero no ha habido movimiento en los últimos días.

-Demasiado listo. Soltad a la puta, pero que antes le den un escarmiento, ya no nos sirve de nada. El pájaro ha volado. Seguid al abogado, tarde o temprano los tendremos a los dos.

-Es peligroso. El madrileño tiene contactos muy fuertes.

-Eso ya lo sé. Esto es personal.

-Arriesgas mucho en esto, pero se hará lo que dices.

-¡Espera! En esa motora de ahí.

-¿Cuál?


Un hombre alto les saludaba desde una pequeña embarcación neumática que se dirigía a la bocana del puerto deportivo.
En ese instante una terrible explosión los catapultó sobre las aguas verdosas del puerto envuelto en llamas y herido de muerte el yate se escoró haciendo que las llamas lamieran el pantalán. En la dársena los hombres de traje yacían de rodillas aturdidos por la deflagración cuando una segunda explosión les sobre cogió de nuevo tirándolos al suelo. El yate se había hundido dejando un reguero de combustible en llamas y trozos de fibra blanca flotando sobre la mar. Numerosas personas de los otros barcos acudieron en su ayuda pero solo pudieron sacar del agua tres cuerpos mutilados por la violencia explosiva.




En el Selene, un hombre izaba la bandera australiana sobre el mástil de popa y poniéndose las gafas de sol de diadema miró el reloj. El puerto estaba en silencio y solo se oía el tintineo de los cabos sobre los mástiles de los barcos amarrados que dormían en la dársena de madera. De lejos llegó el rumor del viejo reloj de la catedral dando la hora y un sol tímido empezaba a despuntar sobre la mar en la frontera en llamas del horizonte.

Con parsimonia recogió las amarras dejándolas en la batayola junto a la popa y accionando el interruptor, el motor de gasoil comenzó a ronronear bajo sus pies. El hombre se caló una gorra griega de marinero y volviendo la cabeza hacia la ciudad comenzó a mover la palanca: avante despacio.

Justo en ese momento la figura de una mujer aparecía en la dársena arrastrando una maleta naranja con ruedas. El viento ceñía el vestido blanco a su cuerpo remarcando la silueta, Entonces abortando la maniobra caló el motor y de un salto amarró nuevamente el velero al pantalán.

-¿Aún llego a tiempo? Dijo ella saludando con la mano.

-Desde luego, el tiempo es nuestro.- Sabía que vendrías dijo para sí y
sonrió. Todo comienza de nuevo.