tag:blogger.com,1999:blog-26485719867411777532024-02-07T16:13:03.270-08:00Bitácora del lobo Largas singladuras.En la goleta que navega por la mar insomne, existen largas singladuras que en la Bitácora del Gran lobo Gris no pueden tener lugar.
Esta es la mar y aquestas las letras,lean, disfruten, y sonrían.Crepusculariohttp://www.blogger.com/profile/01075567099084570065noreply@blogger.comBlogger23125tag:blogger.com,1999:blog-2648571986741177753.post-63740791518640007192011-01-17T05:57:00.000-08:002011-01-17T06:17:52.871-08:00Un aria para la muerte.<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgywe82G32yI-bGMqCEraJx2pgYjtX9Raf0uQ9WI1OygTYLMzjLbzcPK-WxkYC_2A6IP5nL15Z4zziU1LQhbUNU7LeLo1SOuC9hlCZKAOWXZoudGHm-UUc-jfLnC51XhtWSNJGUEeQ_5oY_/s1600/Venice+fabian+perez.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 320px; height: 320px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgywe82G32yI-bGMqCEraJx2pgYjtX9Raf0uQ9WI1OygTYLMzjLbzcPK-WxkYC_2A6IP5nL15Z4zziU1LQhbUNU7LeLo1SOuC9hlCZKAOWXZoudGHm-UUc-jfLnC51XhtWSNJGUEeQ_5oY_/s320/Venice+fabian+perez.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5563156110569454946" /></a><br /><br />-fabian perez<br />-surman<br />-Mónica Castanys<br /><br />La sala estaba en perfecto orden: las dalias junto a la ventana- abierta de par en par-, la quietud de los cuadros sobre la pared y los ocres de un otoño recién inaugurado, pero el aire ,enrarecido sin motivo aparente, la hizo estremecerse. Buscó la causa de aquel olor desagradable, pero no la encontró. El aroma afilado recordaba quizá a lo que debió sentir Sir Howard Carter cuando quebrantó el sello de aquella tumba maldita en Egipto. Una nausea la embargó haciendo temblar sus piernas y entonces se apoyó sobre la columna intentando buscar ese aire fresco que a las mañanas invade la estancia. Cerró por un momento los ojos y cuando por fin pudo abrirlos, recuperando todo el brío en los músculos, lo vio: Una figura de hombre se recortaba en la penumbra junto al atril de la biblioteca y nada excepto el sombrero oscuro era distinguible a pesar de su cercana distancia.<br />Aquella persona, o lo que fuera, canturreaba un aria de una ópera entre dientes que ella pudo identificar sin mucho esfuerzo; en ese preciso momento entró Germán en la sala y aquella siniestra presencia desapareció entre las sombras de la habitación. <br />Algo nerviosa dio los buenos día atusándose el cabello con la mano izquierda algo temblorosa.<br />-Buenos días Germán.<br />-Buenos días Señorita Laüra, ¿no ha dormido bien? Tiene mala cara, quizá deba prepararle uno de esos desayunos payeses que tanto le gustan…<br />Germán era el encargado de las bodegas Can Bonastre, un balneario hotel ubicado en una finca del siglo XVI a los pies del macizo de Monserrat en el municipio de Masquefa y cuyo entorno era el lugar perfecto para descansar. Muy cerca de la capital catalana, bien comunicado y sobre todo tranquilo. Sus doce habitaciones se reservaban con mucha antelación y más que clientes, allí acudían enamorados del vino que querían descansar en compañía de la naturaleza. En sus ratos libres, más como amigo que como empleado, Germán se convertía en el chofer y sombra de la antigua diva.<br />Cuando Laüra llegó por primera vez allí, aun era una de las estrellas más brillantes del elenco operístico, pero no fue por eso que él se prendó de ella. Laüra estaba felizmente casada y ante todo él era un caballero muy a la antigua usanza creo, por eso, se conformaba con estar cerca para poder admirarla. Quizá nadie habría podido apreciar como él la belleza que emanaba ella cuando contemplaba el valle con la mirada perdida en el vacío de aquellos viñedos ancianos; la sonrisa con la que se vestía por las mañanas en aquellos días, bastante más felices que los de ahora, hubiera hecho descarrilar el mundo de cualquier hombre, menos el de él. Cuando representaba alguna ópera en la ciudad condal, aquel lugar y no otro, era la fortaleza de Laüra y Germán duplicaba los panes y los peces con tal de ser su hombre de confianza. Lejos de un sueldo por la infinidad de tareas que realizaba para ella, se conformaba con entradas de platea, o cualquiera de los detalles que aquella encantadora dama tenía para con él.<br /><br />-El coche está en la entrada, señorita Laüra, pero no se apure, tenemos tiempo de sobra para llegar.<br />-Gracias Germán…vamos, cuanto antes lleguemos, antes podremos regresar.<br />Mientras se alejaban de la estancia, creyó oír una voz grave que susurraba y entonces regresó aquel olor.<br />-¿Has dicho algo?<br />- No señorita Laüra, pero canturreaba otra vez, ya me conoce: el que canta su mal espanta.<br />Ella articulo una sonrisa forzada y parte del color que había recuperado volvió a esfumarse de repente. Estaba tan segura de lo que había oído, como lo estaba de poder distinguir el eco de sus pasos en el largo pasillo. Al llegar a la entrada, el sol de la mañana la hizo entrecerrar los ojos y tomando las gafas de sol de su bolso marrón salieron del edificio principal.<br />El tráfico no era demasiado denso aquella mañana por eso llegaron a la diagonal antes de lo que habían calculado, Germán estacionó el vehículo en la plaza 117 del parking privado de la clínica Creu Blanca y saliendo del vehículo con galantería abrió la puertezuela de atrás del vehículo.<br />-Gracias… pudo articular Laüra con un hilo de voz. Decididamente no tenía buen día esa mañana.<br /><br />Fue en aquella clínica donde la detectaron por primera vez el mal de laringe que terminó con su carrera de forma súbita. El doctor Arnau Llorent, director de aquel centro, se había convertido en el médico privado de Laüra, más allá de la clínica, quizá sugestionado por la misma magia que llevaba a Germán a actuar como lo hacía; y es que Laüra Lorengar, irradiaba, como la magnetita al hierro, un campo de atracción irresistible para los hombres buenos.<br />El edificio más bien parecía un palacio residencial de principios del siglo veinte que una clínica, y sólo las cofias, uniformes y el olor a fármacos, lo identificaba como tal. Nada más llegar, Laüra dejó a su acompañante en la cafetería y se encaminó escaleras arriba hacia el despacho de doctor Arnau; este estaba ubicado en la última planta del edificio, en ese pequeño castillete que de ser la residencia de alguna familia acomodada, habría sido el lugar perfecto para estudio, biblioteca o incluso el observatorio astronómico y del conjunto de aquel barrio de la ciudad. Los grandes ventanales estaban protegidos desde el interior por unas venecianas blancas que impedían junto a los cristales foto cromáticos que alguien pudiera ver lo que sucedía en la estancia desde el exterior.<br />Frente a la puerta, Laüra tomo aire y atusándose el recogido del cabello en busca de mechones sueltos, llamó a la puerta dos veces. Fue en ese instante cuando regresó aquella voz y nuevamente la habló susurrándola al oído:<br />-… Yo soy la respuesta y el camino, la única salida, si acaso quedan salidas ya….<br />Intentó recomponer el gesto desencajado de su cara y alejar de sí aquellas palabras, que sin lugar a dudas eran producto de su imaginación, el estrés o las alucinaciones que desde pequeña sufría en silencio. Una vez le habló de ellas a uno de sus médicos, pero sólo consiguió una receta de ansiolíticos y rellenar innumerables tontos test de personalidad. Aquello era diferente. No eran voces producto de la esquizofrenia, sino augures de acontecimientos, accidentes, o ataques de epilepsia que ella había aprendido a interpretar tan bien con el paso de los años. También el gran Cesar estaba tocado por los Dioses, sólo que ahora, la medicina racionalista los había olvidado.<br />-Pasa Laüra, pasa… - dijo el doctor Arnau desde el interior del despacho. Te esperaba; como siempre, llegas tan puntual como el big ben.<br />Laüra se acomodó en la silla intentando recobrar fuerza, e imitó, una de esas sonrisas que antaño había dedicado a sus fans en el escenario, para mirar a los ojos del doctor.<br />_Voy a serte sincero Laüra, la dolencia que padeces no va bien y se me escapa de las manos. Me he puesto en contacto con mi colega Patxi Larrainzar de la clínica universitaria de Pamplona y al ver los resultados de tú análisis, coincidimos en que debes empezar tratamiento, con urgencia, en su clínica. Aún es pronto para aventurar nada, pero parece que detrás de ese nódulo en apariencia insignificante, está dormido, pero avanzado un tumor cancerígeno muy preocupante. No sabemos su alcance todavía, al parecer no hay metástasis y una intervención ahora podía salvarte la vida Laüra.<br />Tras las palabras del doctor se hizo un silencio en la estancia toda llena de luz ; al fondo junto a la ventana un diván y una silla b.k.f captaban la atención de Laüra, que miraba ensimismada las motitas de polvo suspendidas en el aire. Había creído oír nuevamente la voz misteriosa, algo ahogada ahora, y distante, pero el mensaje era el de días atrás. Aquellas palabras no la cogieron de improviso, pues ya las esperaba, pero en su mente, una negación de la realidad, pugnaba con ella por dominar la situación.<br />-Lo esperaba Arnau, pero déjame unos días para meditarlo, la intervención que me propones me dejará definitivamente inválida…<br />-Laüra, la tecnología ha avanzado muchísimo y ahora existen en estados unidos medios que minimizan el impacto; se podría escanear la voz y un aparato electrónico la reproduciría idénticamente como ahora. Nadie lo notaría.<br />-Pero yo si Arnau, yo sí.<br />-No seas cría, no hablamos de un aspecto más o menos físico, sino de la vida. De no ser intervenida puedes morir ¿lo entiendes? Es del todo necesario.<br />-Eso es precisamente lo que quiero pensar, Arnau, si la vida que me propones para el futuro, es o no de mi conveniencia. Cuando dejé de cantar, una gran parte de mi murió y ahora, de seguir tus consejos, creo que mataría al resto de mi misma. No sé si merece la pena seguir así…<br />-Por el amor de Dios, hay muchas más cosas en la vida que la ópera y la voz. Laüra, no aceptaré un no por respuesta, debes ir a Pamplona.<br />-Sí, Arnau, iré, pero no para someterme a ninguna intervención. Dejaré que ese amigo tuyo me reconozca, pero nada más.<br />-Piensa en tu marido, en tus amigos, en ti. La vida es cambio y tenemos que adaptarnos; así ha sido siempre cielo, llegará el día que nos riamos recordando ésta conversación. Míralo como una oportunidad para hacer otras cosas, dedicarte a los tuyos o incluso producir tus propias óperas.<br />-Vaya, ahora pareces mi marido, eso mismo me ha dicho antes de venir. Y al decir esto sonrío.<br />Hubo otro silencio en el que Arnau no paró de mover la estilográfica entre los dedos. Sabía lo terca que podía ser Laüra.<br />- Estoy completamente agotada, anoche no pude dormir casi nada, creo que volveré al hotel y meditaré sobre el tema.<br />-¿Han vuelto las pesadillas? Te recetaré algo para que descanses mejor.<br />-Mira, a eso no voy a decirte que no; creo que es por la tensión acumulada de éstos días. Cuando termine la semana, el balneario me habrá dejado como nueva, ya lo verás.<br />Laüra tendió la mano levantándose y miró al médico con bondad.<br />-No te preocupes más de lo necesario, ya sabes que soy bastante más obstinada de lo que mi frágil presencia sugiere. Prometo meditarlo muy enserio. <br />-Por los dioses, ¿frágil? Nadie que te haya mirado a los ojos puede decir que lo seas, pero no insistiré, ¿serviría de algo? Solo acude a Pamplona, quizá Patxi te persuada para que no intentes suicidarte.<br />-Venga no te pongas melodramático, todo ocurrirá y solo los hados conocen el destino…¿Tomamos un café? <br />-No puedo Laüra, tengo una mañana horriblemente llena de trabajo, pero iré a visitarte al balneario antes de que te vayas.<br />-Entonces hasta pronto Arnau, y gracias, gracias por preocuparte tanto por mí.<br />Él llevó sus labios hasta rozar la mano de Laüra y la despidió con su mejor sonrisa aunque posiblemente no evitó que una nube de preocupaciones se le viniera encima de repente.<br /><br />Al salir Laüra caminó altiva por los pasillos que conducían al ascensor y justo antes de tomarlo, se decidió por las escaleras. No había nadie en ellas y quizá por eso pudo volver a ser la mujer dubitativa que no aparentaba ser. Las palabras de su amigo habían producido una sensación de pánico que difícilmente podía contener bajo la máscara. Todo su mundo estaba al borde del colapso. A su mente acudían escenas de viejas películas en blanco y negro donde los aliados bombardeaban Berlín. Dresde ardía bajo las alas de aeroplanos que emitían un terrible y monótono zumbido de motor. Los supervivientes judíos en los campos formaban silenciosa columnas cadavéricas sin saber muy bien a donde ir, mientras los soldados liberadores miraban horrorizados su semblante. Se paró e intentó respirar hondo para sosegarse. Todo aquello no era verdad, pronto despertaría en su cama de sábanas blancas y la luz la acariciaría amable. No. Mentirse no serviría de nada. Enfrentaría su miedo, salvaría su vida intentando luchar contra el cáncer. No. No deseaba sobrevivir seccionada, despojada de su único talento, privada del habla humana.<br />Un enfermero se arrodilló y la sostuvo la mano.<br />-Señorita ¿se encuentra usted bien?<br />Sentada en el borde de la escalera, sus sollozos habían formado un pequeño charco salino junto al zapato de tacón que se había desprendido del pie. Laüra abrió los ojos pero no consiguió ver nada, comprender nada; luego los orientó hacia el enfermero y entonces como sorprendida de ver a alguien delante suyo, reaccionó.<br />-Sí, sí, solo ha sido un pequeño mareo repentino, pero ya me encuentro mejor, gracias.- dijo al tiempo que intentaba levantarse. Sus piernas hicieron defección negándose a responder como si la fuerza de la gravedad las obligase a permanecer ancladas al piso.<br />-Deje que la ayude, tengo ahí en el pasillo un vehículo descapotable señorita Laüra, me haría muy feliz poder llevarla hasta el hall.<br />-No, si ya estoy bien, de verdad, puedo sola, gracias…¿Me conoce usted? <br />-Todo el mundo la conoce, es usted el ángel de la Cruz blanca: Madame Laüra Lorengar, pero permítame llevarla, insisto. Concédame ese honor.<br />-De acuerdo,… Me está esperando un amigo en la cafetería, puede llevarme hasta la puerta, pero deje que me levante antes de llegar, no quiero preocuparlo.- Dijo acomodándose en la silla.<br />-¿Sabe?, no todos los días uno tiene la suerte de llevar a una gran diva. La admiro, madame; una vez la vi en el Liceu y desde entonces he soñado con éste momento: poder decirla a usted lo mucho que se la quiere aquí en la ciudad Condal.<br />-Además de amable, es un cumplido precioso, gracias ¿F de Fernando?.- Leyó ella en la chapa del uniforme<br />-Sí, Fernando Galán, para servirla a usted. Dijo comenzando a andar hacia los ascensores de servicio. Es un atajo ¿sabe? Por aquí solo bajamos o subimos nosotros los enfermeros; la sangre azul y las visitas utilizan los otros.<br />-¿la sangre azul? Tiene gracia el apelativo.<br />-Guárdeme el secreto, así llamamos aquí a los doctores. Normalmente van caminando por los pasillos embutidos en sus deslumbrantes batas blancas con la misma altivez con que un rey pasea por palacio. Algunas veces nos saludan, pero la mayoría de las veces somos invisibles para ellos. ¿lo ve? Sonreír devuelve a uno la salud, ya casi ha recuperado todo el color.<br /><br /><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjHwyzhvoFH_gEKx76q_7mGoma5Md2VNPuedetCYbSPQpmVo-F1kefip4QJFmXJ49AaBLMoIQroso-gHOMyZAjCdSs9NKuz9MzVXQZg2y9lSitK44LeyypIuErpkWkSxxHc4n2heFbeqnHs/s1600/surman2.png"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 320px; height: 169px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjHwyzhvoFH_gEKx76q_7mGoma5Md2VNPuedetCYbSPQpmVo-F1kefip4QJFmXJ49AaBLMoIQroso-gHOMyZAjCdSs9NKuz9MzVXQZg2y9lSitK44LeyypIuErpkWkSxxHc4n2heFbeqnHs/s320/surman2.png" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5563157026073628962" /></a><br /><br />Germán apoyado en la barra de la cafetería, tenía la mirada fija en el reloj digital de la columna aunque observara la puerta de reojo. De vez en cuando comprobaba que el Zenith 1940 de su muñeca y éste, estuvieran sincronizados, pero en ambos sólo podía contrastar lo despacio que pasa el tiempo cuando uno espera en un hospital a alguien.<br />Hoy era de esos días en el que no fumar hubiera sido del todo imposible, pero al no estar permitido en todo el recinto hospitalario de la clínica, y no querer alejarse de allí, Germán primero se mordió las ganas, luego las uñas y de haber tardado un poco más, hubiera roído la tapa de la pitillera de plata que descansaba quemando en el bolsillo derecho de su americana; justo en el momento que la necesidad de humo se hacía más imperiosa, apareció Laüra acompañada de un enfermero. ¡Estaba tan bella con ese vestido color café! La palidez inusual de hoy la hacía aún más atractiva, pero sobre todo, esa forma de caminar apenas rozando las baldosas, como las hadas deben hacer en el caso de que existan. Germán contuvo su impaciencia con un aire de despiste y tomando la tacita de café simuló beber de ella. Luego y de reojo la vio acercarse despacio a él.<br /> Una persona poco observadora quizá no hubiera notado la debilidad que ella irradiaba al caminar, pero él, a pesar de que ella ocultaba su mirada bajo una gafas de sol de Gucci, se percató al instante de la pesadumbre que se cernía sobre su amiga. Entonces recogió la americana de encima de la barra y fue a su encuentro con cara de preocupado-<br />-Tiene cara de necesitar un capuchino con extra de azúcar, ¿se encuentra bien Laüra?<br />-Pues claro, ya sabes lo mal que me sientan los hospitales, en cuanto me dé un poco el aire estaré como nueva.<br />El enfermero los observó mientras se alejaban no sin un atisbo de envidia en la mirada, luego con un profundo suspiro, tomo la silla de ruedas y se dirigió de nuevo a la última planta.<br />La diagonal estaba atestada de tráfico a esa hora y el vehículo avanzaba bastante más lento que las personas que llenaban las calles y plazas de la ciudad condal. Germán accionó el reproductor de cd y la melodía de una canción de Ryuichi comenzó a sonar. Aquella música trajo al habitáculo la tranquilidad de las praderas verdes, de las flores silvestres que pueblan los campos en primavera y una fragancia de la infancia anegó su mente. Entonces, rebujándose en el asiento, Laüra cerró los ojos y se vio a sí misma en el interior de un poema de Robert Frost :los abedules se inclinaban levemente sobre ella llenos de nieve que no era nieve, sino flores de almendro blancas. Podía escuchar como crujían las ramas bajo su peso mientras escalaba hasta la copa, donde el viento tañía sin cesar, las hojas de frutos verde amarillos. Nada existía más allá del agradable sonido, de la temperatura perfecta del climatizador; más allá del cristal de la ventanilla por la que le mundo, imbuido en la música, desfilaba mudo y ajeno al dolor. <br />Él la observaba con la pregunta atravesada en la garganta, pero algunas veces se dijo a si mismo, es mejor no hablar y dejar que sean esas otras palabras las que expresen la voz del subconsciente. En la comisura de los labios de Laüra podía leerse una frase amarga, un toque de cianuro quizás, una tranquilidad desazonada que curvaba en rictus la sonrisa placida, casi angelical, como la de un niño que se duerme justo después de una pesadilla. La confirmación de las malas noticias estaba más allá de todo eso, porque él a pesar de no saber, sabía ya lo que había intuido durante la espera, antes y justo en el momento de verla aparecer acompañada del enfermero. Quiso decir muchas cosas, rebuscó aquellas frases que en los libros dicen los amigos cuando acompañan las desgracias ajenas, pero no halló nada excepto aquella canción que ahora sonaba.<br />Ya en la autopista, el monótono murmullo del viento hizo que ella cayese en un profundo sueño, en el que su tez recuperó todo el esplendor perdido. Germán ahora, había seleccionado en el reproductor el concierto para violin op 64 de Mendelssohn y sonaba tan levemente, que podía escuchar la respiración entrecortada de ella. <br />No mucho después de comenzar el andante llegaron al balneario y él detuvo el vehículo con la suavidad de la pluma que se posa en el agua de un lago. Por un momento quiso volver a la autopista y conducir sin destino hasta que ella despertase para poder conversar largamente con ella en el camino de vuelta. Deseaba oírla reír como antes lo hacía al regreso de los ensayos de una gran obra, oír como en cada anécdota despertaba la vida, pero en vez de eso, salió del vehículo y tomándola en sus brazos la condujo hasta la suite. <br />Alfredo, su marido, la esperaba ansioso con una copa de vino tinto entre las manos, y cuando los vio avanzar hacia la entrada principal, la copa se deslizó de su mano haciéndose añicos sobre el argentino suelo cerámico. Instintivamente corrió hacia ellos , pero Germán desvió su camino hacia las habitaciones y tras acomodar a Laüra en la alcoba cerró la puerta. Sofocado por la carrera, Alfreod llegó sin aliento a la puerta de la suite donde el metre lo estaba esperando con el dedo índice sobre los labios, lo tomó del brazo y caminaron hacia la biblioteca del balneario. <br />-Antes de que me preguntes, he de decirte que no sé nada, pero creo que no ha ido bien la cosa. Cuando salió del hospital estaba totalmente abatida y sin color. Ella sabe bien como disimular ciertas cosas, pero no todas. Me temo lo peor, Alfredo. Ahora es mejor que la dejemos descansar.<br />-No sé cómo agradecerte lo que haces por ella. Debería haber sido yo quien la acompañara hoy. Me siento tan culpable. Tengo la sensación de perderme todos los momentos importantes de su vida…<br />-Dudo que te hubiera dejado acompañarla, ya la conoces, pero no te aflijas por una tontería, va a necesitarte y mucho. ¿es cáncer lo que tiene verdad?<br />-De eso mismo iba la consulta de hoy. Hoy le daban los resultados de la biopsia, el doctor Arnau no quiso compartir sus sospechas conmigo, pero en la gravedad de su tono, así lo entendí yo. Ahora mismo voy a llamarlo, para oír de primera mano la noticia. Nuevamente gracias, amigo.<br />-Debo dejarte, por ahí viene el recepcionista con cara de estar ahogándose. Hasta luego Alfredo y ánimo.<br />La tarde pasó lenta y rápida al mismo tiempo para Germán, pues no pocos asuntos requerían de su mano izquierda. Era el pequeño señor feudal de aquella masía e incluso el rey no dudaba en pedir su consejo para todo lo concerniente a ella, así, no había nada que no pasara por sus manos, y eso, además de mucho trabajo significa nada de tiempo libre. En un principio tenía un pequeño chalet alquilado no muy lejos de allí, pero como apenas lo utilizaba, había acondicionado como vivienda una antigua cuadra, con tanto gusto, que el dueño pensó en decorar las habitaciones del balneario de igual modo que ella. Ahora, terminada la jornada para el servicio, tan solo el recepcionista y él seguían trabajando.<br />De pronto sonó como si alguien llamara levemente a su puerta, pero el repiqueteo de las teclas del portátil lo silenciaron. De haber estado atento hubiera oído el chirrido que la puerta hizo al abrirse, y quizá también los pasos que se acercaban al escritorio, pero nada de eso lo alteró y con el cigarro entre los labios permaneció concentrado en la pantalla. Una mano se posó en su hombro y entonces, sobresaltado, dejo caer el cigarro sobre el teclado al tiempo que emitía un grito de pavor.<br /><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj5bI3PgJw-YF8_K5wV4BTPn-Hu-WRaGf2z9cGJftkyqrDQVIca3Dc0Wox79l_fa_QkM8ALRsmWVTLM6TJxO6Ww8eGuXEuTagZT8ATo_bM1pfLPI5SKyhNOUMKgcLZzytaIH59mOwCaXHvw/s1600/el+piano.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 318px; height: 320px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj5bI3PgJw-YF8_K5wV4BTPn-Hu-WRaGf2z9cGJftkyqrDQVIca3Dc0Wox79l_fa_QkM8ALRsmWVTLM6TJxO6Ww8eGuXEuTagZT8ATo_bM1pfLPI5SKyhNOUMKgcLZzytaIH59mOwCaXHvw/s320/el+piano.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5563156490298809026" /></a><br /><br />Con el corazón todavía en un puño Germán miro a los ojos al visitante.<br />-No deberías trabajar tanto…<br />- Hola Laüra, ¿qué tal te encuentras?<br />-¿Sabes? He soñado con bosques orientales y un río en el que flotaban flores de melocotón. Soñé que me llevaban unos fuertes brazos hasta una cama y era tan mullida como el césped en primavera. Pero lo que más me inquieta es que despierta oigo los pasos de la muerte que se acerca…<br />-Quizá no sea la muerte quien se acerca, sino la vida.<br />-No amigo, ya me ha hablado… la he visto esta mañana justo antes de aparecer tú.<br />-Muchas sombras parecen funestas durante la noche, pero el alba nos desvela que la imaginación es más poderosa que la realidad. El ojo tiende a engañarnos.<br />-En efecto eso sucede con los objetos que duermen en tinieblas, pero a plena luz, donde no puede haber sombras, la muerte se presenta con el más oscuro de sus rostros ….¿Crees que estoy loca Germán?<br />-La locura es sólo un rostro para un cuerdo. Necesario para vivir, para amar, pero no; no creo que estés menos cuerda que otro ser en tus circunstancias.<br />-¿Has hablado con mi marido?<br />- Desde esta mañana no. Y aún nadie me ha contado que es lo que te dijo el doctor…<br />-Tengo un nódulo cancerígeno detrás de la garganta, tan pegado a las cervicales que asusta hasta a los propios médicos. La única solución que me presentan es una laringotomía y rezar para que no se haya extendido por la médula espinal.<br />-Bueno en ese caso, te lo han dejado fácil, solo tienes que elegir entre sí o sí.<br />-Que optimista eres. Pero ¿qué será de mí? ¿En qué monstruo he de convertirme para quizá morir de toda formas?<br />-Claro, recuerda que aquí nadie se queda mucho tiempo, nuestro camino es así de incierto. Un día eres, pero al siguiente, tan solo recuerdo. Siempre hay que luchar ,Laüra. Siempre.<br />-Pero, si se me ofreciera una oportunidad de morir más dignamente que cercenada y atada al dolor…<br />-En la lenta lucha cabe la salvación, mientras que el camino rápido tan solo cabe el osario de un panteón.<br />-Todos avanzamos hacía ese lugar y tarde o temprano yaceremos allí.<br />-Es posible, pero no antes de terminar el camino. Tomar atajos no es tu estilo.<br />-Creo que por ésta vez se me permite elegir. He visto lo que me espera, Germán.<br />-¿En esos sueños?<br />-Sí, como aquella vez que vi morir a mi madre.<br />-¿Y ocurrió de veras lo que viste en él?<br />-Tal y como me fue mostrado, solo que no se lo dije a nadie. Bueno, más tarde al psicólogo, pero me arrepentí mucho de haberlo hecho.<br />Hubo un silencio en el que ambos se miraron a los ojos, luego, él apartó la mirada abatido buscando algo en la pared. Por un momento posó la mirada en la hornacina donde un buda dorado oraba en la posición de loto. A su lado humeaba una barrita de incienso siempre que él se hallaba en la sala y las volutas se elevaban hacia el techo como columnas que en el extremo se hacían añicos.<br />-Tengo apego a lo que quiero Laüra, nunca podré ser un consejero imparcial. Si estuviera en mi mano ya sabes lo que haría.<br />-Por eso te lo cuento, Germán. Nadie más que tú es capaz de comprenderlo. Solo tú ves y sientes como tuyo la lucha de otros. Eres magnánimo hasta cuando nadie espera que lo seas. Por eso eres imprescindible en éste lugar. Además tienes el don de la empatía.<br />-Tal vez lo tenga, pero preferiría el de la persuasión…<br />-Nadie elige los dones<br />-Y entonces ¿Qué puedo decirte? Quiero que vivas, solo eso.<br />-Una vez creí que era a mí a quien querías…<br />-Claro, pero esa vez también estabas casada, como ahora; y aquella vez estabas enamorada de otro, como ahora.<br />-¿Y si te dijera que no tengo más amor que la ópera?<br />-Te diría que mientes. -amas las flores y su aroma, los charcos que deja la lluvia en el bosque. Amas la mar y sus temporales de invierno.<br />-Eres incorregible, ¿Qué he de hacer para que me apoyes?<br />-Nada. Aun opinando diferente, con la certeza de que te equivocas, estaré a tu lado.<br />Ella lo abrazó estrechándolo fuertemente entre sus brazos, como el naufrago abraza un salvavidas, mientras, él se sentía morir. Hubiera deseado recorrer su piel desnuda hasta vestirla de besos, amarla gritando a los cuatro vientos que solo a ella pertenecía su alma. Retar a la misma muerte una y mil veces hasta vencer en el duelo, a cualquier precio. Hubiera deseado ser amante de quien se ama; amar más allá de los límites y no esperar nada más que amor. Amor y vida serian entonces la misma cosa, todo lo contrario de lo que hasta ahora vivía sin vivir. Luchó fuertemente contra sus convicciones más profundas, contra la educación, contra la nobleza, contra sí mismo y cuando apunto estaba de claudicar, de hacer defección de todo y dar rienda suelta al pirata que llevamos dentro, ese ser libre que desea por encima de todas las cosas amar, notó que sus manos asían la cintura de ella como un árbol una hoja en otoño, y enterrado en su vientre lloró de amor.<br />Ella lo miró por primera vez dándose verdadera cuenta de sus sentimientos. Había estado tan ciega y sorda como lo están las gemas de una corona. Deslumbrada por el propio brillo, había olvidado que la luz es el motivo de todo. Sintió un desgarro en su alma por no haberse dado cuenta antes de que él la amaba con el amor que había estado buscando siempre, y que tan solo había encontrado con Adolfo en los primeros años de relación.<br /> Germán estaba allí en la antesala del final, como espera el bote arriado al capitán sin saber que éste se hundirá con el barco.<br />Con lagrimas en los ojos, besó su frente y sin decir nada se fue de la habitación como alma que lleva el diablo. Anduvo por los pasillos en sombras , por el jardín y antes de cruzar la puerta de la biblioteca se detuvo arponeada por el miedo.<br />La sala estaba a oscuras y tan solo la luz de la noche estrellada entraba por las ventanas cubiertas con visillos. Notó que había perdido sus babuchas en alguna parte porque el frio de la sala se adentraba en su cuerpo por la planta de los pies. De pronto una densa niebla llenó la estancia y nada de lo que creía ver era realmente lo que allí sucedía. Estaba en el escenario de la Fenice vestida con un suntuoso vestido oriental, el barítono principal yacía arrodillado en el centro de la sala mientras ella cantaba un aria desgarradora, quizá la más desgarradora que nadie ha escrito para una representación. Las butacas estaban vacías y rodeadas de sombras pero en la platea principal una figura siniestra tocada con un sombrero negro se frotaba las manos insistentemente. Desaparecieron los músicos, el escenario, el vestido, la sala misma y ahora se encontraba en el medio de un cueva tenebrosa donde las estalactitas brillaban con una luz cadavéricamente irreal, las paredes pétreas comenzaron a girar más y más rápido, hasta que la extraña figura y ella quedaron rodeados por el torbellino.<br />-¿Qué eres? ¿Por qué me atormentas así? Vete. Déjame en paz…<br />-Ya sabes que soy y porque estoy aquí.<br />-No, no lo sé. No eres más que un producto de mi imaginación. ¡Sal de mi mente!<br />-Eso es cierto, pero solo en parte.<br />Y de repente la biblioteca volvió a materializarse a su alrededor. La luz de la luna se filtraba por entre las cortinas haciendo brillar el jarrón transparente de una mesa junto a la ventana. Todo parecía en calma salvo por el terrible olor nauseabundo que parecía penetrar en la carne. Laüra y su tétrico acompañante tomaron asiento uno frete al otro, aunque ella no pudo mirar a su rostro porque este parecía carecer de él.<br />-¿Lo ves? Todo está en tu mente. Celebro que te hayas tranquilizado.<br />- Todo no. Tú sigues aquí.<br />-claro, como he estado siempre, pero dime, ¿cuál es la respuesta?<br />-¿Qué quieres de mí? No sé de qué me hablas.<br />-Oh, claro que lo sabes. Si me dejaras de negar, quizá la luz se haría en ti nuevamente.<br />-¿Eres el diablo, has venido a tentarme? No creo en ti, ni en tu antónimo, ahora ¡vete! Vuelve al infierno del que provienes.<br />Una risa atronadora llenó la estancia sobrecogiendo a Laüra<br />-Has leído muchos libros Laüra, ¿en serio crees que eres Fausto esta vez? No, no quiero tu alma, ni he venido a comprar nada, pero eso ya lo sabes. Solo quiero una respuesta a la pregunta. Puedo darte lo que quieres, pero eso solo depende de ti. No hay pactos, ni sangre, ni condenas perpetuas que valgan.<br />-Si todo lo sabes acerca de mi, ¿por qué me preguntas?<br />-Hay cosas Laüra que son necesarias; cosas que solo al pronunciarlas en voz alta dejan de ser pensamiento y se materializan, son reales. ¿hablarás de ellas o seguirás negando la evidencia?<br />-Sí, sí, sí… No pienso sufrir. No seré el fantasma que atan a la cama los tubos. No quiero alarga nada que me haga sufrir de esa manera. Lo he visto, como he visto todo lo que me iba a suceder desde niña…No estoy loca.<br />Laüra se derrumbó y con las manos sobre la cara lloró amargamente; creyó sentir una mano fría que la acariciaba el cabello, y que al hacerlo, la liberaba la carga que soportaba. La voz siniestra susurró una frase amable y el olor desapareció de la estancia.<br /> Ahora la mano que la acariciaba era tibia y suave y su aroma de vainilla la envolvía. <br />-Tranquila amor, ya pasó todo. Verás como salimos airosos de esta.<br />Alfredo puso una bata de invierno rosa sobre sus hombros y tomándola de la mano, la estrechó entre sus brazos.<br /><br /><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhhfinShrAoPc0UMilviDLbMAzztqKLuJJZ5vCKQmWqY-kM_bWS7XlRHaCnXDKZdpuKrIfLOxNZJxXcYwo1H9cPyjUx9-DaBxM4QNGbrUA_cuC-yLxcNunnF7mzoVMMa2SgodoO1sSOnUom/s1600/fi013.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 258px; height: 320px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhhfinShrAoPc0UMilviDLbMAzztqKLuJJZ5vCKQmWqY-kM_bWS7XlRHaCnXDKZdpuKrIfLOxNZJxXcYwo1H9cPyjUx9-DaBxM4QNGbrUA_cuC-yLxcNunnF7mzoVMMa2SgodoO1sSOnUom/s320/fi013.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5563158463554579810" /></a><br /><br />Aquella mañana fría de invierno cristales de nieve hacía brillar la hierba del jardín y los árboles parecían estar cargados de diamantes. Un vehículo oscuro llegó hasta la puerta principal de la residencia Lorengar y estacionó al lado del descapotable cuya capota negra estaba teñida de blanco. Dos hombres de traje oscuro se bajaron de él y caminaron hasta la casa. Una de ellos, el más alto hizo sonar el timbre y breves instantes después una figara de mujer abrió la puerta invitándoles a entrar. Era Astrid la secretará de Laüra; caminaron por el recibidor hasta la sala donde Alfredo, aun en pijama, observaba la nada cariacontecido.<br />-Buenos días… El señor Alfredo Kaufman, supongo-Él asintió con la cabeza sin prestar demasiada tención.<br />-Está en estado de shock, inspector, todos lo estamos…- dijo Astrid con un hilo de voz.<br />-Soy el inspector Model y este es oficial schmith, de la policía metropolitana.<br />-Está en la biblioteca oficial.- Dijo Alfredo con voz cavernosa; su mirada, totalmente desorbitada, se clavó entonces en el oficial. <br />Los dos policías se dirigieron a la sala del segundo piso de la casa guiados por la secretaria y justo en la puerta de la biblioteca ella se detuvo. <br />-No quiero entrar, prefiero no verla así. Quiero recordarla tal y cómo la vi por última vez, lo entienden ¿verdad?<br />-Desde luego, ¿señorita…?, ¿Cuándo llegó usted a la casa?<br />-Astrid tannenberg. Llegué a eso de las nueve de la mañana, Alfredo me llamó fuera de sí sobre las siete y media. Vine cuanto antes.<br />-Bien señorita Tannenberg, está al llegar el equipo de dactiloscopia, cuando lleguen hágalos pasar, por favor.<br />-Schmith, tráigame el maletín si es tan amable.<br /> -Inmediatamente inspector. Dijo este encaminándose hacia las escaleras.<br /><br />Tirando de la manecilla dorada hacia abajo, el inspector abrió la puerta de la biblioteca. La sala completamente iluminada por la luz de la mañana yacía en silencio, solo roto por el rítmico sonido de la aguja del tocadiscos que anuncia el final del vinilo. El suelo de madera de roble claro apenas crujió bajo el peso de sus pasos cuando avanzaba hacia la figura de la mujer, que sentada de espaldas a la puerta, parecía mirar a través de la ventana. A ambos lados de la estancia, estanterías con puerta acristalada guardaban innumerables volúmenes de libros cuidadosamente ordenados por tamaño y color que daban a la estancia un aire vistoso e ilustrado. Justo delante de la ventana, una inmensa bola del mundo, quizá muy antigua, descansaba sobre un atril de bronce con partas leonadas, dejando ver el inmenso océano pacífico, Australia y la polinesia.<br />El cuerpo de Laüra antinaturalmente rígido parecía más un maniquí que una persona fallecida y ese dato no pasó desapercibido para el oficial.<br />Con meticulosidad sacó de su bolsillo una libreta y anotó aceleradamente sus primeras observaciones, de pronto, se percató de un olor terriblemente nauseabundo que no parecía provenir de ningún lugar en concreto. Apartando la vista del cuaderno, buscó sin encontrar nada, el motivo de tan pestilente olor.<br />El cadáver tenía un aroma de almendras amargas sobre chanel nº 5, la sala olía a libro viejo, a papel de imprenta y el jarrón sobre la mesa a dalias frescas. Aquella cosa, fuese lo que fuese, olía a tumba, a descomposición de la materia, a pantano cenagoso, algo casi tangible que le rodeaba a uno hasta el desmayo.<br />Entonces creyó oír una voz que le susurraba una frase aterradora al oído<br />Schimidt entró en la estancia a grandes trancos portando un maletín metálico y sin mediar palabra se lo dio al inspector.<br />-¿huele usted eso Schmitd?<br />-¿Oler?No huelo nada en particular inspector; libros y un aroma frutal en la estancia, nada más.<br />-¿Está seguro?<br />-Completamente…¿Se encuentra bien? Tiene mala cara inspector.<br />- No es nada, es solo que…Pero no tiene sentido. Bueno pongámonos manos a la obra ¿tiene la cámara? Ya veo que sí, bien, empecemos por el entorno que rodea a la víctima y luego los detalles. Quiero fotos de todo lo que aquí se halla. Habrá que tomar declaración a todos los que en las últimas veinticuatro horas han estado en ésta casa.<br /><br />Tras la ventana cubierta con visillos blancos, flotando en el aire como un fantasma, Jürgen Model creyó ver la figura de un hombre ataviado con abrigo y sombrero oscuros que se ría carente de rostro. En ese momento tuvo un mareo que lo obligó a sentarse en una silla con los ojos cerrados.<br />Poco a poco abrió los ojos y la habitación, que parecía dar vueltas a su alrededor, dejó de hacerlo. El cadáver de Laüra Lorengar sentado en la silla, asía con ambas manos los apoyabrazos de madera, y lo miraba tan fijamente con ojos vidriosos que le hizo estremecerse ; en su rostro enarcaba una sonrisa indescriptiblemente placida a la vez que misteriosa y la luz de la mañana desvelaba las facciones de una mujer arrebatada a la vida justo en el momento de la floración de las rosas.<br />--… Yo soy la respuesta y el camino, la única salida, si acaso quedan salidas ya….<br />Dijo la voz que parecía salir de la boca cerrada del cadáver; en ese momento el inspector supo que la muerte estaba cerca y era inminente. <br /><br />Por lobo que camina.<br /><br /><a href="http://www.safecreative.org/work/0908074208066" rel="cc:license" xmlns:cc="http://creativecommons.org/ns#"><img style="border:0;" alt="Safe Creative #0908074208066" src="http://resources.safecreative.org/work/0908074208066/label/standard-72"/></a>Crepusculariohttp://www.blogger.com/profile/01075567099084570065noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-2648571986741177753.post-27484998325496776732010-12-14T10:52:00.000-08:002010-12-14T11:03:48.061-08:00Demetrio Salgado y Fuentes.- Revisión<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi5Z5Fk6DDo08iT_Q5tZdXklTBB0RUhj-Bz-knMFxtQ1_wVX_RONyC03W3KhjwO6Si14ha4r4dazsoIUpnrBBIpOIl7NSN-Uoa-Twh3oztKXmCJguf9GhDU4Odw-alIIJ87vqSu6gd6FBCg/s1600/La+novia+del+mar+y+quebrada+049.JPG"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 214px; height: 320px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi5Z5Fk6DDo08iT_Q5tZdXklTBB0RUhj-Bz-knMFxtQ1_wVX_RONyC03W3KhjwO6Si14ha4r4dazsoIUpnrBBIpOIl7NSN-Uoa-Twh3oztKXmCJguf9GhDU4Odw-alIIJ87vqSu6gd6FBCg/s320/La+novia+del+mar+y+quebrada+049.JPG" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5550615433374008690" /></a><br />Demetrio Salgado y fuentes era un hombre en todas las acepciones de la palabra. Cómo lo conocí, fue de lo más inusitado, pero , eso ahora no viene al caso.<br /><br />Lo recuerdo sentado en su despacho de exiguos muebles de madera de teca, viejos como él; rodeado de un montón de libros con tapas de piel procedentes de las estanterías llenas de polvo que miran al gran ventanal con venecianas, por donde se cuela tímidamente, la luz de la tarde sin pedir cita previa. <br /><br />En aquel anciano edificio de principios del siglo pasado, amenazado de desahucio por el progreso mercantil moderno, tiene su casa el genio. El desfasado zaguán de baldosas blancas y negras, cuenta con una jardinera que engalana y perfuma la estancia con el aroma de flores de interior muy vistosas. Sobre la pared dos cuadros que describen la campiña francesa de Provenza, captan enseguida la mirada del visitante para dar paso luego, al vetusto ascensor encerrado en hierro forjado que traquetea y chirría en un subir y bajar muy lento. La puerta que accede a la vivienda- despacho, está provista de una placa de bronce con su nombre en letras gráciles y redondas, cuidadosamente bruñida, y en la otra mano, un anticuado pulsador eléctrico, que emite un sonido tan peculiarmente agudo, que nos traslada a la época de tranvías y vehículos de explosión a manivela. Allí nos recibe siempre con su mejor uniforme blanco y cofia a la antigua, Doña Elisa, radiante, con el rostro cargado de inviernos y arrugas, como el de aquel que ha sonreído mucho y sufrido más.<br /><br /> En la mayoría de las consultas que se nos puedan venir a la imaginación, no encontraríamos un lugar en el que mientras se espera, además, puede tomarse un refrigerio , pastas de mantequilla caseras, leer la prensa, una revista, o conversar con la erudita enfermera, recepcionista y abnegada esposa del buen médico.<br />Otrora él se sentaba al lado del diván a los pies de la persona recostada, pero después del renombrado incidente con aquella señora, con perdón de éstas, que injustamente quiso cobrar venganza de sus miserias, en la persona que seguramente más la ayudó, y supo hacerlo; ahora, se refugia detrás de la mesa y juguetea con las gafas, unas veces, o la estilográfica plateada otras, rodeado siempre por la sombra.<br /><br />Demetrio nunca tuvo pacientes, sino amigos. Desconocidos que un día dejaban de serlo tras contarle sus experiencias vitales, de las que como siempre decía, se aprende; de todo se aprende y siempre se está aprendiendo. Uno podía sentarse allí y con el tiempo , darse cuenta de que se forma parte del mundo, uno amable, descrito no sin espinas ,por este peculiar personaje. Nunca dio falsas esperanzas, ni menguó importancia a las dolencias que sus nuevos o viejos amigos le íbamos contando de tarde en tarde de “visita”, como él lo llamaba, pues para consultar, estaba el diccionario o los manuales técnicos al uso. <br /><br />En la penumbra de la habitación con olores frutales, poco o nada hacía recordar la orla con birrete negro y toga, o el título de especialista de la prestigiosa universidad de no me acuerdo, que adornaba la pared junto al un gran cuadro de marco dorado con motivos navales. Allí fumaba el fumador, bebía el sediento y hablaba el necesitado de hacerlo, de ser escuchado, entendido, pues en esto estaba la clave según él.<br />Como si de un “quid pro quo” se tratase, solía comentar alguno de los episodios que a diario le acontecían en su paseo por la alameda de camino al centro de la ciudad, donde tomaba té con una nube de leche, en alguna de las cafeterías antiguas, porque según decía, aquel que escucha hablar a otros, se olvida de sus dolencias y si gusta de ponerse por un momento en los zapatos de su interlocutor, quizá aprenda algo de la forma de ver las cosas desde un prisma distinto al suyo y al mismo tiempo tan parecido.<br /><br />Aquella tarde que diluviaba sobre la pequeña ciudad , y caminos eléctricos recorrían un cielo gris plomizo , los ruidosos dioses de antaño hacían chocar las nubes, y el buen doctor, recibió la inesperada visita de la misteriosa dama de la guadaña. Quizá ésta se sentó en el ajado diván mientras la inmensa sonrisa bonachona de Demetrio daba la bienvenida de forma amigable. Quizá dialogaron y filosofaron acerca de las teorías vitales de los seres mortales que habitan y habitaron el mundo desde el principio de los tiempos. Por eso en el rostro afilado y paternal de recortados bigotes blancos, quedó impresa una postrera sonrisa, como la de aquel que es feliz y sonríe.<br /><br />Todos los que conocimos y fuimos sus amigos, antiguos o nuevos, encontramos el mundo un poco más vacio sin su presencia, y sin embargo, por alguna razón desconocida, lo siento muy presente al recordar las enseñanzas que impartía como terapia o medicina carente de fármacos, en su humilde consulta de la calle Arena, número doce.<br /><br />Demetrio Lozano y Fuentes no murió, su espíritu habita en cada uno de nosotros, y dentro de cada uno de los jóvenes, que realizan el juramento hipocrático, cargados de fe y esperanza en el ser humano.<br /><br /><br />Por el lobo que camina.<br /><br /><a href="http://www.safecreative.org/work/0908074208066" rel="cc:license" xmlns:cc="http://creativecommons.org/ns#"><img style="border:0;" alt="Safe Creative #0908074208066" src="http://resources.safecreative.org/work/0908074208066/label/standard-72"/></a>Crepusculariohttp://www.blogger.com/profile/01075567099084570065noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-2648571986741177753.post-48448810795780666602010-11-05T13:28:00.000-07:002010-11-05T14:23:19.467-07:00Revisión de los dialogos con los fantasmas de la laguna.<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjcZzoqHw5qolTBRgjtJPq1OCqm1LqrDXytH20siAE5350WuiBoKubsACbgZ7GMLDObd5zNy-Ta0LV_CO74fEICyS90fZEkv74Kdy9pkDy76s6FlFNho-rws24lMyMCVe_P4J0EaY1Qxy4K/s1600/fantasmas_en_el_mar.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 310px; height: 320px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjcZzoqHw5qolTBRgjtJPq1OCqm1LqrDXytH20siAE5350WuiBoKubsACbgZ7GMLDObd5zNy-Ta0LV_CO74fEICyS90fZEkv74Kdy9pkDy76s6FlFNho-rws24lMyMCVe_P4J0EaY1Qxy4K/s320/fantasmas_en_el_mar.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5536178936650794866" /></a><br />El aire inseguro de la laguna trae aroma de aguas calmadas y bajo un manto de bruma, apareces ¡oh! Fantasma.<br />Quieres romper el cielo que arde en el infierno de tus sentidos. No te alejes, ven, mi alma te espera, como te ha esperado siempre, desde la otra orilla de ésta laguna siniestra. Otrora soñé con tus labios de ascuas evaporando mis besos, Soñé con caricias ígneas abrasando la dermis, que se erizada a tu solo contacto. Sí, fue ayer tan solo. No ha pasado el tiempo, aún releo en el cielo la carta que tus dedos esculpieron en la densa niebla. Te alejas de nuevo navegando en la boira, y el viento arremolina sus blancos dedos sobre las quietas aguas. Ven, aquí espero, como te he esperado siempre desde la otra orilla, de ésta laguna de olvido.<br /><br /><br />Entre las nieblas nocturnas, entre los jirones densos de bruma, aparecen y desaparecen iluminados por la luna, seres pretéritos que me atormentan con sus lamentos , rostros y manos de tacto cadavérico. Se sientan a mi lado y me hablan tranquilo y lento, con mi propia voz, acaso robada, susurrando las historias que ambos conocemos. Si los miro a los ojos carentes de esferas, se difuminan, dejando el vapor que exhala mi pétrea boca cerrada y muda.<br />Están aquí, rodeándome, saliendo de las tumbas sepultadas de mi propio olvido; de cárceles carentes de barrotes en las que fueron confinados hace tiempo, por la mente mía.<br />Con una sonora carcajada nerviosa, les devuelvo a las tumbas, y es el eco de sus voces y lamentos lo que me trae el viento. No es mi risa, sino la suya entrelazada con la bruma.<br /><br />Fantasmas que habitáis entre nieblas, ¡yo os convoco!!<br /><br />Salid de las tumbas vaporosas y arrastrad vuestra conciencia, hasta este páramo de la existencia; cabalgad en caballos de bruma, y navegad los mares de humo, hasta que entre la fosca, mis ojos se encuentren con las esferas de densa boira de vuestras calaveras.<br />Esta noche carente de luna, rodeado por vuestra siniestra presencia , os liberaré de vuestro juramento para que halléis descanso eterno, sino es aquí, en el averno al cual perteneceis.<br />Dejad las cadenas que dan tormento a los mortales, en las nichos que os dan cobijo, pues ya no han de dar miedo, ni sonrojo, ni zozobra, ni horca ,ni martirio, ni suicidio, ni cilicio, ni culpa.<br /><br />fantasmas que habitáis la bruma descansad<br /><br />Noche de fantasmagóricas presencias que se esconden entre las nieblas.<br />los vapores de la oscura realidad, donde el olvido es el amo, gobiernan en su tétrico reino vacío de forma humana, a los fantasmas que pasean sus cadenas por los pasillos de este castillo de existencia. Aún con las puertas de roble muertos cerradas, atraviesan o sonrien en las almenas de fria piedra, haciendo resonar su voz por los tímpanos del insomne habitante de este mundo vacío sin nombre.<br /><br /><br />Yo que os inventé y os di forma corporea, nada he de temer de vuestra siniestra presencia misteriosa. sobre el estanque de bruma que nos rodea, alzaré la voz, y a grito, que devuelva el eco amortiguado, responderé con la risa ahogando en mis timpanos vuestras voces ya muertas hace tiempo.<br /><br /> <br />Tan bellos se dibujan en la bruma vuestros etéreos cuerpos blanquecinos , movidos por la brisa de este páramo nocturno, me dejo llevar hipnotizado por el canto de las voces carentes de garganta y sonido humano.<br />me arrastran con su arrullo de sepulcro y abandono mi alma anhelando la paz de los que ya están muertos y sin embargo moran carentes de forma ,este lado de la existencia . <br />Venid a mi ¡oh espectros alados! Aferrad mi anima que se desvanece en la boira precipitandose al vacío de abismos oscuros, donde ni vosotros osais morar siquiera.<br /><br /><br /> <br />¿Cuántas veces habéis llamado a mis desdichados tímpanos que sin querer os escuchan? Con voces siniestras os descolgáis de la bruma y carentes de esferas, vuestras calaveras se dibujan entre el vaho que se mezcla en la boira. Otrora tuvisteis materia que se apoderaba de mi con solo la presencia; poder que embaucaba mis ansiosos oídos ,que anhelaban vuestra dulce canción, pero hoy no es antaño, y expulsados habéis; como los desterrados,;como los olvidados. Reyes que fuisteis, ¡idos! y no os rebajéis más, pues vuestras canciones desafinan ya, y el poder que os dí, ayer os lo quité junto a la corona que se hundió en las aguas del olvido hace tiempo.<br /><br /><br /><br />Reyes de otros tiempos , quizá mas amables. ahora que yacéis olvidados e ignorados en la niebla del tiempo que os atrapa, susurrad, yo os escucho.<br />Contad vuestra historia lóbrega una vez más, haced palideced los rostros de la bruma que destila gotas frias como la muerte misma. ánimas que vagais por la laguna ¿acaso no veis que tendí el puente que me une a los mundos que fueron y ya no son?<br />Fantasmas de la boira, hablad o callad para siempre.<br /><br /><br /><br />En noche oscura resplandeces, febril presencia de girones de niebla vestida surcando las aguas de conciencia estancada impulsada por el viento. Lamentos y amenazas vertidas por la boca de boira espesa se cuela entre los tímpanos desprevenidos. Acaso no te ha dicho los susurros del viento que feneciste y con ello tu poder menguó y devino en nada. <br />Tus palabras hablan en presente de lo que ya se ha ido, como aferradas a los restos del naufragio, flotando en la laguna fosforescente donde brilla la luna cadavérica. Ya nada es posible en este lado de la conciencia, y poco a poco, isla serás entre la fosca; inerte; abandonada como los objetos que duermen en las playas.<br />Porque no habré de reclamarte, ni odiarte, ni amarte, ni consolarte. Sólo el olvido abre sus brazos envueltos en brumas y te atrapa sepultandote..<br /><br /><br />Por el lobo que camina.Crepusculariohttp://www.blogger.com/profile/01075567099084570065noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2648571986741177753.post-15746167068874149082010-09-21T08:34:00.001-07:002010-09-21T08:45:24.638-07:00Cuentame la guerra<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiR_CzUE138Fm1JgPaEexY_Yd9JYaotAdQR_y2S3oarq6hR04QtKWXYllyIUN5TPp-OBryaXKRVf1i2CXFeqKOEHPvjcJWBd2IO1gh41Ui3tdGIREy22X8JlPo1PXLkizu_BMrsDG0PS-cj/s1600/papa,+mama+y+marisa.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 234px; height: 320px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiR_CzUE138Fm1JgPaEexY_Yd9JYaotAdQR_y2S3oarq6hR04QtKWXYllyIUN5TPp-OBryaXKRVf1i2CXFeqKOEHPvjcJWBd2IO1gh41Ui3tdGIREy22X8JlPo1PXLkizu_BMrsDG0PS-cj/s320/papa,+mama+y+marisa.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5519392854937773906" /></a><br /><br /><br />El niño se adentro en la alacena furtivamente y a oscuras acarició el objeto de su deseo. Su pequeña mano se deslizó por el frio metal hasta llegar al cerrojo, luego pasó la palma suave por la vieja madera oscurecida de la culata y cuando iba a empuñar el arma, la luz se encendió dando vida a los objetos que yacían en estanterías y suelo. El corazón acelerado por la emoción prohibida descarrilo, haciendo que la sangre dejara de acudir a los vasos sanguíneos y un ligero rielar de rodillas indicó, a la figura seria de la puerta, la proximidad de las lágrimas.<br />Asiendo de la mano y sin mediar palabra Tomás Lobo condujo a su nieto al pórtico de la casa, donde el sol apuntaba con sus rigores de estío al medio día. Ambos se sentaron en la fría piedra de un poyo protegidos por la sombra, que el balcón de la casa ofrecía. De una caja metálica, Tomás extrajo la picadura de ocres hojas de tabaco que su amigo holandés traía de estraperlo de allende los mares. La habilidad de la costumbre hacía que pudiera llenar la vieja pipa, sujeta a la mano de estribor, sin apenas mirarse aquellas manos ajadas que dejaban entrever una vida llena de trabajo y esfuerzo. Tomás se colocó la pipa en la boca y sacando un fósforo la encendió aspirando profundamente.<br /><br />-¿sabes hijo? Debí deshacerme de ese viejo fusil hace años… <br /><br />El humo de una bocanada voló por aire tórrido de la tarde formando un círculo perfecto que Damián siguió con la mirada hasta desintegrarse.<br /><br />-yo…Yayo yo, solo quería…<br /><br />-Ya hijo, lo sé. Esos chismes tienen atracción para vosotros, además con esa condenada caja tonta, que no hace más que mostraros a todas horas los usos violentos que los hombres hacen de ellas, no me extraña que acudieras a su reclamo.- bajando la mirada certera hasta encontrar los ojos acuosos del niño, sonrió levemente, luego clavó los ojos en el horizonte nuevamente y continuó hablando.<br /><br />-Esos trastos no son nada buenos, ¿sabes? Cuando yo era niño, mi padre dejaba que tras las batidas de caza, limpiara la escopeta. Era un arma italiana de dos cañones, tal alta como yo por aquel entonces, algo así, como te pasa a ti con ese viejo trasto. Yo los veía cada domingo partir antes del alba con las realas de perros aullando, embutidos en abrigos, botas altas y gorros con orejeras. De haber podido entonces, habría ido con ellos a la gran aventura de la caza, por esos montes llenos de alimañas feroces que en los cuentos la abuela me contaba. No tu abuela, Damián, si no la mía, esa señora seria del cuadro de la sala.<br /><br />Por aquel entonces yo jugaba a la conquista de España, que Don Severino el maestro, nos narraba en los días que el trabajo en el campo nos permitía ir. Modernos Mío Cid que escopeta en mano acaban con los moros, descreídos de Dios.<br /><br />-Abuelo, ¿tú has disparado mucho con la escopeta?<br /><br />-Si, hijo, quizá demasiado. Pero deja que te siga hablando de aquellos días. Con el primer bigote pude acompañar a los hombres en las batidas, para llevar la bota y el almuerzo que nos preparaba la abuela antes de que nadie en la caso estuviera levantado. Yo bajaba en silencio y la ayudaba o simplemente me quedaba mirando cómo se multiplicaban sus manos sobre fogones sartenes y perolas. Ese día descubrí que la aventura que mi mente había imaginado, no era del todo agradable. Tras largas horas de avanzar penosamente por los bosques, ascendiendo collados para luego bajar y subirlos de nuevo y llegar a los solitarios puestos de caza, donde se te entumece el cuerpo y luego de la espera, ni siquiera saber si la presa que los perros azuzan pasará por allí. Ese día tuve suerte y el tío Aurelio junto al que me quedé, abatió una jabalina enorme.<br />La bestia corría desesperada entre los helechos hasta que la escopeta furiosa descerrajó dos tiros a bocajarro. Aun veo la cara peluda de sorpresa de aquel pobre bicho y como tras un chillido atroz que me heló la sangre, cayó desplomada sobre el frio barro. Detrás de ella iban tres pequeños rayones, ¿sabes? los cerditos salvajes cuando son crías tienen unas franjas oscuras en el lomo que los camufla con el entrono, por eso se les llama así. Tú tío que se presumía contento me miró pálido y cari acontecida no pudo más que confirmar la muerte del animal.<br /><br />-Esto no está bien, Tomás, no está nada bien. – me dijo moviendo la cabeza a ambos lados.<br />Pero hubo suerte y entre los dos pudimos capturar las asustadas crías que pegados a la ensangrentada madre no paraban de chillar.<br /><br />-.Aquellos rayones crecieron en el establo junto a las bestias y tu abuela, el tío y yo cuidamos de ellos. Para entonces, nos seguían como si fueran otro más de los perros. Muchos de los niños de la aldea, sé que nos tenían envidia por ello. Juancho, y lupita sobrevivieron al primer invierno y se hicieron fuertes y habilidosos. No había mejor guardián que ellos en toda la comarca y además encontraban sabrosas trufas para nosotros; un manjar que en la época solo estaba al alcance de los señoritos de ciudad a los que nosotros se las vendíamos a precio de oro. Ellos, mis amigos peludos, tuvieron la culpa de que yo aborrezca tanto las monterías. Aun puedo oír aquellos lamentos, ¿sabes Damián?<br /><br />-Yo no quiero ser cazador yayo- dijo el niño muy serio- yo quiero ser soldado para ir a la guerra.<br /><br />-Claro hijo, como todos los niños. Jugar a la guerra que se termina sola, sin muertos, ni el horror de que viene después.<br /><br />La guerra hijo, es la peor de todas las cosas. Es lo más parecido al infierno que los curas predican los domingos en el púlpito. Un lugar oscuro y frio donde los hombres dejan de serlo y se convierten en demonios, peores que las alimañas para el sembrado.<br /><br />-¿Abuelo tú fuiste a la guerra?-el niño lo miraba con ojos chispeantes y ávidos de saber<br /><br />-Si hijo mío, si. Estuve en la peor de todas: la que se celebra entre hermanos. Entre hijos y padres. Vecinos contra vecinos. Una guerra de fanáticas envidias, donde los buenos se confunden con los malos hasta el sub realismo, porque ninguna idea que mata es buena. <br /> <br />La guerra es hambre para el que lucha, es miseria y muerte. Roba a los hombres lo único que tienen: la vida, para enriquecer a uno pocos. En la guerra solo luchan los pobres y los enfermos de sangre, que creen en las mentiras que los promotores de guante blanco fabrican, a sabiendas de que ellos gobernaran el caos que acontecerá después. A algunos les sorprende sin querer y se ven abocados a luchar a la fuerza a riesgo de que lo maten los partidarios de uno u otro bando. Porque, hijo, lo peor que puede hacerse si llega la guerra es permanecer neutral. Se ha de pertenecer por fuerza a un bando y sin embargo los países que permanecen pacíficos se hacen ricos. <br />Cuando estalló la guerra, los que pudieron y tuvieron medio para hacerlo, viajaron al extranjero con los bienes que pudieron sacar del país. Los pobres no teníamos más remedio que quedarnos, amarrados al terruño que nos vio nacer. Los más aguerridos no tardaron en hacerse voluntarios e incluso llegaron idealistas de otros países a combatir no sé qué doctrina. Yo nunca agradeceré suficiente a la abuela que me ensañara a cocinar. ¿Sabes? Al principio todos me tenían por un ser extraño y afeminado siempre enfrascado en los libros de mar y viajes, incluso los mozos del pueblo, pero al llamarnos a filas, ellos portaron fusiles como el de la alacena y yo, tu abuelo, las perolas y el cucharon de madera. En la guerra se ha de comer y posiblemente el soldado sea el que más hambre pase de todos, sobre todo si está en el bando perdedor. En la cocina uno aprende a ver la verdadera naturaleza de los hombres. Hay algunos que tienen el corazón oscuro como la noche, hijo, y sin embargo hay otros que pasando ellos hambre, comparten generosamente lo que tienen sin atesorar para el mañana su riqueza, pero esa nobleza no la da la guerra, sino que la roba.<br /><br /> Lejos de los brillantes uniformes y medallas, de los desfiles y la arenga general, la guerra, es oscuridad. La guerra transforma todo lo bueno que somos y lo podríamos llegar a ser en maldad y egoísmo. Lejos de banderas en el frente se combate por y para sobrevivir un día más. Para poder ver de nuevo a los seres queridos. Es allí donde uno aprende a apreciar el abrazo de los amigos, el calor tierno de las miradas de aquellos que nos aman. El vuelo de una paloma, la gota de lluvia que moja despacio la tierra. Uno ve la vida como algo vivo realmente, algo que se mueve dentro de nosotros y nos empuja al abrazo.<br /><br />-Entonces yayo, ¿tú no has matado en la guerra?<br /><br />No hijo. Ni una sola bala ha salido nunca de ese fusil para matar a nadie. Con él cazaba animales en los bosques y así poder sobrevivir; pues el rancho que los altos jefes dan a los soldados, hijo, es la peor de las comidas. La más pobre de las recompensas a quienes darán su vida. Mientras ellos en su reservado comedor beben y engordan, en el frente se pasa hambre y sed. Pero el abuelo hacía sopas de raíces, estofado de cualquier animal condimentado con cualquier clase de hierba aromática que pudiera recoger en las cercanías, pues en la guerra uno come lo que puede sin pensar en nada más. El espliego, el tomillo, la hierba buena… Pero a pesar de no haber disparado nunca contra un ser humano, hijo, he mirado de cerca a la muerte.<br />Por las mañanas antes de los combates, veía reír a los hombres y bromear, pero a las noches, si miraba con atención, ya no veía los mismos rostros alegres. Muchas de esas caras desaparecían para siempre, y otras nuevas las sustituían. En los días sin batallas, había momentos que alguien recordaba alguna anécdota divertida y todos reíamos hasta caer en la cuenta que los protagonistas ya nunca más volverían de la guerra. Eso, hijo, es lo más duro. Es lo que nos quita la guerra. Al hermano, al amigo, al desconocido que sería nuestro camarada de no mediar las fronteras inventadas que nos separan. Nos priva de la felicidad de la risa, de la naturalidad sembrando caras serias y pena.<br /><br /> Aquellos que han regresado de la guerra, en cualquiera de ellas, en cualquiera de los bandos, jamás vuelve a empuñar un arma contra un semejante. Cuando uno ha vivido la miseria, ya no quiere regresar a sus garras y cuando habla de esos días, no habla de héroes ni pedestales. No habla de lo que los libros cuentan como anécdota repleta de cifras y mapas. No. Ellos hablan de carne y huesos fracturados, de frio, de dolor, de olor a sangre coagulada, pero sobre todo de olor a miedo. Ellos cuentan lo que sus ojos callan, pues lo que uno tiene que ver en la guerra, a veces es motivo de los peores sueños, que regresan en cada uno de los días que se habrá de vivir. Los sueños que adelgazan el espíritu.<br /><br />-Abuelo lo que cuentas es triste y me da miedo…<br />Abuelo ¿tu ganaste la guerra?<br /><br />-Claro hijo. Todo el que sobrevive para contarlo gana la guerra. Independientemente de si está o no en el bando vencedor. De los nuestros, hijo, solo tu Tío y yo salimos vivos. Después de la guerra, cuando los cañones cesan y las bombas callan, deviene la otra guerra: la del odio. Porque los que vencen, vengan muertos en los que quedan vivos. Vienen las envidias, los robos, porque son muchos los cobardes que se hacen ricos a expensas de la vida de otros. De trabajar, hijo, pocos son los que se hacen ricos y la guerra es la forma más rápida de hacerse rico si se es el vencedor. El perdedor no tiene derechos, ni bienes, ni honra.<br /> <br />Nosotros cuando fuimos liberados después de reconstruir con nuestras vidas lo que ellos habían roto con sus bombas, vinimos al mar y no hicimos pescadores. Siempre hay barcos para los marineros y todos necesitan cocinero. Al principio tu tío yo nos embarcábamos juntos, pero las miserias que la guerra siembra en los hombres, pronto me privo de mi única familia. Una mañana amaneció frio. No le mataron las balas pero con el tiempo le alcanzaron aquellas que dañan sin que se vea la sangre.<br /><br />-Abuelo, creo que ya no quiero ser soldado. Ya no quiero ir a la guerra, debe ser un sitio sucio y demasiado triste…<br />Tomás no se lo dijo, pero esas palabras causaron honda impresión y una lágrima afloró a sus glaucos ojos.<br /><br />-Me alegro hijo, me alegro. ¿Sabes una cosa? La mar es mucho más hermosa, ven vamos a ver lo que hace y si quieres, te contaré historias mucho más divertidas que las que hablan de soldados.<br /><br />Levantándose de la piedra, abuelo y nieto caminaron por las calles estrechas que bajan al puerto, donde a la orilla de la mar esperaba inquieta una vieja dorna pintada de azul y blanco: La odisea. Y en ella subidos olvidaron la vieja arma que desde entonces ya no cuelga de la viga de la alacena, sino que lo hace vigilada por erizos, rayas y caballitos de mar encima de alguna roca de las que pueblan la mar.<br /><br /><br /><br /><br />por el lobo que camina<br /><br /><br /><a href="http://www.safecreative.org/work/0908074208066" rel="cc:license" xmlns:cc="http://creativecommons.org/ns#"><img style="border:0;" alt="Safe Creative #0908074208066" src="http://resources.safecreative.org/work/0908074208066/label/standard-72"/></a>Crepusculariohttp://www.blogger.com/profile/01075567099084570065noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2648571986741177753.post-22428229650511342652010-06-02T05:43:00.001-07:002010-06-02T06:24:14.574-07:00El último trabajo<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjAyYwoNY6OsMeEDgf4FXzFD_X475MBsSBJhY3cQo5bABM2iq07-SxvH-92RBzQfuNXX_SdcAOqderH3rwJwc7YJXaHn7U_jM4PKEMx2BiUPPkJjh2qzaTnYQoU9TsSa5ZFRMdoNRRzXGUX/s1600/76840012.JPG"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 320px; height: 212px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjAyYwoNY6OsMeEDgf4FXzFD_X475MBsSBJhY3cQo5bABM2iq07-SxvH-92RBzQfuNXX_SdcAOqderH3rwJwc7YJXaHn7U_jM4PKEMx2BiUPPkJjh2qzaTnYQoU9TsSa5ZFRMdoNRRzXGUX/s320/76840012.JPG" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5478161096035569074" /></a><br /><br />Imagenes:<br /> Foto es luparia<br />Favian Pérez. balcon a buenos aires<br />Mónica Castanys.el piano<br />De la red rosas <br />De la red veleros<br />Escha van den Boguerd. relacher 2<br /><br /><br />Es muy fácil, verá usted: Sale en dirección norte, una cuarta al oeste y cuando aviste la luz del faro de punta lucero, ponga rumbo oeste sur oeste. Media hora a cinco nudos siguiendo el cordal de la costa hasta punta del muerto. En cuanto afloren por detrás de la punta los dientes del diablo, eche el ancla porque habrá llegado. El pecio se encuentra a escasos veinte metros, ¿sabe usted? Allí las rocas forman una meseta submarina repleta de grandes cuevas.¡ Ah! No sabe cuánto les envidio, veinte años menos y me uniría a ustedes. <br /><br />-Muchas gracias buen hombre, ¿Se toma algo en la casa del mar?<br /><br />-Gracias, pero he de revisar “La morena” está noche salgo al calamar. Suerte y buena mar compañero.<br /><br />Raymond y su acompañante se encaminaron despacio hacia al aparcamiento privado del puerto deportivo donde les esperaba un descapotable verde botella.<br /><br />-¿Crees que se lo ha tragado?<br /><br />-No puedo saberlo, nunca sé cuando los lobos de mar desconfían: ya son desconfiados, la mar les hizo así.<br /><br />-Tú no necesitas señas para navegar por aquí ¿verdad?<br /><br />Él la miró durante un segundo y sin decir nada accionó el contacto. El atronador ruido de los caballos, libres por fin, ahogó toda conversación y el silbido del viento contra el parabrisas y los espejos retrovisores les hizo guardar silencio hasta llegar al hotel.<br /><br />Ambos se alojaban en la suite Miramar, en la octava planta del Hotel Ensenada, situado en el mismo centro de la ciudad y frente a los tinglados de la trans-océanos. El edificio de dos plantas de corte modernista recortaba en blanco la silueta del “fortuna” con la proa abierta. <br />El botones recogió al vuelo las llaves del deportivo y con la soltura que da la juventud se puso manos al volante camino del aparcamiento. Raymond seguido su acompañante entraron en el hall del gran hotel a grandes trancos y cuando apunto estaban de entrar al ascensor el recepcionista vino hacia ellos corriendo.<br /><br />-¡Monsieur Raymond!, espere por favor…<br /><br />Era alto y musculado. Su metro noventa y seis nunca pasaba desapercibido en la cubierta de ningún barco, pero era la mirada lo que más desconcertaba. Sus ojos de mar eran del todo opacos, como esas aguas someras que no dejan ver el peligroso fondo rocoso, enemigo de los barcos. Refulgían como hielo acerado y pocos eran los que aguantaban su inquisitoria mirada. Muy pocos querían reflejarse en ellos. El cabello moreno que caía ligeramente aclarado por el sol sobre los hombros, nacía sin entradas a cuatro dedos de unas cejas afiladas y prominentes; la barba de tres milímetros perfilada y fina, delimitaba con el borde del maxilar hasta unirse a las patillas estrechas. El cuello se unía a la espalda por medio de uno descomunales deltoides, que junto al pecho le daban un aire de semi dios heleno. Al final de los largos brazos unas manos como remos sorprendían por su agilidad; las piernas eran dos columnas de alabastro que lo cimentaban al suelo con seguridad. . En general, la flexibilidad era su arma. Nadie esperaba nunca que un hombre tan alto se moviera como un felino: silencioso y veloz, por eso, cuando se giró en dirección al recepcionista, éste se detuvo en seco apartando de su cara la sonrisa idiota y servicial.<br /><br />-Monsieur, ha llegado éste sobre para usted.- dijo enarcando una sonrisa nerviosa al tiempo que iniciaba una reverencia el recepcionista.<br /><br />-¿Vio usted quién lo dejó?- dijo sacándose la cartera y mostrando un billete azul de banco.<br /><br />-Desde luego señor: un hombre de mediana edad, bien vestido y sombrero blanco. Dijo llamarse Dr. Armand y me encargó que se lo diera en mano personalmente.<br /><br />-Muchas gracias Demetrio- dijo leyendo el rótulo del uniforme del recepcionista. Luego le entregó el billete con desdén y se alejó en dirección al ascensor, donde aguardaban el botones y su acompañante.- Que no pasen llamadas a la habitación hasta mañana.<br /><br />-Si Monsieur Raymond, así se hará.<br /><br /><br /><br />La suite Miramar era una de las preferidas de Raymond cuando visitaba la ciudad. Diseñada como habitación nupcial, constaba de dormitorio con vestidor, jacuzzi y una pequeña ducha separada con pavés traslúcido, además de la gran sala con barra y terraza acristalada desde donde se contemplaba toda la bahía hasta punta lucero. En el medio de ésta, la isla Bonanza emergía cual fantasma oscuro coronado de verde. No era el más caro, ni siquiera el más prestigioso de aquella ciudad abierta al mar, pero aquel hotel estaba a cinco minutos caminando del puerto deportivo, a dos de la catedral románica y a seis de la tienda de de artículos marinos Cosas, yates y Cía. Andando un poco más se encontraba la biblioteca municipal con su edificio neoclásico de pórtico tetrástilo y escalinata. A sus pies, la estatua de un gran escritor local, descansaba sentado con un libro en la mano mientras su vista de piedra, se perdía en dirección al gran hotel y por fin a la mar. Siempre iba allí para trabajar. En la sección de cartografía uno podía encontrar desde autenticas reliquias, hasta cartas náutica de la marina de su majestad británica.<br /><br /><br /><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiv37Img-q-bzsuCSy0w9pNbJ28K98BqqNXlA5BGIk4EzDqFe83oqr6wRsCDK_q4wQ4XoCjV42spJg_rnuUDxlJhkh5VG7-XhHaS6HzkRTztDpIIatPDtixbigj354EQvUJ6j81mHky7Yce/s1600/BalconyatBuenosAiresI+fabian.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 320px; height: 240px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiv37Img-q-bzsuCSy0w9pNbJ28K98BqqNXlA5BGIk4EzDqFe83oqr6wRsCDK_q4wQ4XoCjV42spJg_rnuUDxlJhkh5VG7-XhHaS6HzkRTztDpIIatPDtixbigj354EQvUJ6j81mHky7Yce/s320/BalconyatBuenosAiresI+fabian.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5478161706381111042" /></a><br /><br />Al llegar a la habitación Gisela se dejó caer en la enorme cama boca abajo, mientras, él, abría el sobre con cuidado de no rasgar el cierre. No era nada que no supiera ya, pero la colocó bajo el fuego del brasero que caldeaba la terraza. El sol apunto estaba de caer y durante un segundo sus ojos se perdieron detrás de punta lucero, allí, el astro se sumergía en la mar de cobalto, luego, aproximándose a la alcoba, cubrió con su envergadura el cuerpo de Gisela. Al principio no hubo respuesta a las leves caricias debajo de la blusa blanca, ni a los lánguidos besos sobre los hombros desnudos, pero una palabra vertida quedamente junto al oído, hizo que ella despertara de su letargo.<br /><br /><br /> Estaba enfadada, harta de ser florero, la coartada perfecta, la cara amable que consigue cosas. Sentía que su pecho, ahora erizado después de hacer el amor, era aprisionado por una pesada losa que lo hundía. Se levantó desnuda y apoyó la frente contra la cristalera de la terraza. El sol hacía tiempo que se había dormido y tímidas estrellas titilaban en el cielo raso de la noche pugnando con las luces de la ciudad. Recortada por el azabache, las luces rojas y verdes de isla bonanza, parpadeaban indicando a los taciturnos pesqueros que se acercaban el camino hacia la seguridad del puerto.<br /><br />-Te necesito. Lo sabes, ¿verdad? Dijo Raymond abrazándola nuevamente por detrás.<br /><br /> Siempre llegaba así: silente como un fantasma, como la niebla en la noche.<br />Ella lo abrazó resguardándose en el seno del pecho protector y emitiendo una queja se dejó hacer.<br /><br />-Vamos a la cama, cielo.- Él la tomó en sus brazos y desaparecieron engullidos por las sombras de la habitación.<br /><br /><br /><br />El día amaneció soleado y a las ocho en punto el servicio toco a la puerta de la habitación. Raymond duchado, arreglada la barba y vestido de sport aguardaba en la terraza con un dosier de lomos azules en las manos. Se oía el sonido de la ducha y una nube de vapor inundaba la suite. El camarero sirvió el desayuno en la mesa blanca de la terraza con parsimonia eficiente, recreándose en esos detalles que enseñan en la escuela de hostelería privada. Zumo de naranja natural, croissant a la plancha con mantequilla y mermelada de frambuesa, café solo, té inglés fuerte y aromático, queso curado y una manzana bermeja.<br /><br />-¿Desea el señor alguna cosas más?<br /><br />- Si, haga que me acerquen el coche a la entrada, por favor.- De su mano se desprendió un billete de banco que el camarero hizo desaparecer con la rapidez de un prestidigitador.<br /><br />- así se hará señor, muchas gracias.<br /><br /><br />Gisela apareció con un vestido entallado de rayas blanquiazules por encima de las rodillas, con el peine se cepillaba el cabello aún húmedo que ella secaba sin secador de mano. Hasta Raymond llegó el aroma del acondicionador, la crema corporal, las dos gotas de perfume francés que ella vertía sobre su cuello de cisne, y al cerrar los ojos se hizo más y más intenso. Sintió ganas de hacerla el amor allí mismo, pero el reloj no perdona en cuestión de negocios. Debía irse ya.<br />-Te vas ¿verdad? Nunca me cuentas nada. Solo me utilizas, te odio. -Dijo ella en lugar de los habituales buenos días.<br /><br />-Si te lo contara todo tendrías la misma soga al cuello que yo. Un día no estaré y entonces agradecerás que solo te haya reservado mi mejor parte, sin lagunas oscuras, ni rocas afiladas. Estás preciosa por la mañana, amor. Dame un poco de esos labios antes de que parta.- Dijo sonriendo.<br /><br />Ella se giró dándole la espalda y su figura se perdió en la habitación; aquel movimiento de caderas le volvía loco, realmente era un tipo con suerte. <br />Se levantó de la mesa apurando el té, luego introdujo la manzana en el bolsillo derecho de la americana y se encaminó hacia la puerta, Gisela se había metido en el cuarto de baño; cerró sin hacer ruido y tomo el pasillo de la derecha hasta las escaleras, siempre bajaba caminando. En la entrada le esperaba el descapotable, dio un billete al botones y se alejó de allí camino de la carretera del faro. Miró el reloj: eran las ocho y treinta y dos. El trayecto a lo sumo y contando con el tráfico, le llevaría diez minutos, lo que le dejaba tiempo para hacer ciertos deberes que su profesión le exigía.<br /><br />A las ocho y cuarenta estacionó el deportivo en la alameda en dirección opuesta al sentido por el que había llegado. Luego caminó hasta la entrada del campo de golf. El guarda y él se saludaron y enseguida se acercó a la cafetería. No había nadie aún. Fue al servicio, inspeccionó la puerta de proveedores y por fin pidió un zumo de naranja natural colocándose en la mesa del fondo de cara a la puerta.<br />El reloj dio la hora y por la puerta aparecieron tres hombre, uno de ellos con sombrero y maletín. La cosa empezaba mal. El señor del maletín y el más alto se acercaron hasta la mesa.<br /><br />-Buenos días señor Raymond.<br /><br />-Nada de nombres, si no le importa. Y esto no es lo acordado. Solo, significa eso mismo.<br /><br />-No se enfade…La vida está llena de cambios y hay que adaptarse- dijo al tiempo que enarcaba una sonrisa cínica.<br /><br />-Desde luego, por eso mismo ya no hay trato. Ahora si me disculpan, tengo mucho que hacer.<br /><br />-No se precipite, hablemos… dijo mirando al acompañante al tiempo que asentía con la cabeza.<br /><br />El hombre alto se situó al lado derecho del hombre del maletín con gesto más bien amenazante.<br /><br />-Ya hemos hablado lo necesario y diga a su lacayo que se aparte antes de que tenga un accidente grave- su mano de babor se tensó y con la de estribor a la altura del botón de la americana se dispuso a irse.<br /><br />- A mí nadie me deja plantado, ¿me oye?<br /><br />Raymond se detuvo a dos pasos de la puerta y sin volverse contestó.<br /><br />-La vida es cambio. Debió venir solo.Dijo mientras se encaminaba a la puerta de la cafetería.<br /><br />El hombre de la puerta miró a su jefe, pero antes de que pudiera hacer nada, Raymond le apartaba con el brazo - hazlo y saldrás en la página de sucesos hoy- Dijo con un hilo de voz casi imperceptible.<br /><br /><br />Salió del campo a paso acelerado en dirección al deportivo sin dejar de prestar atención a la retaguardia; con suma agilidad se introdujo de un salto en el deportivo y salió de allí a toda velocidad. Con los mandos del volante selecciono un número en el manos libres del teléfono y presionó la tecla de llamada; al cuarto tono contestó una voz grave de hombre con acento anglosajón.<br />-Ha salido mal, búscame otro cliente.<br /><br />-Eso no puede ser… Vale. Dame unos días, te llamaré.<br /><br />-No. Éste ya no es seguro. Yo me pondré en contacto contigo, adiós.<br /><br />A las nueve veintidós llegó a la recepción del hotel abonó la cuenta con propina, devolvió las llaves del deportivo de alquiler y subió a la habitación. Gisela contemplaba la mar desde la terraza: el vestido ahora era de lino blanco y la luz de la mañana se filtraba por él remarcando aquellas curvas perfectas que tan bien conocía.<br /><br />-Hola cielo, nos vamos. Haz la maleta.<br /><br />-Me temo que no. Dijo dándose la vuelta despacio. Yo me quedo.<br />Aquello sonaba a problemas y no estaba de humor.<br /><br />-Piensa bien lo que dices antes de hablar, Gisela.<br /> <br />-Ya lo he pensado. Me quedo.<br /><br />Él la miró y sus músculos se tensaron. Hubo un atisbo de suplica en la mirada, pero luego el frio se hizo glaciar. Con un solo movimiento cerró tras de sí la puerta de la terraza y se dispuso a recoger el ordenador y la pequeña bolsa de mano, al agacharse asomo la culata de la glock 9 milímetros que llevaba prendida del cinturón. Por alguna circunstancia, el mundo se plegó a su alrededor mientras bajaba las escaleras y todo se tornó confuso. No podía pensar con claridad, y era precisamente lo que debía hacer en ese momento. Se detuvo en seco, respiró hondo cinco veces y cerrando los ojos, se deshizo de la losa que atenazaba su pecho. Cuando los abrió eran nuevamente dos icebergs flotando en la inmensidad de un mar opaco. Sus pasos se encaminaron a la puerta del fondo: solo personal autorizado. Aquellos laberinticos pasillos conducían a la calle de detrás de hotel y de allí tomó la avenida que muere en la biblioteca para una vez llegado a ella torcer a la derecha y ascender por la pronunciada cuesta que lleva a la parte alta de la ciudad. Al final de aquella larga avenida según recordaba, había una oficina de alquiler de vehículos con el anagrama en letras verdes sobre fondo blanco<br /><br />-Buenos días, quería alquilar un vehículo.<br /><br />-Buenos días señor, ¿para cuándo lo desea?<br /><br />-para ahora mismo, si es posible.- En su mente se materializó el plano de aquella ciudad con las oficinas alternativas exceptuando puerto y aeropuerto por cuestiones obvias.<br /><br />-En estos momentos solo disponemos de un Volkswagen polo… -La dependienta observó el traje arena de corte italiano y los zapatos de piel por un momento y se centró de nuevo en el ordenador- Pero si espera a primera hora de la tarde,- dijo nuevamente- podría acercarle desde otra sucursal nuestra uno de nuestros vehículos de alta gama.<br />Raymond sonrió. <br /><br />-No te dejes impresionar por el uniforme cielo, soy de infantería. Ese Polo me viene de perlas, así me ahorro algo de la dieta: hay que economizar…<br />Ella levantó la mirada y por primera vez lo observó con detenimiento. Sonreía cómplice. <br /><br />-Entonces no se hable más, si me permite una tarjeta de crédito y un carnet de conducir, te lo llevas puesto.<br /><br />-Aquí tienes, guapa. La foto es de diario, uno cambia arreglado.<br /><br />-uhm, me gustas más de uniforme soldado…Patrick Basterra. ¿Eres del otro lado del charco?<br /><br />-Solo mis padres. Yo nací aquí al lado- dijo él mirando hacia la puerta.- Ah, la oficina de devolución barajas, un día de alquiler.<br /><br />- Pues si que te mueves niño… ¿Donde dormirás hoy?- ella miraba le miraba sosteniendo la mirada. No había frio en ella, ni en él.<br /><br />-Con gusto lo haría entre tus brazos, pero me esperan mañana en Hamburgo. Claro que, tengo que volver, y para entonces, será la hora de tomar una copa después de otra dura jornada. Qué me dices.<br /><br />-Que son noventa y cinco euros más el depósito de daños, Patrick. Firma aquí abajo.<br />El dobló la copia con cuidado y la introdujo en el bolsillo de la americana junto a las llaves del vehículo luego se dispuso a irse.<br /><br />-Que tengas buen servicio guapa, ha sido un placer- dijo con su mejor sonrisa.<br /><br />-Es el azul Rávena que está aparcado en frente, el depósito está a la mitad… Oye Patrick…<br /><br />- Qué- dijo él dándose la vuelta justo al salir por la puerta.<br /><br />- Salgo a las veinte treinta todas las tardes de lunes a sábados y me llamo Mar.<br /><br />-Mar, ¿has navegado alguna vez de noche?<br /><br />-Ni de noche, ni de día, Patrick.<br /><br />-Cuando salgas por las tardes mira hacia el banco de la plaza, si hay una rosa abandona en él, búscame, no andaré muy lejos. Hasta la vuelta Mar.<br /><br />Ella lo observó irse y suspiró. Estaba deseando volverlo a ver. -Hasta la vuelta soldado.- dijo para sí.<br /><br /><br /><br />Durante las cuatro horas exactas que duró el viaje por esas carreteras de rectas interminables, de campos sembrados de trigo verde que es castilla, repasó cada una de las conversaciones, de las miradas, de los silencios, buscando el motivo de la defección de su compañera: siempre hay un motivo oculto o no. Barajó posibilidades, probabilidades, permutaciones, sin ignorar ni una sola de las combinaciones posibles y al final, con dolor amargo en el corazón, sopesó el resultado: no lo entendía. Aquella ecuación tan simple se le antojaba disparatada, pues él, en su balanza ya había dado por cierto que ella le amaba, pero quizá se equivocaba: siempre lo hacía. Ese era su error repetido hasta la saciedad, pero, uno que no le importaba repetir pues estaba dentro de su naturaleza confiar en el amor. Aquella confianza no bajaba la guardia y por eso se encontraba de camino a otra ciudad, donde si todo iba bien, solventaría el entuerto de forma favorable para él.<br /><br />Paró en la gasolinera junto al mítico circuito un tanto olvidado ya. Quería estirar las piernas. En todos los años de buzo nunca había fumado, si acaso, unas pocas caladas de tabaco con hachis después de las inmersiones para relajarse, pero eso era en su juventud, y ahora cuidaba su cuerpo.<br /><br /> Se deshizo del teléfono en la primera papelera que encontró y tomo el auricular gris de la cabina junto a los lavabos de la estación de servicio. Marcó un número con rapidez milimétrica y aguardó.<br /> <br />- Asesoría Holden ¿Dígame? <br /><br />- Con el señor Gamarra por favor.<br /><br />-¿De parte de quién?<br /><br />-De Álvaro Pazos.<br /><br />-Espere un momento por favor.<br /><br />Sonó la música de espera: Stabat mater kv 631 vivaldi. Su mente por un momento se relajó y con la mirada perdida más allá del horizonte de asfalto que es la ciudad canturreó entre dientes.<br /><br />-Señor Pazos, le paso con el Sr. Gamarra.<br /><br />-Hombre gallego, cuánto tiempo sin saber de ti. ¿Qué se te ofrece?<br /><br />-Hola Fidel. Un negocio: arte. ¿te interesa?<br /><br />-Depende. ¿ya no trabajas para el holandés?<br /><br />-Ya sabes que no tengo amos.<br /><br />-Bien. Pásate a última hora por el despacho y hablamos.<br /><br />-mejor te espero en la Fontana a eso de las ocho, mesa para dos.<br /><br />-De acuerdo, pero tendrá que ser a las siete y media…<br /><br />-Bien, pero no tardes ya sabes lo poco que me gusta esperar.<br /><br /><br /><br /><br /><br />Dos hombres seguidos de un tercero entraron en el hotel, los más altos se encaminaron al ascensor mientras el otro se acercaba al bar del junto a recepción. Gisela, vestida de vaqueros y blusa blanca salía con cara de pocos amigos cuando fue abordada por los recién llegados que la sujetaron del brazo.<br /><br />-tiene que acompañarnos señorita.<br /><br /><br />Uno de ellos sacó una placa falsa de policía mientras el botones atónito permanecía con la boca abierta. Entre empujones fue sacada del hotel e introducida en una limusina alemana con los cristales tintados que aguardaba en doble fila.<br /><br />-¡Armad!- dijo Gisela sorprendida- Todo esto no es necesario, yo no sé nada y tú lo sabes siempre me mantiene al margen de sus negocios…<br />-No has cumplido tu parte, solo tenias que retenerlo hasta mi llegada. Cuéntame lo de ese barco.<br /><br />-El “seawolf” un fuera borda del puerto deportivo, pero también se ha interesado por otro, un velero, el “blue meezan” y hablaron de los dientes del diablo y un barco hundido.<br /><br />-Tonterías, eso solo es la coartada.<br /><br />En el asiento de enfrente un hombre rechoncho con sombrero y maletín sonreía de forma siniestra<br /><br />-Armand, deja que yo le saque a ésta puta lo que sabe…<br /><br />-¿Ves? No te creemos del todo. Tú sabes más de lo que aparentas bonita. Díselo a tu buen amigo Armand y no te pasará nada.<br /><br />-De verdad- Dijo casi al borde de la histeria- no sé nada más, solo que alquiló un equipo de inmersión en una tienda y de la biblioteca sacó algunos mapas de la zona. Íbamos a navegar varios días.<br /><br />Armand y el hombre del sombrero se miraron asintiendo.<br /><br />-Bien Gisela, te creemos.- Chofer pare aquí. Ahora vas a dar una vuelta con mi amigo, le dirás todo lo que hablaron con esos tipos de las lanchas y hasta la talla de calzoncillos que usa el cabronazo de tu novio, por unos días serás su invitada, porque te llamará, y queremos hablar con él. Cuanto antes te llame, antes te dejaremos marchar. Lo entiendes ¿verdad?<br /><br />Ella asintió mientras amargas lágrimas surcaban sus mejillas. <br />Acababa de darse cuenta de su falta de cálculo al evaluar la situación. Raymond era su único aliado, solo que ya había dejado de serlo. En ese momento supo que él no llamaría nunca más y que la niebla se tragaría su nombre. ¿Quién era en realidad? Eso nunca lo sabría.<br /><br /><br /><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh4YKVRtuPeP6XMoYLHMnY89TWKDfP-YNHIu3Qr4-jgC429q5_cKAzv86EtdiqH56oLe9JDmdV61ioPtqf3Lwhl3aKWWq5J3sSFkq6KL5DVwlNMZ7L6hm8kxVwL4XqOpt3KY67sGrCh3WxS/s1600/el+piano.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 318px; height: 320px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh4YKVRtuPeP6XMoYLHMnY89TWKDfP-YNHIu3Qr4-jgC429q5_cKAzv86EtdiqH56oLe9JDmdV61ioPtqf3Lwhl3aKWWq5J3sSFkq6KL5DVwlNMZ7L6hm8kxVwL4XqOpt3KY67sGrCh3WxS/s320/el+piano.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5478162557838719890" /></a><br /><br />En el carrillón de la Fontana dieron las siete y media. Apenas unas un puñado de mesas estaban ocupadas por gente y al fondo junto a la puerta del almacén un hombre de traje beige y corbata aguardaba junto a una botella de agua mineral.<br />La puerta se abrió dejando entrar al ruido del tráfico y a un hombre de mediana edad con traje azul marino. Este entró quitándose el abrigo y se detuvo buscando a alguien con la mirada, luego miró la hora en el reloj de muñeca y suspiró al tiempo que se encaminaba a la barra.<br /><br />-Póngame un rioja. Crianza, por favor.<br /><br />A su espalda un hombre alto vestido de sport con camiseta negra y vaqueros le palmeó la espalda<br /><br />-No has cambiado gallego, siempre sacando el corazón por la boca a la gente. Un día de éstos matarás a alguien de un infarto, te lo aseguro.<br /><br />-Eres puntual, pero dime: ¿de quién es ese Audi tan hortera que tienes aparcado ahí fuera?<br /><br />- Ni me lo nombres…Es el regalo de mi secretaria- carraspeó y continuó hablando-. Éste fin de semana, es decir, ahora mismo tendría que estar de camino a la sierra, donde sé que me espera solo con la ropa interior que le he comprado ésta mañana.<br />-No te entretendré demasiado Don Juan… - Ambos reían.<br /><br />-Vamos, la mesa nos espera; el reservado de siempre.<br /><br />- Buena elección, amigo.<br /><br />-Camarero, tráiganos una botella de setecientos monjes gran reserva del noventa y cuatro al reservado por favor, y dígale al metre que puede empezar a servir la cena.<br /><br />-Coño gallego, éstas en todo ¿has elegido por mí?<br /><br />- Si no te conociera, Fidel, tampoco sabría que ese es el vino que utilizas para impresionar a las damas, en cuanto al menú, el metre nos ha recomendado un menú degustación que lejos hacerte llegar pesado a la cita, te hará llegar con bríos desconocidos.<br /><br />Pasaron al reservado y cenaron bebiendo una segunda botella de ese caldo. En los postre, y tras la explicación pormenorizada de los planes, Raymod Gotié también Álvaro Pazos le miró de forma incisiva.<br /><br />-bueno, ahora te toca mover a tí...<br /><br />-¿Cómo sabes que no iré al holandés con el cuento para ganarme su favor?<br /><br />-Porque perderías un amigo y acabarías muerto en ese apartamento de la sierra. Pero sobre todo, porque en juego hay un pastel tan sabroso que un tiburón como tú, no dejaría pasar. Y si todo eso no te convence, sé que joder al holandés ha sido tu sueño desde que te conozco, y largando el cuento, no solo serias menos rico, sino el hombre que le hará feliz a él.<br /><br />-Joder, pareces mi mujer, que bien me conoces…Empiezo a pensar que te subestimamos todos gallego. Me place pisar el negocio del holandés, pero el riesgo encarece el precio. Ésta vez será del…<br /><br />- No me vengas con cuentas Fidel, el precio no lo discuto nunca y lo sabes. Necesito un nuevo nombre, australiano y a ser posible que no sea de un muerto como la última vez. También treinta mil euros por adelantado en mi cuenta de las caimán. Esa la conoces.<br /><br />-Bien , no es problema, el martes lo tendrás, pásate por el despacho a recoger el pasaporte<br /><br />-no, nos veremos aquí. Además tu despacho y los teléfonos están vigilados y hasta puede que también lo esté tu casa-<br /><br />-Eso no puede ser. Yo tomo mis precauciones.<br /><br />- Bueno, no es seguro y de ser cierto estarán en la fontana cerca de sol esperando como idiotas.<br /><br />-¡Claro! No había caído. Solo tú y yo llamamos así a Casa Iñaxio.<br /><br />-Si todo sale bien, Fidel, ésta será el último trabajo que realice.<br /><br />-Terminar a lo grande y cortarse la coleta, como los toreros. Es un pastel muy gordo, yo también lo haría, pero no estoy solo como tú. Oye, ¿y esa chochito que iba contigo la última vez?<br /><br />-Ella jugaba a dos bandas, la terminé.<br /><br />-Vale, siento haber preguntado. Tú eres de los que se enamora gallego y eso no es bueno en vuestro oficio.<br /><br />- Mi oficio es la mar, esto solo es para pagar facturas.<br /><br />-¡Que jodido! Ya no quedan tipos como tú en el negocio, si piensa en volver a trabajar alguna vez cuenta conmigo, me hace falta un socio.<br /><br />-Yo trabajo siempre solo, pero agradezco el cumplido. Entonces el martes nos veremos, no me llames, lo haré yo. Cuando lo tenga te llamaré y en ésta misma mesa te diré cómo y dónde podrás recogerlo.<br /><br />Ambos sellaron el acuerdo con un apretón de manos y se despidieron. <br />La noche era fría pero con el vapor del vino ni se inmutó. Caminó por la avenida durante largo tiempo con la cabeza muy lejos de allí. En su mente ordenaba los acontecimientos y maldecía. Todo podría haber sido de otra manera pero siempre le tocaba bailar con la más fea. De pronto se paró, observó a su alrededor: la calle era un hervidero de vida y luces de neón. La ciudad celebraba la llegada del descanso semanal, unas jóvenes se cruzaron con él;reían. Ajeno al mundo, suspiró y continuó caminando.<br /><br /><br />Los apartamentos Monte casino estaban algo alejados del centro de la ciudad, pero no demasiado. Era un barrio residencial y tranquilo donde la gente ni se conoce. Álvaro pulsó el timbre de la recepción y la puerta se abrió al instante.<br /><br />-Estamos completos señor- mentía la recepcionista.<br /><br />-Seguramente, pero yo tengo reserva a nombre del señor Patrick Basterra.<br />La recepcionista comprobó en el ordenador y articulando una sonrisa asintió con la cabeza.<br /><br />-Si, así es, disculpe. A estas horas no admitimos clientes. Su habitación es la Doscientos seis, como siempre señor Basterra, bienvenido de nuevo<br /> <br />-Claro sobre todo si no van de traje, pensó para sí.- Bien, que me despierten a las seis y diez.<br /><br />La habitación era espaciosa, situado en la segunda planta del edificio. Contaba con una pequeña cocina, salón amplio dormitorio con cuarto de baño y vestidor. La terraza daba a la piscina que ahora por ser invierno nadie utilizaba, pero él si.<br /><br /><br /> A la hora señalada sonó el teléfono de la habitación. Era el recepcionista.<br /><br />-Buenos días Señor Basterra, son las seis y diez.<br /><br />-Gracias, muy amable. Necesitaré un coche de alquiler para ésta mañana, ¿puede gestionarme usted los trámites?<br /><br />-Desde luego, señor, con mucho gusto. <br /><br />-Bien avíseme cuando llegue, gracias nuevamente.<br /><br />-No hay de por qué, señor, para eso estamos.<br /><br /><br />Con el albornoz del aparta-hotel bajo a la piscina. Todo estaba dormido, incluso el agua inmóvil parecía dormitar ajena a la brisa fría de la mañana. Sin hacer ruido se introdujo en las aguas gélidas rompiendo su quietud. Ese era el mejor momento del día. Largo tras largo apartando las aguas con las manos para avanzar, solo concentrado en respirar acompasando los movimientos. El ritmo en la cadencia regular de inspiración y expiración bajo el agua donde todo es silencio y latidos de corazón. Cuando uno nada, se aleja del mundo y regresa al interior donde la voz del yo puede oírse tan clara como se ve la luz de la mañana en los días claros.<br />Tras una hora de ejercicio subió a la habitación donde le esperaba una ducha tibia y relajante de diez minutos exactos, luego el desayuno a base de zumo de naranja, un té humeante con una nube de leche fía y un par o tres piezas de fruta.<br />Eran las ocho y media cuando descolgó el teléfono de la habitación, y tras pulsar el cero marcó un número sin dudar.<br /><br />-¿Dígame? Contestó una mujer extrañada al otro lado.<br /><br />-Buenos días ¿está su marido?<br /><br />- si, espere que le aviso, no cuelgue, ¿de parte de quien?<br />-Raymond Gotié<br /><br />-Buenos días, Raymond. Esperaba su llamada. Le dije a mi mujer: ese chico es de ley, llamará, ya lo verás.<br /> <br />-Pues no sé qué decirle, digamos que tengo palabra. Quiero proponerle algo: le compro el barco. Bueno se lo compra un amigo mío australiano, pero eso ya se lo explicaré en persona, es muy largo de contar.<br /><br />-Por todos los diablos… Me dejas frío. Realmente no está en venta. Déjeme pensarlo, deshacerme de él no va a ser fácil, muchas horas de trabajo, es como mi hijo ¿sabe?<br /><br />-Claro, lo sé Joaquín, no hay prisa. Quizá por eso mismo lo quiero comprar: es un barco con historia que ha sido mimado por manos sabias y hechas a la mar. Desde luego estará en buenas manos. Por el papeleo no te preocupes, yo me encargo de todo.<br /><br />-Entonces, ¿lo alquilas para el viernes?<br /><br />-Si, desde luego, eso no cambia, el viernes a las ocho en la dársena, dinero en mano, como acordamos.<br /><br />-Vale, bueno, pensaré en la oferta. Si, lo pensaré, hasta el viernes.<br /><br /><br /><br /><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi8Hh69_RkjvjpsRNu8yXqmlAaEBuxy58Ieni5PXjkmosN_RsgYdrQwGLRok93Ojo_e-R6Hm6X5TcctOo3YgqsoTVA0br6YNWv2kZDsbyb0tKm3IsRJEtyXoUUlOQ496E1DzIzNnYMNVuIw/s1600/45.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 320px; height: 220px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi8Hh69_RkjvjpsRNu8yXqmlAaEBuxy58Ieni5PXjkmosN_RsgYdrQwGLRok93Ojo_e-R6Hm6X5TcctOo3YgqsoTVA0br6YNWv2kZDsbyb0tKm3IsRJEtyXoUUlOQ496E1DzIzNnYMNVuIw/s320/45.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5478163385040435698" /></a><br /><br /><br />Aquella tarde el calor había sido insoportable y para colmo de males el aire acondicionado se había estropeado. La persiana de la oficina comenzó a bajar lentamente mientras el motor hacía chirriar los goznes metálicos como el rastrel de un castillo de película. Ahora el sol, antes de declinar detrás de los edificios, en agónico estertor doraba el banco de la pequeña plaza junto a la fuente donde jugaban unos niños. Por un momento ella se dejó cegar por el astro como queriendo absorber los últimos haces de luz y cuando abrió nuevamente los ojos lo vio: sobre la madera ajada por la lluvia y el sol una rosa envuelta en celofán transparente dormía abandonada encima de una hoja carmesí. Quizá una imagen, un gesto, un mirada sirvan para alegrar un día aciago y por eso ella comenzó a sonreír. Mientras se iba acercando su corazón descarrilado amenazaba con salirse del pecho y solo la estrechez de la boca impedía que se saliese por ella. Con manos temblorosas asió la rosa, se la acercó a su tímida nariz para impregnarse de la fragancia; luego como espoleada por una voz interior comenzó a buscar con la mirada en derredor suyo. Nada. No había más que niños felices jugando a salpicarse con el agua clara de la fuente que el sol irisaba con dulce fulgor. Sus ojos se precipitaron sobre la hoja. Estaba cuidadosamente doblada en cuatro tramos idénticos como si fuese un acordeón pequeñito con el fuelle desplegado. La tomó en su mano, y sin atreverse a leerla, la apretó contra su pecho.<br /><br /> Fue en ese momento cuando las piernas dejaron de sujetarla y tuvo que sentarse. Todo temblaba: temblaba la vida sobre la acera dorada, los árboles y sus delgadas ramas, temblaba el corazón en el pecho que subía y bajaba inquieto, Por fin leyó la nota y las letras se empeñaban en brincar cambiando de línea, desordenando las frases a su antojo. Con un suspiro las aquietó y pudo descifrar en parte su contenido: volvían a moverse. En el final se instaló el comienzo y quiso ser un bucle para poderse aprender aquellas frases entrecomilladas.<br />¿Era posible que todavía hubiera románticos? No. El acero de sus ojos escrutó la carta, leyó despacio, pero si. Si, y si mil veces si. Latía con fuerza todo: la fuente, los niños, las baldosa de la acera. Aquello era cierto. La realidad la pertenecía por una vez ¿por qué si no un hombre iba a tomarse aquellas molestias? pero ¿y si era solo el escenario de una obra de teatro? A ella le gustaba el teatro y la ópera, aunque nunca iba, quizá por eso se absolvió concediéndose el pecado. No, no había pecado en ello: era sólo un espejo que rompía la rutina. Por una vez ataría al miedo. Leyó de nuevo, ahora en alto, como para confirmar que aquellas letras eran una realidad plausible:<br /><br />“ Al sur, por la calle que baja hacia el puerto lleva el camino que muere en la mar. Allí en el embarcadero un velero aguarda amarrado tu llegada. No pierdas la rosa, ni ésta carta, pues sólo ellas habrán de concederte la entrada franca a la mar” <br />Dársena 13 “ Selene”<br />Patrick B.<br /><br />-¿Señorita se encuentra bien? Dijo el niño rubio que la miraba con los ojos abiertos como ventanas al alma.<br /><br />-Si cielo, nunca he estado mejor- y con su mano acarició la barbilla de aquel niño que quizá, solo quizá, fuera otra señal de esos dioses imaginarios que adoran los hombres con miedo a la vida.<br /><br />Apenas quince minutos caminando la separaban del puerto y mientras se acercaba a él iba imaginando la escena. En ella Patrick vestido con aquellos pantalones arena de lino, la camisa marrón sin abotonar en la cubierta de un gran velero de película. Por algún motivo todo estaba en blanco y negro salvo él. Las luces de la tarde dorando la mar, su cabello recogido en una coleta brillando y aquellos ojos glaucos desnudándola con deseo.<br /><br />Justo cuando sus pies pisaron la tablazón de la dársena se percató de su apariencia. Se detuvo en seco ¿Qué clase de chica acude a la primera cita con el pantalón pitillo negro, la camisa y el fular en el cuello de la ropa de trabajo? Quiso desaparecer y que la mar tragase su cuerpo. Apenas unas hebras de perfume, de rímel y el gloss de labios de la mañana eran todo su patrimonio. Apunto de la lágrima, hubiera matado por cualquiera de las prendas que en su armario dormían olvidadas. No, así no. Pero se no se negó a si mima. El sabría ver lo esencial y si no, nada iba a importarle.<br /><br />Con la carta en una mano y la rosa en la otra, con el bolso negro sujeto con el antebrazo al cuerpo fue clavando la vista en los números pintados que nacían desde el uno indicando el pantalán, recorrió las tablas flotantes hasta llegar al número fatal. Nunca había sido supersticiosa y por eso no le importó lo más mínimo aquel presagio, que por otra parte quizá, solo quizá era un augurio de tiempos sin duda mejores: el futuro siempre ha de serlo.<br /><br />Un hombre de gesto adusto la observaba desde un yate pintado en blanco.<br /><br />-Señorita, ¿sabe leer?- dijo señalando un cartel oxidado.<br /><br />De pronto una voz salida de entre los mástiles dormidos de un velero tronó, y el fulgor de un cielo sin sol dorado en naranjas pareció cobrar vida en el horizonte. De pie, erguido sobre el mayor un hombre alto como la cima de una montaña, aferraba un cabo con su mano de estribor.<br /><br />-Si, ella sabe leer perfectamente, ahora lea mis labios: métase en sus asuntos o tendré que meterme yo en los suyos.<br /><br />Por un momento pareció como si el cabo que sujetaba entre las manos crujiese e incluso la mar que acunaba los barcos quedó quieta. El hombre miró evaluando la situación y por fin desapareció murmurando con la cabeza gacha bajo la cubierta de su embarcación.<br /><br />-Veo que traes el salvo conducto, Mar…<br /><br />Ella agitó ambas manos enarcando una sonrisa<br /><br />-Pero hay un problema: no sé nadar.<br /><br />-Por eso no te preocupes, no pienso hundir el velero, mas si tienes tiempo, quizá pueda enseñarte a hacerlo.<br /><br />Entonces de un salto llegó hasta ella y tomándola en sus brazos subieron a la embarcación.<br /><br /><br /><br />El cielo era una amalgama de añiles que avanzaba hacia el poniente donde los últimos vestigios del astro moribundo aún reinaban. El Selene navega impulsado por el lento motor de gasoil y desaparecido el espigón con su baliza luminosa, Patrick dejo el timón en las manos inexpertas de su acompañante.<br /><br /><br /> <br /><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgLVwkO92H87JNnQqU0CWfmmQEA1in9epdyn6dhuxVA5jLbkPsfertZW6-wSmG2YxlkzbU1ilLbZEAD2PSe3fCfBABhLSodEKZkY3RvaiAPw362mgnl8ZJLYlY5mBiEnwe_YrjyThBV8kof/s1600/PA-6.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 277px; height: 198px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgLVwkO92H87JNnQqU0CWfmmQEA1in9epdyn6dhuxVA5jLbkPsfertZW6-wSmG2YxlkzbU1ilLbZEAD2PSe3fCfBABhLSodEKZkY3RvaiAPw362mgnl8ZJLYlY5mBiEnwe_YrjyThBV8kof/s320/PA-6.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5478165658023459122" /></a><br /><br />-Cargar velas es todo un arte,- decía Patrick mientras izaba la de génova en el velero- ahora que la tecnología nos ayuda, un solo hombre puede gobernar una embarcación. Es un acto de egoísmo que nos empobrece miserablemente. La mar siempre ha requerido de manos que se aúnen en la misma dirección, como la vida que sin duda es como un barco. Antaño los tripulantes de un barco llegaban a ser no solo hermanos de mar y tormentas, sino que en tierra, los vínculos permanecían invariables con el paso de los años. Yo navegué con fulano, y dicho ésto, un silencio que penetraba la sangre, se hacía. Una nube pasaba por los ojos de los hombres y todos comprendían la renuncia que muchas veces- casi todas- es la mar. Se dependía del compañero para todo, en los momentos de ocio se trenzaban el cabello en la cubierta- siempre largo hasta que la moda cambió-, pero la mar nunca está quieta. Se aprendía del veterano y sus muchos días de mar, observando las olas, las nubes, el cielo rojo del amanecer. Hoy nos conformamos con mirar la pantalla de tal o cual instrumento creyendo que todo depende de los números, coordenadas, vectores.<br /><br />-¿Tu padre era marinero Patrick? Dijo ella aferrándose a la rueda tal y como le había indicado él. Un sentimiento de bienestar le recorrió el cuerpo: la brisa en el cabello, el aire impregnado de sal, la noche cerniéndose sobre ellos con sus miles de estrellas. La vida puede ser maravillosa a veces.<br /><br />- Ni siquiera le gustaba el mar. Vivió toda su vida encerrado en el terruño pobre y hostil de una hacienda alquilada a un señorito. Decía que si dios, su dios cristiano, hubiera querido que nos adentráramos en él, nos habría dotado de agallas como a los peces. <br /><br />-Entonces, ¿de dónde nace tu amor a las velas y los barcos?<br /><br />-De los libros. Allí entre sus páginas navegué por los mares que otros habían imaginado o vivido, un buen día decidí comprobar si todo aquello que los personajes sentían acerca de la mar era cierto. No me defraudaron. Era aún mejor que lo que el autor más pródigo en descripciones pueda llevar al papel.<br /><br />-¿Has navegado mucho?<br /><br />-En un tiempo fui marinero, pero se gana más si eres tú el que dirige el barco, por eso me saqué el título entre faena y faena. Éste es mi sueño Mar, el Selene.<br /><br />-¿De verdad es tuyo este barco? No me estarás engañando para impresionarme.<br /><br />-Aun no lo es, pero eso solo es cuestión de tiempo. El dueño no sabía que iba a vendérmelo. En cuanto a lo otro, sino te he impresionado ya, es que no sé hacerlo. Soy lo que has visto: un hombre sencillo que vive de sueños.<br /><br />-Pero los sueños no se comen Patrick…<br /><br />-¿Quién te ha dicho eso? Son el alimento del alma y sin ellos caminaríamos como muertos por la vida. Algunos hacen que sus sueños no solo nutran su espíritu sino también la carne y la materia. Hubo sueños que alimentaron familias.<br /><br />-Me gusta como hablas, Patrick. Háblame así durante toda la noche, quiero empaparme de ti.<br /><br />Él se acercó y abrazándola por detrás puso sus manos encima de las de ella en el timón.<br /><br />-Te hablaré y no solo así sino con mis silencios para que sepas que no todo se dice con palabras.<br /><br /><br />En aquel momento ella quiso soltarse del timón y besarlo. Quiso que él la amara sobre la cubierta de aquel barco. Llenarse de su esencia hasta doler, sorber su aliento, derramarse en él; pero él no la soltó y siguieron navegando con estruendo de los latidos bajo la piel mientras la respiración se aceleraba vertiginosamente al tiempo que cientos de mariposas arañaban el vientre. En aquel momento ella supo que ya no podría vivir sin aquellos brazos.<br /><br /><br /><br />En el horizonte se remarcaban en azabache las oscuras rocas de la costa. La mar de cobalto era ahora una sábana ondulada de tinieblas donde la brisa pintaba en plata las crestas de las olas que morían en la lejanía. Patrick giró bruscamente la rueda del timón y haciendo gualdrapear la vela, puso la embarcación en facha; luego accionó el conmutador y el ancla se hundió en las oscuras aguas. Con los ojos clavados en los de ella la desnudó despacio deteniéndose en cada pliegue, besando cada centímetro que la ropa había dejado al descubierto. Hubo temblor de labios, de miembros, temblaron los besos y las caricias hasta que en una vorágine frenética se abrazaron salvajemente. Ella lo desnudó arrancándole la ropa y desnudos los dos sobre la cubierta se amaron tan despacio que cada suspiro parecía congelar el cielo estrellado de la noche.<br /><br /><br /> <br />Yacían abrazados cuando él se levantó y ante los brillantes ojos de ella se calzó un traje de neopreno.<br /><br />-tengo que abandonarte por una par de horas, cuando regrese te contaré una historia y entonces tendrás que decidir.<br /><br />-Estas casado ¿verdad?- dijo una voz fría que ella misma no reconoció como suya.<br /><br />-No seas tonta. No es eso y lo sabes. Puede que te guste lo voy a proponerte, pero tendrás que esperarme para saber.<br /><br />-Te esperaré, pero no tardes o tendré que ir a buscarte.- Una sonrisa iluminó su rostro<br /><br /><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEie5CL56doJxZsdY8Y-UPtfOc8cBLyGuiaJfIB-eH-phBtlfKHFzhOPelP584N-DufssroHFIoUtTbk5VyhVI-P7EchCyqFBM8uOER9YgFAztjAYtWFMTrOFDoHIgwAkiCPvgaA9vNaK3Em/s1600/relacher+2.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 320px; height: 210px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEie5CL56doJxZsdY8Y-UPtfOc8cBLyGuiaJfIB-eH-phBtlfKHFzhOPelP584N-DufssroHFIoUtTbk5VyhVI-P7EchCyqFBM8uOER9YgFAztjAYtWFMTrOFDoHIgwAkiCPvgaA9vNaK3Em/s320/relacher+2.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5478164369665042866" /></a><br /><br />El tiempo que hasta ese instante había volado empezó a arrastrarse y cada minuto era un tormento eterno que se demoraba. Ella bajó al camarote y sin quererlo se encontró curioseando cada recoveco del escritorio. Encontró cartas náuticas, viejas fotografías en blanco y negro de un niño delgado y alto con mirada cetrina, postales antiguas, un libro de poemas dedicado: para Álvaro con amor. Mamá; una guía de viajes de Australia, una agenda que no era una agenda donde todo estaba escrito en clave y un portarretratos con una fotografía reciente y rota donde el brazo seccionado de alguien lo abrazaba por la cintura, de fondo la silueta de un faro estaba difuminada. De la repisa junto a la cama tomó un libro de tapas azules: “relatos del gran lobo gris” y encendiendo el flexo se puso a leer desnuda sobre la cama.<br /><br /><br /><br /><br />Patrick llegó a la cubierta cansado con algo bajo el brazo, y desprendiéndose del traje de neopreno y las botellas, fue al camarote. La luz estaba encendida en la habitación y mar desapercibida de su llegada leía un libro. La luz del flexo caía sobre los pequeños pechos iluminando su forma. Las piernas recogidas sostenían el libro con ayuda de las manos y en la sombra umbría se adivinaba el sexo desnudo. Un mechón rebelde fugado del recogido del cabello se precipitaba sobre el rostro y de vez en cuando ella lo hacía elevarse al resoplar. Era hermosa. Así, concentrada en la lectura, su gesto se relajaba hasta parecer una niña feliz, pero era la profundidad de los ojos de café lo que más le desconcertaba: su mirada era asfalto y solo raras veces se deshacía en ternura. La primera vez que se miró en ellos, en aquella tienda de alquiler, sintió una espada atravesar su costado y cuando mantuvo la mirada, ella soportó el frio de sus ojos albos. No era frecuente. Con todo, había una pena encerrado en ellos: una tristeza semejante a las estatuas del cementerio de su pueblo natal junto al mar. En ellos podía leerse el viejo código de la verdad que encerrada entre amenazantes espadas destacando como la luz en la noche. Por aquella razón algo en su interior le decía que debía ser sincero y en vez de jugar a ciegas le enseñara el tablero de juego y todas las formas que en él lidiaban.<br />Aún mojado, se tumbó junto a ella y en su regazo depositó un porta láminas estanco con cierre de rosca hermético. Ella lo miró con sorpresa y sin prestar atención al objeto le abrazó. Sus pechos acariciaron el torso desnudo de él mientras las manos de ella jugaban a recorrer la cintura. Una de ellas penetró en la sombra de los muslos de piedra al tiempo que su boca aprisionaba el labio inferior de él.<br /><br />-¿No vas a abrirlo? Dijo él aun con el labio aprisionado<br /><br />-Puede…Pero primero quiero que sepas cuán sola me has dejado aquí.- dijo iniciando el lento juego del amor. Él se dejó hacer.<br /><br /><br />La noche pronto echó el cierre y en el horizonte fueron apareciendo tímidos rayos de sol. Agarrados al edredón salieron a la cubierta del Selene y abrazados se sentaron en la popa en silencio. La luz de la mañana lamía la mar y la embarcación y en el cielo las nubes se pintaban de carmín.<br /><br /><br />-Si te tocara la lotería, mar ¿qué harías con el dinero del premio? Dijo de pronto él<br />-No sé, viajar supongo. Vivir sin ataduras ni anclas. Una parte sería para que nada faltase a mis padres ¿y tú?<br /><br />-Yo nunca juego con el azar, pero haría lo mismo que voy a proponerte: Dos personas, un barco, un perro, quizá un niño, la mar sin lujos ni diamantes. Ver la salida del sol a diario y en el ocaso despedir al astro.<br /><br />-¿Es eso lo que hay en el porta láminas? ¿Lotería?<br /><br />-En cierta forma si. Es el billete de ida a una vida sin trabajo, donde seremos nuestros propios jefes dedicándonos a aquello que de verdad nos mueve.<br /><br />-¿Por qué yo?<br /><br />- ¿Y por qué no ibas a ser tú?. Solo di sí o no.<br /><br />-No te conozco … Tengo que pensarlo.<br /><br />-El barco zarpa mañana al amanecer. No puedo quedarme más.<br /><br />-Lo entiendo, espero que tú me comprendas a mí.<br /> <br />-Claro, no te preocupes.<br /><br /><br />El Selene arribó al muelle despacio impulsado por el pequeño motor intra borda. Mientras amarraban la nave una gaviota se posó en la proa y los rayos del sol bañaron su cuerpo. Mar con el pelo húmedo de la ducha se puso las gafas de sol. Por un momento ambos se miraron y sin decirse nada asintieron al tiempo. Él la observó mientras se alejaba por el muelle, luego tomo el celular y comenzó una mañana llena de llamadas, visita a dos oficinas bancarias y un notario.<br /><br />-Si ¿dígame? <br /><br />-Ya está hecho. Busca comprador sin obviar al antiguo dueño, puede que quiera entrar en la puja. Te envío una foto con el Financial times de hoy.<br /> <br />-De acuerdo gallego, cuídate, tu cabeza es valiosa. Te buscan.<br /><br />-Tranquilo, déjalo de mi cuenta. Te volveré a llamar.<br /><br /><br />La brisa de la tarde hacia que el cable del mástil sin bandera golpease contra éste de forma regular. Un hombre de sombrero blanco ojeaba la prensa internacional, a su lado una mujer en traje de baño tomaba el sol en la cubierta. Junto a la escalerilla del yate dos hombres de traje oscuro y gafas de sol estaban alertas. En ese mismo muelle pero a varios cables de distancia un hombre con traje de buzo se tiraba al agua para revisar los fondos de una embarcación.<br /><br />-¿Se sabe algo de ese mal nacido?<br /><br />-Nada.- Dijo un hombre delgado y pálido de traje gris.<br />-Maldito. ¿los barcos siguen vigilados?<br /><br />- Si, pero no ha habido movimiento en los últimos días.<br /><br />-Demasiado listo. Soltad a la puta, pero que antes le den un escarmiento, ya no nos sirve de nada. El pájaro ha volado. Seguid al abogado, tarde o temprano los tendremos a los dos.<br /><br />-Es peligroso. El madrileño tiene contactos muy fuertes.<br /><br />-Eso ya lo sé. Esto es personal.<br /><br />-Arriesgas mucho en esto, pero se hará lo que dices.<br /><br />-¡Espera! En esa motora de ahí.<br /><br />-¿Cuál?<br /><br /><br />Un hombre alto les saludaba desde una pequeña embarcación neumática que se dirigía a la bocana del puerto deportivo.<br />En ese instante una terrible explosión los catapultó sobre las aguas verdosas del puerto envuelto en llamas y herido de muerte el yate se escoró haciendo que las llamas lamieran el pantalán. En la dársena los hombres de traje yacían de rodillas aturdidos por la deflagración cuando una segunda explosión les sobre cogió de nuevo tirándolos al suelo. El yate se había hundido dejando un reguero de combustible en llamas y trozos de fibra blanca flotando sobre la mar. Numerosas personas de los otros barcos acudieron en su ayuda pero solo pudieron sacar del agua tres cuerpos mutilados por la violencia explosiva.<br /><br /><br /><br /><br />En el Selene, un hombre izaba la bandera australiana sobre el mástil de popa y poniéndose las gafas de sol de diadema miró el reloj. El puerto estaba en silencio y solo se oía el tintineo de los cabos sobre los mástiles de los barcos amarrados que dormían en la dársena de madera. De lejos llegó el rumor del viejo reloj de la catedral dando la hora y un sol tímido empezaba a despuntar sobre la mar en la frontera en llamas del horizonte. <br /><br />Con parsimonia recogió las amarras dejándolas en la batayola junto a la popa y accionando el interruptor, el motor de gasoil comenzó a ronronear bajo sus pies. El hombre se caló una gorra griega de marinero y volviendo la cabeza hacia la ciudad comenzó a mover la palanca: avante despacio.<br /><br />Justo en ese momento la figura de una mujer aparecía en la dársena arrastrando una maleta naranja con ruedas. El viento ceñía el vestido blanco a su cuerpo remarcando la silueta, Entonces abortando la maniobra caló el motor y de un salto amarró nuevamente el velero al pantalán.<br /><br />-¿Aún llego a tiempo? Dijo ella saludando con la mano.<br /><br />-Desde luego, el tiempo es nuestro.- Sabía que vendrías dijo para sí y<br /> sonrió. Todo comienza de nuevo.Crepusculariohttp://www.blogger.com/profile/01075567099084570065noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2648571986741177753.post-78511666641703623542010-05-04T07:58:00.000-07:002010-05-04T14:45:51.605-07:00Historias de un quiosco<a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhXG9eN_cLS1r-Sjsfs1iw5iuFnqF-TNzqIYH9unoSUtE8kSv8h9Oe6IRELVLm3asUhzTT64LVLErD7NJW3yA37nQ5oXKPg8u17J8xwGE7HZVkPTa5YKLOxinthgtn3Qro2X3obxp2fgc9Z/s1600/monica+castanys+abrilCAS09287.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 253px; height: 320px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhXG9eN_cLS1r-Sjsfs1iw5iuFnqF-TNzqIYH9unoSUtE8kSv8h9Oe6IRELVLm3asUhzTT64LVLErD7NJW3yA37nQ5oXKPg8u17J8xwGE7HZVkPTa5YKLOxinthgtn3Qro2X3obxp2fgc9Z/s320/monica+castanys+abrilCAS09287.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5467430198247384706" /></a><br /><br /><br />Imagenes: Mónica Castanys Abril<br /> Bruno Schmelt .?<br /> Escha van den boguerd. pensare<br /> Manos, concurso fotográfico en facebook<br /> Quiosco modernista urbelaspalmas.com<br /><br /> <br /><br /><br /><br />Es curioso cómo actúan los recuerdos. Primero se decantan, luego se vuelven sedimentarios y en apariencia se olvidan; hasta que un olor, un sabor, un sonido, una caricia o la imagen de vete a saber qué, los haces emerger de las profundidades de la mar que es memoria. Si por conjuro aquel quiosco de azulejos blanquiazlues hablara de todo lo acontecido allí, sin duda entonaría un aria maravillosa, triste o alegre, qué más da, pero un aria inolvidable sin duda.<br /><br /><br /><br />Los tilos en flor del paseo refractaban el sol dibujando mariposas de sombra en los adoquines del paseo. No había mucha gente en él y las carpas ambulantes de libros dormían en calma después del fin de semana. La terraza vacía dibujaba un semicírculo perfecto donde las mesas y sillas metálicas proyectaban luces sobre el edificio de azulejos pintados que asemejaba un quiosco de época. Entre sus manos sujetaba un pequeño volumen de poemas y en la liturgia del acariciador de libros, indagaba las señales intentando interpretar sus gestos. Claro aún no lo conocen. Perdonen mi torpeza. Esa liturgia sucede desde que tiene uso de razón, o ideas propias,- como gusten llamarlo. Cuando un libro llega a sus manos, se producen un serie de reacciones químicas, mecánicas o mágicas, que le hacen abandonarlo a su suerte de regreso en la estantería o por el contrario, sujetarlo firmemente para nunca más perderlo aunque sea en otra estantería más o menos parecida, pero esta vez la de su casa.<br />Aquel volumen que fue abierto primero al azar:“Alargaba la mano y te tocaba. Te tocaba y rozaba tú frontera…” (*)<br />Luego por la primera página:” el amor visible o no, late, clarifica, enardece cuanto he escrito…”(*)<br />En efecto: aquel libro era uno de los suyos. Si. Llevaba el sello escrito en la contraportada y al lado de cada uno de los pies de página, justo junto al número, pero con tinta indeleble de luz que sólo el destinatario, aún sin saberlo el autor, puede y sabe leer. Si ahora sólo tenía que trocar por sucio papel de banco aquella obra excelsa de papel inmaculado, que llevaba impresa el alma entera de aquel cuyo nombre figuraba en letras grandes y negras sobre el fondo carmesí de la portada.<br />Entonces fue cuando, al levantar los ojos y enarcar una sonrisa de satisfacción en el rostro, la vio. Estaba allí, silente como esas estatuas clásicas en los museos de historia. El viento rozaba sus hombros solo vestidos por el tirante blanco de aquella blusa argentina que dibujaba los pechos. La línea recta de su espalda se precipitaba hasta el vuelo de la falda donde se adivinaba la voluptuosidad de sus caderas en el mimbre de su cuerpo, y su piel bronceada, era como la miel, ligeramente moteada por innumerables perlas oscuras. En seguida quiso forzar la distancia y acercarse para contarlas todas o inundarme con la fragancia de flores que llegaba hasta él, desde su cuello de junco. Mientras disimulaba con la mirada fija en el cabello de ámbar iba rotando como la tierra gira hacia el astro benefactor y llegando al verano pudo ver el perfil de la faz de diosa. Los labios ligeramente abiertos recitaban las letanías impresas en el libro que ella con sus dos alas portaba con delicadeza.<br />Frente a frente, contempló cada uno de los pliegues que se forman en el rostro de las estatuas sonrientes y bellas como era ella, hasta que en un segundo en el que no hubo latido, sus ojos se elevaron hasta él. Le miraron, primero con sorpresa, luego con ligero enfado para más tarde tornarse imprecisos, y algo misteriosos. Él estaba allí quieto, como las polillas a la luz intensa, deslumbradas por el faro en la noche oscura. Con un libro encarnado en la mano y una sonrisa de idiota quizá demasiado reveladora, me miré en sus ojos.<br /> Hay tiempos que deciden quizá los momentos por venir o la vida entera y justamente supo que ese era uno de aquellos momentos en los que uno ha de jugarse entera la marea aún a riesgo de acariciar las frías rocas con la proa de la nave.<br />Con la garganta medio seca y la voz de ese otro que no era él, sino el idiota que miraba fijamente las esmeraldas brillantes de su rostro, habló despacio pero con la decisión de un orate.<br />-Si es éste el libro que buscabas, creo que podremos compartirlo a perpetuidad o negociar cuando y como será tuyo lo que ahora no es ni puede ser de nadie más…<br />Tan sólo dos pares de palabras se precipitaron hasta <br />-No busco, yo encuentro…<br />Con la elegancia de quien esgrime un florete contra el peto blanco de su adversario se fue contoneándose en dirección al paseo marítimo donde tristes barcos se mecían en la mar calmada del medio día.<br />-------------------------------------------------------------------------------------<br /><br /><a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh3mDHKa_k6a60AJp6qM5LNADDV4mMTn1eKRTAmFN7lLKTgxKTfmxaCM04LgjBuo7D0o7l21UhYCvjScgVAx4WPzwb3wUM1kdBHlFTUu9S0qKQS6GC3wtT97SC1dz7GKGtJTpMd6GAdboqj/s1600/bruno1+schmeltz.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 320px; height: 245px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh3mDHKa_k6a60AJp6qM5LNADDV4mMTn1eKRTAmFN7lLKTgxKTfmxaCM04LgjBuo7D0o7l21UhYCvjScgVAx4WPzwb3wUM1kdBHlFTUu9S0qKQS6GC3wtT97SC1dz7GKGtJTpMd6GAdboqj/s320/bruno1+schmeltz.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5467431339225576914" /></a><br /><br />Aquella mañana dibujaba sombras en los adoquines grises de la plaza cuando el sol jugaba a esconderse entre las formas cambiantes y vaporosas de las nubes que recorrían el cielo hacía poniente. Junto al gran tilo que regalaba su aroma dulce a los caminantes, un caballete de madera de haya daba la espalda la solitario quiosco. Delante de él un joven, ni feo ni guapo, ni alto, ni bajo, medía con el pincel el motivo estático, protegido del estío con un sombrero panamá blanco y mezclaba los colores en su paleta con devoción amante. Por la rapidez con que los exiguos viandantes pasaban de largo junto a él, podría decirse que aquel hombre era trasparente, cómo lo son los árboles y el mobiliario urbano de un parque para el oficinista que mira su reloj de pulsera o para esa mujer que se mira en el escaparate de la tienda retocándose el cabello ajena a la mercancía. Como todas las mañanas el ajetreado camarero sacaba las mesas y sillas metálicas de su sueño apiladamente ordenado para disponerlas en el ajedrezado de aquel tablero con escasas vistas al mar. El lejano reloj de la catedral señaló una hora y su rumor se propagó por las viejas calles empedradas hasta llegar a las avenidas rectas que mueren en el puerto y saludar a los veleros y mercantes que fondeados en la bahía aguardan cabeceando en la mecedora del mar. Ella llegó sin hacer ruido y acomodándose en una mesa alejada del quiosco levantó la mano como se izan los gallardetes de señales en los barcos. Mientras el café recién servido humeaba a su lado ella rescató de su bolso una vieja libreta y con ojos atentos al artista comenzó a tomar extrañas notas con la velocidad taquigráfica de una estudiante en la facultad. Casi recostada en el lienzo guarecía su bloc con el brazo libre atrapando en la carne la mirada furtiva de los pájaros que sobre las viejas ramas expiaban el trasiego sin sentido de los humanos. Sobre el otro lienzo donde las pinturas acrílicas tomaban la forma de la plaza, la silueta de una mujer sentada en la terraza, empezó a vislumbrarse con tímidos trazos, que el viento propagó por entre los tilos hasta llegar al oído de la muchacha. Alertada por la nada, buscó con la mirada aquel lugar dónde el hombre transparente se confundía con los quietos bancos pintados de blanco y en un acto reflejo cerró la libreta que introdujo en el bolso negro, sacó unas monedas para el camarero y se abalanzó sobre los adoquines en busca del lienzo o del artista. A medio camino se detuvo indecisa mientras el viento recorría su falda formando pliegues o alisando picos; hundiendo la tela hasta la dermis para dibujar las formas perfectas de aquel busto erizado y bello que pugnaba con la blusa blanca y la banda del bolso negro. El caballete solitario sin rastro de lienzo aguardaba quieto enfrentado al quiosco y por su hueco podía verse la mar lejana pintar la frontera del horizonte celeste y lejano. Miró a su izquierda, luego a su derecha, rastreo los coches aparcados, los árboles, los setos y los bancos pero no pudo ver la espalda ni el sombrero blanco de aquel hombre tranparente que se había esfumado como por arte de magia. No muy lejos un hombre ya sin sombrero tomaba notas con su réflex congelando aquella imagen en la retina de la memoria electrónica y mientras observaba el desenlace palmeaba el lienzo apoyado en el no tan lejano templete sin músicos. La chica se fue paseando por la avenida hasta perderse entre la gente y el tráfico lento de la hora punta. Aquel hombre silente volvió a dejar el lienzo en el caballete y aproximándose al motivo principal de su retrato se apoyó en la pequeña barra metálica y dijo.<br />-Damián, un zumo de naranja por favor.<br /><br />(dedicado a quién ya sabe)<br />-------------------------------------------------------------------------------------<br /><br /><a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg8GZ9g73CWh6IoQ9_ZZgkow_avc1sfara5e4EDcznXrw3Q7Df12W_ykZt4QRcMwzWRav7CjdZwnDFUhxVM3cGwb8eQZaCitXLwvIau7SWimMlUJUvCIIiTpjuRPXyrTreTWnIGYz_jqPpR/s1600/pensare.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 320px; height: 254px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg8GZ9g73CWh6IoQ9_ZZgkow_avc1sfara5e4EDcznXrw3Q7Df12W_ykZt4QRcMwzWRav7CjdZwnDFUhxVM3cGwb8eQZaCitXLwvIau7SWimMlUJUvCIIiTpjuRPXyrTreTWnIGYz_jqPpR/s320/pensare.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5467434878275533826" /></a><br /><br />El viento recorría las calles hacía levante agitando palmeras y cabellos por igual, mientras unas veloces nubes bailaban en círculos por el azul. Un hombre sentado en la terraza pugnaba con las hojas del periódico local, hasta que malhumorado, lo cerró y levándose caminó hacia la barra metálica del pequeño quiosco para guarecerse del céfiro. Una pareja caminaba a la deriva por sotavento y asidos de la mano pugnaban por avanzar. Con la vista alzada hacia la bóveda celeste observaban el quieto vuelo de las gaviotas de alas blancas que iban recorriendo sin esfuerzo los caminos curvos del cielo. Un hombre esperaba junto al templete sin músicos con las manos en los bolsillos, quizá para no ver la hora. Su cabeza era como el radar de los barcos de tanto mirar cuando el reloj de la vieja catedral dio tres campadas premonitorias y entonces supo que ella jamás vendría. Con la cabeza arriada, como esas antenas de seguimiento de satélites inoperativas, comenzó a caminar primero hacia poniente, para luego indeciso torcer hacia babor en busca de algo de sol. Damián limpiaba los vasos tarareando la melodía de una ranchera que no sonaba en el altavoz de la radio, con la mirada perdida detrás de los altos tilos, quizá pensando en alguna cosa hermosa que le hacía sonreír de manera idiota-.<br />Una mujer entró en la plaza y se acomodó en la mesa más cercana por el oriente al quiosco blanquiazul. Pidió una consumición, luego extrajo un paquete de tabaco rubio, un mechero plateado y un teléfono encarnado. Anteponiendo su mano de estribor al viento racheado logró encender un cigarrillo que propagó su aroma por la plaza. Un hombre llegó al poco rato y sentándose enfrente de la mujer saludó. Luego comenzaron a hablar con gestos airados, con miradas frías. Sus dos espaldas muy rectas señalaban la distancia alejada de abrazos que quizá hacía no tanto se habían obsequiado. Pero hoy no era ya ese día y el viento despeinaba su cabeza de manera nerviosa, como si intuyese el temporal que se avecinaba. De pronto él se levantó, y depositando una alianza dorada encima de la mesa orientó sus velas hacia levante hasta desaparecer de la vista devorado por las calles. El viento propagó dos palabras desesperadas que la mujer había emitido con la voz desencajada por el llanto, pero ni siquiera el eco contestó: Juan…Espera. Un te quiero fragmentado se precipitó de los labios hasta el plato de cobro donde sujetado por un vaso dormía un triste billete azul de banco que el camarero recogió cariacontecido. Luego, depositó varias monedas y otro billete de banco y se fue. Tras varios silencios de música la mujer se fue a paso lento aferrada a su bolso de tela como un naufrago al salvavidas y el anillo quedó abandonado allí, tan inerte como la frase grabada de su interior: Juan y Elisa para siempre Amor.<br /><br />-------------------------------------------------------------------------------------<br /><a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEipOfJCQOHmnaFYPO18znX4zTJCj6AwqRs6lqQ-bc0GWNKaaBP8tW8OAdg4IEDdDlEtbF1AmBc37F4SZJ6hgYW0RZ91RlI3YEJf1CCes3E9v8D6wRhaALq64KNWvhr6R4GjskSBxIBunkH2/s1600/manos.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 320px; height: 231px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEipOfJCQOHmnaFYPO18znX4zTJCj6AwqRs6lqQ-bc0GWNKaaBP8tW8OAdg4IEDdDlEtbF1AmBc37F4SZJ6hgYW0RZ91RlI3YEJf1CCes3E9v8D6wRhaALq64KNWvhr6R4GjskSBxIBunkH2/s320/manos.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5467433577365119874" /></a><br /><br /><br />Estaba nervioso pero sonreía. Ojeaba sin prestar atención las grises páginas del periódico de la mañana. Comprobó la hora en su reloj de muñeca, luego la contrastó con esa otra que colgaba en la pared del quiosco blanquiazul y suspiró de nuevo sin perder la sonrisa. El reloj de la vieja catedral silenció los pasos de una mujer que se acercaba despacio por la vereda de tilos y palmeras. Antes de golpear con su dedo índice la espalda de aquel joven, se atusó el cabello de miel bien recogido en una cola de caballo. El joven se dio la vuelta con la certeza de que sería ella. Si, lo era. Se miraron; se observaron durante ese segundo eterno que son los reencuentros, hasta que la inercia gravitatoria les hizo abrazarse. Mascullaron palabra ininteligibles, sollozos, risas, suspiros, mientras las manos se recorrían buscándose, hollándose, rescatándose al fin. Un millar de preguntas agolparon en sus gargantas pero fueron la escusa para necesitarse, por eso sus labios se encontraron, y combatieron sus lenguas como soldados de infantería, cuerpo a cuerpo sin espacio para nada más que el roce lento de su tacto ciego.<br />Damián enarcó una sonrisa afilada y se tomó su tiempo para atender la barra, barrer por enésima vez el recodo de sus pies o abrillantar los vasos con la gamuza blanca.<br />El tiempo se había detenido en un mundo en el que todos, personas y objetos, iban desapareciendo poco a poco. Primero lo hicieron las palmeras y el aroma de los tilos viejos, luego las sillas y mesas metálicas de la terraza, las baldosas ajedrezadas del suelo, el quiosco, sus parroquianos, el camarero sonriente, la taza humeante de té y la luz declinante de la tarde. Todo excepto él y ella, enmarcados en un gran círculo oscuro, que sin embargo, les iluminaba el rostro sonriente, de ojos cerrados, de labios cerrados en otros labios, de manos fundidas en cuerpos ajenamente propios. Una voz atropellada de latidos desbocados les imbuía a seguir así: quietos como esos barcos que duermen en la dársena segura del puerto.<br />Por fin abrieron los ojos despacio para contemplarse, para reflejarse en las antagonistas pupilas chispeantes de su aliado, compañero, amigo, amado por fin; amado y necesitado y querido e indispensable como el aire lo es para la sangre, como lo es el latido que empuja a las venas hacia los pulmones a beber. Ahora ya no había preguntas, solo respuestas y todas eran: si. Te quieros en cada caricia en cada mirada, en cada sonrisa, en cada brizna de aire espirado. Por eso quizá no hubo palabras ni tiempo para nada más, y asidos de la mano, ella con su otra mano en la cadera de él y él en los hombros de ella, se alejaron por el paseo que muere en el puerto, donde el sol deja caer su esfera detrás de los edificios para ocultarse en la mar.<br />Damián dejó caer un suspiro que el viento se llevó lejos, quizá hasta un edificio de esos altos que mira desde lejos el puerto repleto de barcos, donde alguien miraba la hora con resignación.<br />El ruido de la persiana se clavó en las baldosas provocando en la plaza un estampido de palomas. A lo lejos las barandillas azules de las terrazas se pintaron con el sol de la tarde que brillaba junto a las ventanas también doradas, como la cúpula azul del quiosco, como las alas de las palomas, como la copa de los tilos, como la proa de los barcos y como debe ser la luz que dora el amor en los corazones enamorados.<br /><br />Por el lobo que camina.<br /><br /><a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhCDZ3jcp176SD2mQNfcRR3sfkSmUQ_ZxHFgNZooiteFzh8NjoWgFtSb3rCSnepT9KQbToL5HQe3W_xgxKWFt-4HNZj3nGOY_yXMTESoGsMQ8Gbjk1YNl0sr4yoeKtPzdId6Wz7e7DWLO9B/s1600/quiosco-modernista.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 240px; height: 320px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhCDZ3jcp176SD2mQNfcRR3sfkSmUQ_ZxHFgNZooiteFzh8NjoWgFtSb3rCSnepT9KQbToL5HQe3W_xgxKWFt-4HNZj3nGOY_yXMTESoGsMQ8Gbjk1YNl0sr4yoeKtPzdId6Wz7e7DWLO9B/s320/quiosco-modernista.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5467433927911461650" /></a>Crepusculariohttp://www.blogger.com/profile/01075567099084570065noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-2648571986741177753.post-61907888689589473992010-04-15T08:13:00.001-07:002011-01-17T06:25:11.391-08:00Viaje al interior de Laura<a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhoBlIyF1dDVQyxpfXpVZOGkmiKkDpCkty7JR3kQOO6DG30aW4grY8wFYDHzdRcomXXBNVusKFxQuNtfgRRvCb8_USV3EneblnQ2Nq_7gO387ekanbEstqi9mwIsImeJZYqSBU7gIZuGQUS/s1600/lumiere+de+l%60ete+monica+castanys.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 197px; height: 320px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhoBlIyF1dDVQyxpfXpVZOGkmiKkDpCkty7JR3kQOO6DG30aW4grY8wFYDHzdRcomXXBNVusKFxQuNtfgRRvCb8_USV3EneblnQ2Nq_7gO387ekanbEstqi9mwIsImeJZYqSBU7gIZuGQUS/s320/lumiere+de+l%60ete+monica+castanys.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5460383080051338690" /></a><br /><br />Imagágenes: Mónica Castany. Lumier de l`ete.<br /> Escha van den boguerd. profondita.<br /> Fabian Pérez. brocatto orchre<br /> Allan r. banks.?<br /> Andrew Wyeth . easterly<br /> M.&I. Garmash. lost in liles<br /><br />Dejo el libro encima de la mesa y se recostó en el sofá a lo largo, después, acomodándose en posición fetal, se abrazó las rodillas con las manos vacías. Con los ojos cerrándose despacio desapareció del mundo.<br />Cualquiera que hubiera entrado en la estancia soleada de principios de la primavera, no la habría encontrado por mucho que buscara, pues solo aquella carcasa de piel y huesos se hallaba allí.<br /><br />Primero invocaba la oscuridad cerrando los ojos, luego en el negro que aparece tras las persianas, se imaginaba rodeada de una nada sobre un fondo de azabache. En él, su cuerpo de cal contrasta con la nada y rotando sobre un eje imaginario, como esos astronautas que realizan ejercicios en la ingravidez, se desplazaba por un mundo sin sur, sin norte, sin geografía física. Con la consciencia preparada se acerca a la frontera del no ser y poco a poco su imagen perdía consistencia diluyéndose con la nada oscura que ya ha dejado de serlo. Ahora todo era blanco. Un blanco iluminado por luces directas que incidían desde todas partes sobre el centro de esa nada imaginaria. Entonces las horas se convertían en minutos, luego en segundos y de algún lugar que desconocía llegaban los sueños. En ellos se imaginaba tal cual era: sencilla y algo misteriosa, pero era el mundo cotidiano lo que cambiaba realmente. Al despertar de aquel trance no recordaría nada de lo acontecido en ese lugar blanco mágico y lleno de nada, que la secuestraba durante eones, pero el mero hecho de hacerlo, de haber estado allí, merecía hacer el esfuerzo e intentar alcanzar la llave de la puerta traslúcida que conducía al paraíso.<br /><br />No siempre lo conseguía, sobre todo si los problemas danzaban por su mente como velas suspendidas en el viento, pues en realidad son anclas que no se hunden en la nada y al no hacerlo, crean toda una serie de imagines superpuestas que la hacían levantarse y dirigirse a la cocina para preparar un té. Eran entonces los desvelos los reyes del tiempo y las horas se tornaban en días enteros sin sol ni luz, donde las sombras inquietas dibujaban espectros de risa burlona que se mofaban de ella.<br /><br /><br />Se levantó y sus pasos la llevaron a la terraza. Tiró del picaporte hacia abajo y sintió el peso de la puerta ceder a su reclamo, luego, entró la brisa golpeándola la cara. Respiró profundamente y apoyándose en la barandilla, abrió los ojos a la noche. La luz se había fugado por la rendija que el horizonte dibuja detrás de las montañas. La calle era un lugar desierto donde las farolas eran solo los focos de una obra de teatro sin protagonistas. Un gran gato oscuro se paseaba entre las líneas blancas de la carretera con absoluta tranquilidad, quizá por algo era el rey de la noche en la ciudad. Todo dormía en apariencia, pero el leve ruido de tráfico proveniente de la avenida principal le recordaba que no. En los edificios colindantes las pocas luces trasnochadas trazaban un ajedrezado irregular que cambiaba hora tras hora. Pronto llegaría la mañana, el aroma de café, las personas, las prisas, la luz. Pero aún no, tenía tiempo de atesorar esos instantes como lágrimas efímeras de tiempo.<br /><br />Pensó en él y llego su aroma transportado en el viento del recuerdo: sudor, humedad, tierra, azahar, sexo. Remarcadamente sexo, bajo los pliegues, al sur de ese ombligo perfecto, entre los alabastros firmes dorados en bronce. No. Con la mano que atusaba su cabello deshizo la imagen de su cerebro justo antes de desear tenerlo entre sus manos, entre los senos, en la mitad de su centro umbrío; justo antes de la desesperación, de la sensación de abandono que la abandonaba, como él, como todos los él, como ella misma, como abandona la marea los objetos en la playa.<br /> <br />-¿Donde?<br /><br />-Con quien. <br /><br />-¿Me pensará? <br /><br />-Yo no, lo he olvidado ya. <br /><br />-Mentira. NI mentir sabes ya bonita. <br /><br />- bonitas son las hermosas venidas a menos, el piropo de quienes no quieren ofenderte<br /><br />- si entonces era eso. Ya no era bonita, ni lista. Sus dedos no creaban magia ni flores en los labios. Pero un día…<br /><br />-Ya no hay más días. No los habrá.<br /><br />Salió al encuentro del aire enlatado de la casa. La alcoba la recibió con las hojas abiertas y en la cama las sábanas desordenadas dibujaron el contorno de su cuerpo. Sin encender la lámpara extrajo del primer cajón, un frasco etiquetado que dormía junto a la ropa intima. El vaso aún contenía líquido en su interior y tras cerrar los ojos engulló el contenido de ambos vidrios tranparentes. Luego se durmió.<br /><br /><a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjiBSsa9XSiFxqPg3dFOZHQbk0aH5lcZxG89shijsDe6NagEWcK2nXiCiOqSk2JuLhMWAc4vF1l77mg_4jimehvRrrRwk0JrnsspcZvb9Whc7cCQnhUV3mYsVvrY1sV1HBBqSULrdzAYrqM/s1600/profondita.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 320px; height: 190px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjiBSsa9XSiFxqPg3dFOZHQbk0aH5lcZxG89shijsDe6NagEWcK2nXiCiOqSk2JuLhMWAc4vF1l77mg_4jimehvRrrRwk0JrnsspcZvb9Whc7cCQnhUV3mYsVvrY1sV1HBBqSULrdzAYrqM/s320/profondita.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5460383803460363618" /></a><br /><br />Laura miraba sin ver aquella ventana, aquellos cristales precedidos de barrotes delgados y negros. Miraba sin ver las luces que pintaban colores en los árboles, en las paredes de las casas, en la tapia de ladrillos encarnados. Abajo había gente riendo, juegos, movimiento de pájaros y flores muchas flores. Una mosca se posó en el alfeizar de la ventana. Despacio volvió la cara hacía la cama de al lado, en ella su ocupante yacía atada a la cama con la mirada perdida en el techo blanco de la habitación. <br /><br />Su respiración era tranquila, no como la primera noche, ni como la mañana que le sucedió. Entonces era un tren expreso de esos que solía ver con su padre los domingos, cuando desde el parque que terminaba la ciudad, corría agitando la mano. Siempre había alguien que la decía adiós detrás de esos cristales grandes de los vagones y entonces ella se imaginaba la historia: un viaje. Que maravilloso era viajar. Ella solo viajaba en verano a la casa de los abuelos donde no había mar. Allí todo era verde y río. Manzanos y robles, montañas y prados de labor segados a dalle, rastrillos y carros con hierba seca, pajares llenos de oro y juegos al escondite. Le gustaban los trenes pero más los barcos, que son los trenes de la mar.<br /><br />-¿Lloraba?<br />- Si. <br />Estaba llorando, pero ¿por qué? No terminaba de entender la razón de esa agua que se empeñaba en salir de sus ojos; sin motivo aparente, sin necesidad. Quería ser niña otra vez y no. No, no quería selo; quizá un estado intermedio entre la nada y el ser. Un ser hoy para no ser mañana; una nada transparente que viajase siempre en trenes pintados de blanco. Blanco techo de la habitación. Seguía respirando despacio y luego el grito de angustia y desesperación. Vendría la enfermera con la pócima de sueño y otra y otra más o quizá aquel doctor tan alto y fuerte cuyo sexo erecto se marcaba por debajo de la bata y el pantalón.<br /><br />-¿Por qué estás aquí? – preguntó con hilo de voz. Sus ojos entrecerrados la miraban con el brillo acuoso de la medicina.<br /><br />-No. Asi no. ¿Quieres saber? Cómprate un libro. Por qué esto, por qué lo otro. <br />Tantos por qués y por qué no. Me niego.-dijo la otra chica-<br /><br />-Vale, tú ganas. ¿Qué día es hoy? ¿Cuánto llevo aquí?<br /><br />-El tiempo es relativo. Para mi llevas una eternidad ya. He visto todos los estados, todos. Pero no debes luchar de esa manera, aquí no sirve para nada. Ellos vendrán y te darán el beso de Morfeo para que seas una mesa más de la habitación. No les interesamos. Solo quieren un turno tranquilo hasta que el tiempo te devuelva a la vida, a la familia, a tu trabajo o lo que sea que hicieras antes de venir.<br /><br />-Gracias por nada imbécil, cuando quiera consejos leeré un libro. -Su voz era de acero. Fría y determinada. Ahora su cabeza estaba girada hacía la puerta.<br /><br />El silencio trajo el ruido del segundero del reloj de la mesilla, los pasos decididos de las enfermeras tras la puerta cerrada. El ojo de buey dejaba entrar el brillo fluorescente del pasillo blanco donde pronto rodaría el carro de la cena.<br /><br />-Hoy es viernes, 17 de abril. Llevas tres días con sus trescientas noches y me llamo Ana, ana sin nombre.<br /><br />-Gracias…Yo soy Laura y me quiero morir.<br /><br />-si dejas de luchar, en uno o dos días te quitarán las vendas, luego pasarás a la sala con el médico y empezarán los interrogatorios. Con suerte en un par de meses estarás en casa. Aquí solo vienen los casos sin solución. Bienvenida. No ha sido la primera vez ¿verdad?<br /><br />-No. El caso es que me dan igual las soluciones. Yo ya he buscado la mía, pero nadie me deja llevarla a cabo.<br /><br />-Tranquila, la experiencia nos hace fuertes. Yo cometí un error la última vez, por eso ahora tengo que interpretar nuevamente el papel. Esto es el gran teatro donde seremos Hamlet o no seremos nada. ¿pastillas?<br /><br />-si, ¿cómo lo sabes?<br /><br />-Relájate pequeña. Con el tiempo, si tienes mala suerte como yo, podrás distinguir los síntomas y las causas. La observación sobre la experiencia empírica supongo. Son un fiasco: El estómago se protege y el momento de la verdad expulsa el veneno, con suerte te ahogas, pero las más de las veces te encuentran en el trance que conduce al olvido permanente. Luego viene el suero, el lavado, el gotero de glucosa y los reanimantes y te ves encerrada aquí, atada por las muñecas a la cama con una gasa blanca. ¿Dejaste nota?<br /><br />-no…<br /><br />-Lo suponía. Eres de las mías: suicidas con causa. Por aquí pasan muchas que se empecinan en morir cuando lo que quieren es vivir a raudales. Se aferran a la vida de tal forma que ni las cuchillas ni los precipicios son suficientes para que llegue el fin. Solo llaman la atención de la –única forma que saben les harán caso. Nadie escucha a nadie. Todo es hipocresía y aparentar.<br /><br />-Es una gilipoyez. No entiendo la necesidad de hacerlo. Aquí sobro. Más bien me sobra el mundo del que no soy parte. Hace tiempo que dejó de ser, que deje de ser mundo y aparte.<br /><br />-Ah, cuanta filosofía encierran esas palabras. Déjame que adivine: en la facultad leías a Kant a Hegel nunca entendiste a descartes pero querías ser discípula de Sócrates en el mundo cínico.<br /><br />-Me encantaba Hess. Siempre lo estaba leyendo. Lo envidiaba en todo. Hasta en la muerte plácida tras escuchar a Mozart…<br /><br />-Si, era un genio. Como nosotras. Uno de los nuestros, solo que al revés. El quería vivir hasta las heces. Qué asco. Silencio, alguien llega.<br /><br />Era la enfermera y la cena sería hoy intravenosa. Se acercó despacio, la sonrió, luego con un gesto amable acarició su rostro, colocó el rizo rebelde detrás de la oreja izquierda y se alejó por el pasillo entonando un que descanses quedo.<br />La noche fue larga llena de sueños inconclusos como fotografías rotas de una realidad que creía conocer, pero que se manifestaba descabellada y sin sentido. Las sombras de aquel cuarto bailaban serias en la pared cubierta de ceniza, amenazantemente terroríficas y el sudor frío perlaba su rostro debajo de la sábana blanca. Sin saber cómo, llegó otro sueño a sus manos. Un blanco, sin presencias, sin formas, sin ella. Todo se contrajo a su alrededor y la mañana la sorprendió con el carrito de la enfermera junto a su camilla. Era otra señora algo más grande y tosca. En su cara estaba reflejada una vida dura sin muchas recompensas, pero en su trabajo era eficiente. Sin mediar una sola palabra hizo lo que debía y se marchó sin dejar ni una sola sonrisa en la habitación. Su compañera de cuarto no estaba y la cama perfectamente hecha la desconsoló.<br />A las diez menos cuatro un hombre alto de bata blanca y gafas de pasta entro en la habitación. Ella estaba distraída en la espera de una visita que no deseaba tener: su familia. No era el médico que ella conocía de los días anteriores; con el que había luchado a brazo partido, no. Éste era nuevo y la mirada profunda y penetrante escrutaba todas sus formas. Ante él se sentía desvalida como esa niña que jugaba a cocinitas sentada en el lavadero de piedra de la casa de su abuelo, ignorando cuando vendría alguien a reprenderla.<br /><br /><a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg5ErKRuhn0Aa8pMWnr1j8O9o_fneKSqNsNDos16ap4QSDGXR8nLqZN0RPkfycI6yUJ7rrzbczxIHLsCKaIQ4tVZjnBTp5mI_ykQOey5l_wMdxFpjB7amfYSV5ICm-QJZfCpmKMQWfPqCgj/s1600/perez_brocatoorchre+fabian.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 257px; height: 320px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg5ErKRuhn0Aa8pMWnr1j8O9o_fneKSqNsNDos16ap4QSDGXR8nLqZN0RPkfycI6yUJ7rrzbczxIHLsCKaIQ4tVZjnBTp5mI_ykQOey5l_wMdxFpjB7amfYSV5ICm-QJZfCpmKMQWfPqCgj/s320/perez_brocatoorchre+fabian.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5460385534715732786" /></a><br /><br />-Hola Laura, ¿Qué tal te encuentras? Soy el Dr. Blázquez y creo que vamos a vernos mucho en las próximas semanas.<br /><br />-Hola Dr. Si viene a darme el alta estaré encantada de firmar, pero si no, puede irse por donde ha venido. No he venido aquí a hacer amigos.<br /><br />-Me gustaría darte el alta Laura, pero no podría. Yo pretendo la vida, por eso estudié medicina: para curar las heridas de la mente. ¿Sabes? A veces son peores que las sufridas en accidentes. La carne se taja, se quiebra un hueso, entonces lo colocamos, suturamos, aplicamos cataplasmas cicatrizantes, dejamos que sea el propio cuerpo quien actúe, pero, eso sólo puede hacerse con lo externo. En el interior también suceden éstos desgarros, solo que no podemos verlos, ni hay sangre que mane de esas heridas. Yo si las veo. Las veo en los gestos, en los ojos sin vida, en los labios resecos. Veo como sin pedirlo, piden auxilio las neuronas encadenadas a una idea que da vueltas y vueltas sin final. Yo puedo hacer que esa idea se esté quieta, para que así puedas pensar y ver por ti misma si es real, si tiene justificación o por el contrario si no era más que la sombra de un enano que creíamos gigante. ¿me dejarás ayudarte Laura?<br /><br />-Bravo Dr. Me ha conmovido. De verdad. Por favor aplíqueme la medicina y los electros soks que sean necesarios y si no consigue detener esa idea alocada, al menos tendrá la conciencia tranquila de que no fue usted el culpable de mi desgracia. Señor, si usted pretende ayudarme, solo tiene que desatarme un poco y liberar de rejas esa ventana. No se preocupe por nada, dejaré una nota al juez exonerándole de responsabilidad civil o criminal.<br /><br />-Bueno, veo que al menos estás lúcida y que la debilidad va remitiendo. No, no voy a soltarte hoy, pero llegará el día que lo haga y serás libre para vivir. Pues aunque no lo creas voy a darte motivos para ello.<br /><br />-Por lo pronto, lo que puede hacer es alojarme en otra suite con vistas al jardín donde no tenga compañía, si puede ser.<br /><br />-Aquí éstas sola Laura y cuando decidas levantarte verás que si hay jardín detrás de esos barrotes.<br /><br />-¿Me toma el pelo Dr? Ana es simpática, pero demasiado parlanchina y no me apetece nada tener compañía innecesaria.<br /><br />-¿Ana?¿Es una amiga? No te tomo el pelo Laura. Aquí estás tú sola, pero no digo que no exista en tu mente. A veces creamos amigos imaginarios, como esos con los que jugábamos cuando éramos pequeños. Son un recurso de nuestras mentes para que no notemos que estamos solos. ¿Quieres hablarme de ella?<br /><br />Laura no dijo nada, solo articuló la boca en una especie de mueca y miró a la cama vacía que tenía a su lado. Su mente analizó con cuidado la conversación, se fijó en los detalles, en las imágenes detenidas que guarda la memoria. Por un momento no entendía nada y sin embargo tenía la certeza de que aquel médico no la mentía. Era amable y sus palabras distaban mucho de ser las convencionales que emplean los psiquiatras de turno en los hospitales. Puede que aquel joven-bueno no tanto- realmente estuviera de su parte. <br /><br />-Bueno Laura, tengo que marcharme. Por hoy hemos terminado. Hasta que puedas levantarte seré yo quien te visite, pero cuando estés fuerte otra vez podrás hacerlo tú siempre que quieras o necesites. Desde mi despacho puede verse el jardín de la entrada y esos abetos altos que rodean el edificio en el que estamos. Ha sido un placer conversar contigo. Por cierto, no vendrá nadie a verte que tú no quieras que venga. Para recibir vistas has de ser tú quien dé el permiso.<br /><br />-Gracias.-su voz ahora era débil, aquel hombre alto, tenía la llave para hacerla pequeña.- Si voy a llamarle por su apellido Dr. Entonces, tendrá que hacer usted lo mismo, ahora adiós, que tenga un buen día- Su tono era otro, pero había necesitado todas sus fuerzas y ahora la debilidad era manifiesta; necesitaba cerrar los ojos y no pensar. Sobre todo no pensar.<br /><br />-Me parece correcto Laura. Tienes toda la razón, puedes llamarme Luis si quieres. Que descanses.<br /><br /><br />En pocos días pudo levantase de la cama y empezar a ingerir comida sólida, luego llegaron los paseos, la necesidad de ser visitada por gente y las charlas con el Dr. Blázquez en el despacho de grandes ventanales. Por lo general no hablaban de nada relevante y si. La infancia como a todos los profesionales del ramo le interesaba mucho, pero el prisma de aquel hombre sin duda era diferente: El se empeñaba en rememorar los sucesos felices y nunca los triste o desgraciados. No le preguntaba por sus progenitores ni quería saber si los reyes magos fueron generosos siempre, ni siquiera, si en la pubertad había mantenido relaciones sexuales precoces. Todo en su vocabulario sonaba a médico especialista pero uno diferente y singular. La razón y la filosofía llevados al campo de la eutanasia y el testamento vital era su escudo favorito, pero con él, la estrategia era además una necesidad. Poco a poco sentía que sus fuerzas flaqueaban y ciertas dudas que antes nunca había tenido respecto al final, su final, la atormentaban en los momentos de silencio y recogimiento interior. Le odiaba por ello. Antes de conocerlo todo eran certezas y ahora las dudas sembraban una mente cada vez más necesitada de afecto.<br /><br /><a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgq-U8W4LL1y1aiSh7LrYNTIYJpdU2nGpEPB9btJLbqEze6Ke6owQikNq30IGa77xIN-QbmfmfGlJY4K0gbV2uE4FgwvMNgBIUHBeohNvci7k2ZzUYrX3llBapKHNT-kbw6kbXEvx2ICH6i/s1600/allan+r.+banks.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 320px; height: 251px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgq-U8W4LL1y1aiSh7LrYNTIYJpdU2nGpEPB9btJLbqEze6Ke6owQikNq30IGa77xIN-QbmfmfGlJY4K0gbV2uE4FgwvMNgBIUHBeohNvci7k2ZzUYrX3llBapKHNT-kbw6kbXEvx2ICH6i/s320/allan+r.+banks.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5460386627572564818" /></a><br /><br /><br />El día amaneció claro y el sol entraba a borbotones por la ventana abierta del despacho. Laura miraba distraída un pájaro que se había posado en el alfeizar y ajeno a los acontecimientos de la estancia cantaba su alegre canción. La conversación se había detenido y el doctor la miraba con una expresión nueva y desconcertante.<br /><br />-Laura, me rindo. En éste tiempo he argumentado un alegato de defensa de la vida. Te he mostrado otros caminos, otros prismas, otras corrientes de filosofía alejadas del afecto de la familia, pero ya no se qué más puedo decirte que te convenza o siembre dudas en las certezas que te mantienen aferrada a la muerte.<br /><br />-Ya te lo dije Luis. Lo que quiero no está en éste mundo. Mi reino es de otra vida sin vida, sin nada, sin Laura.- y sin embargo no había sonrisa, ni triunfo en sus palabras. Por primera vez tenía miedo. Miedo de no volver a ver a Luis. Necesitaba esas charlas, pero no quería reconocerlo, ni retroceder un solo paso. Su mente se rebelaba en contra y la máscara tanta veces esgrimida estaba a punto de romperse en pedazos delante de él.<br /><br />El la miraba sin pestañear, pero con una tranquilidad que sobrecogía. Cerrando el dosier que tenía encima de la mesa se acomodó en la silla.<br /><br />-He decidido darte el alta. Quizá me equivoque pero tengo la sensación de que nada de lo que diga cambiará un final que deseas con tanta fuerza. Pero antes me gustaría regalarte un libro.Se que te gusta mucho leer y que la reducida biblioteca de ésta clínica no tiene misterios para ti en tan poco tiempo. Se trata de Lizanía, ¿lo conoces?<br /><br />-¿Entonces, puedo irme? Así sin más. No te entiendo Luis. Tanto para luego ser como los demás… No sé si quiero el libro.<br /><br />-Si que lo quieres Laura y también sé que no quieres que te deje marchar. Que entre estos muros has encontrado la paz necesaria para poder pensar y sé aunque lo niegues, que piensas diferente sobre muchas cosas. No. Quiero que arrojes el escudo Don quijote, ¿en serio crees que no veo tus molinos? Quizá necesites un sancho amigo, uno que no sea más que un bachiller de la vida. Sin alegatos de licenciatura, sin medallas brillantes en el pecho de hojalata. Pero realmente no sé si yo puedo ser ese Sancho que necesitas.<br /><br />-¿Si lo sabes por qué necesitas oírlo?<br /><br />-Por la misma razón que todo el mundo Laura. Todos necesitamos palmadas en la espalda para saber que se valora nuestro esfuerzo. Aunque se sepa, el afecto debe demostrarse. <br />Verás te hablaré un poco de mí: yo tengo un perro; uno muy feo y sin raza de esos que la gente llama chucho, pero le quiero mucho. Cuando llego a casa él está ahí. El primer aliado, esperando frente a la puerta cerrada. Mis hijos rara vez salen a recibirme, a pesar de que yo les demuestro siempre el afecto no dejando que se vayan sin darme un beso. Da igual cuantas veces me vaya y regrese él siempre está allí esperando una caricia, un tirón de orejas cariñoso, una palmada en el lomo. Las personas deberíamos copiar de la naturaleza todas las cosas buenas y aprender que las relaciones sociales entre la familia, los amigos e incluso los vecino deberían de ser mucho más afectivas, mucho menos hipócritas. En realidad Laura, tu comportamiento es del todo normal y responde a unos impulsos que se rebelan contra lo antinatural de nuestro mundo social. Nadie da nada por nada. Nadie da nada por nadie. <br /><br />-Pero los sentimientos nos haces vulnerables Luis, dejamos la puerta abierta al enemigo que se cuela camuflado de amigo; como ese camaleón que pretende ser parte del paisaje y atrapa a la mosca desapercibida. Sentir es sufrir y yo no quiero sufrir más. No quiero sufrir.<br /><br /><br />Las lágrimas corrían por las mejillas con tanta fuerza que parecían dos torrentes. Se colaban en su boca o caían al parqué formando leves charcos. Algunas se quedaban prendidas del jersey como diamantes efímeros que la ropa absorbía ávida. Aquellos ríos eran el principio de algo que Luis llevaba intentando mucho tiempo: Hacer llorar a la fría piedra.<br /><br />El doctor se levantó de su silla y salvando la separación que la mesa ofrecía se acomodó a su lado. Tomó su mano con delicadeza mientras la otra se posaba en el hombro.<br /><br /><br />-Llora piedra, llora todas las lágrimas que oprimen el corazón de gema y déjalo salir. Yo sé que debajo arde un corazón de fuego, uno delicado que apenas es una vela que el viento fustiga. No te calmes, Laura. Deja que la piedra se vaya al fondo del mar mientras tú subes a la superficie.<br /><br /><br />En un gesto instintivo ella se abrazó al doctor que lejos de rehuirla, la aprisionó contra su pecho. Durante el tiempo que tardan los barracos en ceder al estiaje, Laura lloró y él la abrazó. Poco importaban las normas éticas, los códigos deontológicos o el sun sun corda de la madre que lo parió. La medicina le daba la razón en contra de la química. Todo está en el alma y él había desnudado ese alma de hierro a fuerza de amor, de palabras, de familiaridad, de ceder y ceder para volver a ceder. Soltar la cuerda de la cometa hasta que sea ella quien vuelva a la mano sin viento. Ahora quedaba lo más difícil: construir un dique para el corazón sensible de Laura.<br /><br />No hay cosas fáciles en ésta vida y todos los caminos tienen piedras, socavones, deslindes y argayos que a veces lo bloquean, pero la tenacidad del que camina puede vencer toda resistencia si se lo propone. Luis y Laura estuvieron caminando por esa senda interior que nunca le mostramos a nadie y muchas veces ni siquiera a nosotros mismo. Detrás de todos los ornamentos, de todo los artificios, se esconde un sendero sencillo de piel y hueso que lleva a nuestro interior y ese es precisamente el único importante de todos los que pueden recorrerse. Con el tiempo el doctor sembró en el camino de laura el amor hacia uno mismo y germinó haciéndose un aliso en la rivera. Uno capaz de ceder a los vientos airados. Uno que sustituyese al roble viejo que yacía sin brazos de tanto romperse en los huracanes de la vida.<br /><br /><a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi81OER0hbmNIniyvgp1DMlknPNm4dNGHRZjsd2Gx8NcG6yblp52CRS1OHXGX6VsKzCW2qoSZfGXS8PegMDu60B8VlynpZVzGxHrMQRb9P-w5xJERzLBbKDn7H3F9tkbi4xQ0ET2m-oHnK-/s1600/easterly+andrew+wyeth.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 320px; height: 230px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi81OER0hbmNIniyvgp1DMlknPNm4dNGHRZjsd2Gx8NcG6yblp52CRS1OHXGX6VsKzCW2qoSZfGXS8PegMDu60B8VlynpZVzGxHrMQRb9P-w5xJERzLBbKDn7H3F9tkbi4xQ0ET2m-oHnK-/s320/easterly+andrew+wyeth.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5460387186584336034" /></a><br /><br />Aquella tarde Laura leía en la galería frente a la puerta del jardín. El aroma de la madre selva acariciaba su rostro pétreo de estatua quieta y tan solo al ver pasar las páginas un comprendía que había vida en ella. Luis la observó desde lejos enarcando una ceja al hacerlo. Así calmada y bajo el fulgor del brillo de la tarde más que una enferma gris de la clínica, parecía el hada de las fuentes recién salida del jardín. Con pasos leves se acercó sin hacer ruido y cuando mismo aire de la tarde los envolvió ella alzó la mirada con una sonrisa.<br /><br />-Hola Luis, ¿llevas mucho tiempo espiando?<br /><br />-No, acabo de llegar.- mentía-¿te gusta el libro?<br /><br />-Es el mejor regalo que nadie me ha hecho y si. Me encanta. Con ésta ya son dos las veces que lo he leído y hay partes que no puedo dejar de leerlas. Ha sido todo un descubrimiento. Gracias.<br /><br />-bueno, a mi también me gustó, pero creo que tú le encuentras más sentido que yo a la descripción de las cosas. Nosotros los de ciencias somos poco poetas.<br />-Mientes muy mal y lo sabes doctor. Detrás de esa bata blanca se esconde un corazón de león<br />La mano de Laura acarició la inerte mano del doctor. Temblaba.<br /><br />-Gracias Laura. Venía a decirte que ahora sí éstas preparada para abandonar la clínica, pero quiero que el reencuentro con la realidad lo hagas escalonadamente.<br /><br />-Tendrás que echarme de aquí Luis. No pienso separarme de ti. Sus labios volvían a temblabar.<br /><br />-Sé lo que sientes. Desde hace tiempo que lo sé, pero no es lo que tú crees que sientes. Haz me caso en esto también. De mi mano has caminado por la nueva senda y crees que es otra cosa el vínculo que nos une. No es amor siendo eso mismo. El amor tiene muchos rostros pero no son amantes los amigos. Cuando te quietes la venda y ha de caer como caen las manzanas en el fin del estío, verás que Luis te ama como quiere a sus amigos y tú también lo amas así.<br /><br /><br />Tengo una amiga que escribe alejada del mundo cerca de la mar, en la Bretaña donde todo son rocas, acantilados esculpidos por la mar y el viento y sobre todo tranquilidad. Quiero que te vayas con ella un tiempo y en esto no hay nada profesional. Digamos que ella me debe un favor y ahora es tiempo de que me haga ella un favor a mi. Al hacerlo se hará un favor a sí misma y otro a ti y juntas podréis hablar de bastantes más cosas de las que hablas conmigo. Una mujer sabe de esas cosas que los hombres solo intuimos y quizá ella tenga remedios para esa espina honda que dejó ese que tú sabes y no nombras.<br /><br />-No tengo elección ¿no?<br /><br />-Siempre hay una elección Laura. Tú decides si vas o no, por eso te lo pido como amigo, alejado de la bata y la mesa que nos separa en el despacho. La dirección es esa nota rara que aparece en la última página de ese libro y su teléfono te lo daré cuando me digas que vas a ir.<br /><br />-Claro que iré. Además no quiero regresar a casa. Allí hay demasiadas cosas que me recuerdan quien no quiero volver a ser.<br />-Lo sé Laura. Por eso la transición. Además por alguna razón creo que ese paisaje es tan tuyo que no sé cómo no has ido antes por allí. Se llama Sophie y ya sabe que vas a su encuentro.<br /><br />-Eres un tramposo. Ya sabías que aceptaría y te odio por eso.<br /><br />-Ódiame, pero dame un abrazo amiga.<br /><br /><br /><br />Aquella mañana de otoño lloviznaba en el andén de la estación de Brest donde una vieja locomotora arribó despacio. Poco a poco fueron bajando los viajeros llenos de maletas y sonrisas o caras serias, para encontrarse con otras almas que en la espera aguardaban su llegada. A muchos no les aguardaba nada más que un taxi vació, una parada de autobús o las largas calles que conducen al puerto donde la mar siempre aguarda quieta. En mitad de los grises adoquines y bancos fríos de metal una figura de mujer, alta como la torre de un faro aguardaba debajo de un paraguas con los vivos clores del arco iris. Su rostro atemporal de estatua clásica estaba serio aunque en la comisura de los labios unos imperceptibles síntomas de sonrisa pugnaban por salir a la lluvia.<br /><br /><a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi1i_Q0vvgz5wRFVWHiVnJlfNQ6gROqxaMFIxaM2SSZF1nnO8V7y5mfEhppeWw8bePUYEA3LIrvNhlaj6KvY3r2BWoYVaDLqpwOm-H68XOGrFzPk5h6_bS8ZCom4wmJmqF2EqgdTpNlTuER/s1600/gar2003b-lostinlilies24x20.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 264px; height: 320px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi1i_Q0vvgz5wRFVWHiVnJlfNQ6gROqxaMFIxaM2SSZF1nnO8V7y5mfEhppeWw8bePUYEA3LIrvNhlaj6KvY3r2BWoYVaDLqpwOm-H68XOGrFzPk5h6_bS8ZCom4wmJmqF2EqgdTpNlTuER/s320/gar2003b-lostinlilies24x20.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5460392026320393986" /></a><br /><br />Laura bajó del vagón y se acomodó la mochila a la espalda, luego protegiendo con las manos el libro comenzó a caminar en dirección a la salida de la estación ferroviaria. Miraba con atención a todas partes buscando a la misteriosa amiga del Dr. Blázquez, ya que según le había confirmado por teléfono, acudiría a recogerla. Ella no vivía allí, sino que su casa solitaria miraba a los acantilados de Saint-Mathieu, desde donde puede verse en los días claros a la ile Mòlene luchar contra los temporales. Durante el largo viaje se había imaginado como sería ella: Alta baja guapa y no. Pero en todas las imágenes había mar y algas y manos blancas con dedos largos, muy largos. Como un junco a la vera de un gran río. Cuando la tuvo delante algo en su interior le dijo: Ahí está, es ella. Entonces su sonrisa nerviosa se disparó y sus pies la arrimaron al ala de su paraguas.<br /><br />-¿Sophie? Eres tal y como había imaginado. Hola soy Laura.<br /><br />La delgada lluvia resbalaba perlando el rostro que aquella luz grisácea de la mañana iluminaba de forma singular. Él atuendo de ambas chicas no podía ser más diferente y sin embargo un observador no muy agudo habría encontrado la similitud entre ambas.<br />-En efecto Laura, soy Sophie. Bienvenida.- guareciendo a Laura con el paraguas empezaron a caminar en dirección a la salida- Vamos, tenemos un largo camino hasta casa por esas carreteras que dibujan la costa hasta el cabo, así podremos empezar a conocernos un poco. ¿Qué libro es?<br /><br />-Es un regalo de nuestro común amigo: Lizanía.¿lo conoces?<br />Sophie se detuvo y la miró durante un segundo sorprendida, luego continuó caminando con una sonrisa misteriosa.<br /><br />-Sophie tus muñecas…- dijo Laura con un hilo de voz rota.<br /><br />-Si, Laura. Tenemos mucho más en común de lo que te imaginas. ¿sabes? Yo también guardo ese ejemplar en la biblioteca de mi casa con especial emoción. Aún lo leo. Por cierto ¿ te gusta la pintura?...<br /><br /><br />Las dos figuras ahora abrazadas debajo del paraguas se perdieron en el marasmo de cuerpos que abarrotaba la estación; pronto su silueta se perdió en la lluvia y de vez en cuando entre los paraguas blanquinegros asomaba por encima del río de gente que es la ciudad uno pintado de arco iris.<br /><br />Por el lobo que camina.Crepusculariohttp://www.blogger.com/profile/01075567099084570065noreply@blogger.com5tag:blogger.com,1999:blog-2648571986741177753.post-64618783056872012312010-03-28T06:59:00.000-07:002010-03-31T05:55:51.895-07:00La busqueda<a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi20sIGOpRrU1loiqqRXLCEpANxsVh0lr4MnpouFJiBU6Dnoijd2TVeSe7BVdoQQMk-qOUbZFe9mdVnJZYXMGUDGUkcykpBUopcFw5YIFUSl9hXHHJl7fE06HiL1d9WYkLpfh_xvc9odo27/s1600/Oto%C3%B1o+tesa+clark.JPG"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 320px; height: 316px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi20sIGOpRrU1loiqqRXLCEpANxsVh0lr4MnpouFJiBU6Dnoijd2TVeSe7BVdoQQMk-qOUbZFe9mdVnJZYXMGUDGUkcykpBUopcFw5YIFUSl9hXHHJl7fE06HiL1d9WYkLpfh_xvc9odo27/s320/Oto%C3%B1o+tesa+clark.JPG" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5453689803089411218" /></a><br /><br />Imagen Teresa Clark. Otoño.<br />Joshemari Larrañaga acarelas. Bretaña.<br />Fabian Pérez. man in white.<br />Escha vanden boguerd. Rissopo.<br /><br />Hay historias que nunca se olvidan ni quieren ser pasadas. Hay busqedas que llevan toda la vida y sin embargo nunca encuentran el final. Quizá todos los caminos nos lleven a ella....<br /><br /> El pequeño pasillo de baldosas blancas moría en la galería iluminada por el sur de la tarde. En las paredes descansaban acuarelas como pequeñas ventanas abiertas a una campiña de primavera, pero era ese vetusto cartel el que siempre robaba mi mirada: La enfermera con el dedo índice sobre los labios carmesí mandaba silencio y en la bata al filo de su pecho despuntaba una cruz de sangre coagulada. Aquella enfermera distaba mucho de ser esas otras señoras de cofia y bata que deambulaban por la sala con su calma y sonrisa escasa, pero te trataban bien.<br /><br />Estabas sentado de espaldas a la puerta en esa vieja silla de ruedas con nombre de barco pintado en el costado. Pequeños dedos de luz y sombra provenientes de la fronda del jardín jugueteaban por los cuellos de la camisa, siempre blanca, que dejaba escapar algunas hebras grises de tu torso.<br /><br />-Es para que no se manche la camisa, hoy tiene otro de esos días monseiur Gauvin. Dijo la enfermera desde el fondo de la sala. Yo sonreí asintiendo a la vez que elevaba ligeramente la mano en señal de saludo.<br /><br />Aquel babero de algodón llevaba impresa una gran letra u en la que, para burlarnos a todos, dejabas caer con precisión pequeños hilos de saliva. Me acerqué despacio sentándome en la vieja silla que acerqué al costado de babor de tu barco rodante y me puse a contarte todas aquellas cosas que le suceden a uno mientras camina de camino a ver a un amigo un martes por la tarde.<br /><br />Como te conocí y porque sigo regresando a tu lado una vez concluido el propósito de mis visitas, es lo que me propongo explicar. No a mí, ni a las monjitas o médicos de esta residencia que poco les importamos, sino a ti lector, que nada sabes aún de todo lo que aquí ha ocurrido.<br /><br /><br />Era la primavera de un invierno demasiado frio en la que tímidas aparecían entre los hielos las primeras flores. Yo aparecí debajo de mi gabán azul marino con la gallardía de la juventud inexperta, en cuyos bolsillos guardaba la grabadora, media docena de pilas alcalinas, un blog de notas y varios staendtler de punta fina. Tras mi breve presentación ante los responsables de la institución, fui derecho a la sala de juegos donde los habitantes de aquel pequeño reducto del pasado, pasaban la tarde rememorando otros tiempos, sin duda mejores.<br /> Los primeros acordes de la cenerentola de Lucia Valenti resonaban cuando doña Vicenta te señaló con su dedo. Eran pocas y escasas las visitas en aquel lugar, por eso mi presencia hizo acudir el silencio y expectantes, todos los parroquianos desearon ser ellos los rescatados de la cotidianeidad limpia de la tarde. Todos menos un hombre tocado con una vieja gorra marinera y blanca que miró arqueando una ceja durante un segundo para volver a la lectura de un libro de tapas azules.<br /><br />-Monseiur Vasili Markov, supongo…Soy Gauvin Devené , es un honor conocerle, ¿puedo sentarme?<br /><br />-Buenas tardes, joven, va usted a sentarse de todos modos me temo, pero se lo advierto, si me da la tabarra, volveré a la lectura sin dudar. ¿Qué se le ofrece a su honor?<br /><br />- Buenas tardes, si, perdone mi despiste, son los nervios—dije sacando torpemente la grabadora y el blog de mi bolsillo- Estoy escribiendo un libro ambientado en la segunda gran guerra, sobre los combatientes españoles en el ejército rojo, y creo que usted podría ayudarme mucho a comprender aquellos días monseiur Markov.<br /><br />-Oiga que yo soy marino y además todo eso ya es agua demasiado pasada. Español dice. No sé de qué nacionalidad se cree usted que soy, amigo, pero le diré lo que opino sobre las banderas y las patria:¡ mierda! Demasiada sangre derramada en vano para la gloria de unos pocos tiranos. Yo me cago en las naciones unidas. ¿ha oído?<br /><br />La sala con sus decenas de oídos reía disimulando jugar a las cartas o mirar concentrados por la ventana entre abierta. La brisa fresca de la tarde trajo aromas de madre selva y azaleas desde el jardín. Yo sin embargo no sabía qué hacer o decir. Todo el discurso preparado era ahora un papel mojado y estaba avocado a la improvisación.<br /><br />-Pero he oído que usted es del Ampurdan y sirvió en el 64 ejercito…- mi voz se me antojaba chillona y enclenque, como la de un colegial que es reprendido por el maestro sin motivo, en mis ojos estaba reflejada la derrota. Mientras tu reinabas.<br /><br /><a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhBhoktMa9kSBXu4Gmqh-mFVHlwEguo-RKyVbb85kZ7n9sO1nid-xS4PcPQGizIeeFJphM0CuzwYe_hh7ZBX3jToU0Vw5b9Pqq3xCRjGpBW17_MtkGPqwfHtE2GSG4j1OEoVUkmEXEgtLLU/s1600/joshemari+larra%C3%B1aga+acuarelas.JPG"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 320px; height: 241px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhBhoktMa9kSBXu4Gmqh-mFVHlwEguo-RKyVbb85kZ7n9sO1nid-xS4PcPQGizIeeFJphM0CuzwYe_hh7ZBX3jToU0Vw5b9Pqq3xCRjGpBW17_MtkGPqwfHtE2GSG4j1OEoVUkmEXEgtLLU/s320/joshemari+larra%C3%B1aga+acuarelas.JPG" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5453692447533070610" /></a><br /><br /><br />-Si joven si. No ha oído mal. Yo nací mirando las islas Medas, a los acantilados y las playas de arena blanca de la bahía de Roses, a las dunas de San Pedro pescador. Soy de allí donde se levantaba otrora la noble Emporion. Cuando la guerra fratricida que asoló la España yo no era más que un muchacho imberbe hijo de pescadores, que por pedido de sus padres, abandonó todo: amor, familia, paisaje, en aras de la libertad. La libertad entonces se llamaba Rusia, que era la única capaz de hacer frente al fascismo y la hipocresía de Europa. Por aquel entonces no era más que Joselito Portela Castell, hijo de padre gallego y madre catalana que pescaba entre esas rocas que la tramontana afilase en la cuenta de los siglos mucho antes del hombre. Pero fíjese, allí en la estepa congelada era mucho más fácil adoptar el nombre de un acorazado, que pretender que mis padres adoptivos pudieran pronunciar bien mi nombre y apellidos. Y no. No pienso hablarle de la guerra, joven, no me interesa lo más mínimo recordar toda aquella muerte sin sentido.<br /><br />-Monseiur Markov, se lo ruego, muy pocos son los que lucharon en el cerco de Stalingrado y han sobrevivido para contarlo. Hábleme de cómo era la vida en primera línea del frente.<br /><br />-Es usted terco joven. Supongo que como yo no hace mucho- reía- Bien hagamos un trato, yo le cuento todo lo que recuerdo de aquellos aciagos días y usted se compromete a encontrar a una persona.<br /><br />-Entonces monseiur, estreche ésta mano, si vive esa persona daré con ella de la misma manera que lo hallé a usted. si por desgracia nos ha dejado depositaré flores por usted en el camposanto.<br /><br /><br />De esa forma empezaron las visitas vespertinas a la residencia Leclerc que durante todo ese año realicé .Fruto de ellas nació el deseo de contar una historia más allá de la guerra y sus combatientes. Una historia alejada de todo aquello que pretendía contar en un principio, pues quizá, los escritores se encuentres de repente con aquello que realmente quieren contar y entonces, todo lo que creían se desmorona delante de ellos como esos glaciares que mueren en la mar. Indefensos y desarmados se baten frente a la vorágine de letras que saltan del vacío inexistente de la nada, para estrellarse en la hoja en blanco prendida de la máquina de escribir. Sorprendidos y exhaustos teclean sin pausa el dictado de las imágenes etéreas que se materializan en sus retinas y que van perfilando en un todo real demasiado tangible.<br />Así pasé de escribir a cerca de un colectivo para concentrarme en el individuo cuya historia, sobrepasaba todo lo que cualquier escritor podría inventar frente a un paisaje tranquilo en una apartada villa a orillas de la mar.<br /><br /><br /><br />Aquella tarde de finales de verano hacía tanto calor que los cristales henchidos de sol, imploraban un soplo de brisa que aliviase su sufrimiento. Las monjitas habían repartido unos abanicos blancos y negros que los parroquianos de la residencia movían sin cesar y al hacerlo daba la impresión de querer acompañar con el fru fru de aquellas palmas, las notas acompasadas del preludio y fuga bvw 997 de Bach.<br /> <br />-Buenas tardes Adel,- dije depositando una cajita de bombones sobre su mesa al tiempo que me secaba la frente con el pañuelo- Si continua éste calor vamos a necesitar la intervención de los Santos del cielo.<br /> <br />-Buenas Tardes monseiur Gavin es usted un ángel. No tenía por qué molestarse…<br /><br />-No es molestia hermana, pero no se tarde, póngalos a buen recaudo antes de que se derritan en la caja y si le parecen demasiados para usted sola, puede compartirlos como aquellos panes y peces de la parábola con las otras hermanas.<br /><br />Me acerqué a ti por el costado de babor mientras estudiabas las figuras geométricas que yacían en el interior de ese libro que te traje en mi última visita. Izando la vista tu mirada me sonrió pícaro y con la palma de la mano me indicaste que tomara asiento.<br /><br />-¿Haciendo la pelota al enemigo, Gavin? Eso no está nada bien …<br /><br />-el estraperlo, camarada, requiere de prebendas y agasajos al aduanero, pues de lo contrario, dudo que se nos permita ésta tarde acompañar el té con el licor que guardo debajo de la chaqueta. Pero no sueñe con los cigarros que me pidió, me niego a matar sus pulmones antes de que me termine de contar toda la historia.<br /><br />-Joven, es de malas personas no satisfacer las necesidades de aquellos que un día derramaron su sangre en batalla. Una caladita no puede hacer lo que no han conseguido ni la mar, ni los temporales ni las balas fascistas en la guerra. Pero aceptaré esa copita con sumo gusto. ¿Encontró ya el paradero de quien le hablé?<br /><br />- No voy a revelar ni una sola de las pesquisas hasta el final de su relato <br />camarada, pero le diré que todo anda en el buen camino, su Astrid Niemayer trabajó muchos años como enfermera en la ciudad porteña.<br /><br />-Me decepciona usted joven si es lo único que ha conseguido adivinar., eso solo tenía que habérmelo preguntado a mí. No se imagina la de paseos que di por el malecón de aquella ciudad con la esperanza de cruzarme con ella por casualidad.<br /><br />-Es posible, camarada, pero lo que usted no sabía entonces, era el apellido que su amiga usaba para los documentos oficiales...<br /><br />-Ah bribón! O sea que ya la ha encontrado ¿no es cierto? No sea cruel con éste viejo y cuénteme que fue de ella. ¿Vive aún?<br /><br />-Encontrarla físicamente no, aun no. Pero no se impaciente Markov, todo a su debido tiempo. Cuando me cuente como llegó a Berlín se lo diré.<br /><br />-Muy seguro está de que estuve en Berlín monseiur, el 64 ejercito nunca pisó la capital del Reich…<br /><br />-Ah, de eso estoy plenamente seguro. Fue allí donde la conoció, aunque esa historia deberá esperar, ¿cruzaremos hoy el Don, camarada?<br /><br />-Es usted el diablo, ¿seguro que se llama Gavin y es escritor? A veces tengo la sensación de haber vendido mi alma y que es usted el cobrador de aquella venta. Quizá sea un poco Fausto después de todo. No, pero le contaré algo:<br /><br />Aquella mañana los obuses resoban desde la retaguardia, más de siete mil tubos negros escupiendo fuego y muerte de metal; pero no sobre la posición que nosotros ocupábamos. El viejo t-34 ronroneaba esparciendo volutas negras de gasolina quemada entre los girones de una niebla imprecisa que se deshacía o cobraba fuerza entre las ruinas. El teniente Markov que canturreaba entre dientes una polonesa en la torreta hizo señal de alto con su mano izquierda y se quedo callado. La infantería y los granaderos que perseguían nuestras huellas acorazadas se detuvieron y mirando al teniente con resignación aguardaron acontecimientos. <br />Yo era por entonces Iosef Potemkin y no pude verlo, pues en mi puesto de artillero no había más ventana que la negra recámara del cañón, pero allí estaba. Era solo un crio. Quizá de trece o catorce años y vestía el uniforme demasiado grande de algún soldado bajito. El camuflaje de ocres, marrones, verdes y negro destacaba sobre el plomo del asfalto como algo irreal. Llevaba un viejo casco con el águila que caía ladeado hacia la izquierda y en su mano sostenía un subfusil de asalto amenazante. El teniente le habló en su mal alemán de paz, de camaradas, de botellas de agua y refrescos, de chocolate americano de contrabando. Su sonrisa era franca, como siempre. Una de esas sonrisas que nos regalaba antes de entrar en combate, empecinado en la idea de que si la muerte llega, ha de ser recibida con la risa, pues la mayor de las veces se asusta de nosotros y regresa otro día. Aquel niño no sonreía. Su mirada no era de niño, ni de adulto. Era una mirada demasiado muerta, sin esperanza. Detrás de aquellos pozos de sombra, sólo la llama de la fe ciega alumbraba como dos focos antiaéreos, que en mitad de la noche, rastrean las alas de algún avión.<br />Sin mediar palabra su dedo se precipitó sobre el gatillo sembrando de plomo hirviente la coraza del tanque. De pronto la sonrisa del teniente se diluyó en una mueca de dolor y las palabras se precipitaron hasta caer al denso barro. Todos pudimos contemplar como una flor de sangre emergió de la casaca verde hasta tornar vidriosos los ojos que habían dejado de reír. Como un resorte nuestras cabezas giraron hacia la figura de aquel niño que jugaba a ser soldado, pero solo para ver cómo arrojaba al suelo el arma y tomaba de su cinturón una vieja luger, negra como el infierno, para quitarse la vida. Su cuerpo se desplomó cual muñeco de trapo hasta acomodarse en el frio suelo, entre las piedras muertas de aquellas ruinas, inerte. Solo las lágrimas rojas que manaban de su pequeña cabeza indicaban que hubo vida en su materia aun tibia.<br />En aquel momento la guerra perdió importancia para mí. Quizá ya lo había hecho en mi interior, pero la muerte de mi único amigo desencadenó todo lo que horas después, sentado en aquella pequeña casa derruida significaría la vida. <br />Con la ayuda de mis camaradas lo sacamos del blindado y en un viejo vehículo alemán requisado, nos dirigimos al hospital más cercano. Los baches de la carretera nos hacían saltar de vez en cuando pero él ya no estaba allí. Deliraba hablando de tu mujer, de los niños, de ese viejo tractor que tanta falta hacía para recoger la cosecha de trigo. De la acequia que había que construir el verano que viene. Entonces ladeó la cabeza y mirándome serio dijo:<br /><br />-Españolet, hijo, prométeme una cosa…<br /><br />Su voz se deshacía como aquella neblina con el sol de mañana, era casi etérea. Un susurro con la profundidad de la tierra.<br /><br />-Aguanta, ya veo la cruz sobre la tienda, camarada, padre, amigo. Te pondrás bien ya verás. En el hospital hay enfermeras bellas y comida caliente todos los días. Hay caldo y medallas para los héroes que se recuperan. Aguanta.<br /><br />-No. Ya es la hora. Puedo sentirla entre tu mano y la mía. Su tacto es frío como la taiga. Ha venido a rescatarme… Promételo. Promete que cruzarás las líneas y que huirás. Yo viví el 37 hijo, los héroes pronto serán los enemigos del estado. Vete, huye aún estas a tiempo. Ahora no queda más que la barca del último viaje y ese debo hacerlo solo. Tal y como vine, he de irme.<br /><br />Aparqué en la misma entrada de una tienda en la que se hacinaban los heridos. Era mal día para la medicina. Del frente de Berlín llegaban más y más heridos y los sanitarios apenas daban abasto. Se acercó una enfermera sin rostro teñida de rojo hasta las medias, te hizo una marca con una brocha: Allí la salvación se pintaba en blanco. la muerte sorda era roja, como los alaridos de aquellos muchachos sin piernas, o los que taponaban con sus manos los orificios de la muerte. Pronto no fuiste más que otro pobre soldado con un salvoconducto hacia el río Aqueronte.<br /><br />-Prométemelo…Regresa y vete. Corre, sálvate por los dos hijo y no mires lo que dejas atras.<br /><br /><br />Hay momentos en la vida, que las palabras se atoran en la garganta con tanta fuerza que solo pueden ser lloradas. Mientras le abandonaba allí seguro de no volver a verle, me sentía traidor a todas las causas que son nobles, como lo era él. Con un velo de la furia conduje por aquellas carreteras llenas de charcos y piedras dejando tras de mis piedras, ruinas y columnas de soldados que avanzaban. Pronto la noche se hizo y me envolvió con su manto oscuro pero no consiguió detenerme, tan solo aquellas luces del reflector que apuntaba directo a los ojos.<br /><br />-Pero que tenemos aquí… Buenas noches camarada teniente, ¿se ha perdido de su unidad?<br /><br />Yo no entendía nada, aquel idioma tan extraño como sus uniformes, me rodeaba sin decirme nada; supe que eran americanos y que pronto acabaría la guerra. No tenía la certeza de que no me fueran a devolver al sitio de donde venía, pero aquella huida era lo único que en realidad tenía sentido después de tan aciago día.<br />Pronto me vi rodeado de hombres que entre empujones me llevaron a una tienda, allí luego de la espera, hablaría con el intérprete de un comandante que no hacía más que mirarme con incredulidad. Yo era un espécimen raro de algún tipo de ser que les interesaba, más por mi procedencia y la información que ellos creían que yo albergaba, que por saber acerca de mi vida real. Pronto les desvelé parte de una historia, mitad real, mitad inventada en la que y para no desilusionarles yo era un joven teniente perteneciente al segundo ejercito de blindados que solo ansiaba la libertad. Toda la noche les estuve contando lo que querían hasta rallar el alba y luego al día siguiente otra vez y otra más hasta que se convencieron de que poco o nada podía tener de espía y al cabo de unos días me soltaron con un salvo conducto y una oferta de alistamiento en el ejercito de los estados unidos de América como interprete y traductor. No me negué. La oficina en la que pasé los meses siguientes era un lugar acogedor y nunca faltaba algo de música para amenizar las horas de convertir el poco alemán en ruso y luego inglés que fui aprendiendo deprisa. No es difícil la lengua de Shakespeare y con un poco de ayuda de un capitán amante de los autores rusos, pronto pude no solo comprender, sino hacerme entender en su propia lengua.<br /><br /><br />-entonces…Iosef, es Vassili, no entiendo nada, Markov. Tomaste el nombre de tu amigo, su uniforme y desertaste: genial.<br /><br />-calla y escucha esto es importante, pero si. Aquel amigo no solo salvo mi vida alejándome de las balas, sino que me dio una oportunidad de conocer la libertad y vivir en ella.<br /><br />A ver dónde íbamos…<br /><br /><a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiE5yoQQ3HjDY1YO6a54e_1gbbHxsbFS-sNQyRgOjCTT4-C5-uvWxhVT_Gz_hZKhRMfRFngPEPwQFRtk7iFcYeLe45pmsDZUS46l3Wlea8_jecuc1QhflTY1pI1UGOtodeOpko0jyHLAjfM/s1600/perez_maninwhitesuiiv+fabian+men+in+white.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 240px; height: 320px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiE5yoQQ3HjDY1YO6a54e_1gbbHxsbFS-sNQyRgOjCTT4-C5-uvWxhVT_Gz_hZKhRMfRFngPEPwQFRtk7iFcYeLe45pmsDZUS46l3Wlea8_jecuc1QhflTY1pI1UGOtodeOpko0jyHLAjfM/s320/perez_maninwhitesuiiv+fabian+men+in+white.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5453691632765799010" /></a><br /><br /><br />Esa tarde del verano de 45, poco o nada quedaba ya del Reich de mil años de Hitler. Alemania había claudicado inexorablemente, La madre Rusia había tomado la capital, los aliados se acantonaban en las ruinas para dividirse el botín de guerra y su tecnología. Los máximos dirigentes de la barbarie habían muerto o estaban encerrados entre rejas a la espera del tan famoso juicio que yo viviría de cerca, pero las sombras de ese mundo convulso azotaban aun las calles en ruinas.<br /><br />Una muchacha alemana, rubia, demasiado guapa para aquellas calles grises era sacada a rastras de una casa. Dos soldados y una turba de civiles airados la insultaba, la golpeaba y la escupía sin compasión. De pronto alguien rasgó su vestido dejándola desnuda, una mujer se acercó con unas tijeras y la arrancó la melena de oro mientras se mofaba y reía. De rodillas y con las manos cubriendo su desnudez lloraba y sus lágrimas azules caían sin consuelo sobre los adoquines deshechos de la calle. En algún momento se irguieron hacia mí. Sus ojos me atravesaron con malicia. Yo estaba allí plantado con mi vieja tocarev en la mano apuntándoles. El cañón humeante impregnaba el aire con pólvora quemada. No sé que les decía ni en qué idioma; daba igual. Solo sabía que no importaba nada más que salvar una vida. Estaba asqueado de tanta muerte, de tanta venganza, de tanta maldad contra la gente inocente de un pueblo que no era culpable más que de existir. Barbarie, terror, genocidio, consentimiento Basuras todo.<br /> Nadie iba a recordar la primavera en Polonia del 44, ni la masacres rusas del 37, las de purgas de Stalin entre su gente; la invasión de estonia, Lituania, Finlandia, el ametrallamiento de aliados por aliados en Dunquerque; la traición al primer aliado de Inglaterra. Rusia y los aliados habían vencido al tirano. Ahora todo era leña del árbol caído con los de siempre: el pueblo llano que lloraba aun a los hijos muertos en los frentes, en los bombardeos aliados de Dresde. Nadie sabía que solo regresarían cinco mil de los noventa mil prisioneros alemanes de stalingrado cautivos en los campos del norte, que los prisioneros rusos de los campos alemanes serían enviados a Siberia. Todo estaba mal y en mi mano alzada cabía la vida.<br /><br />Los soldados se me acercaron para mediar pero al ver mis ojos inyectados en fuego huyeron, quizá porque yo como ellos habíamos vivido el frente y lo que ello representa. La muerte puede verse en los rostros fanáticos que luchan por conservar la vida un minuto más. Uno a uno los civiles siguieron sus pasos, incluso esas mujeres que gritaban amenazas en alemán y enseñaban los dientes blancos de rabia.<br />Se hizo el silencio. Una ligera lluvia empezó a caer despacio sobre los cuerpos de dos hombres que temblaban. Uno era mujer y estaba desnuda, aterrada. De rodillas con la cabeza afeitada y blanca, caminos de sangre roja se precipitaba sobre los hombros, los senos, las manos que los cubrían. Me acerqué tendí mi mano, la retiré al darme cuenta que llevaba una pistola temblado en ella. La guardé en la funda demasiado pequeña, no quería entrar, no acertaba a encerrarla en el cuero negro de la funda. Me quité la gabardina con galones dorados cosidos en las mangas se la ofrecí. Le hablé de la mar de mi infancia. ¿en qué idioma? Daba igual, si era el catalán que aprendí en la cuna o gallego de los pazos y los puertos de mi padre. Daba igual si era ruso de mis padres adoptivos, de mi amigo markov ; inglés de la oficina de intérpretes o de los versos de Walt Witman, ella lo entendía. Ella se abrazó a mi, aprisionó mis rodillas con sus brazos desnudos, la lluvia perlaba su piel blanca arrastrando las salpicaduras de barro, la sangre seca de tus labios, el ojo amoratado. La levanté del suelo, vestí su cuerpo con la gabardina y caminamos hasta la pensión de la calle Merkel, ella descalza, sollozante, yo afligido y aterrado, con los ojos pendiente de las sombras negras que proyectaban los edificios sobre mí, sobre ti. No hubo emboscadas, ni asaltantes aquella noche, solo miedo, mucho miedo.<br /><br />Frau Halina abrió la puerta con urgencia, se abrazó a ella diciendo no se que en alemán. No lo entendí. Luego me miró seria y con su mano acarició mi mejilla aún sin color. Luego Subieron las escaleras hacia el segundo piso, oí llenar la tina de agua despues me desplomé sobre el sofá acurrucado como un niño en el vientre de la madre. El cansancio me había vencido.<br /><br />Frau Halina me despertó, su sonrisa era amplia, me abrazó me lleno de besos. Un caldo humeante yacía sobre la mesa junto a mí, lo bebí hambriento. De pronto la vi. Llevaba un vestido color café demasiado grande, me sonrojé. Un pañuelo cubría su cabeza y aunque hinchados, enarcabas los labios con una sonrisa, era toda para mí.<br />Bajaron los huéspedes, Frau Halina les contó mi hazaña orgullosa; el pequeño soldadito hispano ruso: el héroe. <br /><br />Desde aquella noche todo fue distinto, todos me saludaban con cortesía, me presentaban a sus hijos, me regalaban sus escasas sonrisas de post guerra, el lechero se tocaba la visera de la gorra y frau Halina cambió. Tú eras la hija que después de bombas había regresado a su lado y yo admitido en el hogar de su cocina, el hijo de algún pariente a quien mimar. Nos asía las manos con bondad, besándonos con la mirada, con aquellos gestos rudos de matriarca bondadosa.<br /><br />-No sé como agradecértelo que has hecho, Vassili.- me dijo susurrando aquel día. De pronto me besó en los labios.<br /><br />Su pelo había empezado ya a crecer tímidamente y ya casi no llevaba el pañuelo dentro de la casa. Ya tenía más de un vestido y ropa interior bonita cubriendo la piel más intima, los pómulos coloreados rebosando amor y aquellas dos agua marinas tan claras que me hacían daño al sumergirme en ellas.<br />La besé y me sorprendí abrazando su cintura, recorriendo con los dedos ciegos los pliegues más escondidos de su vestido. Luego un fuego nos invadió y se hizo el incendio. Corrimos a apagarlo con las manos, con los besos, y con los dedos sobre los labios mandamos silencio. los gemidos fueron testigos de aquel amor inventado solo para dos cuerpos en una sola alma. No, un cuerpo habitado por dos almas. Un solo cuerpo con una sola alma unida, inesperable.<br />Desnudos sobre el amanecer nos abrazamos para ahuyentar el frio del alba y entre suspiros me dijo las que serían las últimas palabras. Yo no lo sabía aún. las escucho cuando se hace de noche.<br /><br />-Llévame lejos, Vassili. Vayámonos a otra patria donde no haya guerras, ni ruinas ni miradas de odio. Llévame al mar de los sueños libres.<br /><br />-Lo haré, Astrid, mi bella, mi Venus de las ruinas alemanas. Pediré la licencia, el traslado, lo que sea, nos embarcaremos en un mercante o galeón pirata rumbo a new york, o la florida, hacia la libertad y la tierra de las oportunidades, donde todo es posible…<br /><br /><a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgMCF6pnq7Qi2kdPMoaCP0I6txWFhPYizIM664ptEyMaNO8lxq34m4BpSA8SYE8FvgzPDEnSPg5spkk6gxNcrfBbp1gJZdyg6AatC5ZUN4iRJyZkRw_NnUDXVdYlo_ILDYSWHRyhxeVb9jW/s1600/riposo.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 320px; height: 256px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgMCF6pnq7Qi2kdPMoaCP0I6txWFhPYizIM664ptEyMaNO8lxq34m4BpSA8SYE8FvgzPDEnSPg5spkk6gxNcrfBbp1gJZdyg6AatC5ZUN4iRJyZkRw_NnUDXVdYlo_ILDYSWHRyhxeVb9jW/s320/riposo.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5453693108970169938" /></a><br /><br />Cuando regresé esa noche del cuartel general Halina sollozaba frente a la puerta de mi cuarto. Con escuetas palabras me dijo que se había ido sin dejar una nota. Yo tenía debajo de la almohada una uncida con lágrimas azules y secas.<br />Me abracé a mi casera, mi madre de Alemania, mi protectora. Lloré y le confesé mi temor, los sueños que habíamos dibujado y el amor, que ahora roto, se deshacía en cuchillos largos sobre mi.<br /><br />-No llores españolet, mi ruso valiente vestido de americano. No llores, volverá. Tú la encontraste, volverá a ti. Ya lo verás.<br /><br />Pero no volvió y los días fueron pasando Pasó el verano y el invierno trajo otro verano más y otro igual en diferentes dígitos hasta aquel día en el cual conseguí la licencia del ejercito.<br />Con un traje azul marino y mis viejos zapatos de cuero salí a una calles que me conocían tan bien como yo a ellas. Luego tras recoger mi petate y despedirme de mis amistades, me subí al tren que lleva a la costa báltica de aquella patria.<br />Halina Shubert fue la única alma que fue a despedirme y con la generosidad que siempre supe que tenía guardada en los bolsillos de esa vieja bata de flores blancas y rojas me regaló el mejor de los abrazos que una madre atesora para su hijo.<br />El vapor de la locomotora anegó el andén gris de la vieja Berlín hasta que el pañuelo de mi amiga desapareció por completo de mi vista. Mientras se alejaba la locomotora iba mirando aquellas postales en blanco y negro que solo el tiempo se encargaría de ralentizar en el recuerdo.<br /><br /><br /><br /><br />-Bueno joven, otro día le cuento más de aquellos años, hoy la melancolía se apoderado de mi vieja alma. ¡Ah! Los recuerdos siempre lo asaltan a uno de improviso…<br /><br />Su mirad se perdió en la cristalera y supe que era buen momento para irme a mi casa a trabajar con las notas que había tomado de la convensación, tomandole la mano se la bese con afecto y abandoné la sala muy despacio mientras suspirabas quedo.<br /><br /><br />Aquel mes me tomé unos días de vacaciones y con pesar no visité a mi amigo Markov. Tras un viaje demasiado planeado los nervios me invadieron en el momento exacto de apretar el conmutador de aquel timbre blanco: 1235 de la calle Strasse.<br /><br />-Buenos días ¿puedo ayudarle en algo?<br /><br />-desde luego señorita, estoy buscando la señora Astrid Niemayer, creo que vive aquí.<br />-No, señor. Esta es la casa de la familia Lieber.<br /><br />-Oh! Desde luego que lo es señorita, si. ¡Qué despistado soy! Discúlpeme. En realidad para encontrar a quien busco, he de hablar primero con Frau Minerva Lieber. Traigo un recado de un amigo de hace mucho tiempo.<br /><br /><br />Una figura de pelo blanco y mirada desconcertada se asomó por detrás de aquella joven tan guapa que me miraba clavándome sus puñales azules con insistencia, entonces, apartándola suavemente con el brazo libre del bastón blanco, se acercó al dintel de la puerta. Era aun seductoramente guapa debajo de todas aquellas arrugas y sus labios rojos destacaban sobre el blanco de un cabello recogido en un moño. Con aquellos ojos de cobalto me miró y un atisbo de lágrima afloró en ellos, luego dijo quedo:<br /><br />-¿A quién dice que busca joven?<br /><br />-Busco a la amiga de un buen amigo de después de la guerra. La enfermera Astrid Niemayer que vivió en Berlín y que emigró a los Estados unidos bajo el nombre de Minerva Spaten. Busco a la mujer que se casó con el doctor Herman Lieber en Buenos Aires y que hace una década regresó a Hamburgo, ciudad en la que naciese el cinco de agosto del año veintidós. Si no me equivoco, Señora, es usted a quien busco.<br /><br />Un ligero temblor sacudió a la anciana y la joven la sostuvo por el brazo. Su mirada inquisitiva de fulminó y apunto de la ira fue contenida por la voz de aquella mujer de pelo nevado que por momentos se sentía envejecer.<br /><br />-Pase joven, pase .Llevo años esperando este momento, solo que no es a usted al que esperaba ver aparecer por la puerta. ¿Es acaso su hijo, señor?<br /><br />-No Frau Lieber, tan solo un amigo que lo aprecia tanto como para buscarla a usted y encontrarla.<br /><br />-¿Y dice que tiene un mensaje de Vassili?<br /><br />-Con gesto mohíno la joven nos acompañó a la sala de estar donde nos sentamos uno en frente del otro estudiándonos despacio.<br /><br />-Mamá, no entiendo nada, ¿quieres explicarme qué es todo esto?<br /><br />-Si cielo, lo haré en breve. Ten calma Sonja. A veces el pasado regresa de la forma menos prevista, pero ya es hora de que te cuente una historia que tú no sabes.<br /><br />Con el humeante té la tarde se deshizo en sombras y muchas fueron las cosas que allí se escucharon por primera vez en muchos años. Mi relato trajo de regreso un mar de lágrimas al relatar las condiciones en las que mi amigo se encontraba, no por salud.<br />desde luego que no, sino por la soledad que la vida le había dejado en herencia. Le conté la historia de su búsqueda de aquel joven ex soldado americano, que antes ruso, la había rescatado de entre las ruinas de Alemania. La historia de un joven enrolado en la marina mercante como telegrafista y que buque tras buque, recorrió los mares en su búsqueda sin hallarla.<br /><br />-Pero entonces, ¿está aquí en Alemania?<br /><br />-No Frau Lieber. Se encuentra en Paris, en la residencia Lecler bajo la supervisión de las monjas. Me temo que su estado de salud es muy precario y aunque conserva plena lucidez, su cuerpo ha dejado de luchar contra la tempestad de la vida. A los achaques óseos hay que sumarle una insuficiencia cardiaca que me tiene preocupado y por la cual los médicos no son muy optimistas en la esperanza de vida. Si va a ir a verle, Frau, no tarde usted mucho, puede que no vea otro invierno.<br /><br />-Lo pensaré monsieur Gavin. Lo pensaré… -Su voz temblaba.<br /><br /><br />La presentación de mi libro fue un éxito de prensa y público que no esperaba. Vasili se encontraba rodeado de las enfermeras Adel y Lissbel que generosas se habían prestado a acompañarnos al evento, pero fue al final de aquel acto cuando quise por un momento no haber inventado un final para el libro.<br />La gente se atropellaba a las puertas de la sala camino de la salida. Unos pocos avanzaban en dirección contraria con la pretensión de alcanzar un autógrafo de aquel quizá no tan desconocido escritor y entonces la vi. De la mano de su inseparable bastón blanco y flanqueada por su hija Astrid Niemayer se levantó de la última fila de butacas de la sala. Tras avanzar despacio entre la gente, que al verla se apartaba educadamente, llegó hasta mi.<br />No dije nada, solo miré a Vassili y ladeando la cabeza me retiré unos pasos hacia la ventana por donde aún se filtraban los últimos rayos de sol. Entonces ocurrió:<br /><br />Sus mirada se cruzaron por un segundo y toda la gente de la sala y la sala en sí mima incluido yo, desaparecimos como la bruma de la mar. Dos viejos amantes se rencontraban y los años pasados retrocedían aceleradamente hasta la mañana de aquel lejano día de la despedida.<br /><br />-Eres tú...Tan guapa como te recordaba. Ven cuéntamelo todo, quizá aun tengamos algo de tiempo antes del final.<br /><br /><br />Por el lobo que camina.Crepusculariohttp://www.blogger.com/profile/01075567099084570065noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2648571986741177753.post-8564009337162687712010-03-12T07:54:00.000-08:002010-03-13T06:48:46.785-08:00Elisse e Izan son de mar.<a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhl3ObS8S8Ke1l4uOEGXnQKBSWmw0Zb1nUs2eZiOimcLn6xII9DQ8brn6k-hyRnSZ0nuQoyHfsEtG7H8QKIhYQ5pYxml_3V7MnoQxyaAQW69k15QT0Y8bN1kXAd1M8vD68Dqvgbs_8OpzID/s1600-h/d%60esquena.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 320px; height: 200px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhl3ObS8S8Ke1l4uOEGXnQKBSWmw0Zb1nUs2eZiOimcLn6xII9DQ8brn6k-hyRnSZ0nuQoyHfsEtG7H8QKIhYQ5pYxml_3V7MnoQxyaAQW69k15QT0Y8bN1kXAd1M8vD68Dqvgbs_8OpzID/s320/d%60esquena.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5447778945694882690" /></a><br /><br />D`esquena. Wake up. Mónica Castanys. Artista.<br /><br />Estabas al borde de aquel paseo, junto a la palmera grande de hojas lacias que caían melancólicas hacia el verde césped. Tu cabello recogido en una coleta, pugnaba por liberarse amparado por el viento que azotaba con profundas fragancias de alta mar. A tu lado descansaban dos perros muy feos con las orejas atentas al pasar de las hojas muertas que arremolinaba céfiro al barrer esas calles tan vacías.Leías un libro muy gordo de tapas grises y en las manos que se acercaba al pecho ondulado, parecía más, el castigo de un profesor severo, que el divertimento reflejado en la sonrisa. Me acerqué despacio ignorándote con los gestos, refugiada tras los cristales oscuros de las gafas de sol que miraban hacía el frente.<br /><br />De pronto tu perro adivinó que mis ojos te miraban de reojo y se levantó apuntando con su hocico mi pecado. Tú elevaste la vista hasta posarla en su lomo gris, luego te sumergiste de nuevo en la ventana de papel. Quizá el viento disfrazó el suspiro de alivio que se escapó cuando rebasé tu figura quieta continuando con mí caminar. Los pies autómatas seguían y seguían caminando sin cesar, mientras mi mente te imaginaba dibujándote trazo a trazo. <br /><br />Tu voz. Ya la había oído cuando hablabas con tus perros mientras yo sonreía divertida la ocurrencia. No digo que no sea normal, no. Solo que al prestar atención a tus palabras, cerraba los ojos y entonces podía verte hablar con nuestros hijos no natos, con esa paciencia severa, con esa manera de regañar calmada. Enérgica a veces, hasta que la cuerda tensa del enfado se deshacía en la ternura manifiesta de un juez amable incapaz de condenar a nadie. <br /><br />Y tú, ¿te habías fijado en mí? No lo sé, aunque ese era mi deseo. Cada día rezaba a los dioses de mi infancia que ya hubieras salido a pasear con tus amigos cuando yo atravesaba el parque de camino a la oficina. Una vez pasamos tan cerca que pude oler el aroma que despiden las sábanas que te abrazan por la noche. Llevabas la cara recién lavada y el cabello suelto asemejaba una bandera flameante en el torreón de tu rostro. Con la mano derecha tapabas el bostezo matutino con tal delicadeza que nadie se hubiera percatado de la falta de sueño sin fijarse como yo me fijaba. Me aprendí tu horario como esas palomas que regresan siempre al mismo banco de la plaza a recoger las migas de los bocadillos en la merienda, por ver si algún día decidías hablarme pero no fue así.<br /><br />Por eso aquel domingo me levanté pronto y enfrentándome al espejo, intente decidir cuál de todo mi vestuario sería apropiado para un paseo junto a ti. Saqué faldas y camisetas y pantalones y suéter naranjas; faldas, mallas y camisas blancas, pero nada parecía servir y al borde de la lágrima me senté encima de la cama. No podía ser tan difícil. Volvía a intentarlo y de un rincón olvidado rescaté un chándal color butano y una camiseta azul. Si. Era eso. El zapatero escupió unas deportivas blancas con bandas azules a los lados y tras acicalarme un poco, peinar el cabello y arrojar unas gotas de perfume sobre mi cuello, me dirigí al parque.<br /><br />Era pronto y algunos paseantes vestidos de periódico con suplemento ojeaban las noticias, ajenos a todo lo demás. Mis ojos rastreaban la vereda, los bancos, los setos intentando verte, pero fue tu perro quien me encontró a mí. Con algo de susto, no lo niego, se acercó a mi lado y tras olerme la pernera se alejó caminando con ese aire entre desgarbado y presumido. Tú apareciste por mi espalda con la correa negra sobre los hombros. Llevabas unas bermudas azul marino, un polo de rayas celestes y blancas y unos zapatos náuticos. Siempre vestías muy desenfadado.<br /><br />-No tengas miedo, es de naturaleza curiosa, pero es bueno- me dijiste sonriendo-<br />Durante un segundo vacilé y no supe que contestar a tu sonrisa, pero pronto decidí <br /><br />-Tranquilo me gustan los perros. ¿Cómo se llaman? ¿de qué marca son?<br /><br />Marca ¡Serás imbécil!- me dije furiosa- No podía traicionarme más el léxico. ¿Qué pensará ahora de mi? Me sentía fatal, pero intenté arreglarlo.<br /><br />-Raza quiero decir, a veces se me trafulcan las palabras.<br /><br />¿Me sonrojé? Posiblemente sí, pero tú no hiciste leña del árbol caído, sonreíste y me hablaste despacio, sin prisa, haciendo hincapié en los silencios de unos signos de puntuación imaginarios.<br /><br />-No te preocupes, mi madre siempre lo dice. Se llaman Bonie y Glenn. Son Deerhound perros escoceses, fuera de allí no se ven apenas, además nunca han estado de moda- afortunadamente-. Antaño fueron perros que denotaban señorío y todos los jefes de clan tenían una jauría en sus castillos. Muchos incluso dormían junto a la chimenea en las noches de invierno. Robert Burns dicen tuvo uno.<br /><br />-Que nombres más bonitos, para perros tan feos. No he leído nada de él me temo. En realidad leo más bien poco… Pero algo leo. En vacaciones siempre me llevo algún libro a la playa. hace poco leí “el niño con el pijama a rayas”<br /><br />Me miraste de soslayo un segundo y elevando la ceja izquierda te reíste. <br /><br />- Me gustó ese libro, si. Boile un irlandés. Y no son feos, tienen la belleza ruda de las Highland, de los acantilados del norte donde los mares son frios y la gente hospitalaria.<br /><br />-Te gusta mucho Escocia por lo que veo. Por cierto me llamo Elisse ¿ y tú?<br /><br />Tras el intercambio de nombres rompimos el hielo y hablamos. Paseamos, luego nos sentamos en un banco; tomamos aquella coca-cola junto al quiosco de la plaza, volvimos a sentarnos, ahora en el suelo alfombrado de verde; jugamos a lanzar la pelota a tus perros. Reímos.<br /><br />Quizá el amor sea eso: algo simple que evita lucirse. Eso que no pretende convencernos, ni hacernos acólitos de su religión, pero que sin embargo, nos hace creyentes. Quizá sea así: espontáneo y generoso; sin medida. Llega un buen día sin aviso y se instala en ese hueco vacío que no sabíamos que existía en nuestro corazón, pero que ahora, nos es imprescindible para respirar. Quizá el amor sea la risa sin la que la vida no tiene mucho sentido.<br /><br />Cuando uno se encuentra a gusto, el tiempo se fuga en las alas veloces de los pájaros y en un parpadeo de ojos que se miran, pueden acontecer –suceder-mañanas enteras. Así me ocurrió cuando te encaminaste por la acera camino de tu casa.<br />Por un momento me sentí como un naufragó que ve alejarse las velas de un barco en el horizonte: sin esperanza, sin hoguera en la que pueda calentarse. Pero te paraste de pronto y con esa voz tenue me hablaste:<br /><br />-¿Haces algo mañana?<br /><br /> Mientras comía a solas junto al televisor sin voz, me preguntaba cómo sería besarte. Si. Claro que no tenía planes, tú y sólo tú eras mi único plan viable. Quería decírtelo al oído para que me escuchases solo a mi, sin interferencias, ni distracciones posibles. <br /><br /><a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh3WR8naOIr60Q3lJWnNCoWYHRwGne7H4JucrozDFzXtE4jXQzzQSDXB424jLyAkGKYwovsidoHSJyYG-2RiAW_J3Yyr6vxS1KXQS06YMChNwHepVkBtzxE_UsF1iJyL5zkr5CoGyAjKf95/s1600-h/wake+up.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 314px; height: 320px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEh3WR8naOIr60Q3lJWnNCoWYHRwGne7H4JucrozDFzXtE4jXQzzQSDXB424jLyAkGKYwovsidoHSJyYG-2RiAW_J3Yyr6vxS1KXQS06YMChNwHepVkBtzxE_UsF1iJyL5zkr5CoGyAjKf95/s320/wake+up.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5447778591688012290" /></a><br /><br /><br />Los lunes son días horribles que nos impone el calendario en aras de obtener otro fin de semana. Son grises y las sombras se elevan por el cielo donde un sol irreal se niega a dar calor a los transeúntes cabizbajos que acuden resignados a la oficina. Yo caminaba presa del desánimo por esas calles atestadas de gente soñolienta con mucha prisa. Todo es prisa y atasco y caras serias. Los eternos minutos grises de la mañana se retrasaban burlones en la esfera del reloj de muñeca, donde eran perseguidos por mis latidos acelerados, que les apremiaban a fugarse, para inaugurar la tarde de nuestra primera cita, pero tan solo conseguían encerrarme en un tiempo lento de espera inquieta.<br /><br />El puerto estaba tranquilo y la luz de las farolas se reflejaba sinuosa en las aguas oscuras de la mar camada. Al llegar al pantalán mi mirada se clavó en el cartel de la entrada: Prohibido el paso a toda persona no autorizada. ¿Estaba yo autorizada? Si, dársena 36, Ocean`s hope. Mis pasos dudosos atraían las miradas inquisitorias de los ojos imaginarios de las popas de los barcos que me señalaban como intrusa con el crujido siniestro de las tensas maromas. En cualquier momento una voz me expulsaría de allí como a la niña demasiado curiosa que se cuela en el patio de un club privado a jugar. Roja de vergüenza llegué a mi destino y tú no estabas allí. Miré a todas partes, leí mil veces el nombre de la popa, deletreando nerviosa unas letras que no se dejaban leer y de pronto, tu mano se tendió salida de las sombras de esos otros barcos que dormían junto al velero de la esperanza. Quise abrazarte y confesar uno a uno los temores infundados que sobre la pasarela me habían acosado. Suplicarte que ahuyentases los fantasmas quietos que me acosaban rozándome con los dedos del viento racheado, pero al mirarte a los ojos comprendí que todos los miedos se concentraban en uno: estar sola de ti.<br />Por eso me abalancé sobre tus hombros y te besé no una vez: te besé cientos de miles de veces concentradas en una sola. Te besé hasta extinguir los fuegos fatuos de la bruma en la noche; hasta desecar la mar de las dudas, de las ausencias; la mar de todas las playas desiertas que me recorrían desde el ayer impreciso donde tú no eras. Te besé con los ojos cegados de deseo hasta que mi lengua estuvo a punto de estrangular la tuya con su ímpetu desatado. Y te hubiera besado más de no ser por el aire caprichoso que me dejaba sin aliento y que al borde del llanto, me dejó inerme adosada a ti: Muerta entre tus brazos.<br /><br />El balanceo de la mar acunaba la goleta y sumergidos en el camarote principal nuestros cuerpos desnudos eran acariciados por la luz tenue de las farolas, que de puntillas se precipitaba por el ojo de buey. Tu respiración agitada se había roto dejando un murmullo de olas imprecisas y lentas que me invitaban al sueño. Elevé mi mirada hasta la tuya y tuve miedo de los ojos abiertos que contemplaban las sombras quietas del escritorio. ¿Qué pensarías de mí? Me invitaste a navegar por los mares desiertos de la noche en tu yate prestado, como el capitán romántico que poblaba mis sueños y yo lo estropeaba con mi urgencia de ti, seduciéndote vilmente, a traición, hasta robarte los besos que gustoso me dabas, para atesorarlos en mi cofre. Era yo la indigna usurera que ya no presta su oro para poder contemplarlo brillar en el cofre entre abierto de la boca.<br /><br />-Elisse- susurraste de pronto liberándome del tormento que infligía el silencio de la respiración-dime que has venido para quedarte. Elisse.<br /><br />-Si , Izan me quedaré hasta que partas.- Dije cerrando los ojos aferrada a tu casco.<br /><br />-No partiré si no es contigo, Elisse. Tengo miedo de los mares en los que tú no estés.<br /><br />Fue entonces cuando nos dormimos abrazados y la despreocupación del tiempo, tajo en sus alas la mañana fría. Tuve miedo a despertar. Un miedo atroz que me paralizaba me hizo apretar los ojos cerrados junto al vaivén tranquilo de tu costado y al escuchar tu respiración callada se alejó.<br /><br /><br />Caminé hasta la oficina por esas calles atestadas de gentes con la mirada feliz que solo los enamorados tienen. Esa mirada sin duda que está segura de lo que siente, como es el sol vestigio del día en la mañana creciente. Toda mi mente era una amalgama de recuerdos táctiles, de olores de imágenes a contraluz en la penumbra de la noche. Lo confuso era cierto y lo cierto era maravillosamente increíble. Tú eras todo eso.<br />Conté las horas que faltaban hasta la próxima cita en el puerto. Las manecillas se juntarían señalando el sur del reloj y entonces todos los minutos vacios de ti tendrían sentido. Respiré hondo otra vez, en lo más recóndito de los pulmones yacía tu aroma y me devoró la piel, los gestos hasta ahogar mi respiración. Ya falta menos amor.<br /><br /><br />¿Qué significa querer? Siempre. Nunca. Amor. Si me lo hubieras propuesto en otra vida hubiera dicho que no, por eso cuando me hablaste de aquella singladura hasta Marsella en la goleta de tu jefe sin más acompañantes que tus dos perros y la mar azul me dispuse a hacer la maleta y ciega te seguí. Nada me importaba arañar días a unas vacaciones muertas en la rutina del verano, sin un capitán que atrajera el viento favorable hacia mi. Tú eras ese viento y ahora debía sentirte en el rostro.<br /><br />El viento roló del norte noroeste mientras con el pequeño motor de gasoil nos alejamos de la seguridad del puerto. Pronto pararías máquinas y con la maestría que solo los días en la mar dan al navegante, te duplicarías en las funciones de cargar velas en los enhiestos palos y sus vergas. Los tirantes de acero se adornarían por fin con el blanco ciñendo el viento y el sonido cansino de motor sería un vago recuerdo. La mar rasgaría cantando la proa y girones de viento aullarían en los cabos tiesos. A popa junto a la rueda del timón, insegura de mis manos férreas, aprisionaría en mi memoria todas aquellas imágenes de ti descalzo sobre la cubierta. <br />La nave se escoró un par de grados a estribor y tomando la rueda sujetaste con tus manos las mías que temblaban, luego me besaste muy lento.<br /><br />-¿Será siempre así? Pregunté ruborizada de mirarme en tus pupilas.<br /><br />-Si, siempre que haya viento.-Dijiste.- Sonreías.<br /><br />-¿Durará mucho?- Pregunté mirando a la mar tranquila de la mañana.<br /><br />- Hay viajes que duran toda una vida, Elisse. Toda la vida.<br /><br />Por el lobo que camina.Crepusculariohttp://www.blogger.com/profile/01075567099084570065noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2648571986741177753.post-69575623688139056512010-02-16T07:50:00.000-08:002010-02-19T05:23:45.407-08:00El otro yo de Laura.<a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgJzQQQoX9HpEwhT2iEuvELJ9mDnAFkxvGGBlcFXhJIKWSw6ntkDvPK4GktfZPUtY-OXljoSdPeT42XNc7Gsc_A8BpnTYcHXjlzuohRNJrnOZKdvsB1CnXxAFR-mU1FEDoMTmCZrxxhvXWq/s1600-h/despues+del+d%C3%A1+monica+castanys.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 320px; height: 147px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgJzQQQoX9HpEwhT2iEuvELJ9mDnAFkxvGGBlcFXhJIKWSw6ntkDvPK4GktfZPUtY-OXljoSdPeT42XNc7Gsc_A8BpnTYcHXjlzuohRNJrnOZKdvsB1CnXxAFR-mU1FEDoMTmCZrxxhvXWq/s320/despues+del+d%C3%A1+monica+castanys.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5438888987788472866" /></a><br /><br />Imagenes "después del día"" camarero de la plaza" "prenet le soleil" por Mónica Castanys. Oleos.<br />Escha van den boguerd. <br /><br />El sol de la tarde deshacía sus colores en el horizonte de cobalto, mientras Laura, sentada en la silla metálica de la cafetería Sunset, observaba el discurrir de aquellas olas cansadas que morían en la playa. Era sin duda un lugar mágico -y privilegiado-, que afortunadamente había dejado de estar de moda.<br /><br /> Aquella pasarela de blancas barandillas, conducía a la plataforma redonda, en el segundo piso del edificio del complejo comercial de suelo gris con celosías de vidrio, que dominaba la playa, donde, en una barra también circular, atendía un camarero. Vladimir, -el camarero-, era un emigrante polaco que había venido a refugiarse del frio en aquella villa marinera de perenne sol. En los pocos meses que ella llevaba acudiendo a su cita con el ocaso en aquel lugar, siempre había encontrado en él, la sonrisa tímida que tanto le gustaba en la gente. Era de pocas palabras, como casi todos los nórdicos que conocía, pero lo que más le gustaba, era que siempre tenía las palabras precisas para cualquier situación. No es que ella fuera de esas que da palique al camarero, ni mucho menos; ella prefería hablar con los silencios, con las miradas, con la sonrisa y solo si era estrictamente necesario hablar con las palabras.<br /><br /> Sobre las seis de la tarde llegaba con su jersey atado en bandolera y se sentaba en la mesa del fondo, aquella que situada sobre el paseo marítimo, dejaba contemplar playa y mar sin observar, ni ser observada por la gente. Detrás de aquella celosía transparente que detenía la brisa de la tarde, ella se sentía como la reina del mundo y desde su trono sencillo, rendía pleitesía al astro moribundo que se oculta en la mar. Pedía un earl grey sin azúcar, un botellín de agua mineral y abría el libro de poemas al azar. Vladimir se acercaba con la bandeja sin hacer ruido, dejaba la loza blanca sobre la mesa con la levedad del viento y junto al plato con el ticket de la consumición, dos chocolatinas envueltas en celofán rojo. Ella se había percatado desde el primer día de ello: La cortesía del local regalaba una, pero la otra era cosa suya. Por esos detalles y los silencios, había cogido cariño a aquel joven.<br /><br />La voz de unos pasos resonó en las baldosas con decisión apresurada hasta detenerse junto a la mesa. Marcell se quitó la americana y con suavidad la colocó encima de la silla vacía donde descansaba el bolso de Laura. Era un hombre de mediana edad, de piel tersa y cuidada, su cabello sin las entradas de la edad caía lacio sobre los hombros musculados a golpe de gimnasio y la vestimenta entre informal y deportiva resaltaba su personalidad desenfadada. Con un leve gesto indicó al camarero que se acercara a tomar nota y tras inclinarse para besar la mejilla de su amiga, habló.<br /><br />-Algún día tienes que contarme cómo haces para descubrir estos lugares. ¡Qué vistas! Realmente aquí uno se siente de verdad vivo, Laura…¿Qué tal va todo cielo?<br /><br /><br />De la americana sacó un paquete de tabaco rubio y un mechero que llevaba sus iniciales grabadas. Con calma quitó el precinto de celofán transparente y extrajo un cigarrillo de su interior. La mirada de ambos se cruzó en ese instante hasta que la colisión hizo ruborizar sus mejillas. Marcel bajó la mirada, asintiendo quedo, y depositó de nuevo el objeto a en tumba de cartón.<br /><br />-Lo siento, es la costumbre. Siempre olvido lo mucho que te molesta el humo.<br /><br />-Gracias, Marcell, míralo desde lado bueno: ahorras en salud y puedes disfrutar de la brisa marina sin añadidos, ni cenizas. Respira hondo amigo, hasta aquí llegan los aires del océano, las algas de los fondos y la sal. Desde ésta cubierta donde el sol hace brillar los cristales, llegan a ti inaugurados…<br /><br />-Oye si te vas a poner poética me voy, eh. No has contestado y de ello puedo sacar la conclusión que no te apetece hablar de ti. Nada nuevo por otro lado. Me ha gustado que me llamaras para tomar el té, adoro hacerlo en buena compañía y tú siempre lo eres.<br /><br />-Si te vas a poner adulador, la que se va, soy yo…<br /><br /> Ambos reían cuando el camarero se presentó y sin mirar a Laura, dio las buenas tardes.<br /><a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgefxihl2YFeOHrpmvG7FXCUn0xf_FKniPxFs1w_AWBMwcXQz0Iyhano8zhd4Ywra7763qGvW1owYHtCGRipsyhNpwpJWYVgpNBvQBMIuWG_5c5wmnImNHxY146QAs6-Ea7TNNFD-zjrYgj/s1600-h/monica+castanys+1camarero+de+la+plaza.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 238px; height: 320px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgefxihl2YFeOHrpmvG7FXCUn0xf_FKniPxFs1w_AWBMwcXQz0Iyhano8zhd4Ywra7763qGvW1owYHtCGRipsyhNpwpJWYVgpNBvQBMIuWG_5c5wmnImNHxY146QAs6-Ea7TNNFD-zjrYgj/s320/monica+castanys+1camarero+de+la+plaza.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5438895529876364962" /></a><br />-Buenas tardes, ¿qué va a tomar el señor?- su acento norteño enfatizó las eses y a Laura aquello le hizo sonreír. Era como si estuviera inmersa en el viejo libro de Pasternak y por la ventanilla, en lugar de la estepa, pudiera verse la mar de Alberti.<br /><br />-Buenas tardes-respondió Marcel mirando de frente a Vladimir- Tráigame un Macallan sin hielo y un botellín de agua mineral, por favor…¿tu quieres algo Laura?-- Laura movió la cabeza negativamente. –Bien, eso es todo entonces.<br /><br />-De esa marca tenemos varias añadas, señor:¿ 10, 12 o 18 años?<br /><br />-Excelente-se sorprendió Marcell- Excelente, bien, de dieciocho, no quiero tener problemas con las autoridades- dijo guiñando un ojo a Vladimir.<br /><br />El camarero hizo un giro sobre sus talones y se dirigió hacia el interior de la barra. No tardaría mucho en traer la comanda.<br /><br />- Veo que hoy el té lo tomaré sola. Si luego te hacen soplar de camino a casa, espero que te sientas culpable cuando llames a Ana para que te recoja…<br /><br />-Toca madera, que con la suerte que tengo últimamente, seguro que me pillan.<br />-¿Qué tal están Ana y Anita?<br /><br />Marcell con gesto serio miró hacia el horizonte suspirando, luego se acomodó en la silla nuevamente. No acaba de encontrar una postura cómoda sin duda. Y con un hilo de voz comenzó a hablar con la mirada fija en las olas.<br /><br />-Lo cierto es que mejor. Ya está mucho mejor. ¿Sabes? es fuerte y se repondrá, solo necesita un poco de ayuda para acomodar los cambios. Yo intento estar ahí, pero no sé si además ella espera otra cosa. Es difícil, casi no me habla y cuando lo hace, me deprime. Intento que salga, que se anime, pero es inútil. A veces me da algo de miedo dejarla asolas con la niña…<br /><br />-Es temporal, Marcell. Son las hormonas. Los cambios a los que está expuesto el organismo después del parto, son algo así como pisar el freno a fondo cuando se va muy rápido. Entra vértigo y zozobra, pena, apatía e incluso miedo. Un miedo atroz a no ser, a no estar a la altura de las circunstancias. El recién nacido es más frágil a sus ojos de lo que en realidad es y justamente es ahí donde has de incidir tú. Sentaros en el suelo, los tres, abrazaros, reconoceros, palparos, besaros, celebrad la vida: vosotros sois vida, la vida está en vosotros, en cada poro, rebosante, alegre, efervescente. Tienes que esforzarte, ahora te necesita más de lo que crees. Debes hacerla ver que ella es el centro de ese mundo, ella es la vida. Sus pechos, ahora deformes, son la vida. Todos los misterios están en ella. Sobre todo pasad muchos tiempos juntos. Sin pensar en los quehaceres, en las obligaciones. Todo es celebración y rosas. Haz que lo vea Marcell, hazla reír…<br /><br />-Gracias Laura. De verdad. A veces olvido yo también que la risa es el calor del mundo…<br /><br />Se hizo un silencio en el que ambos contemplaron al barco solar sumergirse en el banco de nubes blancas que defendían el horizonte. La brisa, desaparecido el astro, roló despiadada, envolviendo la mesa con su tacto frio y los cabellos de los brazos se erizaron. Marcell se perdió en la mirada de su amiga. El marinero de estribor arrojó la sondaleza hasta que hizo tope y luego cantó la medida con voz de tenor: ciento veinte brazas y no roza fondo…<br /><br />-Y tú ¿qué quieres contarme? La verdad es que nos tienes preocupados a todos Laura, estas encerrándote nuevamente en ti misma.<br /><br />- “Eres demasiado curioso para ser un Hobbit, de lo más antinatural. ¿Qué podría decirte? La vida del ancho mundo transcurre como en la pasada edad, ocupada en sus ajetreos, casi al margen de la existencia de los Hobbits... De lo que estoy muy agradecido.(*)- recitó Laura divertida…<br /><br />-¿Sabes? , eres como uno de esos personajes de tus relatos. Uno que el lector nunca consigue descifrar del todo. Detrás de esa máscara en la que te ocultas del mundo, sólo hay otro ser inseguro, que a ciegas golpea con su bastón la vida. Nadie tiene certezas. No se sabe a dónde nos dirigimos, ni si llegaremos algún día, pero lo importante, es el viaje mismo. Tienes que salir a navegar y dejarte engullir por las olas. Que te salpiquen con sus crestas anegando la cubierta. Ves a ese camarero: le gustas y seguramente a ti también te gusta él. Pues adelante, ve al bosque, adéntrate de nuevo en el meollo de la vida y deja de golpearte el pecho con el pasado. Ya no existe. Se ha ido y nunca más regresará. Quédate solo con la lección que aprendiste y sigue viviendo.<br /><br />-¡Que poco os fijáis los hombres! Está casado. He visto como mira el interior de su cartera sonriendo, seguramente vino aquí para dar un futuro a su hijo/a, escapando del frio y la miseria. Como nosotros no hace tanto, sólo que no ya nos acordamos… Y si. Le he olvidado y vivo. ¿Acaso tengo que perderme en los bares de copas en busca de otra quimera? No, me niego. Ya salgo, solo que en mi agenda no están todos esos sitios que la gente considera propios de mi actual estado. No necesito un hombre para realizarme, ni para ser yo. No es imprescindible, pero parece que si no estás en pareja eres un ser antinatural. Todos te miran compadeciéndote y se excusan con suavidad: Oh pobrecita, la ha dejado el novio, si no se da prisa, se va a quedar para vestir santos… ¡A la mierda con todo eso! Ni Santos, ni cerdos. ¡Qué se vistan ellos solos! Estoy francamente harta de ver hipocresía y de ser tratada como una inválida o como un objeto. Se perfectamente lo que quiero y lo que quiero, no se parece en nada al anuncio de la tele que nos vende la felicidad. No quiero esa felicidad, no necesito comprarla para obtenerla. Yo no me vendo en aras de la felicidad impuesta. Ahora quiero estar. Solo estar, rodeada de quienes quiero y de las cosas que me hacen feliz: mis libros, los paseos, la mar, los barcos, mi cámara de fotos y mis viejos poemas…<br /><br />-Laura, no hay nada malo en conocer gente nueva y son los bares el espacio de esparcimiento favorito de nuestra sociedad. Yo no los he inventado. Puede que no sea el lugar idóneo para nada, pero al menos puedes divertirte. Y eso ayuda mucho, de verdad. –antes hablabas de reír, pero no te veo reír a ti demasiado.<br /><br />-¿Qué es diversión, Marcell? Beber sin sed, hablar de trivialidades, reír sin ganas. Criticar al vecino, al conocido, al gobierno, a la pareja, a la no pareja. ¿Es vernos reflejados en las carencias de los demás? ¿Buscar sexo para sentirnos realizados y modernos? Liberados. Abanderados del mundo deshumanizado que nos rodea, donde la vida vale la parte proporcional de los bienes de consumo que se puedan obtener con el salario remunerado en que nos dejaremos la vida. Diversión a toda costa. Hay que aparentar pasárselo bien, ser divertido, para que no te tilden de pesimista y te expulsen de los círculos sociales. Imprescindibles éstos, para ser uno más de la cadena infeliz que aspira a poseer la felicidad. Material, porque la espiritual solo es interesante si está de moda. Ahora lo está y todo el mundo es zen. Yo me rio de todos esos Oshos, Dalai lamas o Jesucristos., ¿entiendes? <br /><br />-Cielo, a mi no tienes que convencerme, yo te quiero. Soy tu amigo y te quiero. – Marcell sonreía, estaba consiguiendo que hablase de lo que nunca hablaba. -Por eso te pregunto, porque quiero que me cuentes lo que piensas. Para mi es importante que me digas que eres feliz con tus cosas. Me da igual si se parecen o no a lo que hace todo el mundo.-Tú no eres todo el mundo, quiero que lo sepas- Sólo quiero recuperar a esa amiga jovial y positiva que nos arrastraba a todos, como la marea, hacia lugares recónditos de bondad.<br /><br />-Eres un cabrón. Me haces picar el anzuelo para que dé rienda suelta a mi mal genio, que sin duda conoces bien. Pues lo estoy controlando, ahora cuento hasta cien…<br />-Lo sé.- se llevó el vaso de licor a los labio y aspiró profundamente su aroma: madera, tierra oscuridad, frutas, alcohol.- ¿Vendrás el sábado a casa? Ana quiere que la ayudes a elegir cositas para la niña.<br /><br />-Ana no, Marcell. Tú quieres que ayude a Ana y que me haga su amiga. Tú quieres que me quiera ella, como eres capaz de quererme tú a mí. Ella solo ve en mí al bicho raro. A la excéntrica Laura de ideas alocadas que no tiene quien la quiera y por eso duerme sola. Me compadece y me envidia, No sé si debo ir Marcell.<br /><br />-Claro que debes ir, ¡qué tontería! Y sí a veces la asustan tus ideas. No las entiende, pero te aprecia. Sabe que eres mi mejor amiga y lo mucho que valoro la amistad.- se quedó callado un momento y continuó más pausado, ahora era él quien mordía el anzuelo y sonreía-. Bueno… No es que debas ir, Laura, es que necesito que estés ahí. Como cuando íbamos a la universidad, a las manifestaciones. Quiero que te sigas implicando en mi vida, como antes, como ahora. No quiero que nos distancie la paternidad, ni los ideales, ni nada. Te echo de menos.<br /><br />-Joder Marcell, si vas a declararte avisa y me pido una copa de lo tuyo. – Iré pero estaré poco rato.- de pronto se incorporó del respaldo de la silla y mirando a los ojos a Marcell, preguntó muy seria- ¿Va alguien más el sábado a tu casa? No será otra de esas jugarretas a ciegas…<br /><br />- ja,ja,ja,ja No, pero ahora que lo dices, llamaré a Alan para que te sientas deseada. No cielo, no vendrá nadie. Los padres de Ana vienen el domingo a comer y posiblemente se queden hasta el día siguiente. Quédate lo que te apetezca. Ana aún no lo sabe, pero quiero que tú seas la madrina de Anita. Nada de iglesias no te preocupes, la lobotomía de consentir casarme no ha llegado hasta ese extremo,- a pesar de las presiones- reía pícaro-<br /><br />- ¿Y que se supone que es una madrina? ¿Cuáles son sus obligaciones?<br /><br />- Todas Laura. Todas las obligaciones a las que quieras obligarte. Ser madrina de mi hija, significa que eres su segunda madre, el tercer oficial de la nave. Algo que la sangre no siempre da, y da más de lo que se espera que dé.<br /><br />-Tengo que pensarlo, Marcell, tengo que pensarlo…<br /><br /><br />El sol en fuga había dado paso al manto oscuro que se despliega en el oriente y enciende las estrellas. Laura arrebujándose en el sueter que acaba de ponerse para matar la brisa de la tarde, se levantó asiendo el bolso. Hacía frío y deseaba volver a la seguridad de su pequeño piso. Marcell apuró el licor de un trago y depositó un billete en el plato de cobro. Dejaba propina. Luego siguiendo los pasos de Laura abandonó la cafetería. Ambos caminaron por el paseo sin decirse nada, escuchando quizá el Árido pensamiento de los zapatos contra el suelo. En el aparcamiento se despidieron con un abrazo para dirigirse cada uno a su vehículo estacionado en batería.<br /><a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiY2gAyvTnGdKGUHCoYLBRwnUjfG3t-LqHgemXoX6SiATkUmCPQxEzeRxiD2Dqa2ScMnpAm64oedeb4vH21IFiGKWVcPjed2pz97H1i9ZQdgK-ren76c548FRFNMgnB1vycRdHMoVIJo-QG/s1600-h/prenent+le+soleil+onica+castanysCAS09266.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 320px; height: 320px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiY2gAyvTnGdKGUHCoYLBRwnUjfG3t-LqHgemXoX6SiATkUmCPQxEzeRxiD2Dqa2ScMnpAm64oedeb4vH21IFiGKWVcPjed2pz97H1i9ZQdgK-ren76c548FRFNMgnB1vycRdHMoVIJo-QG/s320/prenent+le+soleil+onica+castanysCAS09266.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5438894551838843650" /></a><br /><br />Laura condujo por las calles de aquella ciudad a orillas de la mar con la cabeza puesta en las palabras de Marcell. En lo más recóndito de su mente ya sabía la respuesta al ofrecimiento de su amigo. Nadie, ni siquiera su familia directa le había hecho nunca semejante honor. Por eso mismo se sentía abrumada. Apenas era capaz de organizar su vida llenando los vacios que la soledad dejaba, como para ser adalid de un nuevo ser. ¿Qué era la maternidad para ella? Algo totalmente ajeno y distante. Un ave que la naturaleza sin duda le había otorgado, pero que a fuerza de vivir y naufragar sentía extraña. Extraño como el mundo que no entendía ni quería comprender: Demasiado preocupado en el crecimiento tecnológico del supuesto bienestar. ¿Cómo podía ella pensar en traer vida cuando todo apuntaba a la muerte? En su mente resonaba la palabra extinción, dinosaurios, sin control, pero nunca vida, nacimiento. <br /><br />Llegó a su casa que dormía a oscuras y sin encender la luz conectó el pc. Luego fue al dormitorio y se desvistió despacio. La luz de la farola resbalaba por el blanco de su piel desnuda dibujando sus curvas. Aquellas curvas tan olvidadas para el tacto curvo de otras manos olvidadas y curvas que la estrechaban con afecto. ¿Dónde va el cariño cuando muere? Seguramente en el fondo de algún mar o la sima profunda de la tierra oscura. Lejos, muy lejos y sin esperanza de regreso, quizá por haber perdido la brújula que apuntaba hacia el norte. Como aquel pez que sin comprender el estío, permanece en la poza donde el caudal en fuga puso cerco a su existencia. Sin remedio, sin trasvase ni vestigio de lluvia. Llevaba demasiado tiempo lloviendo en soledad, para recordar y sin embargo aun podía sentir escalofríos al pensar aquellas manos grandes y tersas recorriendo su piel. Apartó aquellos pensamientos de su mente, viajando al único punto del pasado que conseguía hacerla olvidar las espinas de los naufragios que asomaban en la bajamar. Sin darse cuenta se abrazó al pijama y aspiró su aroma: lavanda, flores frescas. Con los ojos cerrados podía verse en la casa de su abuela entre las sábanas de los domingos, cuando la luz desde la ventana se adentraba llenando el fondo de los oscuros armarios, esos mismo que a las noches daban miedo, y ahora, pintaban las flores frescas que dormían sobre telas y encajes. Allí también descansaban aquellos vestidos, estolas y sombreros que a escondidas se probaba en los días de lluvia frente al espejo de marco dorado de la estancia. Si. Había sido una niña en un mundo feliz, con cariño y demasiados momentos vacios, sin compañía, sin amigos, sin perro que moviera la cola, pero una niña feliz en su mundo imaginario.<br /><br />Después de prepararse una frugal cena de sándwich y leche caliente con miel, se sentó enfrente de la pantalla fría de lcd y colocando los dedos de forma instintiva comenzó a escribir. Se apartó de la historia que contaba en su nuevo libro y de las escenas de amor y desamor que tantos ríos de tinta habían hecho correr desde el principio de la historia entre los escribas de todos los tiempos. Se acordó de aquel programa de la televisión de su infancia y volvió a escuchar la voz rota, recitando detrás de aquellas gafas sujetas en la punta de la nariz redonda. Vio las camisas a rallas blancas y azules y la estola en el cuello. No pudo evitar sonreír. Normalmente mientras escribía su gento era adusto, circunspecto, a veces lacrimoso o definitivamente llorón, pero la sonrisa, era una sensación nueva e ilusionante. Aquella nueva idea que había surgido en el trayecto a casa, mientras le daba vueltas a la cita ineludible del próximo sábado, parecía descabellada a primera vista, pero a fuerza de analizarla, iba haciéndose más y más compacta en su mente.<br />Aquella noche estuvo sentada frente a la pantalla hasta que la luz hizo de las sombras un espejismo. Pocas veces había conseguido la concentración suficiente para adentrarse en la alcoba de las horas que vuelan sin darse cuenta. Con los ojos pesados leyó por encima el fruto de su trabajo y con una sonrisa radiante apagó el ordenador. La cama esperaba vacía en silencio, desprovista de las sombras que invitan al sueño, pero a ella le dio igual, se acostó entre sus pliegues de brazos abiertos y se durmió enseguida.<br /><br />La semana voló como vuelan los días que uno llena con horas ciertas de sueños nuevos y la tarde del sábado llegó sin presentarse ni dar aviso. Laura llegó después de comer, en esa hora que la sangre invita a la siesta en los brazos del sofá. Llegó con el huracán y los vientos soplaron levantando cortinas y el polvo de los muebles. Todo en ella era vida. Asió de la mano a Ana y enfrentándola al espejo le pintó la sonrisa; Marcell con la niña en brazos, miraba alejarse a las chicas por las escaleras de mármol blanco con aire divertido. Fueron varias las horas que pasó entretenido en los primeros gateos de la pequeña, mientras del segundo piso llegaban gritos y risas; jolgorio de cajones y puertas de armarios abriéndose y cerrándose con escándalo. Muchas veces quiso subir aquellos peldaños y espiar lo que su amiga estaba tramando, pero no lo hizo: le gustaban las sorpresas. Laura era sin duda un pozo insondable de misterios, capaz de sacar de la gente lo mejor de ellos mismos, al menos con los afortunados que la conocían bien, y él era de esos. Se sentía afortunado por ello.<br /><br />Cuando la luz de la tarde estaba a punto de fugarse por el horizonte, pudo escucharse el repicar de tacones en las escaleras, entonces, como imbuido por un arcano sortilegio, acudió a su reclamo.la pequeña Anita festejaba haciendo gorgoritos: esos ensayos de las primeras palabras con que los niños deleitan a sus progenitores; cuando vestida de largo apareció Ana. El leve maquillaje en malvas acentuaba aquellos ojos de miel y los pómulos se realzaban buscando colores en la campos de octubre. En los labios, la cosecha madura apunto estaba de recogerse y su brillo seducía desde lejos la mirada. Sobre los hombros desnudos unos tirantes bajaban hasta el pico generoso del escote en el vestido color de la flor de achicoria, ese que casi había olvidado lo bien que ceñía las sinuosas caderas de Ana. Tras la vertiginosa caída hasta el fin de la tela, las piernas relucían como dos columnas griegas sobre bases de cristal blanco. Aquella mujer que se presentaba ante sus ojos tenía vestigios de ser la diosa que unos meses antes había ido de su mano al altar. Atras quedaban los meses de embarazo y largas ojeras, los meses de miembros hinchados de preocupaciones ciegas, de eternos dilemas. Laura le había devuelto a la mujer que él conocía y amaba; en su mirada volvían a encontrarse aquellos bríos que pugnaban con las centellas en hermosura o quizá solo era, que la sonrisa había vuelto a la casa aquel día.<br /><br />-¿Se puede saber que miras como un pasmarote, Marcell?- dijo Laura- Sube a ponerte algo adecuado para acompañar a esta dama. Ah y no tardes demasiado o nos iremos sin ti.<br /><br />Tomando a la pequeña en sus sus brazos, Laura se acomodó en el sofá al tiempo que explicaba galimatías o realizaba cabriolas que divertían al bebe.<br />Ana y Marcell salieron por la puerta camino a una cena imprevista mientras Laura escuchaba el ruido de sus pasos alejándose lentamente, luego se asomó a la ventana del jardín. Allá la brisa de la noche movía las ramas de los árboles en sombras, entre flores dormidas y cantos de grillos. La pequeña Anita zarandeaba un sonajero encima de la manta que cubría el cuadrilátero del parque donde se encontraba. El silencio roto de la casa pintaba con colores tenues la estancia vacía y en la cocina una tetera aullaba escandalosa. Laura se preparó un té muy cargado y abriendo el cuaderno que traía bajo el brazo comenzó a escribir. Sus letras pequeñas y redondas pronto anegaron una tras otra las páginas, como el río de aguas negras de la noche. El pequeño flexo iluminaba quedo el círculo de luna de la mesa. Pronto se hizo el silencio y levantando la vista comprobó que la pequeña yacía dormida boca abajo abrazada al peluche rojo de trapo, entonces se acercó, la tomo en sus brazos y la depositó con mimo sobre la cuna vacía de su cuarto. Con pasos silenciosos fue a la sala, rescató su cuaderno y llevándose flexo y pluma regreso a la habitación de la niña durmiente. Pronto las sombras rodearon a Laura nuevamente y con la única luz de aquel faro portátil que iluminaba con su luz redonda, se adentró navegando en la mar de letras de su mente hasta que perdió la noción del tiempo. Solo su oído permanecía en la vigilia atado a la tierra precederá.<br /> <br />La mano de Marcell la despertó del trance con suavidad.<br /> <br />-¿Qué tal lo habéis pasado?- preguntó Laura a media voz-<br /><br />-Estupendamente cielo, no sabes lo mucho que te agradezco esto…Sabes, hoy he reencontrado a Ana. Por un instante hemos sido otra vez aquellos novios de la primera cita y de camino hemos reído como antaño. Has obrado el milagro una vez más amiga, me temo que estaré en deuda contigo hasta el fin de los días.<br /><br />-No seas tonto, no me debes nada. <br /><br />-Se ha hecho tarde, quédate a dormir.<br /><br />-No Marcell, quiero llegar a casa antes de que despierte el día, mañana he de hacer cosas y además necesito estar en mi mundo, Gracias.<br /><a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgW7Q7kVJBsp7JNAfxTfMuM2M_RSVkIYZ97rpWSTxrAX1nNtPSAtmbr8Az2aJIZk04zpzJJHDsf7hr1BlY7HavaQibxwlbNQ8mH97qAfWZroNSfQHvV1FB_buGc7wLoGjI07u9D_LzToqY_/s1600-h/5b9fbe8c-0b94-4569-bbb6-da819d69e906.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 320px; height: 174px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEgW7Q7kVJBsp7JNAfxTfMuM2M_RSVkIYZ97rpWSTxrAX1nNtPSAtmbr8Az2aJIZk04zpzJJHDsf7hr1BlY7HavaQibxwlbNQ8mH97qAfWZroNSfQHvV1FB_buGc7wLoGjI07u9D_LzToqY_/s320/5b9fbe8c-0b94-4569-bbb6-da819d69e906.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5438897707944802626" /></a><br /><br /><br />Laura se encaminó a su viejo coche. Este dormía bajo el relente que la noche dibuja en los cristales y cuyas gotas refractan la luz con halo fantasmal. Su aliento voló por el habitáculo en sombras demasiado frio. Pronto el vaho de los cristales cedió ante el aire caliente del climatizador que Laura accionó tras girar la llave de contacto. El ronroneo de los caballos bajo el capó era como un silbido exiguo, solo apreciable tras la oscilación de la aguja roja en el cuentarrevoluciones redondo y blanco. Con la mano derecha y al tiempo que las ruedas empezaron a girar, accionó el botón del radio cd donde una cantante enlatada- como diría Goethe- rasgaba el aire con su voz de blues. Los focos del vehículo apuntaban a los quitamiedos curvos de la carretera como espadas de luz que atraviesan la sombra húmeda de la niebla; en el suelo las marcas viales blancas y discontinuas reflejaban la luz aterciopelada que se detenía en esas gotas suspendidas en la tela del aire donde el asfalto oscuro revestido de tules parecía mortecino y cruel. De pronto unos ojos inyectados en rojo con silueta de cérvido, se posaron en su retina y de forma instintiva sus manos torcieron el volante hacia la izquierda. El vehículo impactó con la valla protectora en forma de t de la vía, arrancándola hasta precipitarse por el cantil de piedras grises que moría en el río de aguas frías. Todo se hizo noche y después, silencio.<br /><br /><br />Marcell se levantó con los primeros rayos de sol que impactaban contra la ventana. Su hija con los brazos levantados intentaba asir las estrellas que colgaban de hilos blancos sobre su menuda cabeza. Ese abrir y cerrar de dedos pequeños se le antojaba el milagro más grande que alguien pudiera contemplar y con una sonrisa permaneció en silencio a su lado. Ana soñolienta se acercó por detrás y abrazándose a su espalda susurro my despacio unas palabras mágicas a su oído.<br /><br />-Te quiero, farero mío…<br /><br />La felicidad es ese camino que buscamos sin cesar. Ciegos y desorientados como navíos sin timonel que los gobierne. Leves, muy leves son estos momentos y pasan inadvertidos casi siempre, hasta que se pierden en las burbujeantes aguas del rompiente. Es justo cuando nos damos cuenta de ellos y somos capaces de saber que lo fuimos, entonces, intentamos asirlos con nuestra cadena de ancla, pero ya se han ido hacia en nunca más, escapándose como el agua entre los dedos de ese niño que intentaba atrapar la mar. <br />El teléfono de la sala sonó despiadado a las diez de la mañana de ese domingo feliz. Ana sobre la alfombra del salón jugaba con la pequeña mientras Marcell hacía brincar el peluche de trapo sobre sus dos chicas. Se levantó sin ganas cesando el juego y con la sonrisa dibujada en el rostro contestó-<br /><br />-si,¿Digame?<br /><br />-¿Marcell Chablis?<br /><br />-Si soy yo,…¿con quién hablo?<br /><br />-Soy el subinspector Domenec, encontramos su número grabado en el teléfono de la señorita Laura Nin, que desafortunadamente ya no se encuentra entre nosotros. Si es tan amable de indicarme el teléfono de algún familiar, quizá usted lo sea, para que se personen en las dependencias del anatómico forense, le estaría agradecido.<br /><br />Aquellas palabras hicieron añicos los cristales felices del salón de la casa y tras un segundo de silencio que desgarró su mano, el auricular se precipitó al vacio. No acudió la voz a su garganta, ni las tan ansiadas lágrimas que nos liberan de la fatiga y las penas. Nada. Sus manos caían lacias sobre las perneras del pantalón de pijama de rayas azules y blancas como dos ancoras sin vida. El rostro, entre la incredulidad y el espanto era una mueca desencajada que había suplantado a la sonrisa feliz. Ana lo miraba perpleja y sin saber supo que algo se había roto en el pecho de su esposo y corrió a sustentar al gigante que inclinaba las rodillas hacia el suelo.<br /><br /><br />Claveles, dalias blancas, rosas y azucenas prestaban su aroma a la estancia donde un rotulo de letras blancas y fondo negro dibujaba un nombre de mujer. Apenas media docena de personas aguardaban tras el cristal del horno crematorio donde el sempiterno fuego lamía las paredes de madera del último vestido de Laura nin. Un hombre de levita negra y gafas de sol, entró en la sala, sin inmutarse ante los interrogantes ojos que se clavaron en él. Se acercó al libro donde el nombre de Laura presidía en letras grandes y redondas las firmas de los amigos y ningún familiar. Las yemas de sus dedos largos y siniestros se posaron sobre el papel dibujando las iniciales también negras y con un murmullo su voz tenue recitó una letanía:<br /><br />"Llegaron alas subidas en el viento destilando luz con sus dedos. Llegaron mares en olas perennes, de azul y blanco vestidas. Llegaron flores suspendidas en el cielo que brillaban titilantes y por llegar, llegó la noche desprevenida con su manto frio y alargado. Tú ya estabas allí y le dabas la bienvenida..."<br /><br />Marcell dio un paso a su encuentro, reconociendo a su antigua amigo. Un océano de tiempo les separaba de los días en que se habían conocido en la facultad. Laura y su hermano paseaban a las tardes entre los tilos en flor recitando versos a la primavera que poblaba los campos. Su ropa negra contrastaba con los verdes y los blancos que sus pies descalzos abatían con cada paso. Philippe Lucien Nin.<br /><br />- No está allí Marcell, - dijo dándose la vuelta y encaminándose a la salida- se ha ido a los puertos. Ya nada queda de la brisa…<br /><br />Philippe Nin abrió despacio la puerta del apartamento de Laura y con pasos indecisos se adentró en él. La luz de la tarde entraba a raudales por las ventanas sin celosías. Todo estaba en silencio. Ese silencio que trae los sonidos del pasado: la risa, el llanto el viento golpeando la contraventana que pintaba la habitación con rayas de luz y sombra. Sobre la mesa de la sala un teléfono parpadeaba con su led amarillo y a su lado el portátil negro cerrado reflejaba su insistente fulgor. Hacía ya muchos años desde la última vez que había estado allí, justo antes de la muerte de sus padres y sin embargo tenía la sensación de no haberse marchado nunca. Laura entraría de la mano de aquellos rayos de sol y con su risa cantarina pulverizaría el tedio superpuesto en paredes y muebles por igual. Cuando no se diese cuenta, aparecería sin aviso y con sus pequeñas manos cegaría la luz de sus ojos, pintando adivinanzas de cuando eran sólo unos niños jugando a ser mayores. Pero no. No hay nada más certero que la muerte misma: Todo lo arrebata. Todo lo cambia.<br /><br />Al contemplar aquellos cuadros sobre la pared blanca supo que no ya nunca volvería a ver a su hermana querida. Supo que ya nunca tendría oportunidad de decirla todo lo que la había querido, todo lo que ahora la quería. Amargas son las lágrimas de aquellos que callan lo que sienten por sus seres queridos y más amargas aún si cabe, son las de aquellos que ya nunca podrán pronunciar esas palabras al oído que se ama. Philippe supo que ya no podría decir a Laura que ella y solo ella había sido el artífice de su cambio, de su vida, de su obra. Todo en él llevaba su signo. Desde pequeño. Ella le había animado a cambiar el armario oscuro por la luz del día y por eso ahora era un hombre feliz en las antípodas de ese mundo del que se había fugado. Por ello supo que parte de su vida moriría en aquel estúpido accidente. ¿Cómo iba a vivir de ahora en adelante? <br />Sé fuerte, se dijo encendiendo el pc de la mesa. Con el característico ruido se inicio pidiendo la contraseña y entonces sin pensar introdujo una clave. Erró. Por un momento su mente vago buscando algo que se escondía en la amalgama de recuerdos. Acudieron miles de palabras importantes que desde niños habían inventado o usado en exclusividad, pero de todas, una brilló con especial estrella. Con una sonrisa tecleó la palabra arcana y accedió al contenido secreto que su hermana guardaba en el interior del superconductor de silicio. Allí reposaban todos sus proyectos, todas sus imágenes, toda la vida condesada. No le extraño verse junto a ella en el salvapantallas, como tampoco que guardase todas las fotos que él le enviaba en los escasos correos electrónicos que se cruzaban. Allí estaban sus dos deerhound Danna y Roy descansando en el porche de su casa junto a la mecedora en la que solía leer. La brisa congelada de la fotografía despeinaba su cabello estático y Laura lucía la sonrisa capaz de iluminar estancias que tanto le gustaba.<br /> En documentos recientes había algo que sin duda le extraño. Con un doble click abrió el documento de Word con nombre familiar y leyó. Pronto su mente quedó absorbida por aquel torrente de letras que desplegaba a su paso instantáneas coloristas en su mente inquieta. Una tras otra las imágenes superpuestas de la niñez acudieron en tropel a los polos de las dendritas de su cerebro y por impulso eléctrico su dermis se erizó. Todo lo que leía, era parte de esa Laura que se escondía en las novelas realistas de excéntricos protagonistas urbanos. Allí estaban los paisajes del verano en el pueblo, el muro de piedras negras desde donde se zambullían en los estíos, a la orilla de aquel mar azul. La isla misteriosa que soñaban alcanzar nadando y que a medida que iban creciendo estaba más y más cerca de sus cortas brazadas natatorias. Todo aquel mundo que sin saber cómo, habían perdido y olvidado, al descubrir la realidad del mundo en el que les había tocado sobrevivir. Página a página la luz de la tarde fue perdiendo su esplendor hasta desaparecer tras la ventana y morir engullida por la sombra. Fue entonces cuando sintió entumecido su cuerpo y al mirar el reloj de la pantalla descubrió el por qué. Cerrando el portátil lo desenchufo de la corriente y se lo colgó de la espalda con ayuda de la funda negra de tela. En las estanterías dormían los libros que a la mañana siguiente embalaría para llevárselos consigo, pues eran la única herencia que de verdad le apetecía conservar. En ellos se encerraba la esencia de Laura: aquel anagrama que graba con su pluma negra tras adquirir un ejemplar y la fecha de lectura. Alguien dijo que somos todo aquello que leemos y en realidad es así. Justamente eso es lo que somos: lecturas y conciencia. Al menos aquellos que se preocupan en saber qué es lo que leen.<br /><br />Pasaron los días como pasan las olas de la mar entretenida en su bajar y subir perpetuo, y en ellos, pudo ocuparse de desmontar las posesiones de su hermana, separando las prescindibles de las que no lo eran, tras la entrevista con el albacea de la familia. Familia que palabra aquella. Su pronunciación le sonaba igual de extraño que el chino simplificado. La sangre que fluye por aquellos parientes no era más ni menos distinta que la que surca las venas de los amigos y sin embargo encontraba mucho más cercanos a éstos. Los impuestos por sangre se habían interesado desde el principio en esas cosas que él tanto odiaba: dinero y materia. Y por eso a ninguno de ellos fue correspondido con su visita.<br /><a onblur="try {parent.deselectBloggerImageGracefully();} catch(e) {}" href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjckD2kT8VbdqzyjF6sI7tQqjC_AfpYFY0FWyjgK0jGyzCSDZ79wFZFiY-4uJ3Q9ypcdSbvDv80MkDzM6Oz_FZk6b9Vb8rRIFrY-v_R8NQCzWYtkisLx5r8rNnPnJ-6guUQ247MPrQaDC1g/s1600-h/Blackrock.2.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 320px; height: 240px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjckD2kT8VbdqzyjF6sI7tQqjC_AfpYFY0FWyjgK0jGyzCSDZ79wFZFiY-4uJ3Q9ypcdSbvDv80MkDzM6Oz_FZk6b9Vb8rRIFrY-v_R8NQCzWYtkisLx5r8rNnPnJ-6guUQ247MPrQaDC1g/s320/Blackrock.2.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5438889592662321730" /></a><br /><br /> El avión que había de llevarle de vuelta a su isla despegó al sexto día de su regreso a su país natal y por alguna razón que desconocía tuvo la premonición de que esa habría de ser la última vez que sus pies hollaran esas oscuras tierras de la patria. Ahora en los cielos surcado a gran velocidad las nubes, veía pasar instantáneas congeladas de su vida, unas en las que el photoshop nada podía hacer para suavizar la realidad. En su pecho el característico ruido del músculo motor, tañía sin pausa, más él lejos de ver en ello vestigio de vida, en realidad se sentía muerto. Muerto como los objetos que duermen en la playa después de un temporal y yacen sobre la arena. Un muerto que era incapaz de llorar la pérdida y por consiguiente, se culpa de no tener amor. ¿Era acaso esa la razón de todos sus males? En su convulso mundo, Laura había significado lo que seis cariátides a un pórtico hexástilo; era el faro que los navíos de su mar divisaban desde lejos para orientarse, sin que la luz de éste supiese nunca de su existencia flotante. Pero aun así, ni una gota de mar se había desbordado cuando el farero del destino apagó la vela de la costa. Quería llorar toda la aflicción que su corazón soportaba, toda aquella agua de mar, que los diques azulados soportaban fríos en las cuencas hundidas, pero sin embargo la era glacial se había instaurado en el reino. En su mundo. Sin remedio. <br /><br />Las fronteras de lo conocido en nuestro interior, son territorios inexplorados que se cartografían una y otra vez, pues seísmos y volcanes hacen aflorar islas y territorios sumergidos hace tiempo. En un mundo en continuo cambio, nada permanece mucho tiempo inmutable,- ni siquiera nosotros mismos,- en ese estado adormecido de fría calma contenida. Philippe se reincorporó a su vida por error y al hacerlo encontró todas aquellas respuestas que en las noches de desvelo y sufrimiento no pudo encontrar. Solo cuando se retoma el timón poniendo proa a la mar, a las olas que amenazan con anegar la cubierta con su blanco burbujeante, solo entonces, se encuentra uno consigo mismo y los caminos azules de la mar se vuelven mapas tan claros que nos parece imposible no haber visto antes la senda de lo que debe hacerse. Y lloró.<br /><br />Philippe lo supo aquella tarde que la brisa soplaba del oeste- noroeste sobre Roca negra .(Black Rock)Aquel viento salino que aullaba despeinando los grises cabellos de sus amigos caninos, acariciaba su rostro haciéndole cosquillas. Una barba de varios días que contrastaba con la piel demasiado blanca y que se enfrentaba al horizonte, donde se dibujaban, entre las nubes desgarradas en naranjas, pequeños bancos de ceniza estratificada como islas etéreas sobre la mar de cobalto. Aquellas islas se acercaban entre sí colisionando, mezclando sus estratos con el fuego de un sol agonizante. Entonces, Levantándose de la mecedora, se encaminó a la sala donde entre los libros desordenados yacía un ordenador portátil olvidado y lo encendió.<br />Fueron mese de desvelos y trabajos.DE horas en blanco frente a una pantalla fría. Horas de escribir sin pausa ni consuelo, horas donde los minutos vuelan a pasos de siete leguas y la tierra desaparece de debajo de los pies dejando paso a la mar teñida de palabras. Quiso desistir muchas veces de su locura, pero la decisión no era solo suya. Las dedicatorias en los libros de su hermana, esas que se duplicaban en letras de imprenta y estilográfica; negras e inequívocas lo decían claro: A mi otro yo: L. Nin. No podían equivocarse. Todos menos ella. El mismo había errado en casi todo lo que no había sido Laura. Sus fotografías eran los ojos que su hermana educase a golpe de amor y que tomaban vida de una nada dibujada en su interior. Si. Debía seguir la senda sin resistirse, sin adueñarse de nada. Solo limitándose a seguir las huellas. Sus otras huellas.<br /><br /><br /><br />Marcell aparcó frente a la casa y con la cabeza baja se encamino hacia la entrada. Todo yacía en silencio y sobre la cerca el buzón pintado en blanco, se dibujaba una lengua ocre de papel. Con gesto despreocupado extrajo de las fauces metálicas, un sobre acolchado con el matasellos de Back rock (Melbourne). Aquello hizo que sus ojos cansados se desperezasen hasta abrirse de golpe. Examinó con detenimiento aquella letra redonda y negra que nada le decía, así como el remite codificado de un apartado de correos numerado de la ciudad austral. Nada. Volvió la vista a la dirección en la que su nombre en letras claras, aparecía unido al de su mujer e hija. No había error, aquello, sea lo que fuere iba dirigido a su familia. Rasgando al parte posterior con el filo de la llave extrajo del interior un libro con la cubierta en azul celeste que dormía junto a un folio escrito a mano donde se leía: Azul de infancia por Laura Nin.<br /><br />Aquellas palabras hicieron que sus piernas de barro cediesen hasta sentarlo en el escalón de la entrada. Laura Nin. Era como si su amiga se le hubiera parecido saliendo del interior del sobre ocre y al asir la carta, sus manos temblaran como hojas de otoño. Tuvo que leer varias veces aquellas letras para cerciorarse de su contenido y comprender quién y por qué le enviaba aquello. Era una carta escueta, breve, pero precisa; escrita por alguien que sin duda le conocía bien y no solo a él, a Laura, a Ana y a su hija de corta edad. Un anónimo que enmascarado en solitaria inicial, firmaba con L. le obsequiaba con el primer ejemplar de la obra póstuma de su amiga. Una obra que ignoraba a pesar de conocer todo lo que ella escribía. En la dedicatoria de la primera página figuraba con letras claras de imprenta su nombre.<br /><br />En la puerta apareció Anita Chablis en brazos de Ana, con aquellos ojos despiertos y festivos que solo los infantes albergan.<br /><br />-¿Te encuentras bien amor? Estás pálido…<br /><br />Marcell tendiendo con su mano el libro hacia su mujer, contestó quedo. <br /><br />-Si Ana… Solo un poco confuso.<br /><br />A Marcell y Ana Chablis con amor. Amigos y padres de la musa An¡ta, de su madrina Laura hasta que los soles se apaguen.<br /><br /><br /><br />A la atención de L.Nin<br />P.O.Box 13013 Melbourne Australia.<br /><br />Paris a quince de Febrero de 2010<br />Estimado Sr. o Sra. L. Nin:<br /><br />Después de recibir el manuscrito póstumo de Laura Nin que nos envió, y aunque confieso que en primera instancia nos sorprendiese el contenido del mismo por inusual, me complace decirle a usted que la edición del libro “ Azul de infancia” ya es un hecho. Siguiendo sus deseos, hemos incluido íntegros cuentos, poemas y prólogo de su autoría. A pesar de lo excéntrico de privarnos de su identidad y no acudir a las citas con nuestro agente editor de la obra de Laura, hemos creído conveniente animarle para que siga escribiendo y nos deleite con otras de esas perlas que usted escribe y que continúan de manera formidable las lagunas en el manuscrito original que la difunta Laura le legase a usted.<br />Sin otro más que consignar ésta editorial le saluda atentamente.<br /><br />Fdo. J. F. Sebastian.<br /><br />Por el lobo que camina.<br /><br /><br />(*) fraqgmento de dialogo de la película La comunidad del anillo. Peter Jackson.<br /><br />Imagen 2 Black rock Melbourne.Crepusculariohttp://www.blogger.com/profile/01075567099084570065noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-2648571986741177753.post-50980117942906926752010-01-31T16:01:00.000-08:002010-01-31T16:12:46.448-08:00Amor sin nosotros<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjU3gHf-Ov1A5AM7wO2-LfrOkk6sDl9h7UDz4YxIrHtfnfYkRm23BF0ozXZ-VVNwBBqvKVDN6wf8HXsAuJI_qt-Sjij6Z9OaDkxUujtqrAOwOTUgpdeWlV7DHePpEMKdbk-RO8ZOSUKemZy/s1600-h/esperando+el+verano+monica+castany.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 320px; height: 320px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjU3gHf-Ov1A5AM7wO2-LfrOkk6sDl9h7UDz4YxIrHtfnfYkRm23BF0ozXZ-VVNwBBqvKVDN6wf8HXsAuJI_qt-Sjij6Z9OaDkxUujtqrAOwOTUgpdeWlV7DHePpEMKdbk-RO8ZOSUKemZy/s320/esperando+el+verano+monica+castany.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5433060883443857778" /></a><br /><br /><br />*Imagen Mónica Castanys esperando el verano.<br /><br />A veces me equivoco, pero ¿cómo comprender a los hombres? He conocido bastantes desde que salí de casa para estudiar la carrera, no la que mis padres querían, aunque ahora eso es lo de menos. En todo ese tiempo he visto patrones de conducta repetirse una y otra vez. Al principio crédula de mí, me ilusionaba con las palabras y deshojaba una margarita muerta antes de nacer. Luego aprendí que somos nosotras realmente las que decidimos cuándo, cómo y con quién y desde entonces el cuento lo narro yo a mi modo, con mis tiempos, con mis normas, pero sobre todo con mi verdad, sea ésta efímera o no.<br /><br />La verdad. Esa sí que es buena. ¿Qué es la verdad? Todos tenemos una verdad o varias según nuestra conciencia, en el caso de que se tenga, claro. Yo me adapto a la verdad de cada momento y con las circunstancias que en el instante de ser vividas me sugieran. Pero iré al meollo de la historia sin más preámbulos.<br />¿Cómo lo conocí? En la cola que expendía los billetes de aquel barco. Una sala atestada de gente de varias nacionalidades, ataviadas con ropas multicolores unos, otros más clásicos, pero en sus caras la misma expresión desorientada. Para no variar había dos filas de personas que aguardaban su turno en la ventanilla de venta de pasajes. Con la información de los carteles que presidían éstas, cualquiera se hubiera equivocado salvo el funcionario- e incluso ni eso. Llegado mi turno el amable señor de la ventana me informó de la equivocación, sugiriéndome el cambio de fila con una sonrisa cínica y allí estaba él, Con esa mueca que ocultaba su dentadura y aquellos ojos azabaches, que en su rostro afilado, eran solo dos puñaladas alegres al reírse. Era alto y esbelto como un junco a la vera del río. Ligeramente musculado pero no demasiado. Sus antebrazos relucían seguramente como el pectoral de bronce debajo de su camiseta marinera y el cabello caía perezoso sobre los hombros. Con un aire bohemio aparentaba ser algo más mayor de lo que en realidad era, encontrándose en la medianía de los treinta. El me miraba sonriendo y para cuando llegué a su altura me habló.<br /><br />-Bienvenida a la cola de los confundidos, si te sirve de consuelo, el mismo señor me ha dicho lo mismo que a ti hace un rato. Afortunadamente tenemos tiempo de sobra y bien mirado se está aquí mejor que en la cola de embarque. El aire acondicionado es la clave.<br /><br />-Será una broma – dije- aquí no hay aire y mucho menos acondicionado.<br /><br />- Por eso mismo, el aire está acondicionado a la masificación de las colas, los fluorescentes, y ligeramente retocada por el ventilador que los del interior de la ventilla tienen encendido solo para ellos. Es además el sitio perfecto para practicar la tolerancia.<br /><br />Mientras nos presentábamos rompiendo la barrera de los nombres bromeábamos acerca de casi todo, funcionarios incluidos hasta que llegó el vendedor de cupones a molestarnos. El se moría de la risa aparentando seriedad y es que a mí se me pegan todos los pelmazos en una milla a la redonda. Lo segundo que me sorprendió de aquel hombre aparte de su peculiar sentido del humor, fue la facilidad elegante que tenía para desembarazarse de los moscones cruzando silencios con palabras certeras. Era como un mosquetero de la palabra y dibujaba en el aire símbolos de interrogación inteligentes que maniataban a los incautos que no piensan lo que dicen y solo parte de lo que hacen. Aquel pobre vendedor se fue con una sonrisa, sin vender un solo cupón y masticando unas palabras, que al llegar a casa, había de buscar en el diccionario si es que su escasa memoria las recordaba. Pero aparte de eso, no podía creerme que un hombre fuera más cercano y menos zafio que él. En todo el tiempo que estuvimos conversando, y me fijé bien, no miró ni una sola vez hacia el pico de barco de mi suéter verde, donde izados por el sostén, mis pechos enhiestos saludaban generosamente turgentes. Al principio me molestó, he de decirlo, imaginando que su motivo era la falta de interés en las personas de mi sexo, pero en aquella mirada inescrutable, de alguna forma, intuía que no era así.” Sentiment du fer”(*) que tiene una y sin embargo me desconcertaba esa mirada clavada en la retina de mis ojos, como si sondease los secretos que atesoran, desnudándome el alma, cuando yo solo quería que me desnudase el cuerpo, como todos. Así podría iniciar una apertura con gambito de dama al oponente distraído en mis embaucadores caballos rampantes. Pero aquel jugador se empeñaba en mantenerse atento a la estrategia del combate, adelantándose a mis movimientos.<br /><br />No volví a verlo hasta después de zarpar, cuando al dejar la maleta en el camarote compartido, fui a dar una vuelta por la cubierta. La mar era una sábana azul por la que galopábamos dejando tras nosotros la polvareda blanca de la espuma; él estaba cerca del puente, junto a uno de los botes salva vidas observando el sol en su viaje hacia poniente, mientras apoyaba los antebrazos en la barandilla blanca. En su mano derecha portaba una máquina fotográfica, asida con la delicadeza que un niño atesora un ave entre sus manos y que uno tiene la sensación de que puede echar a volar en cualquier instante. Sin apercibiera mi presencia pude observarlo en estado puro, relajado, indefenso y comprobar que en su naturaleza tranquila afloraban de vez en cuando negras sombras que cruzaban su rostro, como un cielo en el que nubes aisladas, ocultan el sol. <br /><br />Los viajes en barco tienen el encanto adecuado para vivir historias de amor en primera persona, salvo si el oponente se enroca en el juego lento del conocimiento. En efecto aquel hombre escuchaba no solo lo que le contaba, sino que también lo que mi cuerpo decía sin mi consentimiento, por eso aquella tarde, en la que yo busqué el calor de su cuerpo, ese que desprendía como un horno de la fábrica de ladrillos refractarios y que podía sentir tan próximo que me quemaba la piel, en vez de su tacto de seda al echarme hacia atras, encontré su sueter de algodón naranja que amable me tendía. Su mano temblaba y en la mejilla intuí un leve rubor que a pesar de sus esfuerzos concentrados en el horizonte se filtró hasta mí. En la despedida que nos llevaría al camarote, donde presos nos pensaríamos abrazados, pude ver en sus ojos un brillo demasiado característico y no dudé en contonear mi cadera sabiéndome deseada, mientras me adentraba en el pasillo abarrotado de puertas y números fríos.<br /><br />La mañana trajo más mar y un horizonte lleno de nubes detrás del cual, estaría nuestra isla neblinosa, real, en la que habríamos de perdernos en nuestras realidades cotidianas. Mientras nos acercábamos a ella, él me describía su mundo convulso relatándome parcos sucesos aislados de su vida y de su relato intuí, que aquellas frases, aquellos grupos de música, aquellos libros, autores y aficiones tenían una finalidad soterrada, como si quisiera sembrar un no sé que en mi interior. Cosa que de alguna manera me gustaba, pero me daba risa: era tan infantil. Por eso no me extrañó que me diera su correo electrónico, ni que me hablara de la importancia de los sueños, que son el alimento del alma. Era como si del pasado volviera a hablar con el profesor de filosofía del instituto, ese que adoraba los autores y el idealismo que alfabetizó Alemania rescatándola del sistema feudal. <br />¿Pero de qué sirve la filosofía en la cruda realidad? A pesar de verme a su lado como la niña que en realidad era, al tratarme con tanta igualdad, hacía que mi mente se planteara firmemente la evaluación de su sistema de prioridades y valores. Aquellas palabras idealistas contrastaban con el ser calculador y frio que desde lejos aparentaba ser, descubriendo islas de ternura manifiesta, que lo hacían más atractivo. No para mí, pero sí para el sentimiento de posesión que había despertado en mi interior.<br /><br />Con la sirena sonando al aferrarse las amarras al puerto, el galimatías de gentes y enseres nos privó de una despedida en toda regla, afortunadamente, pues de alguna forma sabía lo que después llegué a oír de sus labios.<br />Con el primer correo y el intercambio de coordenadas telefónicas, aquel encuentro casual en un ferry se tornó en una historia de encuentros de fin de semana con resultado de amor. En la primera cita formal, rosas incluidas, me invitó a comer a orillas de ese mar que nos había unido. En el interior de la galería con vistas, su mano se acercaba más y más a la mía hasta asirla mientras sus ojos nerviosos no se apartaban de mi, como si hablasen un idioma que yo no quería entender. Me dejé llevar por su galantería, por las huachaferías que vertía en mi oído y por los malabarismos circenses que hacía en aras de conquistar mis sonrisas. Era bonito sentirse amada y deseada hasta morir. Aquella noche le dejé contar los lunares de mi cuerpo, uno a uno, mientras yo le distraía para que volviera a empezar. Pero siempre fui fiel a mí misma, y en las despedidas lejos de incendiar su romanticismo con frases cursis y vacías, le recordaba la precariedad de lo efímero, clavándole más de una espina a flor de corazón. <br /><br />¿Cuál es el verdadero aguante de un hombre en estado de atontamiento amoroso? No tardé mucho en descubrirlo y tras nuestra primera discusión planeó la ruptura definitiva, pues él y su mundo no concebían otras formas de sentir, una vez deshecha la barrera de los nombres y los cuerpos sedientos. Era tan cuadriculado su amor...Tan previsible. Se acercaba a mí con sus manos llenas de regalos, no solo materiales; como aquel cuadro que pintó para mí. No lo hacía desde el instituto, y tras conocerme había retomado aquella afición a los lápices y carbones. Lo cierto es que era precioso, he de reconocerlo, por eso lo tengo colgado en el estudio junto al ordenador. Lo mejor que tiene enfadarse, es sin duda la reconciliación y él era un experto en hacer sentir a una como una reina inaugurada. Era capaz de borrar las huellas de esas palabras que dañan a veces las discusiones y no tener en cuenta ni una sola de esas comas que carcomen el amor.<br /><br /><br />Compartimos no pocos momentos de felicidad, de pasión y de magia, en los que él llevaba las riendas que yo dejaba libres, con galantería marcial, pero también con esa sensibilidad escondida y que tan solo yo sabía de su existencia. En poco tiempo su naturaleza reservada se diluyó dando paso a la familiaridad que precisamente yo quería evitar a todo costa. Aquel idiota, era otro de esos hombres que se enamora y cree en el amor, quizá por haber leído tanta poesía, como Alonso Quijano,novela de caballería: desfasadas entonces-como ahora-, con morales increíbles, caballeros fieles y honrados hasta la muerte. <br />Pensé que él, un hombre de su tiempo, inteligente y despierto como pocos, sabría leer en entre líneas mi comportamiento y que de todo lo nuestro, nada iba a durar demasiado, pero no.<br /><br /> Él quería todo o no quería nada. No se conformaba con tenerme de vez en cuando entre sus brazos, sin preguntas, sin reproches, disfrutando solo de los laureles que el sexo da a los amantes que se respetan. Un billete de ida al deseo, a los tiempos de piratas donde los mares de flujos nos abordan sin remedio, olvidando las preocupaciones mundanas de las parejas felices, porque la felicidad no siempre-nunca- se obtiene con el roce de los días, donde la rutina es culpable de extinguir el fuego del amor para tornarlo en cariño. Un cariño pedigüeño y hambriento, que nunca se sacia; un parasito que se acopla succionando la sangre, tan necesaria para izar esas velas del deseo sin fin, donde el gozo es el dios todo poderoso que nos absuelve. <br /><br />Aquella tarde que por fin pudimos reencontrarnos, aplasté su ilusión de un certero mandoble. Esa glisada que me enseñase él precisamente y que jamás pensó que utilizaría en su contra. Mientras comíamos sentados en la terraza de aquel restaurante italiano, su rostro no dejaba de destilar pequeñas lágrimas que buscaban su boca, como solía hacer yo, y que a pesar de las gafas de sol, podía ver precipitándose por las mejillas afiladas.<br /><br />Era muy pronto para ser tarde y con el billete de vuelta reservado para dentro de varios días, no le quedó más remedio que dormir en mi casa aquella noche. Nos acostamos juntos e hicimos el amor. Nos deseamos por última vez y yo pude sentir su enjuto cuerpo de largos y apretados músculos contra el mío. Sudorosos ambos, entregados al sexo sin remedio, sin esperanza, y quizá precisamente por eso, nos quedamos dormidos fundidos en un abrazo. <br /><br />La mañana entró por la ventana despiadada anunciando el nuevo día. Un sol aun raso pero radiante iluminaba el cielo; un cielo que hablaba de despedidas. Me desperté con sus ojos acuosos acariciando los míos y de improviso, sin dejarme tiempo a reaccionar me besó despacio.<br /><br />-Dímelo, dímelo…- repetía muy quedo a mi oído sordo rozando la desesperación.<br />Con una maniobra envolvente me puse encima apoyando la barbilla en su torso desnudo y comencé el juego para avivar los fuegos del deseo, pero sus ojos se clavaron en mi como dos espadas de puro hielo y desistí.<br /><br />Su expresión se tornó en acero y apartándome de su lado con delicadeza se levantó. Una a una se puso las prendas de ropa de espaldas a mí, que divertida, observaba la escena, para luego desaparecer por la puerta lacada en blanco del dormitorio, como los navíos que se hunden en aguas someras. No le di importancia porque sé lo poco que cuesta reconquistar a un hombre que te ha amado, pero entonces no conocía la obstinación como ahora.<br /><br />Lo castigué con una semana sin noticias ni llamadas y cuando por fin hablamos, noté que el desamor lo estaba devorando. Ese desamor que me había contado padecía siempre, y que ahora yo alentaba empujándolo hacia la cornisa del acantilado, para que al borde, pudiera ver a lo lejos la sábana abierta de mi cama, que no conduce al corazón; pero como aquel odioso día, no solo rehusó el encuentro, sino que colgó dejándome palabras como puñales clavadas en el pecho.<br /><br />No supe más de aquel idiota romántico y eso que lo intenté, pero había desplegado el olvido, como una vez dijo que haría si lo dañaba. Realmente no quise dañarlo, no. Pero me parecía increíble que hubiera por el mundo personajes de novela como él. No eran ciertas sus palabras. No podían serlo, como no eran ciertas sus huachaferías, ni las rosas perfumadas. No. No podía ser cierto que quisiera hacerme reina de su convulso mundo de poemas. Quizá solo se trato de conocer a destiempo al hombre adecuado. Si fue eso. Si aquella niña de diecinueve años que salió de su casa para estudiar, se hubiera encontrado entonces con él, sé que el amor hubiera sembrado los jardines del tiempo. Como esos -jardines- que en la alhambra miran las cumbres de Sierra Nevada y sus flores anegan el ambiente como las fuentes cristalinas que nutren sus raíces. Pero no fue así y nada volverá a ser lo que fue, porque todo cambia- no sé si a peor- y la vida discurre por donde ella quiere, sin hacernos caso, sin preocuparse de nuestros sentimientos ni necesidades. Sin nosotros.<br /> <br />Yo seguí con mi vida, sin remordimientos. Aguardando el siguiente navío que la marea había de traer hasta el mí puerto lascivo, -y llegó pronto- porque es eso y no otra cosa lo que de los hombres pretendo: Que me deseen, con respeto, sin hacerse castillos, ni estatuas, ni heroínas de leyenda. Sin poemas del siglo diecinueve. <br />Ahora tumbada entre las sábanas sudorosas de mi cama, me ha venido a la cabeza ésta historia, no porque en el mes y medio que duró lo nuestro hiciera mella en mí. No. Ni arañase esquirlas de amor del interior de la mina insondable de mi corazón racional. No. Solo he recordado, que es la hora de hundir otro barco, y que sepa el gavilán que su roedor, era una serpiente enroscada que la maleza disfrazaba bien.<br /><br />Por el lobo que camina.Crepusculariohttp://www.blogger.com/profile/01075567099084570065noreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-2648571986741177753.post-1090923969543836702010-01-23T17:13:00.000-08:002010-01-23T17:20:13.748-08:00Dípteros y Duplicados<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEixLI5rKV2C7OsUfMZsHdpZuQoJYp5khlQVm4RgOq9U51CfWiKbo2-o9yYhNZt7gKpzYY7RS57xlc07qxpa1dHMo-G0zY3FOyJXkVXtWylIHhHywhjgNGIMVPFYz4TtBHDzNxvdeKdS8wVv/s1600-h/994.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 186px; height: 320px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEixLI5rKV2C7OsUfMZsHdpZuQoJYp5khlQVm4RgOq9U51CfWiKbo2-o9yYhNZt7gKpzYY7RS57xlc07qxpa1dHMo-G0zY3FOyJXkVXtWylIHhHywhjgNGIMVPFYz4TtBHDzNxvdeKdS8wVv/s320/994.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5430109395189384098" /></a><br /><br />Sobre la barra de la vieja taberna, un díptero posado sobre unas gotas de vino,- con agua pese a la honestidad del tabernero- se frotaba con insistencia las dos extremidades pilosas delanteras. De tanto en tanto bajaba la boca hasta la superficie y acariciándose abdomen y ojos, volvía a comenzar el proceso en un bucle sin final aparente.<br /><br />Don Arcadio agarrado a un vaso de dorado contenido, dilucidaba a cerca de la duplicidad de seres y estares, personalidades aparte sin participar. Entre sus conocidos, que no amistades, la diferencia es obvia, contaba con algunos que desarrollaban éstos comportamientos para nada normales. Entre ellos conocía a una supuesta dama, y cuando decía esto de dama no quería ofender a las últimas desde luego, que entre sus aficiones era la de crearse a sí misma. Era la marquesa de dos alas en ciertos círculos no concéntricos y en los extra radios, la condesa de vuelos de cereza. ¡Qué barbaridad!, pensaba D.Arcadio. No, no, ¡qué vulgaridad! Pensaba de nuevo. Rebajarse un grado así misma…Si en todo caso se hubiera tildado de Duquesa, otro gallo cantaría. Y es que no hay imaginación inventada que no cometa tropelías pedantes.<br />Volviendo a la mosca, que en cierta forma le recordaba a alguien por su capacidad de andar sobre todo tipo de superficies y hasta cabeza abajo, llegado el caso; la mosca era sin duda una de las creaciones más perfectas de la naturaleza, exceptuando la cucaracha, claro está, dado que una sólo supera a la otra en calidad de visión y altura. Los dípteros para no ser otra excepción también están duplicados por el vulgo y es que existen algunos que no lo son a pesar de ser llamados. Aquellas de Mayo y esas otras blancas tan curiosas que sin ser moscas mosquean al personal. Pero ¿Qué es una mosca?<br /><br />D. Arcadio diseccionaba las características morfológicas del díptero cuando recordó que semejante insecto sirvió de condecoración militar en la antigüedad, e incluso cierto poeta contemporáneo tomándola como símbolo personal, decía evocar la infancia con éstos : ¡ah! animalillos revoltosos… Pero el hecho más curioso es el de las traducciones pues se puede convertir en Señor de las moscas al príncipe, con ligeros cambios en apostrofe, acento, vocal y consonante, de legua pagana, por supuesto, el castellano no se presta a esas rarezas,- o quizá si. La mosca que picó a Pegaso, y esas otras que escuchase en el lecho de muerte la señorita Emily, bueno al menos lo escribía.<br />Tan enfrascado estaba en sus divagaciones aladas que no escuchó la entrada de su amigo el señor D. Terencio, que levantando el bastón en señal convenida, peticionaba su primera ginebra del día. Con un leve carrasqueo se quitó el sombrero y lo depositó en la mesa espantando de paso a los dípteros comunes que allí bebían.<br /><br />_Buenos días D. Arcadio, Dios salve a su majestad.<br /><br />_Buenas y tardes Ah, mi buen amigo Terencio, que dios salve al que crea conveniente, no soy yo nadie para dar consejos a ese señor tan importante. ¿Qué tal va de salud? <br /><br />_ Bueno, no le he visto últimamente a ninguno de ellos, pero el residente en la tierra, supongo sigue aquejado de alguna venérea benevolente que el médico real sabrá tergiversar de cara a la palestra, la monarquía no puede estar equivocada, ya sabe...<br /><br />_No, no,hombre, si me refiero a la salud de usted; la de esos dos, lo cierto es que me interesa bien poco, ya sabe de mi escepticismo ateo. Me encontraba aquí pensando en las personalidades duplicadas cuando un díptero borracho se sumó a la tertulia muda y de la observación de mi nuevo amigo, caí en la cuenta que hasta el tal Belcebú, (*)tiene que ver con ellas. Es sin duda un ser extraordinario, ¿no le parece a usted?<br /><br /><br />-Pues francamente, no me lo había planteado, pero ya que lo dice, para mí siempre ha sido símbolo de deterioro pese a su habilidad para la huída.<br /><br />-desde luego y visto la riqueza de la lengua, han de ser muy importantes ya sabe el dicho miles de moscas no suelen equivocarse.<br /><br />-Ah que gran frase. Desde luego muy apropiada y terriblemente acertada, pero ¿no sugerirá usted que la monarquía es un díptero?<br /><br />- No por Zeus. No quisiera ofender a los dípteros. Los monarcas a diferencia de éstos, cumplen una función meramente ornamental.<br /><br />-Bien dicho, en el ornamento está la diferencia, brindemos entonces por su majestad. Pero dígame, eso de las personas duplicadas que comenta, ¿es grave? Curiosamente cuando venía hacia la taberna me encontré con un hombre que añadiendo una vocal a su apellido -permutando el nombre que empieza por la misma letra- era dos personas distintas.<br /><br />-Bueno la gravedad depende de la persistencia, que ellos tengan respecto a sus ficticios sobrenombres, descubierto el engaño. Y verá que algunos persisten en él como si al repetirse una y otra vez la fabula, pudiesen cobrar vida.<br /><br />- ¡Que animales! Bueno lo mismo pensaban de nosotros los Incas, pues entre los barbudos harapientos que raptaron la conquista mucho acero y poca verdad.<br /><br />-Pues tiene razón. El honor es algo irrisorio si se entiende al pie de la letra, pues los que dicen albergarlo no lo poseen y quienes lo poseen figuran en letras de cementerio- e incluso ni esos.<br /><br />-Oiga ¿ha probado la ginebra?<br /><br />-La suya desde luego no, amigo, pero guarde cuidado que por los cielos vienen amigos alados que si lo han hecho y nadie los ha convidado.<br /><br />- Oiga tabernero, apunte ésta ronda a los dípteros de la mesa y que tenga un buen día.<br /><br /><br />Don Arcadio siguió enfrascado en sus pensamientos cuando la puerta de la taberna se hubo cerrado detrás de su camarada y es que intentar encontrar una explicación a las duplicidades humanas es más difícil que hacer hablar a los dípteros borrachos de la barra. <br /><br />Por el lobo que camina en la tertulia<br /><br /><br /><br />. (ba`al zebûl- baal zabul)- señor de las moscas-principe señorCrepusculariohttp://www.blogger.com/profile/01075567099084570065noreply@blogger.com0tag:blogger.com,1999:blog-2648571986741177753.post-25733971700384358572010-01-17T16:02:00.000-08:002010-01-17T16:29:55.032-08:00Helena sin troya<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhnazq9CvrH06OfZ6OTV7qi78Ikf00qhHnPoThJhui4ezE8YwClV-1vkGYS7TVYyK-Fa8in1E2B-kUfCvie7CCKxVHMjtHhQC8NEcyGEduYfiKytb8NU21cp3dryfPNo3nvCwzaGJE6MCy7/s1600-h/Pretty_In_Pink_20thm+volegov.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 288px; height: 267px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhnazq9CvrH06OfZ6OTV7qi78Ikf00qhHnPoThJhui4ezE8YwClV-1vkGYS7TVYyK-Fa8in1E2B-kUfCvie7CCKxVHMjtHhQC8NEcyGEduYfiKytb8NU21cp3dryfPNo3nvCwzaGJE6MCy7/s320/Pretty_In_Pink_20thm+volegov.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5427864126580834706" /></a><br /><br />La luz alta del medio día iluminaba la estancia desprotegida de visillos. André encorvado sobre la máquina de escribir tecleaba rítmicamente, imprimiendo una velocidad alocada de tanto en tanto. Sobre la mesa, un desayuno a medio empezar y un cenicero repleto de colillas, sirvieron de baliza a la sombra que tras la puerta observaba muda. Con un simple vistazo era capaz de evaluar la concentración, como si las musas de André también hablaran con ella. Resignada volvió a llevar la bandeja de comida a la cocina y tras un frugal almuerzo solitario, se sentó en la terraza a leer. “Círculo y ceniza” era uno de sus preferidos y nunca se cansaba de leerlo. Aquellas palabras la transportaban lejos; muy lejos de esa casa y de ese mar que tras la cerca de la entrada podía verse: azul inmenso repleto de intensidad. En esos viajes no había André, ni siquiera era ella misma: la débil y sumisa, amante y esposa del genio loco.<br />En la cuenta de los años había perdido la esencia de lo que había sido todo al principio y ahora, desdibujado y amorfo, se presentaba ante sí una realidad asfixiante que la consumía. Alejada de sus exiguos amigos, familia y sueños, su vida se limitaba a la casa, los cada vez menos frecuentes paseos por la playa y acompañar como mero ornamento las reuniones artísticas de su compañero.<br /><br /><br />“…el fuego esplendoroso que sembrara.<br />Nunca, tampoco,<br />tanto dolor se amotinó de golpe,<br />ni tan herida estuvo la esperanza.”(*)<br /><br /><br />Desapercibida de sí misma se oyó pronunciar aquellas palabras. al tiempo que amargas lágrimas surcaban su mejilla afilada. Los años habían sido benévolos con ella y a pesar de algunas arrugas de expresión, todavía apuntaban las flechas de la belleza en su rostro. Aquellos ojos de mar, que antaño irisaban la luz, como la mar de la tarde, tenían la profundidad de unas fosas marinas y solo a veces- cada vez menos- podía intuirse en ellos el fondo de arena blanca y conchas de nácar.<br />André no era malo, ni violento, ni zafio. Sólo era un pobre artista con talento, enamorado de su mundo imaginario, que al intentar plasmarlo en el papel se olvida del mundo. Tan absorto estaba, que los detalles que a ella la enamoraron, habían desaparecido por completo, dando paso a una rutina de creación y creación y creación. Como si de una cadena imaginaria se tratase, aquella vida de sombra, había eclipsado toda su energía, en un mundo en el que solo existía un viento dominante: el frio cierzo.<br /><br />Las teclas repiqueteaban en la estancia contigua amortiguadas por los ruidos de su pobre corazón, destacando entre los trinos de las aves que despedían al sol en el jardín. Un sol de fuego se derramaba sobre la mar del horizonte donde tímidas nubes se incendiaban para morir en gris ceniza. Otra vez ceniza <br /><br />“Ese sonar de aldabas me levantó del sueño,<br />sobresaltó mi corazón dormido.”(*)<br /> <br /> Espoleada por unos dedos invisibles se dirigió a la puerta, sus piernas salieron de a casa y caminaron sin descanso por las calles que iban adornándose de la luz de las farolas, primero tímidas, luego, ensalzadas por el manto oscuro que se desplegaba veloz por el oriente, aparecer gallardas ante la noche.<br />Mientras avanzaba sin rumbo apena veía las imágenes de aceras, de adoquines, de viandantes; cenizas, que anegaban su mente desordenada. Estaba cansada, oprimida, harta de no ser ella misma, de mentir, y no, de fingir un no sé qué que la estaba matando lentamente.<br /><br /><br />El banco lacado en blanco de la avenida reflejó las luces giratorias de un coche patrulla, donde una figura de mujer, contemplaba absorta los blancos que las olas traían hasta la arena de la playa. Dos agentes linterna en mano se acercaron despacio mientras la emisora pregonaba requisitorias por el altavoz.<br /><br />-Es ella, avisa a la central.-dijo el más alto y con un gesto seco, el segundo policía dio media vuelta y regresó al vehículo mientras el primero tomaba asiento junto a la mujer.<br /><br />-Hace frio esta noche ¿no le parece Elise? – dijo mientras se encendía un cigarrillo.<br />Etien, era uno de esos policías de rostro impersonal, con voz grave y rotunda. Marcial, pero con un leve toque de sensibilidad escondida.<br /><br />-No hace falta que hable, por lo general los policías no escuchamos mucho. En cambio preguntamos demasiado. Yo no voy a hacerlo. ¿Sabe?, cuando era niño discutía mucho con mi madre. Muchas veces huía de mi casa y me escondía en un árbol: la higuera. Las higueras tienen fama de feas, sus ramas se doblan bajo el peso y se parten con facilidad. Pero aquel árbol era mi refugio y me sabía escuchar cuando todo el mundo giraba en mi contra. Yo lo amaba. Por alguna razón que no entendía, siempre conseguían encontrarme, pero para entonces, ese árbol había conseguido diluir mis problemas en su blanca savia. Sus hojas mecidas por el viento eran como un mar que calmaba los enfados hasta hacerlo desaparecer. De mayor descubrí que no sólo a mí me gustaba ese árbol y leyendo un día descubrí un poema que ensalzaba aquella belleza.<br />Póngase esto, por favor. Está empapada y la brisa del mar cala los huesos…-<br /> extendiendo la mano le ofreció su prenda de abrigo con bandas reflectantes.<br /><br />Sofie con lágrimas en los labios sellados, apenas pudo agradecer a Etien el gesto, y poniéndose la prenda, se rebujó en ella aterida. Las palabras de aquel hombre habían hecho aparecer el cierzo y su cuerpo temblaba como una hoja de otoño. Con las prisas por huir había olvidado vestirse y la delgada camisa del pijama de André y un short beige eran su única protección contra el viento gélido de la noche.<br /><br />-Sabe Sofie, ojalá a mi compañero le quedara tan bien el uniforme como a usted, venga, tome mi mano y veamos si el coche patrulla también hace juego con sus ojos. Si no se lo dice a nadie, dejaré que toque la sirena…<br /><br />Un atisbo de sonrisa emergió en aquel rostro de sirena y secándose los ojos amoratados con el puño de las mangas, dejó que aquel policía la guiase hasta el coche.<br /><br />-Jean, ¿te importa si la dama se sienta delante? la perrera es poco galante para las visitas.<br /><br />Jean era más joven, algo más bajo y arrubiado, de mirada aguileña y expresión desconfiadamente bonachona. Con una mueca que Sofie no llegó a ver, asintió y se introdujo en la parte trasera del coche patrulla.<br /><br />-Esto te costará un café, dijo divertido.<br /><br />Los focos del vehículo iban iluminando poco a poco la calzada de aquella avenida totalmente desierta al borde de la mar. Las farolas pintadas de azul se repetían con cadencia regular y su luz amarilla se proyectaba sobre los adoquines quietos del paseo, como los focos de un escenario oscuro y vacío. A lo lejos podía apreciarse el rugido de las olas que el habitáculo de plástico y metal era incapaz de silenciar. Pronto se adentraron en otras calles con otras farolas y la vorágine del tráfico nocturnos los engulló. Aquella serpiente de luces blancas y rojas se detenía a intervalos periódicos en los que desfilaban personas de multicolores vestidos, absortas en el absurdo caminar desordenado. Alguien que mirase la estampa alejado de la realidad, quizá pudiera encontrar un sentido al discurrir de aquellas hormigas textiles que se atropellaban alocadamente.<br /><br /> Elise se acordó de aquella tarde de infancia soleada en la que observaba el fluir atareado de un hormiguero del jardín. Las obreras circulaban por la autopista de entrada a la colonia en perfecto orden, transportando migas, otros insectos y vegetales, mientras otras salían por carreteras paralelas siguiendo en fila india al observador. De tanto en tanto una que salía cruzaba las antenas con las que entraban reconociéndola o quizá dialogando acerca de alguna cosa provechosa. Por un momento le hubiera gustado ser parte de aquel mundo perfectamente engranado en el que cada miembro conocía su cometido y no dudaba. Ahora camino de su casa en aquel coche extraño y uniformado, volvía a sentirse una observadora desubicada. Una niña indefensa en un mundo de mayores que no entendía ni quería entender. En algún momento que no recordaba, había sido estafada por la realidad y sus sueños se deshacían como olas en la bajamar. <br /><br />De pronto sintió vértigo y las luces veloces que recorrían la ventanilla llena de imágenes se difuminaron hasta perderse en negro. Su mano se arrojó hasta el hombro de Etien que conducía concentrado con una ligera sonrisa infantil.<br /><br />-Pare Etien, pare. Se lo ruego- dijo ella con apenas un hilo de voz.<br /><br />El coche patrulla encendió los cuatro intermitentes y se detuvo frente a la puerta de entrada de una urbanización de ladrillo rojo y verja forjada. En un letrero blanco con borde encarnado, podían leerse negras letras: finca particular.<br />Sofie asida por Etien salió del vehículo para sentarse en la fría acera. En su rostro la sangre había hecho defección e iluminado por la farola resplandecía como la luna. Poco a poco la brisa de la noche hizo aflorar un poco de color mientras los agentes la arropaban.<br /><br />-No puedo.- dijo Sofie entre sollozos- No puedo ir a casa. No me lleven allí se lo ruego.<br /><br />- vamos Sofie no sea niña, su marido está preocupado y la espera.-Dijo Jean cruzando los brazos.<br /><br />Etien hizo un gesto a su compañero, y aspirando hondo y se sentó en la acera junto a ella.<br /><br />-Sabe Sofie, vamos a hacerle caso. No la llevaremos a casa, ni a la comisaría. ¿Le parece bien?<br /><br />Sofie asintió y volvió a abrazarse las rodillas desnudas que dejaba aflorar el enorme abrigo de policía.<br /><br />-bien, a cambio quiero que me haga un favor. Uno que le ayudará a usted ayudándome a mí. No sé si la razón de su negativa es por motivos violentos o no, pero si así fuese, debería presentar denuncia por la mañana sin falta. Está noche vamos a ir a un sitio donde podrá descansar, que es sin duda lo que más necesita. Con la luz del día verá las cosas de otra forma, créame, la luz lo transforma todo.<br />Ahora vamos a subir al coche y cuando lleguemos tendrá que decirme si André Lestart debe ser alejado de usted por alguna razón. Piénselo por el camino Sofie.<br /><br />El vehículo reanudo la marcha por las calles atestadas de vehículos y poco a poco fue dejando el centro de aquella ciudad. La clínica Relais se encontraba en medio de un pequeño bosque de coníferas delimitado por un muro de piedra gris y verja negra. En la entrada un guardia de seguridad de color izó la barrera de rayas blancas y rojas al tiempo que saludaba con la mano alzada a los agentes. Desde la entrada la carreta ascendía levemente hasta un edificio de estilo colonial con pórtico tetrástilo y escaleras de piedra con rampa para minusválidos a ambos lados. Una puerta de cristal automática daba acceso al zaguán iluminado por fluorescentes blancos donde una enfermera de inmaculado uniforme les recibió sonriente.<br />Con Sofie sentada en una silla de ruedas Etien se adentró en el edificio y tras una breve conversación con la enfermera fueron llevados a una sala con grandes ventanales que daban a un claustro oscuro. En el medio de aquel patio podía verse una fuente de piedra iluminada por un tenue foco de luz amarilla que irisaba el agua que ascendía en forma de palmera del surtidor metálico. Tras unos minutos de espera apareció un médico con rasgos adormilados que presentaba aun rastros de humedad en su rostro.<br /><br />-Sofie, ¿si o no?<br /><br />-No, por dios, no…Solo no quiero verlo. Es bueno y me quiere pero su amor está a punto de destruirme, de anularme…Ya no sé quien soy, no lo sé….<br /><br />-buenas noches agente, soy el Dr. Dessartir, en que puedo ayudarles.<br /><br />-buenas noches doctor. Ésta señorita es Sofie Lestart y la hemos encontrado en la playa de los náufragos esta noche. Presenta un cuadro de histeria fruto de algún tipo de desajuste emocional, alejado del maltrato, si me entiende usted. Supongo que ahora está en sus manos poder ayudarla.<br /><br />-Descuide agente, ahora es cosa nuestra hacerlo. Gracias por traerla a esta clínica. Ahora si es tan amable, déjenos a solas.<br /><br />-Me temo doctor que no es cuestión de amabilidad, sino de obligación. El servicio requiere que vuelva a las calles.- Dijo Etien retirándose hacia la puerta de la sala. Cuando apunto estaba de franquearla se giró y sonriendo se dirigió a Sofie que miraba absorta por la ventana teñida de noche.<br /><br />-Sofie, el anorak se lo presto por ésta noche, pero no dirija el tráfico ni abuse de la autoridad …Sonría y cuídese.<br /><br />Sofie giró su cabeza hacia la puerta justo para ver alejarse la figura alta del policía y con un hilo de voz habló quedo.<br /><br />-"Es la higuera el más bello de los árboles todos del huerto"(*)…Amigo Etien…<br /><br /><br /><br />Los días que transcurren en el interior de un hospital son sumamente distintos para cada uno de los moradores, tanto si trabajan en él o no. Para Sofie la luz de la mañana que entraba iluminando la habitación sin persianas era sumamente liberadora. Las sencillas rutinas y el tiempo ocioso que los facultativos la asignaron llenaron su mente de libros de la biblioteca, conversaciones insustanciales y paisaje de aquellas losas de piedra que conducían a la fuente de piedra del claustro. Con la luz del día podía en concentrarse en las hojas de los rosales aun sin flor, en las espinas amenazadoras de los capullos cerrados, pero sobre todo, en los cientos de insectos que visitaban su fragante presencia. La misma fragancia que se precipitaba por la ventana abierta de su cuarto y que ella aspiraba sin medida hasta nublársele la vista.<br /><br />Aquella tarde, que para muchos era una de las corrientes tardes de reclusión no forzada pero forzosa; la tarde en turno americano que precedía las noches preludio del ocio liberador; Sofie se preparaba para el paseo con parsimonia. No llevaba la cuenta de los días que llevaba allí, pero su mente había trazado la cartografía ordenada de cada uno de ellos sin su permiso y en lo más recóndito de su ser, era feliz por tener tiempo para encontrar dentro de aquel extraño mapa, el tesoro que era su nueva realidad. Cada tarde en la hora de visitas era importunada por conocidos y siempre André. Ella rara vez acudía a la cafetería donde aguardaban la llegada de un nadie hasta que su paciencia se agotaba. Ella sin embargo pasea ajena a ellos, pues sostenía la teoría que la persona que buscaban ellos, estaba muy lejos en alguna parte, pero decididamente no allí. Ella no era ya la persona que creían conocer. Ni siquiera era la misma que ella conocía o reconocía. Tan solo era una desconocida demasiado cercana a aquella chica que una vez había sido o cría haber sido. Una que había tenido desencuentros, aciertos, pérdidas y errores como todos, pero que en algún momento había tirado de la manecilla de parada de un tren que corría demasiado veloz sin saber a dónde. Puede que todos aquellos visitantes supieran el recorrido; o solo lo intuyeran; o quizá no les importaba saberlo sin más, pero para ella ahora el destino lo era todo.<br /><br />Las charlas con el doctor Dessartir aún no habían tocado ninguno de los acontecimientos recientes y ella se limitaba a rebuscar en el baúl en la infancia. Todos aquellos recuerdos la llenaban como se llenan las playas de la marea creciente. Absorta en el rosal que iniciaba la primera fila de adoquines del camino a la fuente, no vio llegar a aquel hombre alto que se sentó a su lado. Su aroma llegó enmascarado de la fragancia del jardín, pero a su fina memoria olfativa no le pasó desapercibida. Sin volverse hacia él aspiro profundamente con una sonrisa y entonces se dirigió a él.<br /><br />-Ulises nunca volverá a Itaca y sin embargo no olvidará su aroma…Etien.<br /><br />-Hola Sofie, me alegro de verla bien.<br /><br />-¿Cómo sabe que lo estoy? Aquí no opinan lo mismo y puede que yo les dé la razón.¿Le dieron su anorak? El doctor se ofreció a hacérselo llegar…<br /><br />-Si Sofie, ya lo tengo en mi poder, gracias. En cuanto a lo otro, ya sabe, la policía prefiere comprobar por ella misma la realidad de las cosas. Nunca me he fiado de los matasanos, ¿sabe? En el fondo ellos desarrollan el trabajo con métodos parecidos a nosotros y van descartando por eliminación. Mi conocimiento de las cosas es sencillo: el otro día la vi muy mal y hoy sin embargo la encuentro radiante.-<br /><br />-Gracias a usted, Etien, por todo. No he tenido la ocasión de agradecerle su amabilidad, más allá del trabajo. Creo sinceramente que no todo el mundo hubiera sido tan comprensivo conmigo dadas las circunstancias<br /><br />-Bah! Tonterías, cualquiera hubiera hecho lo mismo. Pero hay algo que me preocupa. En la entrada me he cruzado con su marido, tenía un aspecto francamente deplorable. Creo que está sufriendo mucho por su causa. La incertidumbre es el peor de los castigos, sea cual sea la falta.<br /><br />Sofie tensó todos y cada uno de los músculos del cuerpo y se preparó para dar por concluida aquella conversación.<br /><br />-Sofie, yo no soy nadie; no sé nada, ni pretendo apaciguar las aguas. De hecho no entiendo de aguas. Tan solo observo y veo una niña que sigue huyendo a refugiarse en un árbol. Da igual si es una playa desierta, una casa llena de habitaciones o los muros de un hospital. Huir es huir y dar la cara no solo es de valientes, sino de personas. Ha de hacerse lo que ha de hacerse y posponerlo no la ayudará. Discúlpeme si he sido demasiado directo. No se vaya, por favor, quédese sentada. Yo solo quería ver lo que ya he visto: que está bien. Ahora regáleme una de esas sonrisas y prométame que se cuidará.<br /><br />-Tienes razón. Y no. Yo no soy valiente y huyo para encontrarme. Cuando lo haga, regresaré desandando el camino y solventaré todo aquello que requiera mi atención, Pero no ahora. Necesito tiempo, tiempo. No se vaya, Etien y deje de llamarme Sofie. Helena, soy Helena. Helena sin Troya pero con hache. Ese era el nombre de aquella niña que se perdió en el tiempo.<br /><br />-Te equivocas Helena, los valientes nunca dicen serlo, porque hablar no es su cometido. Fuiste valiente al salir de la opresión, sea cual sea, imaginaria o no. Pediste ayuda en la única forma que tu cuerpo sabía y la botella con el mensaje llegó a la playa correcta. Ahora haces lo correcto dándote tiempo y recorriendo ese camino de regreso a ti. Ese camino que lleva a Helena, más allá de los nombres. Recuerda, todo es correcto cuando hace el bien y no es ser egoísta hacerse el bien a uno mismo. Pero cambiemos de tema, no quiero que Dessartir me acuse de intrusismo laboral, yo sólo soy un policía.<br /><br />-No lo hará, además le caes muy bien. Me lo dijo la otra mañana cuando hablamos del día de mi llegada. Aunque no lo creas me gusta como dices las cosas. No me juzgas. Solo escuchas y atiendes a lo que dice mi cuerpo que no habla, te adelantas y me desconciertas al hacerlo. ¿Estás casado Etien?- un ligero rubor apareció en su rostro al decirlo.<br /><br />-Esa si que ha sido una pregunta inesperada. No, pero lo estuve. Ya sabes, siempre hay una larga historia detrás de respuestas así. En cierto sentido soy otro naufrago en la mar, ¿pero quién no lo es? Lo que sí sé es que de todo aquello aprendí mucho acerca del amor, de la amistad y del respeto. También de la venganza aprendí mucho, lo suficiente para no repetir ese camino en el futuro si me es posible.<br /><br />-Me das envidia Etien. En tu mundo todo es cristalino.<br /><br />-Te equivocas, Helena, todos tenemos nuestras lagunas turbulentas. En mi mundo no hay certezas pero si demasiadas dudas, solo que esas procuro solventarlas por la noche cuando hago reflexión- meditación- de lo acaecido en el día. Procuro ver siempre los aciertos que yerran en la práctica para poder mejorarlos.<br /><br />-¿Vendrás más a visitarme?<br /><br />-¿te gustaría que lo hiciera?<br /><br />-Si<br /><br />-Entonces Lo haré.<br /><br /><br />Los día fueron pasando con ligeros progresos y la autoestima necesaria para enfrentarse con André llegó de improviso una de tantas tarde que vino a visitarla si esperanza de ser recibido. En realidad aquella conversación lejos de resultar traumática para ambos, dejó una puerta abierta a la amistad, pues no todo lo que se rompe se deshace en odio. Con todo, el desamor de esos días, había traído musas nuevas e inspiración para terminar el libro que escribía, con un final espectacular, y hasta el editor se había congratulado del nuevo estado creativo del genio.<br /> <br /> Sofie había dejado de huir y aquello fue como una bola de nieve que se desliza por la ladera de una montaña nevada. Primero rueda despacio, recreándose en el movimiento y poco a poco va tomando fuerza. La fuerza se incrementa de forma exponencial con cada giro, con cada vuelta y antes de que se dé cuenta se desliza con tal velocidad que es imparable. En ese estado la vio el Dr. Dessartir dos meses después de ingresar en la clínica, cuando realizaba la ronda de visitas por el ala. Por eso y sin tardar mucho el alta médica llegó y no cogió de improviso a nadie.<br /><br />Por su parte Etien Gernau cumplió su palabra de llevar esperanza en las tardes que su trabajo se lo permitía, y posiblemente muchos de esos avances pudieron tener lugar gracias a él. La amistad que había nacido donde nadie lo imaginaba levantó muchos comentarios dentro y fuera del pequeño círculo de amistades de aquella singular pareja, pero lejos de la hipocresía, dos seres pueden encontrarse sin que haya flechas de por medio. <br /><br /><br />Aquella tarde Sofie estaba algo inquieta y no acababa de dar el visto bueno a la ubicación en el centro de la mesa de un ramillete de azaleas que contrastaba con la dalia blanca del jarrón. En la base de éste, rodeado de flores secas, un platillo de cuentas de vidrio aguardaba al incienso natural. El té reposaba en la porcelana junto a unas galletas de mantequilla recién horneadas y sobre la mesa dos tazas de manufactura inglesa dormían vacías. El timbre de la puerta sonó dos veces y Sofie voló por el pasillo hasta el hall de entrada. Era Etien.<br /><br />-Hola Helena- dijo entregándola un paquete envuelto en celofán rojo, luego cariñoso la beso levemente la mejilla.<br /><br />-Hola cielo, te esperaba, pero no tan pronto.<br /><br />-No has invitado a nadie más, ¿verdad?- sonrió- No está bien que te hagas esteparia, con uno es suficiente.<br /><br />-No seas tonto.Soy todo lo esteparia que quiero pero por elección propia, que conste... Desde mi renacimiento he tenido tiempo de comprobar quienes realmente eran mis amigos sinceros y en la suma de ellos, me sobra con los dedos de una mano, sin embargo a ti no sé donde ubicarte. No eres mi amante, aunque muchos lo imaginen, tampoco eres un viejo amigo y a pesar de ello, eres quien más y mejor me conoce. Contigo todo resulta fácil y la comunicación es como un río de aguas quietas que fluyen transparentes. Gracias por venir amigo querido.<br /><br />-Es curioso, yo sin embargo sigo sin etiquetarte. Para mi eres una bella caracola que encontré un día varada en la playa y que ahora, de su interior ha nacido una sirena que ha regresado a alta mar. Sabes cómo agasajar a los amigos pero sobre todo, sabes llegar al corazón con mucho sentimiento. Me figuro que si fuéramos amantes quizá perderíamos la esencia de la amistad. Es tan difícil hallarla…<br /><br />-Entonce ¿No me quieres un poquito?<br /><br />-Ah Helena sin troya, tu quieres que el viejo Etien te regale el oído con zalamerías corteses, pero de sobra sabes que hay cosas que no por ser dichas se sienten más intensamente. Prefiero que saques tus propias conclusiones de nuestros encuentros y quizá un día sin decirnos nada sepamos qué es lo que en el otro acontece. Como esos viejos amores que pasan la vida entre silencios cómplices.<br /><br />-Por esas cosas, mi polizonte de la bajamar te quiero yo. Pero no te lo creas demasiado, así cuando encuentre al navegante que siempre me vaticinas no te romperé el corazón de tunante. Pero volviendo a lo que nos ocupa, ven siéntate aquí a mi lado tengo algo que decirte. –es importante.<br /><br />Ambos tomaron asiento frente a la ventana con estor amarillo que daba a la terraza. Sofie sirvió el té en las tazas dormidas y tomando aire comenzó a hablar. Estaba nerviosa.<br /><br />-Lo hice Etien. Y tal como me dijiste que sucedería me han llamado. La obra les interesa y hay una galería esperando la primera exposición. He incluido todos los cuadros que permanecían olvidados en el garaje de André, pero el que más les ha gustado fue el tuyo, el que pinté en la clínica. Te debo tanto amigo…<br /><br />-Paparruchas Helena, no me debes nada. No soy yo el que tiene el don, amiga .Eres tú y solo tú la responsable de la belleza de tus pinceles. Yo solo escuché tu llamada de auxilio y tendí la mano. Tu valor ha realizado el milagro y de tu empeño nacerán nuevas velas que impulsaran los barcos. <br /><br />- Aun así quiero regalarte algo amigo.<br /><br />Sofie se levantó y corriendo el velo que ocultaba el caballete junto a la ventana, mostro a Etien el interior colorista. En él un hombre ataviado con gorra marinera paseaba por la arena húmeda de la bajamar y la mar vestida de invierno llenaba el horizonte. Los matices azules de aquella obra eran de tantas tonalidades diferentes que daba la impresión de que aquel cuadro estuviera hecho de océano.<br /><br />-No sé qué decir Helena, es sin duda precioso. Quizá el mejor cuadro que hayas pintado nunca…<br /><br />-No Etien, el mejor sin duda es aquel que pintaste tú al brindarme amistad desinteresada.<br /><br /><br />Por el lobo que camina.<br /><br />* Fragmentos de poesía no luparia." canción","Desolación" de piedad bonet y "la higiera" de Juana Ibarbourou. respectivamente.Crepusculariohttp://www.blogger.com/profile/01075567099084570065noreply@blogger.com6tag:blogger.com,1999:blog-2648571986741177753.post-30631137952674526522010-01-03T04:43:00.000-08:002010-01-05T13:15:38.013-08:00Tertulia entre caballeros.<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiKDN7iRLE28skOXGgA6oKdixIT3vBgPnUs-Idt3_FxBteLp-Cvn7to6l3FiMfrDkJMfWe2nWv7YkokzDJxWMMf7hFUVmUfs5ovaJX67SRPfoErrUlY4Rvlc7VXftOoE8rtDCZ-VRGWNXgC/s1600-h/994.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 186px; height: 320px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiKDN7iRLE28skOXGgA6oKdixIT3vBgPnUs-Idt3_FxBteLp-Cvn7to6l3FiMfrDkJMfWe2nWv7YkokzDJxWMMf7hFUVmUfs5ovaJX67SRPfoErrUlY4Rvlc7VXftOoE8rtDCZ-VRGWNXgC/s320/994.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5422535527625439938" /></a><br /><br />Era la mañana dominical y los cirros altos apenas molestaban el discurrir del sol de invierno. Provisto de su mejor indumentaria, bastón con cabeza de león plateado y zapatos recien lustrados, se acercó caminando por las estrechas calles de sombra a la taberna. A esas horas en que los devotos andan golpeandose el pecho en las iglesias y catedrales, unos pocos parroquianos sentados en taburetes contemplaban los dedos de sol, que desde el patio, atravesaban timidamente la estancia.<br /><br />Don Terencio meditaba frente a un vaso de ginebra las teorías sobre el empuje hidrostático. En su disertación mental consigo mismo, dilucidaba acerca de la inmersión en un líquido, que no fuera ginebra por supuesto, la monarquía no podía estar equivocada..., De dos hombres de igual masa pero desigual caridad, hasta comprobar si el mal en los hombres puede medirse en newtons.<br /><br />Arcadio se desprendió de la chistera en el mismo momento que entraba por la puerta y el crujir de las bisagras, anunció un nuevo parroquiano en el lugar. Si bien fueron muchos de los pocos que moraban, los que volvieron la cabeza, éste sospechó, que excluyendo al regente de la barra con delantal y trapo a la antigua usanza, el número de miradas era proporcional a la curiosidad reinante en un pais más de porteras que de letrados; y torciendo el gesto en lo que podría tildarse de sonrisa, encaminó sus pasos hacía la estatua impresionista esculpida en carne que era Don Terencio asemejando un rodin.<br /><br />-Buenas tardes, D. Terencio, ¿cómo es su estado de salud está mañana?<br /><br />-Serán días, amigo, buenos días. Bien gracias, ¿quiere usted sentarse?<br /><br />-Eso en todo caso serán para usted buenos, lo que se dice buenos, no son y por eliminación... Tarde era cuando salí de casa camino del puerto y tarde otra vez era cuando zarpó el bergantín correo de la dársena equivocada. ¡Que pais! La necedad abunda tanto que por el camino tropecé con el gentío que se atropellaba ante la puerta de la catedral, como si repartiesen hostias gratis. Ya sabe usted que nada es gratis,amigo.Respecto a lo de sentarme, se lo agradezco, pero pensaba hacerlo de todas formas, ¿le molesta?<br /><br />-Al menos coincidirá conmigo que el sextante colocado entre el horizonte y el astro no anuncia el cenit y que por lo tanto, debe tratarse de la guardia de mañana y no la de tarde, a pesar de que estando en lo cierto usted acerca del estado de los usos y costumbres de los ciudadanos: ya no hay puntualidad, salvo en los cambios de guardia en el palacio. Celebro que se sienta usted cómodo sentado, desde luego es la postura idonea para la conversación entre iguales, pero digame...¿Tiene un hombre bueno mayor densidad que uno malo? ¡Cómo desearía platicar con Arquímedes en ésta mañana...<br /><br />-Ya sabe usted que en la marina todo anda mejor ordenado que aqui en tierra firme. Si bien tiene usted razón acerca del astrolabio, pronto la tendré yo, pues el sol se mueve deperisa y para entonces acertaré en mi adelanto... ¿Lo ve? Esas son las campanas del angelus, así que, Camarero, por favor haga usted el favor de hacer sonar la camapana y ya de paso traiga algo de refrigerio para este señor y su amigo, que no es otro que yo mismo.<br />Volviendo a lo nuestro, hombres buenos dice...Uhmm, antes habrá de encontrar uno, y en estos tiempos, como antaño la honradez es valor devaluado exento de cotización. Pero si se refeire usted a eso, el hombre malo tiende al sobre peso y por tanto su masa y densidad es francamente superior. Se sumergen primero pero prevalecen al aferrarse a su condición, ahogando antes de sumergirse al incauto que éste cerca.<br /><br />- No hombre, yo me refería a la igualdad de masa, esto es, por poner un ejemplo, un ser que parecido a usted en masa y altura, fuese un villano y ambos introducidos en el líquido elemento se pudiera comprobar con cual sube más al boya de medición.<br /><br />-Me ofende usted, señor. Si no fuera domingo me vería obligado a enviar mis padrinos a su señoría. ¡Por los dioses olímpicos!No sabía que me tuviera en tan mal aprecio. Bueno yo, no diga usted tonterías Don Terencio. El bien es la antítesis de mi estado natural y para que se convenza, antes de llegar a la taberna he violado varios de los principios pios y me hallo en pecado mortal perpetuo desde que fui acólito de Monseñor Emiliano, al cual, ate la cuerda de la camapana al pie de babor con tan buena suerte, que en el redoblar de éstas, el ministro ascendía cabeza abajo hasta el meridiano de la boveda, para bajar de golpe. Y que golpes se daba.<br /><br />-No me malinterprete, señor. Cuando digo bueno, no uso la medida de la sociedad actual, sino que ajeno a esta, me llevo por aquellos principios que en su día, contaban entre las cualidades de los dioses. Griegos, desde luego, los pobres romanos apenas si sabian copiar, mal, desde luego, y es que eran uno brutos. ¡ah! Si Hanibal hubiera paseado los elefantes sobre el senado...<br /><br />-¡Ah! en ese caso, acepto el cumplido, Don Terencio. Es usted muy amable. Yo también en su día llegué a imaginar tal supuesto, pero enseguida comprendí que de haber ocurrido, Cartago y no roma hubiera sido el modelo de corrupción para los imperios posteriores, uno más bello, desde luego y quizá menos hediondo,más práctico y verdadero, pero corrupto en tal modo, pues el poder lleva parejo la villanía y es capaz de sacar siempre lo peor de los hombres.¿Se imagina usted la basílica de Simón en Tunez?<br /><br />-cuanta sabiduria albergan sus palabras, Arcadio. Pero querrá decir Pedro usted...<br /><br />-No amigo, digo bien, pues en mi opinión el cambio de onomástica de ese señor debió deberse a la falta de memoria de su maestro, muy tendente a permutar los nombres y que la historia a perpetuado.A no ser que se permutara el nombre por villanía para eludir sus obligaciones familiares o pesqueras. <br /><br />-Oiga ahora que lo menta la pesca y cambiando de tercio, ¿qué opinión le merece el estado actual de la nación?<br /><br />-La nación siempre estuvo mal de salud amigo, no tan mala como el de las colonias de su majestad, es obvio. Seguimos sin producir nada más que soldados mal pagados, politicos corruptos, pobres y curas gordos y así amigo, no se levanta nada. Pero si ha de levantase algo que sea la honradez que tan pisoteada anda y es que ya ni los comerciantes dicen la verdad sobre el género que ya es decir. Ya sé que es usted monárquico hasta la médula y en ese campo no voy a pronunciarme, pero la culpa es sin duda de las clases medias tan dispuestas a ascender por méritos. En su lugar deberían descender y hacer descender de sus pedestales al resto, pero sin sangre que luego se tiñe todo, hasta las ideas.<br /><br />-Le agradezco que no ensucie el nombre de la corona, pues ya ellos se encargan de hacerlo por si solos, pero creo que tiene razón, la culpa es sin duda de los mediocres como siempre. Ya nadie aspira a la superación de los progenitores ni sus modelos, y es que se prefiere la práctica a la teoría, entendiendose por la primera la mala praxis de pésimos alumnos.<br /><br />Arcadio miró el reloj con aire despreocupado y tras asentir con la cabeza agarró el sombrero que descansaba sobre la mesa.<br /><br />-En efecto amigo de tales maestros peores alumnos y es que realmente no interesa formar con seriedad al respecto y hay que conformarse con la mediocridad y dar por cierto que Roma no dejó piedra sobre piedra de la ciudad de Cartago. Ha sido una charla agradable, Don Terencio, pero me temo que me esperan en casa para comer.<br /><br />-Lo mismo digo señor, pero digame, ¿se casó usted?<br /><br />- No, libreme el cielo sempiterno. Cuando digo que se me espera en casa, me refiero a la familia cánida, pues de la otra sigo siendo teoricamente práctico: el matrimonio es una instituición a la cual no deseo pertenecer.<br /><br />-¡Ah! con que era eso, bueno, hay que reconocer que la institución tiene sus ventajas y defectos, a mi sin embargo me fue bien en ello, pero supongo, que buena culpa tiene mi amada esposa, siempre tan sensata y dispuesta a teorizar.<br /><br />- Ah amigo, usted tiene suerte, no es una esposa lo que usted tiene, sino una Hipatia y en éstos tiempos tan oscuros la luz brilla doblemente. Pero si me permite y volviendo a su teoría líquida, no hace falta que usted encuentre un hombre bueno, pues dos malos también sirven y de la inmersión de ambos podrá dilucidar quién es el más villano, pues mantengo que el mal tiene mayor densidad y por eso nos luce el pelo así de ralo.<br /><br />Don Terncio quedó enismismado pensando acerca de la posibilidad de que Arquímedes acertara con la corona y que de dos hombres sumergidos en el líquido elemento, a excepción de la ginebra, por supuesto, el resultado de masa en ralación con la constate gravitaroria dependería en todo caso de que el experimento se hiciera en buena praxis de las teorías propuestas y acertando en ello D. Arcadio, el mal fuese la causa del hundimiento de pecios, la bolsa y los imperios carentes o no, de monarquía distinguidamente corrupta.<br /><br />Por el lobo que camina.Crepusculariohttp://www.blogger.com/profile/01075567099084570065noreply@blogger.com9tag:blogger.com,1999:blog-2648571986741177753.post-69946863299415615832009-12-23T08:27:00.000-08:002009-12-23T08:38:32.452-08:00La noche antes de navidad.<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiLKvkLENzxNA4yyxJW6jntit86XjUQqgCexX9xsFyeWPKy8HUSN0EJO-mrVsG-beO1_nDrmrrbezjwjfPf42IyMaGx3WbEtW3T3KQaUikpudqa4CYYw_CaOo9agMtWt7Guo-ggQ8-qlya4/s1600-h/Scrooge-Twilight.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 214px; height: 320px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEiLKvkLENzxNA4yyxJW6jntit86XjUQqgCexX9xsFyeWPKy8HUSN0EJO-mrVsG-beO1_nDrmrrbezjwjfPf42IyMaGx3WbEtW3T3KQaUikpudqa4CYYw_CaOo9agMtWt7Guo-ggQ8-qlya4/s320/Scrooge-Twilight.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5418470900026288098" /></a><br />Era la noche antes de navidad y el viento frio recorría las calles que dormían quietas debajo de la sábana blanca. Desde el occidente vino desgarrador el aullido de un lobo solitario, rompiendo la noche que la luna mordida iluminaba. Los tejados hacían de espejo a la durmiente del cielo, asomada entre girones de nubes oscuras que cabalgaban en silencio. Una figura alta reptaba entre las sombras y con leves pasos sin huella llegó hasta la entrada.<br />De pronto sonó como si alguien llamase levemente a la puerta ( *) y una candela se encendió en el interior de la casa. Desde la segunda planta danzaba por entre las ventanas envueltas en visillos, hasta desaparecer un instante, en el cual, el sonido de los peldaños de la escalera tomó protagonismo y fueron las rendijas de la puerta quienes avisaron de su presencia en la planta baja. Los goznes de la vieja puerta resonaron en la noche quieta y la luz corrió a alumbrar la nieve que dormía en el jardín. <br /><br />Ernest miró hacia un lado, luego hacia el contario, se asomó a la noche haciendo crujir la nieve. Nadie.<br /><br />-¿Hay alguien ahí?<br /><br />Tan solo el silencio contestó la pregunta haciendo silbar al viento. <br /><br />-Paparruchas, dijo para sí y cerrando la puerta, extinguió la luz que iluminaba la entrada.<br /><br />Ernest subió despacio las escaleras apoyándose en la balaustrada fría y avanzando por el pasillo alargado llegó hasta la alcoba donde la cama abría sus brazos. Con un leve soplido asesinó la llama del farol y tras unos momentos oscuros, volvió a reinar la luna que entraba de puntillas por la ventana de la habitación. Ernest cerró los ojos y se arrebujó entre las mantas buscando el calor entre el tacto de las sábanas.<br /><br />- No puedes esconderte…<br /><br />Una voz grave resonó entre las paredes haciendo abrir de par en par los ojos a Ernest . Como el viento frio de la noche meciendo las ramas de un árbol, así temblaba la mano que asiendo el fósforo encendió la candela. Un haz de luz hizo cobrar vida a las sombras de los muebles que la luna dibujaba y con la mirada atenta pudo ver que nuevamente no había nadie allí.<br /><br /><br />-No creo en los fantasmas, a si que, sal de donde te escondes, voz del averno- grito a las sombras alargadas que proyectaba la vela por el cuarto.<br /><br />Tras unos segundos de silencio de fosa, otra vez la voz resonó poderosa.<br /><br />-Si no crees, ¿por qué los mentas? -Y su risa llenó la estancia.<br /><br />-No tiene gracia ninguna y si no se marcha, llamaré a la policía-<br /><br />-¿Eso es lo que quieres? – Dijo la voz- Llama, y veremos como, si acaso vienen, se ríen de ti, viejo loco.<br /><br />-¿Quién eres? Sal y muéstrate para que te vea, voz del infierno.<br /><br />-No puedo mostrarme, pero tú ya sabes quién soy.<br /><br />-Mientes…<br /><br />-¡Calla necio! Me conoces y sabes de mí, pero hace tiempo que no escuchas. Quizá ya no escuches a nadie más que a tu propia opinión de las cosas y aun así sabes que mi silencio no te da la razón.<br /><br />-¿Qué quieres de mí? Y su voz desencajada se quebró por el miedo.<br /><br />-Ya lo sabes. Guarda silencio y escucha tu temor:<br /><br /><br />Voy a relatarte todo aquello a lo que cierras los ojos durante el día, en ese mundo que has fabricado a tu imagen y semejanza egoísta. Ese mundo que gira en torno al eje hipócrita que da vueltas sobre los mismos momentos que atesoras en la inventada memoria. Tus sueños te traicionan al hacer defección tú de ellos, cuando al alcance de la mano los tienes. Todas esas palabras que nacen y nunca ven la luz amable del día, poco a poco van haciendo mella en los que te rodean y uno a uno aparta la vista de tus pocas sonrisas y demasiado orgullo adusto. Tú no lo ves, pero en la tierra mortal viven personas que se acercan a tu puerta cerrada y claman amor. Todo ese amor que dejas morir en la alacena que espera a los que nunca vendrán a recogerlo, pues tu mismo los echaste para siempre de tu vida solitaria.<br />Una tarde me olvidaste en aquel banco de la alameda, ¿te acuerdas? Fue hace mucho tiempo cuando eras joven y tenias sueños. Desde luego, pero ahora bloqueas esos sentimientos antes de que florezcan en la memoria. Crees que sentado en tu trono de dinero eres más respetado que el resto. Qué tan solo somos lo que podemos comprar, pues todo tiene precio.<br /> Tú, como el mundo superficial en el que habitas, miras con indiferencia las flores que crecen silvestres, los rayos de sol que doran las tardes generosas. La mar azul que se amolda a los barcos que navegan libres por su seno cambiante. Desprecias el garabato de un niño que dibuja sentado en el suelo, como te irritan las sonrisas y los jolgorios de juegos que, ajenos a lo material, suceden en el parque. Todo lo gratis, lo intangible, lo iluso, es para ti azufre y sal que recorren el cuerpo llagado por la avaricia. ¿Cuándo fue la última vez que regalaste?<br /><br />-Basta. Eso no soy yo. El mundo es así. Yo no puedo cambiarlo, tan solo me adapto. En estas fechas siempre regalo, mira las facturas que guardo en la cartera. Allí están todos los regalos que he hecho y son muchos los que se benefician de mi generosidad…<br /><br />-¿Ves lo que digo? Levantas un muro de auto condescendencia, observas tu ombligo con adoración y culpas a los que no son tú: ser perfecto y generoso. Mientes cuando hablas y en tu boca la palabra generosidad es hedionda y austera. Colonia, flores, ropa de cama, juguetes de moda. Eso es lo que regalas, éste y todos los años, en permutaciones ordenadas. Desconoces los deseos de los regalados, porque no tienes tiempo de buscar en tu alma un momento para los demás. La observación de los que no son tú. Las preguntas que se harán, los miedos que los acosan, las necesidades de abrazo, el calor de la conversación desinteresada.<br />Puedes recitar sus usos y costumbres, pero estás ciego para lo que acontece dentro de la piel, todo aquello que mueve la fibra sensible, lo que les hace llorar. Para ti las lágrimas son solo los síntomas débiles del mundo. Ese mundo bárbaro y despiadado de letras de cambio y billetes de banco. De Cheques al portador, hipotecas, obligaciones y tesoros en acciones. Berlinas, yates y casas de campo, vacaciones en paraísos, solo para unos pocos, pues cuanto menos hay de algo más valioso ha de ser. Y sin embargo se devalúan en tu mundo los sentimientos, cada vez más escasos. Cada vez más raros. Por eso, el triunfador está solo en su montaña solitaria. Ha perdido el contacto con el mundo y el de aquellos a los que llama familia. ¿Cuánto tiempo dedicas a interactuar con ellos? Las sobras de tu jornada laboral interminable, un domingo perdido que no hace tiempo para jugar al golf ni al tenis en sociedad. Todo está bajo control. Preciso, como el reloj suizo de tu muñeca y delimitado, como las horas que son marcadas por sus agujas de acero.<br /><br /><br /> Ya no le importas a nadie. Solo eres la parte prescindible del dinero que amasaste en la vida.<br /><br /><br /><br /><br />El ruido de la alarma al reiniciarse lo despertó. Abrió los ojos asustado y vio como parpadeaban los dígitos del despertador de la mesilla. La luz de la mañana entraba a borbotones por la ventana tiñendo de color la estancia. Con el sudor frio bajando por la espalda se introdujo en la cabina de la ducha y programó una relajante cercana a los 37º que finalizaría a 22º para desentumecer y vigorizar los músculos. El albornoz con sus iniciales bordadas le recibió tibio y tras el vaho del espejo admiró su rostro juvenil a pesar de los años. Una a una fue aderezando su cuerpo con las prendas de su ropero: ropa interior de seda, camisa y corbata italianas, traje de confección inglesa a medida, zapatos castellanos y unas gotas de perfume francés sobre el cuello. En el garaje le esperaba dormido el vehículo del anuncio de televisión pero retocado en exclusividad para él, como todo. Al accionar la llave del mando a distancia los intermitentes relampaguearon salpicando con su luz anaranjada las paredes blancas, y Cuando a punto estaba de acomodarse en el asiento del conductor, una voz le habló congelando su respiración.<br /><br />-No.Te equivocas. Sigo aquí y permaneceré en la sombra;reflejándome en el espejo que sólo tú puedes ver. Acudiendo a tus actos hipócritas. Pero ya no volverás a ser el mismo porque voy a coronarte con mi presencia incómoda.<br /><br /><br /><br />Y la risa histérica dio paso al rugir del motor de doce cilindros en v, mientras la luz de la mañana entraba por la puerta levadiza de la estancia.<br /><br />(*) by E.A.Poe.<br /><br /><br />Por el lobo que camina.<br /><br />**Homenaje a CH. Dickens, por el lobo.Crepusculariohttp://www.blogger.com/profile/01075567099084570065noreply@blogger.com6tag:blogger.com,1999:blog-2648571986741177753.post-12730735351391322692009-12-17T17:38:00.000-08:002009-12-17T17:54:52.019-08:00Cuentame la guerra.<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg5V-tvJl6ah2veOukAYxAXdsrH-Nr_R4pGWsJh7Cqy51JfJq-Z_VCcySbFreoojGWo40rOGn7N_upt-TtSy3aa5k_Uaj2NeClwojkgqS1IbGrY3Gh3tGaXMVQwo85voiN9EPe8L67A3gSM/s1600-h/abuelo01.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 145px; height: 320px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEg5V-tvJl6ah2veOukAYxAXdsrH-Nr_R4pGWsJh7Cqy51JfJq-Z_VCcySbFreoojGWo40rOGn7N_upt-TtSy3aa5k_Uaj2NeClwojkgqS1IbGrY3Gh3tGaXMVQwo85voiN9EPe8L67A3gSM/s320/abuelo01.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5416386143068928066" /></a><br /><br />El niño se adentro en la alacena furtivamente y a oscuras acarició el objeto de su deseo. Su pequeña mano se deslizó por el frio metal hasta llegar al cerrojo, luego pasó la palma suave por la vieja madera oscurecida de la culata y cuando iba a empuñar el arma, la luz se encendió dando vida a los objetos que yacían en estanterías y suelo. El corazón acelerado por la emoción prohibida descarrilo, haciendo que la sangre dejara de acudir a los vasos sanguíneos y un ligero rielar de rodillas indicó, a la figura seria de la puerta, la proximidad de las lágrimas.<br />Asiendo de la mano y sin mediar palabra Tomás Lobo condujo a su nieto al pórtico de la casa, donde el sol apuntaba con sus rigores de estío al medio día. Ambos se sentaron en la fría piedra de un poyo protegidos por la sombra, que el balcón de la casa ofrecía. De una caja metálica, Tomás extrajo la picadura de ocres hojas de tabaco que su amigo holandés traía de estraperlo de allende los mares. La habilidad de la costumbre hacía que pudiera llenar la vieja pipa, sujeta a la mano de estribor, sin apenas mirarse aquellas manos ajadas que dejaban entrever una vida llena de trabajo y esfuerzo. Tomás se colocó la pipa en la boca y sacando un fósforo la encendió aspirando profundamente.<br /><br />-¿sabes hijo? Debí deshacerme de ese viejo fusil hace años… <br /><br />El humo de una bocanada voló por aire tórrido de la tarde formando un círculo perfecto que Damián siguió con la mirada hasta desintegrarse.<br /><br />-yo…Yayo yo, solo quería…<br /><br />-Ya hijo, lo sé. Esos chismes tienen atracción para vosotros, además con esa condenada caja tonta, que no hace más que mostraros a todas horas los usos violentos que los hombres hacen de ellas, no me extraña que acudieras a su reclamo.- bajando la mirada certera hasta encontrar los ojos acuosos del niño, sonrió levemente, luego clavó los ojos en el horizonte nuevamente y continuó hablando.<br /><br />-Esos trastos no son nada buenos, ¿sabes? Cuando yo era niño, mi padre dejaba que tras las batidas de caza, limpiara la escopeta. Era un arma italiana de dos cañones, tal alta como yo por aquel entonces, algo así, como te pasa a ti con ese viejo trasto. Yo los veía cada domingo partir antes del alba con las realas de perros aullando, embutidos en abrigos, botas altas y gorros con orejeras. De haber podido entonces, habría ido con ellos a la gran aventura de la caza, por esos montes llenos de alimañas feroces que en los cuentos la abuela me contaba. No tu abuela, Damián, si no la mía, esa señora seria del cuadro de la sala.<br />Por aquel entonces yo jugaba a la conquista de España, que Don Severino el maestro, nos narraba en los días que el trabajo en el campo nos permitía ir. Modernos Mío Cid que escopeta en mano acaban con los moros, descreídos de Dios.<br /><br />-Abuelo, ¿tú has disparado mucho la escopeta?<br /><br />-Si, hijo, quizá demasiado. Pero deja que te siga hablando de aquellos días. Con el primer bigote pude acompañar a los hombres en las batidas, para llevar la bota y el almuerzo que nos preparaba la abuela antes de que nadie en la caso estuviera levantado. Yo bajaba en silencio y la ayudaba o simplemente me quedaba mirando cómo se multiplicaban sus manos sobre fogones sartenes y perolas. Ese día descubrí que la aventura que mi mente había imaginado, no era del todo agradable. Tras largas horas de avanzar penosamente por los bosques, ascendiendo collados para luego bajar y subirlos de nuevo y llegar a los solitarios puestos de caza, donde se te entumece el cuerpo y luego de la espera, ni siquiera saber si la presa que los perros azuzan pasará por allí. Ese día tuve suerte y el tío Aurelio junto al que me quedé, abatió una jabalina enorme.<br />La bestia corría desesperada entre los helechos hasta que la escopeta furiosa descerrajó dos tiros a bocajarro. Aun veo la cara peluda de sorpresa de aquel pobre bicho y como tras un chillido atroz que me heló la sangre, cayó desplomada sobre el frio barro. Detrás de ella iban tres pequeños rayones, ¿sabes? los cerditos salvajes cuando son crías tienen unas franjas oscuras en el lomo que los camufla con el entrono, por eso se les llama así. Tú tío que se presumía contento me miró pálido y cari acontecida no pudo más que confirmar la muerte del animal.<br /><br />-Esto no está bien, Tomás, no está nada bien. – me dijo moviendo la cabeza a ambos lados.<br />Pero hubo suerte y entre los dos pudimos capturar las asustadas crías que pegados a la ensangrentada madre no paraban de chillar.<br /><br />-.Aquellos rayones crecieron en el establo junto a las bestias y tu abuela, el tío y yo cuidamos de ellos. Para entonces, nos seguían como si fueran otro más de los perros. Muchos de los niños de la aldea, sé que nos tenían envidia por ello. Juancho, y lupita sobrevivieron al primer invierno y se hicieron fuertes y habilidosos. No había mejor guardián que ellos en toda la comarca y además encontraban sabrosas trufas para nosotros; un manjar que en la época solo estaba al alcance de los señoritos de ciudad a los que nosotros se las vendíamos a precio de oro. Ellos, mis amigos peludos, tuvieron la culpa de que yo aborrezca tanto las monterías. Aun puedo oír aquellos lamentos, ¿sabes Damián?<br /><br />-Yo no quiero ser cazador yayo- dijo el niño muy serio- yo quiero ser soldado para ir a la guerra.<br /><br />-Claro hijo, como todos los niños. Jugar a la guerra que se termina sola, sin muertos, ni el horror de que viene después.<br /><br />La guerra hijo, es la peor de todas las cosas. Es lo más parecido al infierno que los curas predican los domingos en el púlpito. Un lugar oscuro y frio donde los hombres dejan de serlo y se convierten en demonios, peores que las alimañas para el sembrado.<br /><br />-¿Abuelo tú fuiste a la guerra?-el niño lo miraba con ojos chispeantes y ávidos de saber<br /><br />-Si hijo mío, si. Estuve en la peor de todas: la que se celebra entre hermanos. Entre hijos y padres. Vecinos contra vecinos. Una guerra de fanáticas envidias, donde los buenos se confunden con los malos hasta el sub realismo, porque ninguna idea que mata es buena. <br />La guerra es hambre para el que lucha, es miseria y muerte. Roba a los hombres lo único que tienen: la vida, para enriquecer a uno pocos. En la guerra solo luchan los pobres y los enfermos de sangre, que creen en las mentiras que los promotores de guante blanco fabrican, a sabiendas de que ellos gobernaran el caos que acontecerá después. A algunos les sorprende sin querer y se ven abocados a luchar a la fuerza a riesgo de que lo maten los partidarios de uno u otro bando. Porque, hijo, lo peor que puede hacerse si llega la guerra es permanecer neutral. Se ha de pertenecer por fuerza a un bando y sin embargo los países que permanecen pacíficos se hacen ricos. <br />Cuando estalló la guerra, los que pudieron y tuvieron medio para hacerlo, viajaron al extranjero con los bienes que pudieron sacar del país. Los pobres no teníamos más remedio que quedarnos, amarrados al terruño que nos vio nacer. Los más aguerridos no tardaron en hacerse voluntarios e incluso llegaron idealistas de otros países a combatir no sé qué doctrina. Yo nunca agradeceré suficiente a la abuela que me ensañara a cocinar. ¿Sabes? Al principio todos me tenían por un ser extraño y afeminado siempre enfrascado en los libros de mar y viajes, incluso los mozos del pueblo, pero al llamarnos a filas, ellos portaron fusiles como el de la alacena y yo, tu abuelo, las perolas y el cucharon de madera. En la guerra se ha de comer y posiblemente el soldado sea el que más hambre pase de todos, sobre todo si está en el bando perdedor. En la cocina uno aprende a ver la verdadera naturaleza de los hombres. Hay algunos que tienen el corazón oscuro como la noche, hijo, y sin embargo hay otros que pasando ellos hambre, comparten generosamente lo que tienen sin atesorar para el mañana su riqueza, pero esa nobleza no la da la guerra, sino que la roba.<br /> Lejos de los brillantes uniformes y medallas, de los desfiles y la arenga general, la guerra, es oscuridad. La guerra transforma todo lo bueno que somos y lo podríamos llegar a ser en maldad y egoísmo. Lejos de banderas en el frente se combate por y para sobrevivir un día más. Para poder ver de nuevo a los seres queridos. Es allí donde uno aprende a apreciar el abrazo de los amigos, el calor tierno de las miradas de aquellos que nos aman. El vuelo de una paloma, la gota de lluvia que moja despacio la tierra. Uno ve la vida como algo vivo realmente, algo que se mueve dentro de nosotros y nos empuja al abrazo.<br /><br />-Entonces yayo, ¿tú no has matado en la guerra?<br /><br />No hijo. Ni una sola bala ha salido nunca de ese fusil para matar a nadie. Con él cazaba animales en los bosques y así poder sobrevivir; pues el rancho que los altos jefes dan a los soldados, hijo, es la peor de las comidas. La más pobre de las recompensas a quienes darán su vida. Mientras ellos en su reservado comedor beben y engordan, en el frente se pasa hambre y sed. Pero el abuelo hacía sopas de raíces, estofado de cualquier animal condimentado con cualquier clase de hierba aromática que pudiera recoger en las cercanías, pues en la guerra uno come lo que puede sin pensar en nada más. El espliego, el tomillo, la hierba buena… Pero a pesar de no haber disparado nunca contra un ser humano, hijo, he mirado de cerca a la muerte.<br />Por las mañanas antes de los combates, veía reír a los hombres y bromear, pero a las noches, si miraba con atención, ya no veía los mismos rostros alegres. Muchas de esas caras desaparecían para siempre, y otras nuevas las sustituían. En los días sin batallas, había momentos que alguien recordaba alguna anécdota divertida y todos reíamos hasta caer en la cuenta que los protagonistas ya nunca más volverían de la guerra. Eso, hijo, es lo más duro. Es lo que nos quita la guerra. Al hermano, al amigo, al desconocido que sería nuestro camarada de no mediar las fronteras inventadas que nos separan. Nos priva de la felicidad de la risa, de la naturalidad sembrando caras serias y pena.<br /> Aquellos que han regresado de la guerra, en cualquiera de ellas, en cualquiera de los bandos, jamás vuelve a empuñar un arma contra un semejante. Cuando uno ha vivido la miseria, ya no quiere regresar a sus garras y cuando habla de esos días, no habla de héroes ni pedestales. No habla de lo que los libros cuentan como anécdota repleta de cifras y mapas. No. Ellos hablan de carne y huesos fracturados, de frio, de dolor, de olor a sangre coagulada, pero sobre todo de olor a miedo. Ellos cuentan lo que sus ojos callan, pues lo que uno tiene que ver en la guerra, a veces es motivo de los peores sueños, que regresan en cada uno de los días que se habrá de vivir. Los sueños que adelgazan el espíritu.<br /><br />-Abuelo lo que cuentas es triste y me da miedo…<br />Abuelo, dime ¿tu ganaste la guerra?<br /><br />-Claro hijo. Todo el que sobrevive para contarlo gana la guerra. Independientemente de si está o no en el bando vencedor. De los nuestros, hijo, solo tu Tío y yo salimos vivos. Después de la guerra, cuando los cañones cesan y las bombas callan, deviene la otra guerra: la del odio. Porque los que vencen, vengan muertos en los que quedan vivos. Vienen las envidias, los robos, porque son muchos los cobardes que se hacen ricos a expensas de la vida de otros. De trabajar, hijo, pocos son los que se hacen ricos y la guerra es la forma más rápida de hacerse rico si se es el vencedor. El perdedor no tiene derechos, ni bienes, ni honra. <br />Nosotros cuando fuimos liberados después de reconstruir con nuestras vidas lo que ellos habían roto con sus bombas, vinimos al mar y no hicimos pescadores. Siempre hay barcos para los marineros y todos necesitan cocinero. Al principio tu tío yo nos embarcábamos juntos, pero las miserias que la guerra siembra en los hombres, pronto me privo de mi única familia. Una mañana amaneció frio. No le mataron las balas pero con el tiempo le alcanzaron aquellas que dañan sin que se vea la sangre.<br /><br />-Abuelo, creo que ya no quiero ser soldado. Ya no quiero ir a la guerra, debe ser un sitio sucio y demasiado triste…<br /><br />Tomás no se lo dijo, pero esas palabras causaron honda impresión y una lágrima afloró a sus glaucos ojos.<br /><br />-Me alegro hijo, me alegro. ¿Sabes una cosa? La mar es mucho más hermosa, ven vamos a ver lo que hace y si quieres, te contaré historias mucho más divertidas que las que hablan de soldados.<br /><br /><br />Levantándose de la piedra, abuelo y nieto caminaron por las calles estrechas que bajan al puerto, donde a la orilla de la mar esperaba inquieta una vieja dorna pintada de azul y blanco: La odisea. Y en ella subidos olvidaron la vieja arma que desde entonces ya no cuelga de la viga de la alacena, sino que lo hace vigilada por erizos, rayas y caballitos de mar encima de alguna roca de las que pueblan los fondos de la mar.<br /><br /><br />Por el lobo que camina.Crepusculariohttp://www.blogger.com/profile/01075567099084570065noreply@blogger.com2tag:blogger.com,1999:blog-2648571986741177753.post-38357905714377128082009-12-04T16:01:00.000-08:002009-12-04T16:08:25.232-08:00Flor de suburbio<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjMzjzEptv3Xl8h93u36EJFQH-P8LP6akd0czaF5MvOrwuGH-LZ3lKQRKRWD2q4QDz9W0vmSqmyNJmhkdx39PGteLphyphenhyphen3H_JoBHlu3Sep-OWyAk91c8EpGoxaY0WZKYP-uvCnnOwie5wnXp/s1600-h/sub.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 240px; height: 320px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjMzjzEptv3Xl8h93u36EJFQH-P8LP6akd0czaF5MvOrwuGH-LZ3lKQRKRWD2q4QDz9W0vmSqmyNJmhkdx39PGteLphyphenhyphen3H_JoBHlu3Sep-OWyAk91c8EpGoxaY0WZKYP-uvCnnOwie5wnXp/s320/sub.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5411536991675170322" /></a><br /><br />Aquel halcón, volaba tras las palomas en un cielo de horizontes de asfalto, sorteando los edificios con maestría, mientras un sol tímido, bañaba su estilizado cuerpo, convirtiéndolo en una flecha dorada.<br /> Berenice, que contemplaba absorta la escena, apuró el desayuno guardándose la manzana en el bolsillo de la trenca y con un portazo roto, abandonó la casa. Bajó al trote las escaleras con la mente perdida y los ojos puestos en los escalones de desgastadas baldosas blancas, que morían en un portal desvencijado y sucio donde la puerta de entrada jamás era cerrada. El aire frio de la mañana, hizo que su menudo cuerpo, temblase dentro de la prenda de abrigo como una hoja de otoño, y ajena a la estampa desoladora de aquel barrio obrero, caminó hasta la parada del sub-urbano donde un tren la alejaría de allí.<br /> De camino, vio las sombras de gente sin alma, que se zambullen cada noche, en los laberintos del mundo de la muerte lenta, administrada por vía nasal. Vio las caras adustas sin esperanza, de aquellos que construyen los mundos de la opulencia lujosa, a la que jamás tendrán acceso. Vio las vidas nuevas, abocadas a la marginalidad, que correteaban descalzas detrás de su progenitora, que tirando de un destartalado carrito de niño, iba siguiendo a distancia a su hombre cabizbaja. Vio al alegre barrendero, cuya cara surcada por penalidades y amargura, jamás se permitía un solo momento de tristeza manifiesta; quizá soñando con los mundos imposibles para él. Vio al guardián de los supermercados de la anestesia administrada por vías respiratoria y venosa, alerta ante la posible presencia de la bofia, a cambio de un poco de mercancía gratis. Vio a las madres resignadas a convivir con el mundo infame, llevar a sus hijos al colegio salvador, que los haga huir de la miseria en alas de un título universitario, en lugar de convertirse en otra pieza más de la marginalidad.<br />De niña, mientras las demás amigas jugaban en el patio salpicado de jeringuillas y adoquines rotos, ella leía en los libros, las vidas de otras niñas con más suerte, que jugaban en casa victorianas supervisadas por ayas benevolentes. Leía las vidas de escritores salidos del arroyo de la vida, que con un golpe de suerte, se convirtieron en un rio grande y navegable. Leía claramente reflejado en los ojos de su madre lo que no quería ser, al tiempo que olía en el aliento de su padre, todos los peligros que encerraba el mundo despiadado, al que por desgracia le había tocado pertenecer.<br />Los ánimos que le dispensaron sus progenitores, al principio, cuando orgullosos veían las notas escolares, fueron diluyéndose a medida que progresaba en los estudios y las facturas de la educación se hacían más y más grandes. Pronto tuvo que recurrir a trabajos varios para gente adinerada, mal remunerados .Al principio, sólo en los periodos de vacacionales; luego, a jornada partida o nocturna, que al llegar a la universidad, hicieron que sus más que notables calificaciones pasaran a ser solo aceptables, asegurando la beca del estado, casi por casualidad.<br /> Las horas de estudio que sus trabajos la dejaban, eran realizadas en la biblioteca pública, si había suerte, o en la línea circular del sub-urbano, si no, cuyo revisor la agasajaba con chocolate caliente y sonrisas cariñosas, además de amables. <br />No hubo tiempo para más, No se podía permitir, como sus conocidos, el asueto y la diversión propios de la adolescencia. Ni novios esperándola a la salida del trabajo, de la facultad o del portal maloliente de su casa, no. Su meta era demasiado importante, no podía fallar, lo mismo que tampoco tendría una segunda oportunidad para conseguir su sueño. Eran las cabriolas de una trapecista, que sin red, realizaba jugándose la vida, ante un público interesado en ver los exóticos animales de la pista.<br />Las paradas del sub-urbano se fueron sucediendo, pregonadas por la voz metálica y sin alma, proveniente del altavoz. Ella nunca la oiría por llevar puesto el antídoto con auriculares que cada mañana la alejaba de las caras somnolientas, sin ápice de vida. Ella las observaba escuchando la banda sonora de habla inglesa predilecta. Pero hoy su mente estaba puesta en el tablón de anuncios de la facultad donde esperaba su ansiado destino.<br />Berenice llegó sin aliento ante el veredicto de aquel juez en forma cuadro. Por un momento su corazón dejó de latir y el nudo de su garganta impidió que pudiera respirar con normalidad. Sudores fríos le caían por la frente y en un tic nervioso, su mano no paraba de recolocar los cabellos que se habían fugado del recogido de su melena color miel .Y lo vio.<br />Los lagos de sus ojos se desbordaron corriendo libremente por sus mejillas. Sentada en el suelo abrazó fuertemente su carpeta desvencijada. Aunque se esforzaba por mantener la compostura, nada parecía poder detener aquello. Sus compañeros la felicitaban con efusividad detrás de sus máscaras de envidia. Hoy por primera vez, alguien de su entorno la miraba con admiración.<br />Un mundo de Doctorado, de prácticas en empresas, de idiomas, de ciudades nuevas llenas de oportunidades, se abrió ante ella para rescatarla de su cárcel y elevarla al parnaso de lo posible para gente decidida a labrarse un futuro a fuerza de empeño.<br />Era La mañana de la partida hacia su futuro europeo, sus padres estaban esperando frente a su cuarto cogidos de la mano, mientras ruido de cajones , puertas de armario y maletas cerrándose se atropellaban al salir. Los ojos surcados de innumerables lágrimas de su madre contrastaban con los lagos contenidos de su padre, que con un temblor en los labios aguardaba en silencio aguantando la respiración.<br />Berenice cargada con una maleta tan grande como su ilusión, salió de su cuarto dispuesta a abandonar, quizá para siempre, aquella casa y al hacerlo vio los rostros de dos viejos muy cansados. Dos rostros cargados de orgullo y tristeza a partes iguales; dos rostros humildes, con callos en las manos de trabajar por la supervivencia familiar más que en vivir su propia vida y sueños; dos rostros cargados de fracasos y resignación ante los temporales de la vida despiadada; dos rostros que reflejaban amor, sin palabras, muchas veces, de reojo, en silencio y a hurtadillas en las noches frías que la arropaban besando la frente. Dos rostros llenos de privaciones para concederla una oportunidad, que quizá ellos no tuvieron nunca. Dos rostros, el de sus padres, que la amaban más que a su propia vida miserable. Y los abrazó.<br />No hubo palabras de despedida, ni los discursos, que en los libros, dicen los progenitores a los hijos que abandonan el hogar. Sólo temblor de labios, silencios, lágrimas y suspiros. Una tortilla de patata, embutidos, croquetas caseras y algunos ahorros, en una cesta de mimbre para el viaje, aderezados con mucho amor.<br /><br />Por el lobo que camina.Crepusculariohttp://www.blogger.com/profile/01075567099084570065noreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-2648571986741177753.post-72625669632203084312009-11-22T16:51:00.000-08:002009-11-24T08:32:36.104-08:00El Argonauta<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj22-H0aoLumaIVvbsN7ly5zVIGuh7IKm5S0lLEUve457vqi-focySrmYAdGCnZt6WMAAJqGze31W2l6UpNt5yt-tgATB1iscx_7UeFpAV_TJgZ1HVxbT0Q1cbTE49C5Va93lD1gDXDyY_q/s1600/76840006.JPG"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 212px; height: 320px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj22-H0aoLumaIVvbsN7ly5zVIGuh7IKm5S0lLEUve457vqi-focySrmYAdGCnZt6WMAAJqGze31W2l6UpNt5yt-tgATB1iscx_7UeFpAV_TJgZ1HVxbT0Q1cbTE49C5Va93lD1gDXDyY_q/s320/76840006.JPG" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5407096141353885442" /></a><br /><br />La luz doraba las velas de gavia, donde aguerridos marineros aferraban las escotas. La brisa fría de la mañana hacía que jerséis y abrigos poblasen la cubierta, donde el capitán acababa de llegar. Con un gesto agrio, éste inspeccionó la maniobra que tenía lugar a veinte pies de altura, luego, mirando por la borda la estela de la nave en la mar comprobó la velocidad. La proa ascendía cabeceando con brío entre las olas que teñían de blanco el casco negro. El piloto, atento a los movimientos de su capitán, resoplaba asiendo con fuerza el timón, esperando no haber dejado caer ni un solo grado del rumbo fijado la nave desde el cambio de guardia. Era un hombre recto como el palo mayor, aquel que gobernaba está nave de su Majestad; alto y algo desgarbado, tenía nervios de acero y una fuerza inusitada para un hombre tan delgado y enjuto como él. La barba de fuego que poblaba su tez pálida contrastaba con los rostros lampiños de los morenos marineros que danzaban por la cubierta dando lustre a la tablazón y los bronces.<br /><br />El viejo capitán miró a los guardiamarinas que aguantaban la respiración ante su presencia, y cuando apunto estaba de romper el silencio del puente, de las cofas del mastelero del mayor, rugió la voz del vigía que agitaba el sombrero de estribor a babor.<br /><br />-¡Vela en el horizonte! A estribor, una cuarta sobre la amura…<br /><br />El taconeo de unos pasos firmes y decididos resonó en la cubierta hasta llegar a la batallola. Con un golpe seco, el primer oficial, desplego el catalejo y barrió la mar dorada en rojo del horizonte. Un navío diminuto apareció en la lente con velamen hasta las alas desplegado. Su rumbo era tangencial secante con el viejo navío de indias.<br /><br />-Capitán, Navío de línea por la amura de estribor, desplegadas sobre juanetes y alas, por barlovento.<br /><br />El gesto torcido del capitán mientras rastreaba con su catalejo el horizonte no fue desapercibido por ninguno de los allí presentes y todas las almas que habitaban la cubierta miraron al puente con la expresión azorada.<br />La campana anunció zafarrancho y todos los hombres de descanso subieron a reforzar el turno de guardia. Escorándose sobre babor el viejo Argonauta viró al poniente intentando aferrar los mismos vientos que su perseguidor ostentaba. Con suerte y confiando en la noche, podrían rolar hacia el sur y perderse en el azul, quizá la cazadora no fuera tan rápida como aparentaba, ni hábil su capitán.<br /><br />Antaño el Argonauta había sido uno de los navíos de escolta de la ruta de las indias orientales, ahora liberado de los bronces atronadores, cegadas las portas y borrado el nombre de “Leopard” de la popa, sobrevivía como mercante. Tras el paso por los astilleros de su majestad, retocados los mamparos, el capitán Connor Duncan había sido destinado al mando y con un poco de su peculio particular, ganado con fortuna al servicio del rey, acondicionó la nave a su imagen y semejanza: seria , enérgica y tenaz.<br />Conocía aquel barco como las líneas de su mano y consciente de las limitaciones de éste, tenía la vista puesta en la proa de su perseguidor. Aquellas líneas bien dibujadas daban a su cazador, un elegante brío marino, que el lento y pesado Argonauta no podía igualar. Con cada ola perdía la ventaja inicial que su afortunada maniobra le había concedido, pero era cuestión de horas que aquella magnífica obra de arte flotante, se acercase a su popa peligrosamente. Con todo, los marineros aferraban escotas y realizaban maniobras como si de un navío de guerra se tratase, pues aunque en número disminuido, el capitán había ido adiestrando a su fiel tripulación con rigor militar.<br /><br />-Señor Calaby- rugió Connor- que los hombres libres se encaramen al la batayola. Hay que dar brío al navío.<br /><br />En su mente se barajaba la opción de liberar peso de las bodegas, pero con eso quizá no sólo se enfrentase a los armadores, sino que, la valiosa carga podría ser la moneda que salvaría las vidas de sus hombres. Aun no se sabía la enseña de la embarcación y aunque era poco probable que fuese un corsario pirata, no lo descartaba del todo.<br />Con una leve sonrisa dio instrucciones a su primer oficial que quedó al mando del castillo de popa. Seguido de una brigada de buenos marineros veteranos se adentró a grandes trancos, con las manos cruzadas a la espalda, en las fauces oscuras de la bodega. <br /><br />Aquel inusual comportamiento no fue pasado por alto por ninguno de los marineros que ceja en alto, aferraban la batayola haciendo navegar de bolina al Argonauta. La corredera indicaba doce nudos y rociones de espuma pintaban de blanco la cubierta oscura.<br /><br />-Va a tirar la carga a los peces- dijo el señor Homwlom, cabo de mar del mayor<br /><br />-Desde luego que no- replicó el señor Smith, gaviero de mesana- el capitán tirará a todos los grumetes por la borda antes que la carga. Su risa hizo temblar a los muchachos imberbes que escuchaban aterrados.<br /><br />-aquí huele a sardina, ¡Que me aspen! El capitán trama algo y no tardaremos mucho en enterarnos…-dijo el señor O´brian ayudante del calafate<br /><br />Como un reguero de pólvora los rumores, se fueron propagando por la cubierta y cada uno hacía apuestas ofreciendo como prenda el grog que les sería brindado con el rancho. Aquello en alta mar era una moneda poderosa y sin duda más valiosa que el oro o las joyas.<br /><br />Las velas del cazador poco apoco iban acortando la distancia y antes de que el sol de la tarde se hundiera en el poniente, apenas unas pocas millas separaban ambas embarcaciones. Por la mañana y si los cálculos del primer oficial eran precisos, sería de media docena de cables, todo lo más.<br /> <br />Al amparo de la noche, el capitán Connor y la brigada de marineros, con otra más de refuerzo, se zambulleron en el interior de la bodega nuevamente, mientras muchos de los ojos del barco estaban atentos al desenlace.<br /><br />Con rechinar de maderas, artilugios deslizantes y esfuerzo marinero fueron asomando cubiertos por unas viejas velas, dos objetos pesados que hacían sudar a las brigadas. Con el sigilo que aquellas bestias permitían, fueron introducidas en la cabina del capitán, seguidos del carpintero, ante la mirada perpleja de toda la tripulación salvo la guardia de cubierta que no daba crédito a los que sus ojos veían.<br /><br />-Te lo dije, aquí olía a sardina. ¡Por los tentáculos del gran kraken ¡ Eso que rechina parecen cañones – dijo henchido de orgullo el señor O`brian.<br /><br />El repiqueteo de los martillos y las gubias en el camarote no paró hasta que el alba arrojó luz sobre la mar en sombras. Poco a poco fueron apareciendo los colores que la noche había hurtado y en la popa, como un fantasma, apareció la cazadora. La noche había aumentado su tamaño y con el catalejo podía observarse el faenar de los hombres en su interior. Un rugido sordo hizo aflorar un surtidor de agua a pocas yardas a estribor de la estela y la nerviosa tripulación del Argonauta aferrada a su dios, rezaba implorando un milagro: que se tragara la mar al demonio alado que los perseguía.<br /><br /><br />El fuerte viento de la amanecida había levantado las olas dormidas, que ahora zarandeaban ambas embarcaciones. Las proas rompían las crestas de plata para caer con violencia en los profundos senos donde el viento cesaba. El trapo disminuido, hacía crujir los mástiles que amenazaban con partirse, dolientes. En la nave enemiga se sucedían las descargas de artillería, pero la fortuna o quizá el manto de algún santo del capitán, protegían al navío.<br /><br />-Señor McEwan, reúna a la tripulación y traiga los arcones de mi camarote.<br /><br />El primer oficial se llevó la mano al sombrero y llevándose a varios marineros de su lado fue a cumplir la orden.<br />Catalejo en mano y cara de pocos amigos, el capitán estudió la situación rechinando los dientes. No pintaba bien aquello y la mar se empeñaba en contradecirlo. En la noche había soñado con una bruma densa, una tormenta oscura que hicieran a sus maniobras evasivas perderse en el azul, pero nada de aquello había sido oído por ninguno de los dioses.<br />Dando la espalda a la cazadora, aferro la barandilla del puente y con voz enérgica rugió a la tripulación que aguardaba en cubierta.<br /><br />-Señores, esto es un navío de comercio que abastece a la patria, pero la guerra nos ha encontrado lejos de los nuestros y solos, nos enfrentamos en desventaja al enemigo. Eso que ven en la proa, es un navío del emperador Malaparte…<br /><br />Hubo en la cubierta risas por doquier que alejaron el miedo de los corazones marineros, aquello empezaba bien, se dijo Connor, a ver como acaba…<br /><br />Ellos con sus cuarenta cañones esperan arrumbar y enseñarnos su costado pero, lo que no esperan es que el Argonauta pelee.¿Con qué? Se preguntaran, pues las especias no pierden barcos- más risas en cubierta y la esperanza nacía en el viento.- Pues tengo dos recuerdos de dieciocho libras que mi tío Jorge, me legó en herencia, y que de la bodega, ayudado, por algunos de ustedes, ahora se alojan en mi camarote con vistas a la popa. He mandado fabricar al maese carpintero unas ventanas, no demasiado vistosas y creo que francamente, se ha hecho un buen trabajo. El negro de los tubos requiere de atenciones y con el permiso de ustedes, señores marineros, voy a convertir al Argonauta en el perdedor del Aqueronte, fantasma que nos persigue. Ahí en esos baúles hay fusiles por si alguno, y sé que los hay, fuera aficionado a la caza de “gallos”…<br /><br />-Por las barbas de la ballena, mi capitán. Aquí hay voluntarios- gritaban decididos los valientes del cabestrante<br /><br />-¡Señores!, calma. Lo que me propongo es arriesgado y puede costarnos muy caro. Con todo, esto no deja ser un navío de su majestad y hay que defender la corona; allí en el mástil ondea la enseña roja con la cruz de san Jorge, así que, enseñemos a esos fanfarrones que nos arredran con sus disparos de qué están hechos los muros de la patria.<br /><br />-A las cofas muchachos, y esperad mi señal para abrir fuego-<br /><br />Enaltecidos, la marinería se perdió por las escalas y el capitán en su camarote dejando a su segundo al mando. El fuego de popa sería cosa suya y de la brigada. El señor Mc Ewan en el puente dirigía las velas aferrando el dañino viento que amenazaba con perderlos, poniendo proa a las olas que iban creciendo con la mañana.<br />El capitán del Aqueronte catalejo en mano y subido al bauprés, observaba divertido las maniobras, confiado en la victoria al saberse superior. Con voz enérgica animaba a las cuadrillas de la batería de proa, poniendo precio a cada uno de los mástiles de la presa, por ver quién de las dos era la primera en abatir uno.<br /><br />-Señor Calaby , distancia al blanco.<br /><br />-Están al alcance de los cañones señor, con su permiso. Si su plan no resulta, morirá mucha gente.<br /><br />Incorporándose Connor miró a los ojos de su tercer oficial muy seriamente. Apretando los maxilares reprimió su mal genio y con autoridad de mando replicó a éste.<br /><br />-Señor, si no está de acuerdo con mis órdenes, hay un camarote junto al sollado inferior.<br /><br />-Por dios capitán, no es eso. Lucharé a su lado, pero será una carnicería si nos da caza.<br /><br />-Entonces, si es así, suba a cubierta y dígale a los tiradores que hagan fuego en cuanto oigan retumbar éstos dos amigos.<br /><br />La brigada cebo los cañones con bala de cadena mientras el capitán, mano alzada, calculaba el tiro apuntando al palo de mesana. La mar bravía dificultaba con sus olas la puntería pero los años de experiencia le decían que podía hacerse blanco, ayudado por la suerte. La nave cabeceó cayendo en un seno que alejó la visión del Aqueronte, pero rauda, la siguiente ola izó la proa.<br /><br />- a mi señal, ¡Fuego!<br /><br />Ambos cañones rugieron al unísono impactando el roble del navío cazador.<br /><br />-Demasiado bajo, izad la puntería dos grados. ¡Maldición ¡ hay que cargar con rapidez, ¡vamos valientes!<br /><br /><br />-Messie capitán el navío tiene cañones<br /><br />El capitán francés apuntó con su catalejo a los fogonazos que acababa de contemplar, descubriendo las dos bocas oscura que lo miraban terroríficas. Aquello lo hizo estremecer de odió, y con furia ordenó el fuego sobre el castillo de popa del Argonauta. Aquello debía ser silenciado antes de que los malditos ingleses acertasen matando a sus hombres.<br /> El navío perseguidor abrió fuego y los cristales de las ventanas de popa del argonauta saltaron en pedazos. La bala travesó el camarote cercenando la pierna de un artillero y arrojando afiladas astillas contra los hombres. Un terrible golpe hizo caer al capitán Connor. Por un momento se pensó lo peor. El fuerte golpe había ralentizado sus sentidos, pero volvió a incorporarse con mucho esfuerzo; comprobó que las bajas y los desperfectos habían sido cuantiosos pero la artillería seguía intacta y presta para hacer fuego. En las cofas los hombres disparaban, sin mucho tino, pero con insistencia sobre el cazador. La sangre que bajaba por su frente hacia que Connor frunciese los ojos y con más fe que vista ordenó fuego. Esta vez los rugientes tronaron haciendo impactar su ira sobre la base del palo enemigo. Con un crujido sordo éste tembló inclinándose a sotavento hasta caer a las olas encrespadas, como un ancora que se lanza, la arboladura hizo que el cazador virase de pronto y ante la sorpresa de todos, fue tumbado por las furiosas olas que arreciaban con los vientos afilados. En pocos minutos el cazador fue presa de los dioses de la mar desapareciendo de la vista de todos.<br /><br />Desde las cofas y el puente los marinos rugieron de contento lanzando vivas al capitán y rey por igual.<br />Con leves pasos inseguros, el capitán pisó la cubierta, conmocionado por la herida de su cabeza que aún sangraba. Una debilidad manifiesta hizo que sus piernas flaqueasen un instante. Las risueñas caras de sus hombres hicieron aflorar una tímida sonrisa en él que con la mirada perdida, veía mover los labios a sus hombres al palmear su espalda amistosos, saltándose el protocolo de la mar. Un zumbido agudo le impedía oír la algarabía festiva de la cubierta del argonauta donde con toneles y el violín, que no se sabía muy bien como había aparecido allí, tocaban tonadas irlandesas acompañadas del batir de las palmas.<br /><br />Al carecer de médico, el cirujano se llevó al matador del Aqueronte a su camrarote donde estuvo el resto del día en reposo, las heridas sanarían, pero había que darles tiempo. Aquella escaramuza había costado una vida y seis de los hombres además del capitán tuvieron que compartir la improvisada enfermería en el sollado inferior.<br /><br /><br />Las semanas fueron pasando y precedidos por los correos navales, el Argonauta llegó sano y salvo a los puertos de la patria. El cielo gris amenazando lluvia y cientos de gaviotas blanquinegras dieron la bienvenida a la nave que despacio surcaba las aguas de plomo y verde entre pequeñas chalanas y pesqueros. En el muelle esperaban numerosos curiosos, familiares y hasta el primer lord del almirantazgo, pues la noticia de la gesta de el capitán Connor, había corrido como la pólvora por los mares, los puertos y las bocas de los marinos.<br /><br /><br />Con la pasarela los marineros fueron desfilando delante del capitán que a pie firme sobre ella, les daba la mano en la despedida; está costumbre no muy bien vista entre sus colegas de oficio, era una ceremonia especialmente fraterna que había conseguido trenzar lazos de amistad más allá de los mares entre tripulación y capitán, convirtiéndose en liturgia obligada en los atraques en puerto. <br /><br />Sobre las muletas que el carpintero naval le había confeccionado, caminaba despacio y cariacontecido el gaviero del trinquete Alan pulling. La perdida de la pierna de estribor en la batalla, le sentenciaba a abandonar el único oficio que conocía y regresar a casa se le antojaba una autentica tragedia. Parado delante de Connor el marinero no pudo evitar sentir el peso de la vida sobre la sola pierna que le quedaba, ahora tullido se miraba en el imponente marino que le daba la mano serio y circunspecto.<br /><br />- Alan Pulling, ¿se acurda usted del antiguo contador del Argonauta, Tom Server? – el joven asintió- Bien, pues , entréguele ésta carta en mano y si el almirantazgo no le concede lo que se merece, venga a verme y yo mismo les apretaré las tuercas a esos chupatintas. – con la mirada puesta en el cielo triste, el viejo marino dijo a su gaviero- ¡Ah! Cuando recupere el ánimo, Alan, pase por las cuadras del Capitán O`brien, he oído que da trabajo, como mozo de cuadra a los héroes de la patria…<br /><br />-Mi capitán, no sé qué decir, señor, yo…<br /><br />-¡Pamplinas de grumete!, lárguese de mi vista y abrace a su mujer o le echaré yo mismo de mi barco, señor.<br /><br />Alan llevándose la mano al imaginario sombrero, saludó marineramente mientras era incapaz de contener el torrente que de sus ojos glaucos, se precipitaba por ambas mejillas. Ayudado por el señor Calaby bajo por la pasarela sin mirar atrás , aunque en otras circunstancias habría abrazado a aquel hombretón largo como una semana sin grog, que era como un padre además de capitán.<br /><br /><br />El último en abandonar la cubierta del navío era su segundo, como de costumbre, para acto seguido descender el capitán; antes de estrecharle la mano, miro a los ojos acuosos de su superior y tras llevarse la mano al sombrero abandonó muy serio el Argonauta. <br /><br />-Capitán Connor,- dijo el señor McEwan dandole la espalda cuando ya pisaba tierra firme- si alguna vez se muere, señor, corre el riesgo de ir derecho al cielo de los marinos… <br /><br /> Sin mirar a la figura solitaria que en la cubierta miraba desafiante, el segundo oficialdel Argonauta se alejó por el puerto abarrotado de marinos, civiles y productos de ultramar, hasta perderse entre la gente.<br />-<br />Por el lobo que camina homenajeando a Patrick O`brianCrepusculariohttp://www.blogger.com/profile/01075567099084570065noreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-2648571986741177753.post-15876165725801272342009-11-10T16:26:00.000-08:002009-11-10T16:43:50.678-08:00El asedio.<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj_2AvMleYB_IXH6Bb1SNokbMgwHkS4Iz4ffcOay62SNHJpQdh9cSVnTLvnum0Kdsp0E1-_AIsUEwqxxumLSGmWIc90f3fDNeHvw8Fk-EDwWFFDM-FqqMHuiO0hV8loT8S-TlMyfNuZjlD1/s1600-h/roma.bmp"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 240px; height: 320px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj_2AvMleYB_IXH6Bb1SNokbMgwHkS4Iz4ffcOay62SNHJpQdh9cSVnTLvnum0Kdsp0E1-_AIsUEwqxxumLSGmWIc90f3fDNeHvw8Fk-EDwWFFDM-FqqMHuiO0hV8loT8S-TlMyfNuZjlD1/s320/roma.bmp" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5402637237918357810" /></a><br /><br /><br />Las noches no siempre eran presagio de descanso. Aquellos malditos extranjeros de grandes escudos cuadrados y rojos no observaban ninguna regla de combate noble. Habían llegado de pronto, y talando el bosque cercano, habían rodeado el castro colocando campamentos al sur y al oeste, así como torres de vigía para impedir la entrada o salida. Con unas extrañas maquinas que escupían rocas y acero o fuego a todas horas, les incordiaban como tábanos al ganado que pace tranquilo en la pradera.<br />Hacía ya días- si no meses -que luchaban encarnizadamente. Ellos por arrasar nuestro hogar y nosotros por devolverlos al sur de donde procedían.<br /> <br />-¡Malditos sean sus dioses! -se decía así mismo Aler.<br /><br /> Su pequeña choza estaba en silencio, el fuego sagrado ardía ajeno a la batalla, pero la leña escaseaba ya, y solo se encendía al oscurecerse el sol, aprovechando ésta, para cocinar lo poco que les quedaba en la despensa. Su mujer se había negado a abandonar el castro al igual que todas las mujeres jóvenes o viejas capaces de empuñar una falcata. Un brillo de orgullo anegó su mirada.<br /><br />La hora había llegado. Se levantó despacio, y con aquellos ojos claros miró a su amada. Amaya aun era joven y fuerte, le habría dado muchos hijos que lucharían como osos, e hijas que heredarían la tierra fértil tan querida. Aun recordaba como la había amado en aquel beltaine que los unió en matrimonio. las guirnaldas de flores inundando el ambiente con su fragancia delicada y el trigo trenzado sobre los cabellos de fuego; el aguamiel que ambos bebieron del mismo cuerno, para luego perderse en la oscuridad de la noche a contemplar las estrellas; el murmullo de los campos y el sonido lejano de la percusión festiva que invitaba al baile; aun podía ver la luna reflejada en los ojos de su amada antes de besarla desnuda, desnudos ambos, sobre la desnuda hierba que les abrazaba...<br /><br />Cuán lejos quedaba ahora todo eso. Pero la amaba y la amaba tanto, que nunca antes de ahora, le había dolido al hacerlo. Era como una espina de árgoma que entra despacio en la piel infectándolo con su fragancia silvestre, un aguijón de abeja que inyecta su veneno, y cura dolencias en el alma, y ahora más que nunca la amaba, como sólo se aman los lobos de la manada.<br /><br />La cogió suavemente de la mano esbozando una gran sonrisa. Hubiera querido decirla todo aquello que circulaba por su mente carente de poesía; regalarla cada beso como regala flores la primavera; abrazarla hasta la asfixia, para luego insuflar el aire de sus pulmones en los de ella y así respirar el mismo amor tantas veces como días había sido feliz a su lado. Pero era un guerrero y apenas sabía pronunciar otras palabras que las que sus dos ojos proferían acariciándola desde lejos. Tan cerca.<br /><br />El era bruto, solo sabía de guerra y de caza, pero lo amaba.- pensó ella- Aquel grandullón de fuertes manos de oso, la había hecho muy feliz. Solo bastaba una mirada para que él se adelantara a sus deseos; a veces pensaba si aquel gran Uro salvaje y fiero, no era también un druida en cierto modo. Cuando regresaba de las incursiones por las tierras enemigas, siempre traía escondidos en su negra capa, pequeños regalos, vestidos bordados, o flores recién cortadas, que dejaba encima de las pieles de la alcoba, como si fueran las mismas Anjanas (hadas buenas) quienes se lo regalaban. Habría sido un buen padre para sus hijas e hijos; habría sido un buen jefe de guerra, trayendo alianzas prósperas, comida en abundancia y la paz de la guerra, a las tierras de sus antepasados.<br /><br />Ambos entraron cogidos de la mano en la cabaña del gran consejo. El fuego ardía vigoroso caldeando el ambiente, aromas de venado asado y cerveza tibia especiada llenaban la estancia. Todos estaban allí, ataviados con su mejor túnica, con fíbulas de caballos y su mejor cuerno.<br />En sus enjutas caras no había ya pesar por la ardua y lenta guerra de desgaste a la que eran sometidos. Sus enemigos eludían el combate como mujeres - no las suyas, estaba claro- convencidos en aniquilarles por hambre, como alimañas encerradas en la madriguera.<br /> Lo habían decidido, y era bueno. Sólo un bárbaro, como aquellos extranjeros, sería capaz de no sonreír a la muerte cuando ésta te miraba tan de cerca. Ellos acudirían cantando y con la barriga llena a la batalla; cosa que aseguraría la fuerza necesaria para llevarse con ellos a gran número de cascos brillantes, en su tránsito hacia el otro mundo. ¡¡Despertarían por fin del sueño!!<br /><br /><br /><br />Andrew, miraba atónito aquellos objetos. Hacia ya meses que escavaba junto a su equipo de estudiantes, aquel castro imposible, a más de mil cien metros de altitud, en ese páramo rocoso e inexpugnable de la cordillera. Los derrumbes de la muralla y el foso contenían un número ingente de proyectiles de escorpión, puntas de flecha, hojas oxidadas de falcatas, un glaudium intacto , así como miles de huesos; tantos, que tardaría años en catalogar cada uno. El tamaño de aquellos fémures le maravillaba. Debían de haber sido gigantes para sus adversarios, y sin embargo lo que más le inquietaba, era aquella cabaña circular al pie de la puerta de clavícula. Los restos de lo que suponía un gran festín, se escondían entre las cenizas del fuego arrasador que los había calcinado todo en gran parte. Era como si sabiéndose ya muertos, festejasen la última batalla de la vida. Se preguntaba qué habría pasado por las mentes de aquellos toscos hombres y mujeres, que ebrios de comida y bebida habían luchado hasta morir. <br /><br /><br /><br />Marco Vepasiano Agripa, miraba lleno de odio aquel insignificante castro bárbaro. Tenía cada musculo del hercúleo cuerpo contraído, por una rabia atroz que lo consumía. Aquella batalla había costado muchos esfuerzos, quizá demasiados para el insignificante trozo de tierra que se había conquistado para la gloria del divino emperador del mundo. La sangre de sus hombres regaba la aridez de la planicie, donde muchos de los mejores, yacían en un suelo encharcando la tierra. Las piedras oscuras brillaban con los ríos carmesí que se iban secando poco a poco; mientras, en el cielo, los carroñeros alados bajaban en grandes círculos atraídos por el aroma de la carne aun fresca. Muchos de esos hombres que llenaban el cielo con sus lamentos, nunca se recuperarían de las heridas, contribuyendo así a cerrar así el ciclo de la muerte y de la vida .<br /><br />Dos legiones enteras habían hecho falta. ¡Por Marte! ¿Qué clase de hombres eran esos bárbaros? Un pueblo civilizado sabría reconocer la derrota con honor y no derramar la sangre de sus mujeres inútilmente. <br /><br />Su voz sonó gélida y atronadora como si el mismo Zéus bramase desde los cielos montado en su carro. El soldado llevo el puño al pecho con gran estruendo mirándolo aterrado.<br /><br />-¡Centurión! Arrasad la aldea, clavad sus cabezas en picas, crucificad a los heridos y a los supervivientes - no los había- y quemad el resto... ¡Que no quede piedra sobre piedra!,¡ ¡Roma victrix!!<br /><br />Por el lobo que camina.<br /><br />**Revisión ampliada del relato "el asedio". Gran lobo gris.Crepusculariohttp://www.blogger.com/profile/01075567099084570065noreply@blogger.com3tag:blogger.com,1999:blog-2648571986741177753.post-27746220140416753932009-11-01T06:40:00.000-08:002009-11-01T06:50:39.711-08:00Desde la galería<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjkaoJiRMdMYKMyz1JABP01tPQ2BbSZ25v8QVAMrNezBHDO-ysjrQih5LrTb4Z1R-TwU5UapjmapapbsIqvE3m0Dt4QWGwdRt1vD6meR6jWF4F5kxsxYNKuKjgW-G09de-ei9t6R33WukEE/s1600-h/galeria.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 254px; height: 320px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEjkaoJiRMdMYKMyz1JABP01tPQ2BbSZ25v8QVAMrNezBHDO-ysjrQih5LrTb4Z1R-TwU5UapjmapapbsIqvE3m0Dt4QWGwdRt1vD6meR6jWF4F5kxsxYNKuKjgW-G09de-ei9t6R33WukEE/s320/galeria.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5399146061372323874" /></a><br />Sobre la mecedora, abrigada con la manta de cuadros, contempla con una sonrisa, el paisaje de la tarde que desde la ventana deja entrar la luz. En las manos entrelazadas guarda los secretos que la mente viajera no confiesa a nadie, y con un suspiro, mira hacia donde yo me encuentro. <br />Su mirada me cala hasta los huesos, desgarrando de parte a parte el lado que ama del corazón y una lágrima brota solitaria antes de devolver la sonrisa con un ligero temblor de labios, que mi voz austera se propone mitigar con el habla.<br /><br />_¿Te encuentras bien madre?<br />Su voz tintinea entre los labios carmesí pintados con devoción y con la vista más allá de los cristales azules contempla el infinito real.<br /><br />-hoy vendrá, lo sabes ¿verdad?- sonríe- Lo sé. No me preguntes como, pero lo sé. Esta mañana he puesto la colcha de lunas y soles sobre la cama y al doblar el embozo de las sábanas un escalofrío me ha recorrido la espalda, ha sido entonces que lo he sabido. Como siempre.<br />A veces pienso en él y siento como un aliento que me insufla palabras al oído, pero cuando me doy la vuelta ya se ha ido. Noto pasos que hacen crujir la madera vieja, como yo, de ésta casa también vieja; la escalera tiembla con su peso al subir, pero nunca llega hasta la alcoba donde le espero. No viene para quedarse, ¿sabes? Solo de visita, por eso no hay que preparar el cuarto de invitados. No, no lo necesita.<br /><br />-¿Me traerás el té a la galería hoy?<br /><br />Con los ojos desechos en agua sonrío asintiendo. Me he levantado y estoy a penas a unos centímetros de ella, con las manos de cariño desbordadas, buscando caricias entre los hombros y la nuca de plata.<br /><br />-Claro madre, el té a la hora en que la tarde se va, como siempre que es invierno. ¿Quieres galletas hoy?<br /><br />- ¿Sabes?, cuando era niña mi madre me hacía galletas de mantequilla en el horno de leña, el abuelo traía las cuñas de manzano olorosas, las de roble apretado para dar consistencia al fuego y las de olivo viejo…Aun recuerdo el sonido del batir de los huevos en el bol de loza blanca, donde se mezclaba la harina. <br /><br />-Si. Hoy quiero galletitas blancas y flores de primavera sobre la cama…¿Sabes?, ahora que no tengo ya vista, hay momentos en los que veo letras flotando sobre el aire y forman las partes de aquellos libros que leí cuando descubría el mundo por primera vez…<br /><br />Mientras escucho el tintineo de la cucharilla afinando la loza de la taza, abro el libro y leo a media voz. Es su preferido, por alguna razón que nunca me dijo y que quizá nunca me atreva a preguntar, pues sé de cuestiones que sólo deben ser contadas al natural, sin indagar sobre ellas, para que un día surjan por casualidad, como el libro, como tantas cosas que me cuentas sin querer y que son las que más me emocionan. <br />Afinando la voz continuo leyendo despacio el libro que mis manos contienen con una caricia. La letanía de las palabras va apagando poco a poco el sol de la tarde, hasta que de improviso, amanecen tímidas las farolas con su destello irregular.<br /><br />-¿qué habrá de cena hoy? – preguntas mientras te acompaño a la sala para que el relente de la noche no melle la sonrisa que el ocaso ha dejado.- Sabes, a tu abuelo le gustaba cenar sopa de ajo con pan de hogaza y vino tinto en porrón. Cuando nadie lo miraba, echaba un chorro a la sopa y se reía como un niño chico…<br /><br />La sala está en silencio, y conecto el televisor dejando el mando cerca de tu mano. Me miras con ternura mientras coges mi mano para besarla-<br /><br />- Hoy vendrá lo sabes ¿verdad? No para quedarse, no. Solo de visita.<br /><br />Mientras preparo la cena, escucho el sordo ruido que el televisor hace en la lejanía de la sala, escrutando tu voz por si acaso llamas, o te quejas o ríes sin más. Los electrodomésticos elaboran la cena frugal que pongo en la bandeja estampada con dibujos orientales rojos y blancos que tanto te gusta. Guardando equilibrio llego y te encuentro sonriéndole a la nada con el mando apretado entre las manos; me miras un instante, luego sonríes de nuevo y aplaudes mi llegada. Cenas mientras conversamos de la actualidad del telediario hasta que llega la hora de acostarse, entonces, te llevo al cuarto de baño para que te laves los dientes en el viejo vaso traslúcido. Cuando sales te meto despacio en la cama apartando la colcha de lunas y soles y tu sonrisa desdentada me abraza plácida.<br /><br />-Sabes, Tu abuela me peinaba siempre con aquel peine dorado de la cómoda. Aun lo guardo junto a los pendientes que me regaló antes de irse de viaje…<br /><br />Rezamos a tus dioses inventados y rogamos que sean cuatro los ángeles que guarden tu lecho, para que si no amaneces, te lleven al cielo con los ojos cerrados. Luego te beso la frente y con la voz queda susurro junto a los ojos las buenas noches.<br /><br /><br />Por la mañana de camino al trabajo pensaré en cómo te levantas y si encontrarás todo lo que buscas con la mirada. Las horas pasan lentas, monótonas, las manecillas del reloj se resisten a moverse donde cada segundo pasa dos veces por equivocación. El tráfico es denso y alarga la espera con sus semáforos rojos que no paran de brillar. Mientras, observo el discurrir de la gente que pasa delante del capó del vehículo y miro al cielo gris de la tarde, que con sus nubes oscuras amenaza con la lluvia lenta que caerá despacio mojando las aceras y los bancos de los parques donde no podré llevarte hoy.<br />Subo pausadamente las escaleras hasta detenerme delante de la puerta. Escucho los ruidos que la madera deja pasar intuyendo tu risa, pero no la encuentro. Entonces metiendo la llave en la cerradura abro y saludo a la percha de la entrada colgando el abrigo. Mis pasos me llevan primero a la galería vacía donde lloran los cristales a la luz de la tarde, luego acudo a la sala y allí os encuentro a la guardiana y a ti mirando la nada que se dibuja en la pared blanca.<br /><br />Hoy no me miras con los mismos ojos de cielo, en tu mirada aguarda la incógnita de un acertijo que es mi nombre olvidado. Me acerco y te beso la mejilla, luego me siento a tu costado y te cuento mi día desde la mañana temprano.<br />De pronto sonríes iluminando la estancia en silencio y hablas con la voz que tanto he anhelado.<br /><br />-Sabes, el abuelo no fue a la guerra. Cuando lo reclutaron, su poca vista al principio no fue suficiente, pero de camino al frente, se cayó del camión y se rompió la pierna. Lo dejaron en la cuneta junto a un gran árbol y siempre decía que ese día le beso la suerte en la cara dos veces. Volvió a casa con la escayola blanca en el carro del caminero que tampoco fue a la guerra por faltarle la mano derecha. Yo no me acuerdo de la guerra, era muy pequeña, pero sí recuerdo ir a buscar esas pequeñas fresas silvestres que nacen junto a la vereda en los últimos días de junio…<br />Eres tan amable viniendo a verme, dime guapo, ¿cómo te llamas? Sabes…Yo tenía un hermano muy parecido a ti que un día cruzó el gran charco camino de la Argentina, pero nunca regresó como me dijo que haría.<br /><br />Con el corazón atravesado en la garganta sonrío al besarte las manos que sostengo junto a las mías. No te digo que aún desmemoriada, te quiero con toda mi alma y acariciándote el cabello me levanto para recoger el libro de la biblioteca.<br /><br />-¿Te apetece que te lea madre?<br /><br />Tú no contestas, ensimismada en tararear viejas canciones de saltar a la comba, por eso hoy me acompaña la niña de dorados cabellos amiga de aquel conejo blanco, que siempre tenía prisa. Cómo el tiempo, empeñado en fugarse de nuestro lado con alas de viento Inquietas.<br />Empiezo la historia junto aquel río de aguas viajeras en la que flotan los juncos, la hermana de Alicia lee el tonto libro sin dibujos, mientras ella trenza una guirnalda de margaritas. Aparece el conejo blanco con chaleco y reloj que salta a la oscura madriguera junto al seto verde.<br />Mientras avanzo en la lectura, al igual que Alicia te sumerges en el pozo oscuro de la madriguera y caes hasta los abismos que me son vedados, donde tan solo tú puedes adentrarte.<br /><br />El día se cierra gris, como la tarde, sin que pueda contemplarse el ocaso, como las nubes cargadas de lluvia que arrecian y se persiguen por el cielo que ya no es azul. Al acostarte recito la liturgia de tus dioses, a los que sólo pido que no permitan sufrir ni un segundo y cerrando los ojos me abandono a los sueños extraños que Morfeo me trae de vez en cuando.<br /><br />Los días se suceden en el calendario que cambia de hojas como los árboles, hasta hacer desaparecer el tiempo de la mengua. Con el frio inaugurado, las horas se alargan junto a los días en los que puede verse desde la galería, el sol que camina hacia la primavera. Con cada lectura del libro me acerco más y más al principio en la nueva lectura que haré al terminar, pues como en un bucle, lo único importante es continuar acompañando la senda de los días hasta el final.<br /><br />Hoy al llegar a casa he sentido el aroma embriagador del horno de la cocina y con una sonrisa me recibes vestida con el delantal de las ocasiones y las manos enguantadas en las manoplas a juego. Sobre ellas exhibes el fruto de tu trabajo vespertino que humea suculento. Hoy el té de la galería será afortunado al contar con tu presencia y junto al aroma de las azaleas que asciende por la cornisa de la ventana irás desgranando esas historias que tanto me agrada escuchar.<br /><br />-Sabes,- me dices risueña- tu abuelo tenía una pareja de bueyes grises, algo feos, pero nobles, que yo siempre iba a visitar a la cuadra. Eran más que simples bueyes, pues cuando me veían entrar, mugían de contentos intentando zafarse del yugo del pesebre. Acariciándoles despacio la frente les daba pan duro mientras contaba las cosas que me iban sucediendo. Una tarde de lluvia me senté a leerles un pasaje de mi libro. Ellos asistían impasibles con la mirada atenta en las hojas que iba pasando, mirándome con esos ojos grandes y oscuros de noble belleza. Cuando la noche se cernía oscureciendo la única ventana que junto a la pila de piedra guarecía el establo, de entre la hierba, salió el abuelo con lágrimas en el único ojo que veía. Con parsimonia caminaba hacia mi atalaya de lectura mientras limpiaba el cristal de sus gafas con un pañuelo blanco y sin mediar palabra sus grandes ramas delgadas me abrazaron hasta apretarme contra su pecho, de forma que mi cabeza quedó enterrada en su chaleco negro.<br /><br />-Si quieres, mi hermosa violeta de invierno, puedes leerme a mí como lo haces a las bestias, prometo escucharte con tanta atención como ellas para al terminar poder decirte lo feliz que me hace tenerte en mis brazos de viejo.<br /><br />Nunca fue un hombre de bar y partida, ¿sabes? En la lectura encontraba todos los mundos que un día quiso recorrer. Cuando era muy joven sus padres lo dejaron para irse al gran viaje que solo al llegar el final hacemos, por eso nunca tuvo tiempo suficiente para poder dedicarse a leer y viajar como hubiera querido, pero de tarde en tarde, yo le leía las novelas de los clásicos que él había ido almacenando con mimo en la biblioteca de la sala.<br /><br />La tarde se fuga mientras escucho las anécdotas de tus días felices de la infancia y los viajes al mar que cada verano hacías en el viejo autobús de línea.<br />Puedo ver mientras dictas el recuerdo de las cosas que fueron como traquetea por los baches la vieja carredana. El chofer con la camisa de cielo y la gorra de plato oscura silba por la ventanilla abierta que deja pasar el viento. Uno a uno los verdes campos se acercan a la urbe de cemento que llega hasta la arena de la playa. Entre edificios bajos y blancos aparecen las casetas de rayas donde se viste la gente para el baño y al fondo las olas de blanco vestidas saludan los pies de los osados bañistas que zambullen sin pensarlo. Hay sombrillas de colores plantadas en la arena reseca junto a toallas y manteles con merienda. Allí estás tú desafiando al viento de la tarde con tu cabello suelto que acaricia las mejillas rosadas y frescas. Te acercas risueña a las olas que corren a tu encuentro con su espuma frondosa hasta abrazarlas. Ahora puedo ver como resbalan las gotas saladas por tu mejilla y en el cielo tímidos algodones contemplan la escena.<br /><br /><br />Va pasando el tiempo que todo lo cura sin apenas curar nada, y con cada día en fuga, tus recuerdos cercanos se diluyen como lágrimas en la lluvia. Hoy has olvidado mi pasado y los momentos en que fuimos lo que éramos. <br />¡Da igual! Todo dará igual si al finalizar la tarde me despides con una sonrisa encarnada; si al despedir el día lanzas besos con tus ojos de menta.<br />Antes de adormilarte en el regazo de la almohada, me has mirado y con la chispa de tus ojos has encendido el árbol de la memoria, luego apretándome la mano con fuerza, me has hablado:<br /><br />-Niño, la muerte anda cerca. Hoy puedo oler como se desliza por la ventana con sus flores muertas. Cuando me llegue la hora funesta no quiero llamas, niño, ¡nada de llamas! ¿Me oyes niño?. Hay noches en las que me despierto con sudor frío en la frente y veo la puerta del horno detrás de la cerca. Me llama con su voz de ascuas encarnadas y se adentra devorando la estancia.<br />Quiero la paz de las piedras que oyen crecer la hierba; quiero el murmullo de la tierra junto al traje de madera que he de llevar al final. Prométeme que no dejarás que ardan y esparzan mi cuerpo muerto, niño.<br /><br />Con los ojos en lágrimas te abrazo y te beso, madre de mi alma y si creyese en tus dioses juraría por ellos para ratificar el pacto de tus últimas voluntades en testamento vivo y hablado.<br /><br />-Descansa, mi bien – la digo- descansa y que el fuego no te apure. Oirás la mar en la cercanía con tus ojos cerrados a la vida y si lo prefieres será el fresno que crece junto al riachuelo detrás de la tapia con cruces de estatuas dormidas. Descansa y no temas, si tus dioses aciertan verás el despertar de los cuerpos sin vida en el final de los días.<br /><br />Sonríes apoyando la cabeza sobre la cama mullida y te duermes sin que el murmullo de mis palabras últimas llegue hasta tus pendientes.<br /><br />Ayer tras silenciosa agonía, tu motor ha cesado y sentada en la silla que mira a la galería, te has quedado fría como los cristales o el viento de la tarde. Cuando he llegado, he sentido el vacio que dejan los trenes en la estación cuando parten. Como el viajero que llega tarde y se encuentra los rieles solitarios de las vías que miran al reloj mudo del andén muerto. Así me acerqué a tu silla y conteniendo la marea, te dije adiós despacio en las farolas que alumbraban las calles ciegas.<br /><br /><br />Gentes y más gentes desfilan silenciosas o hablan con voz queda, abrigos negros y caras blancas y mi mente se pierde encerrada en aquellos recuerdos que me alejan de la estancia. Ya no hay nadie, me olvido de todos los presentes empezando conmigo y surcando el mar de la memoria regreso a los tiempos en los que aun no planeaba sobre la aurora la enfermedad, ni la sombra. <br />Una mano, la tuya, acaricia la cara de un niño que en la playa ha sido engullido por una ola y su juguete lo arrastra la espuma blanca hasta perderlo en la bruma; unas lágrimas surcan sus ojos de ámbar con una pregunta. Tú, con la sonrisa quieta, le cuentas la historia de aquel pescador que halló en el centro de un pez el anillo del príncipe encantado. Y cada vez que vayas a la pescadería aquel niño irá de la mano a preguntar a los peces que miran fríos hacia el hielo blanco, por si alguno fuera tan grande de guarecer su tesoro cuando nadaba por el fondo.<br /><br />Una voz me rescata cuando la tierra resuena en su mortaja y en sus últimas palabras encuentro que menta las condiciones de la herencia, entonces con un gesto de desprecio me río hacia dentro porque no son los bienes lo que yo albergo.<br /><br />-Mi herencia está a salvo, aquí, en mi cabeza, señora mía; fuera del mundo que habita y puede que un día venga vestida de hojas de un libro que cuente aquello que usted no leería.<br /><br />Pero no es eso lo que dicen mis labios, sino que se visten con la educación que en su día me diste, madre querida, a fuerza de privarte de todo lo que te daba la vida. <br />Atado a un viejo poema entrego a la tierra una rosa encarnada, cortada a la vida en su hora plena, para que endulce el abrigo de tu último asilo. Luego me alejo y mis pasos se pierden entre las losas grises del cementerio para atravesar la cancela de hierro que separa lo vivo de lo que ya ha se ha ido.<br /><br />Por el lobo que caminaCrepusculariohttp://www.blogger.com/profile/01075567099084570065noreply@blogger.com6tag:blogger.com,1999:blog-2648571986741177753.post-13667099852239299212009-10-18T14:56:00.000-07:002009-10-24T08:20:10.503-07:00la ciudad puede esperar.<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhg4yom79EjjUrznbF8_8MnSVhtKVq_wwpTZ0JNSUWgpEovzurtx2o6l96pO-rR_Qo6qChnKEDBe1Z9pyX8QxJ3dTac91tgIVjD9dLAnauFS3KhWuDr2apdAJsEPcehKc8vuDoDIX9JHBWj/s1600-h/Istanbul_index.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 320px; height: 240px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhg4yom79EjjUrznbF8_8MnSVhtKVq_wwpTZ0JNSUWgpEovzurtx2o6l96pO-rR_Qo6qChnKEDBe1Z9pyX8QxJ3dTac91tgIVjD9dLAnauFS3KhWuDr2apdAJsEPcehKc8vuDoDIX9JHBWj/s320/Istanbul_index.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5394063477227953506" /></a><br />Lorem ipsum vim ut utroque mandamus intellegebat, ut eam omittam ancillae sadipscing, per et eius soluta veritus.<br /><br />Abrió los ojos despacio a la mañana que rozaba su piel desnuda, con un leve gesto, miró la hora del reloj digital de la mesilla de noche y los volvió a cerrar. Un diamante brotó de sus ojos precipitándose sobre la almohada blanca que tenia presa entre sus manos. No. Su voz sonó atronadora en el cuarto aún envuelto en sombras y con gesto marcial desterró la losa que hundía su pecho junto a los recuerdo.<br />La noche pasada había sido muy larga, demasiado. En instantáneas color sepia, veía la última discusión que había tenido con él. Si, decía bien. Esa era la última, se acabó. Una mano volaba por el aire enrarecido del cuarto lleno de gritos, como platos rotos de reproches mientras el labio y la voz temblaban incrédulos de tanto odio, de tanto falso amor. ¿Cuándo se había apagado aquel amor de juventud? Miraba la barba de tres días de él, la elegante camisa planchada por ella, los ojos inyectados en sangre y las palabras obscenas y no reconocía a ese chico tímido que en la primera cita temblaba con cada beso que ella le daba. ¿Dónde estaba ese chico ahora? ¿Había cambiado ella o tan solo era que el tiempo lo empeora todo?<br />Caminó por la moqueta hasta el cuarto de baño y abrió la ducha. El agua tibia recorrió su espalda desde el cuello, impactando despacio sobre su dermis tan cansada y exhausta. Cuando el jabón anego sus poros con la espuma blanca, sintió la levedad de los aromas de su juventud. Aquella marca de gel traía de vuelta los años en la universidad, las acampadas, los conciertos y las noches eternas sin dormir esperando la amanecida. <br /><br />Salió de la ducha, enrolló la toalla a su cuerpo mojado y seco su cabello con gestos enérgicos. Por un instante se miró en el espejo brumoso del baño, allí vio la imagen de una mujer, pero ¿era ella? No se reconocía en ese cuerpo que empezaba a arrugarse, a secarse definitivamente. Ayer tan solo era una mujer hermosa que lucía con orgullo las flores de la vida, pero hoy…<br /><br />Fue al vestidor y eligió un escotado vestido color café, sobre ropa interior blanca y unas sandalias con algo de tacón. El bolso de mano a juego con los zapatos y unos pendientes de ámbar que habían sido de su abuela materna. Un pensamiento la inundó mientras se colocaba los pendientes frente al espejo dorado. Vio la sombra de todas las mujeres que habían llevado esos mismos pendientes y sintió al cerrar los ojos un instante, la fuerza que emanaba de ellos abrazándola.<br />Bajó las escaleras hasta llegar a la cocina, se preparó un zumo de naranja y un té bien cargado que se bebió de un trago. El calor que desprendía el líquido ardiente en su garganta seca, hizo que recobrara la vitalidad y salió decidida a la calle donde brillaba tímido el sol de la mañana.<br /><br /><br />-El Señor Álvarez está ocupado, señorita, si tiene la bondad de esperar en la sala…_ dijo la secretaria con voz chillona-<br /><br />Aquella mocosa se daba aires de importancia delante de los clientes que ella no estimaba demasiado notables, mientras que era capaz de fingirse sumisa y servicial ante los hombres de corbata y gemelos de oro. El puesto le venía que ni pintado. Imaginó por un momento lo frustrante que sería para ella desempeñar ese trabajo y mirando a los ojos de su interlocutora asintió condescendiente.<br />La sala de espera estaba en silencio y hasta ella llegaban vagos rumores de pasos sobre la tablazón de madera y conversaciones inconexas. El viejo cuadro de la pared recibía la luz y devolvía su imagen reflejada en él como un espejo. Sacó del bolso el pinta labios carmesí y mirándose en el reflejo del cristal endulzó su sonrisa.<br /><br />-¡Pero qué sorpresa!, Lorena, pasa mujer, pasa- dijo saludando el Sr. Alberto Alvares del castillo, abogado y hombre pretencioso que no paraba de admirarse en los objetos que poseía.-¿Cómo te va todo? Siempre tan joven y hermosa…<br /><br />_bien Alberto, no me puedo quejar. Bueno, mejor dicho, mal y bastante cabreada, para qué engañarse. -Los formulismos para los funcionarios, ella venía a contratar sus servicios y debía ir al grano sin dilación. Se dijo a si misma.- quiero el divorcio por la vía rápida, Alberto.<br /><br />_Bien ya veo…- siéntate y hablemos más despacio Lorena.<br /><br />_ Me temo Alberto que ahora vas a escucharme y luego asesorarme legalmente y si conocer a mi futuro Ex marido te supone algún tipo de impedimento, digamos, de camaradería entre amigos, dímelo ahora.<br /><br />_¡Joder que genio!- dijo sorprendido el letrado- Tranquila, cuéntame lo que tienes en mente y yo lo daré forma legal, por eso de mi amistad con Mario, ni te preocupes. Además no somos tan amigos como supones. El trabajo se diferenciarlo del placer perfectamente. Cuéntamelo todo.<br /><br />¿Había sonreído? Quizá el gesto agrio le quite toda espereza de ver una mujer débil, se dijo para si y apretó el bolso hasta que sus manos dolieron.<br /><br />_El caso Alberto es que hay poco que contar- dijo depositando una carpeta blanca sobre la mesa – aquí está la denuncia policial, el informe de urgencias, todo ello con fecha de ésta misma mañana. También la solicitud de orden de alejamiento, que aunque no voy a necesitar, pues voy a irme ésta noche mismo, cursaremos por si acaso hiciera falta.<br />Quiero todo aquello que la ley dice que es mío, la casa el coche, el apartamento de la costa y los ahorros en las cuentas comunes, todo y no aceptaré menos. No se negocia.<br /><br />_Bien supongo que ese apartado lo has pensado bien… -de pronto su gesto se había tornado serio y circunspecto- Un divorcio por las malas puede demorarse en el tiempo: la venta de los bienes comunes. Y en el caso de que se dicte sentencia, como pronto, pongamos, de dos a cuatro años…¿Lo entiendes?<br />-Desde luego, lo sé muy Bien, no hay prisa. Si tengo que volver a verlo que sea en los juzgados y ante testigos.<br /><br />_ No es cosa mía, Lorena, pero ¿para tanto es? -Dijo Alberto al tiempo que arqueaba una ceja.<br /><br />-En efecto, Alberto, no es cosa tuya, pero te diré que si hubo una primera vez habrá próximas. Y diciendo esto se quitó las gafas oscuras dejando al aire un ojo amoratado.<br /><br />- Entiendo, cielo. Haré todo lo que esté en mi mano. ¿necesitas algo? Lo que sea, pídemelo.<br /><br />- Gracias Alberto, pero no. Lo que necesito es alejarme un tiempo, recuperar mi vida y pasar página.<br /><br />Al salir a la calle y respirar por fin aire fresco descubrió que la mañana se había fugado como por arte de magia y que el sol en el cielo empezaba a declinar. Con paso firme se adentró en el centro de la ciudad camino de su oficina. Cuando llegó fue derecha al despacho del jede de personal, que sin duda la estaría esperando, aunque quizá no tan pronto.<br /><br />_ Hola señor Estévez, ¿puede pasar?<br /><br />Un hombre de mediana edad con las sienes de plata y bastante demacrado estaba sentado delante del pc ensimismado. Con la mano izquierda sostenía la taza de café vacía mientras la otra asía el ratón que cliqueaba sin parar.<br /><br />_Caramba, caramba, Lorena, pasa y siéntate anda…Señor Estévez, ¿habrase visto que descaro? ¿Cuándo hemos dejado de tutearnos?-<br /><br />Su sonrisa era franca y por encima de las lentes de pasta podía apreciar unos ojos glaucos, fríos la mayoría del tiempo, pero no con ella, ni para ella. Enrique era una buena persona con mal carácter, solo eso, ¿pero quién no lo es?<br /><br />_ Me lo he pensado, Enrique, quiero la corresponsalía y la quiero ya, ¿cuándo empiezo?<br /><br />Enrique dejo posada la taza frente al teclado y soltando el ratón se quitó las gafas despacio. Con una pregunta en la mirada asintió bajando la vista hasta la mesa. Del bolsillo de la americana que estaba colgada de la silla giratoria en la que se hallaba sentado, sacó un paquete de tabaco, luego de su interior extrajo un cigarrillo y con mucha calma lo encendió. Con la primera bocanada de humo llevó su vista a la ventana de cristales oscurecidos por la luz de la tarde. Por fin habló<br /><br />_ Cuando te ofrecí el puesto fue porque estoy convencido de que eres la mejor, pero no para que salgas huyendo de lo que quiera que te preocupe. Lorena, ¿puedes quietarte las gafas un momento, cielo?<br /><br />Aquellas palabras inesperadas, que por otra parte necesitaba, hicieron aparecer una lágrima que rebelde se deslizó por su afilado rostro hasta caer en la comisura de los labios recién pintados. Volviendo la cara hacia la misma ventana que miraba su jefe contestó.<br /><br />_No Enrique. No puedo, hoy me molesta la luz demasiado. _Su voz temblaba ligeramente, pero ella era pura roca, al menos por ahora.<br /><br />_Como quieras,_ dijo después de soltar una bocanada de humo vaporoso_ no me hace falta que te las quites para ver lo que ocultan. No voy a decirte algo que ya sabes que sé y que llevo esperando desde que le conocí. Solo quiero que sepas que mi apoyo es incondicional y que el apartamento sucio y desastroso que tengo por casa es tuyo si lo necesitas .Ahora, ya, mañana… y cuanto tiempo quieras quedarte en él es solo asunto tuyo. <br /><br />_Gracias Enrique, de verdad gracias…_ ahora estaba a punto de derrumbarse la muralla defensiva que protegía su reino mal herido y lluvioso pero con un esfuerzo sobre humano se rehízo como pudo y continuó hablando._ …Pero preferiría salir de la ciudad, mantenerme ocupada y sobre todo no pensar demasiado en mis miserias, me entiendes ¿verdad?<br /><br />_ Hay un vuelo ésta misma noche, puedo reservarte plaza en él y un hotel en el acto. No va a ser fácil el principio allí, así que, por favor, cuídate y mantenme informado a diario de cómo lo llevas, no quisiera tener que sustituirte demasiado pronto.<br /><br />La despedida fue muy breve y quizá algo fría. Quiso abrazarlo, sentir su calor de amigo y resguardarse en él, pero decidió salir por la puerta mientras contenía una a una las lágrimas que nada más cerrar la puerta emergieron en sus ojos.<br /><br />La sala vip del aeropuerto estaba en silencio, apenas media docena de personas esperaban vuelo aquella tarde en sus sillones. Lorena entró con aire fatigado a pesar de la ducha y el cambio de indumentaria. Ahora lucía unos vaqueros ajustados con botines negros de cuero y algo de tacón, una camisa de seda blanca que dejaba entrever su ropa interior y un chaleco negro a juego con la mochila de cremalleras que llevaba a la espalda. Se sentó cerca de la gran cristalera que miraba a la pista de aterrizaje cuando una azafata le trajo un sándwich vegetal y un Bombay sapphire con limón . En la librería antes de facturar había comprado un libro cuya decisión no fue tan fácil como esperaba. Tenía claro que no le apetecía leer un betseller novedoso de ningún autor masculino. No porque aquellos hombres tuvieran culpa de nada de lo sucedido, sino porque quería identificarse con la escritora, ser ella, oír el lenguaje que tan solo las mujeres escribas y quizá muy pocos de los hombres transmiten. Revisó la oferta y separó media docena de libros; Isabel allende, Rosa Montero, Fred Vargas, Lucia Etxebarría entre las autoras. Era tan difícil decidirse por nada en ese día tan oscuro…<br /><br />Fue al mostrador con un libro totalmente elegido al azar y que solo en el momento de pagarlo vio cual era. Sonrió sin pretenderlo. Quizá hay destinos que superen a los hombres e indiquen con su flecha la dirección que se debe tomar, pensó para sí. Son los libros los que buscan a una…<br />Sacó el libro y empezó a leerlo con placer. De poco en poco se llevaba la copa para humedecer los labios mientras devora las páginas de aquella maravillosa historia. Por el rabilo del ojo vio la figura de un hombre que se detenía frente a ella. Era alto, apuesto, con la mirada segura de sí mismo. Vestía un pantalón de pinzas color arena con cinturón y zapatos de piel, italianos. La camisa perfectamente planchada con gemelos de oro y rubí destacaba como las velas de un velero y dejaban entrever su musculatura de gimnasio. Sobre la mano derecha que sostenía un líquido color oro- whisky según dedujo- estaba apoyada la americana y con una sonrisa perfecta de anuncio de televisión la miraba atentamente. Apuesto se dijo levantando la vista del libro y mirándole de soslayo.<br /><br />-Buenas tarde, no he podido resistirme a espiar el título de ese libro. ¿Le importa si me siento aquí?<br /><br />Su aroma a perfume y body milk llegó a ella en oleadas turbando su mente cansada.<br /><br />-Si desde luego- ¿si? Se dijo incrédula a sí misma.<br /><br />-He leído algo de esa autora hace tiempo y la verdad es que su humor me parece elegante y atrevido. Una visión muy particular de ver la literatura…<br /><br />_No sabría decirle, es el primero que leo y ha sido una elección casual totalmente.<br />-En serio? No pareces de las que deja al azar ningún cabo en tu vida. Se te ve tan segura desde aquí que…<br /><br />¿Segura? Enmarcó una ceja y miró atentamente el interior de aquellos ojos: Lentillas de color. El azul era un color que la gustaba, la recordaba al mar de su infancia.<br /><br />-Las apariencias no son sinceras. Nunca lo son.<br /><br />El levantó la mano izquierda para atusarse el pelo totalmente engominado que no dejaba ni un cabello rebelde. Con el movimiento se aseguró que viese el rolex de oro y brillantes que ceñía su muñeca, aunque quizá lo que no pretendía era mostrar la marca de haberse quitado el anillo de compromiso del dedo anular, que los ojos atentos de Lorena descubrieron al instante: Su franja lo delataba.<br />-Estoy de camino a Estambul, negocios ya sabes y tú ¿hacia dónde te diriges?, a todo esto Alejandro Falcó, encantado<br />Al oír el destino su sonrisa la delató y alumbro por un momento la estancia. <br />La mano de él voló por el aire para estrechar la suya y arqueando el cuerpo se aproximó en un intento de besar su mejilla, pero la rigidez y el gesto explicito de Lorena hizo que se irguiera a medio camino. Sus manos se rozaron sin fuerza, en un saludo formal y breve.<br /><br />- Lorena a secas, encantada. Vaya, que casualidad. Allí me dirijo si es que no se retrasa más el condenado vuelo. <br /><br />Aquel hombre hablaba con bastante soltura y elegancia pero, en sus ojos podía leerse el deseo atrapado. Una a una sus miradas se desviaban en dirección a sus senos intentando vislumbrar la piel blanca que escondía el último botón de la camisa transparente.<br /><br />Ella lo imaginó desnudo frente a ella, su torso musculado, sus abdominales bien definidas, el pene erecto sobre el ombligo y la total ausencia de bello, con la tersura de un adolescente. Su aroma embriagador seduciéndola de cerca y atrapando su esencia, las fuertes y agiles manos acariciando despacio los caminos de su cuerpo…<br />De pronto sintió la mano en la suya y recuperando la conversación escuchó las últimas palabras<br /><br />-…Sería estupendo que pudiéramos cenar a la luz de las velas en mi hotel ésta noche y así conocerte mejor…no hace falta que contestes ahora. Sonreía.<br /><br />Su ensoñación se diluyó de repente y apartando la mano, dejó que la fiereza de sus ojos azabache respondiera por ella. Hubo largo silencio entre los dos y por fin él se levantó con la escusa de ir al servicio.<br /><br />Cuando volvió ella se había pedido otro Bombay y otro sándwich. La conversación decayó hasta morir y se sumergió en el libro hasta el aviso del vuelo por megafonía.<br />El vuelo fue tedioso, sin chispa, ni aliciente alguno aparte de haber perdido de vista a aquel hombre sin sustancia. ¿enserio lo era? Tenía que corregir ese defecto suyo de evaluar a los hombres por las apariencias, pero ¿se confundía? No. Sus ojos le habían delatado desde el primer encuentro con los suyos. Ardía en deseos de tener otra aventura más y ella debía ser su tipo. Qué engañado estaba aquel pobre infeliz. Se imaginó a la esposa sumisa en el hogar junto al perro labrador y los dos hijos vestidos de marineritos primera comunión. Hipócrita.<br /><br /><a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhcitk88ubVTgzY9JxHJJPJKdK5uCfs_auO4vFy3S0d9m15KRaqAL0jDwtNjmBjz0DGKbR776L72-SjMhcEh6n7-AdkoVI6_Cp6xuvOU_JV51kHYZYw7p796-kEsOTBuZ8QkKs7I0Pm4Rfk/s1600-h/14%2520Palacio%2520de%2520Topkapi.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 320px; height: 170px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEhcitk88ubVTgzY9JxHJJPJKdK5uCfs_auO4vFy3S0d9m15KRaqAL0jDwtNjmBjz0DGKbR776L72-SjMhcEh6n7-AdkoVI6_Cp6xuvOU_JV51kHYZYw7p796-kEsOTBuZ8QkKs7I0Pm4Rfk/s320/14%2520Palacio%2520de%2520Topkapi.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5394064009197902274" /></a><br />En la terminal de llegadas le esperaba Abdul Hasan, un hombre cetrino, aceitunado de generosos labios, nariz prominente y pelo ensortijado. Lucía un pantalón de pinzas color azul marino con camisa blanca sin corbata, que hacía destacar aún más aquella sonrisa campechana y familiar. Aquel hombre la rescató del caos aeroportuario para introducirla en la jungla circulatoria de la ciudad nocturna, donde las leyes de tráfico parecían no existir. Más de una vez contuvo la respiración esperando la inminente colisión con los vehículos, que sin aviso previo, se cruzaban en la trayectoria de aquel viejo Mercedes 300 Sel 3.5 azul metalizado. Cuando por fin se bajo en la puerta del hotel, estuvo a punto de besar el suelo y hacer promesa de no volver a montarse nunca en un automóvil, pero por la mañana, tendría que hacerlo de nuevo y no se debe jurar en falso. Con un hasta mañana se despidieron y ella pudo refugiarse en la habitación de aquel hotel. <br />Era sencilla, pero acogedora: contaba con una cama de uno cincuenta por dos y un dosel colonial con mosquitera blanca. A su derecha, la ventana oculta tras los visillos, que dejaban pasar la luz de las farolas del jardín y enfrentado a ésta un enorme espejo de marco dorado, en el que uno casi podía verse uno de cuerpo entero. A su lado la puerta del aseo muy sencillo con ducha. La grifería dorada era la original o al menos así le parecía, cosa que daba un toque rústico y antiguo a la estancia. A los pies de la cama se encontraba un pequeño escritorio con una silla de patas leonadas en la que dejó su mochila para tenderse boca abajo sobre la colcha con motivos florales.<br />Se quedó dormida inmediatamente sin desvestirse y fue la luz de la mañana quien de puntillas le dio los buenos días. Un sol radiante iluminaba la habitación haciéndola entrecerrar sus ojos de miel. Tras correr de golpe la cortina vio por primera vez aquella luz de la que tanto hablaban en los libros, novelas y guías de viaje que ella había leído con fervor religioso. Allí la luz, las especias y la mar lo eran todo. A lo lejos podía oírse la letanía del muecín anunciando la oración en la gran mezquita de brillante bóveda azul.<br /><br />Su primer día laboral fue de lo más caótico y extraño. Lidiar con hombres que la miraban extrañados de obedecer el criterio de una mujer no fue nada sencillo, por doquier se veía obligada a imponer su autoridad de forma taxativa para no dar pie al galimatías de opiniones contrarias unas a otras y que amenazaban con generar una guerra de influencias y envidias. Ella actuaría de juez salomónico en todas y cada unas de las decisiones, si o si y el resultado de ello no sería otro, que la sobrecarga de trabajo. Pero qué narices, tenía demasiado tiempo libre y pensar no le convenía demasiado, se decía.<br />Cuando cenaba frente al televisor se empeñada en acostumbrarse al idioma local, con el afán de integrarse rápidamente, fue entonces cuando descubrió que su móvil, olvidado desde el día anterior, estaba a punto de morir. Un ingente número de llamadas perdidas asolaba su buzón con mensajes. No le interesaba saber que decían ni de quien eran. Lo sabía de sobra. Con desdén lo arrojó de su lado, no sin antes tener la mala idea de responder a alguna de esas llamadas para que el operador de turno sablease la cuenta de su futuro…, la palabra le produjo risa. ¿Qué significaba él para ella? ¿Quién era ese indigente que la llamaba? – Algún fantasma del pasado feliz, y que ahora solo daba miedo y generaba olvido a su paso. <br />Al terminar de cenar fue a la ventana de su habitación y la abrió de par en par. La brisa de la noche entraba con el frescor aromático que tan solo en oriente se respira. Entre la protección de las cortinas que la envolvían contemplo las ventanas del resto de habitaciones del hotel, preguntándose si alguno de sus moradores se sentiría tan desgraciado como ella. En el cielo una delgada luna iba a morir al occidente oscuro de un cielo demasiado contaminado para observar el fulgor de las estrellas.<br /><br />El tiempo fue pasando entre decisión y decisión hasta hacerse con el respeto de todos y la admiración de muchos. Una de las pocas tarde que tuvo libre fue de visita, a solas, por la ciudad. Desde su llegada aquel gentil hombre la acompañaba a todas partes con su sonrisa silenciosa, pero empezaba a creer que un día u otro debía prescindir de su permanente presencia para descubrir por si misma que era capaz de desenvolverse en esa cultura tan diferente.<br />Cuando paseaba se fijaba en la indumentaria de las mujeres en ese lugar y sobre todo en que puestos ocupaban en el rol ciudadano. Ese país era de los más liberales en cuanto a la integración de las féminas, pero aún así, la distancia con el mundo que ella conocía era mucha. No todo tenía por qué ser malo, se repetía intentado entender el funcionamiento de las cosas sin prejuicios occidentales. De hecho compró varios pañuelos de colores, tenues pero alegres, para cubrir su cabello al modo islámico.<br /><br />En su oficina todo era de corte laico al estilo occidental y allí ejercía el rol de jefa suprema de inescrutables decisiones, casi como un faraón de la dinastía antigua, cetros Nejej y heka en mano. <br />En una de esas tarde alocadas en que el trabajo de actualidad absorbía su hemisferio, sin esperarlo, se encontró de frente con unos ojos fieros que la miraban.<br />Al principio ni le dio más importancia y siguió dictando órdenes a diestro y siniestro, gobernándolo todo a su antojo dictatorial, hasta que en un segundo de calma sus ojos volvieron a él. Allí seguían, mirándola desafiantes con un tenue, pero cierto, aire de zozobra. Aquel era el fotógrafo que en turno fijo recorría las calles sin horas hasta conseguir lo que de él se esperaba. Un hombre de corte occidental que de no ser por el color aceitunado de su piel, habría pasado por italiano o incluso español. Su vestimenta era peculiar sin rayar lo anticuado, un chaleco negro con leontina de plata hacía siempre que sus ojos fueran atraídos por él con una sonrisa. Estaba allí con la réflex descansando en sus hombros colgada inerte cual espada presta a ser desenfundada quitado el velo que protegía la lente.<br />¿Cómo se llamaba? Se vanagloriaba de haberse aprendido todos los nombres de sus empleados y sin embargo aquel nombre siempre se le resistía, como si ejerciese algún tipo de arcano misterio que si lo desvelaba, conseguiría recordar algo que había olvidado.<br />Uno a unió sus empleados fueron abandonando la oficina para dar cabida al nuevo turno que inauguraba la noche.<br />Ella siempre era la última en abandonar el barco e incluso ciertos días amanecía con la cabeza apoyada en la mesa.<br />Cuando disponía a abandonar el edificio para recoger su pequeño utilitario, se topó de nuevo con aquellos ojos profundos como la noche que la miraban atentos. De entre las sombras salieron a su encuentro impidiéndola el paso. Con su aliento de fuego y aroma de arena dijo las palabras que ya jamás podría olvidar nunca y que tantos desvelos sufriría luego.<br /><br />_Lorena, ¿me permite robarle un poco de su tiempo?<br /><br />_Si es algo referente al trabajo, espera a mañana a primera hora.- dijo sin inmutarse, al menos en apariencia.<br /><br />_ lo cierto es que es algo de índole personal, pero de vital importancia y creo que debe …que tiene, derecho a saber. Puedo ¿invitarla a un café?<br /><br />_ Bien, de acuerdo, ¿conoces donde me hospedo? En la cafetería andalusí dentro de una hora. No puedo permitirme perder mucho tiempo todavía tengo que enviar un par de mails y un fax a Madrid.<br /><br />_Bien, entonces en una hora en su hotel, perfecto, allí estaré.<br />Ella se subió al vehículo y recorrió las calles infectadas de tráfico para llegar a su refugio. Una vez allí se dio una ducha revitalizante y cuando estaba a punto de conectarse al pc, vio la hora que era. Llegaba tarde. Se vistió unos vaqueros apretados con blusa étnica color café que había comprado en el Gran bazar y calzándose las sandalias salió disparada a la cafetería.<br /><br /> Cuando llegó, no tuvo que buscar mucho a su empleado. Estaba sentado en la mesa del fondo rodeado de un halo místico que casi podía palpase. Su mirada se perdía en el cuadro de la pared, haciendo aflorar en él una sonrisa inquietante. Era como si el mundo y él fuesen dos realidades distintas que tan solo se rozaban levemente, Como un observador que subido en su atalaya otea el discurrir de los tiempos, seguro de no ser alcanzado por nada ni nadie<br />Por un instante sintió su corazón acelerarse, algo que tan solo ocurría en su presencia. Es solo el fotógrafo del periódico, se dijo. ¿Pero era cierto?<br />Sus pasos la iban acercando a él cuando éste intuyendo su presencia giro la cabeza y aquella enigmática sonrisa se transformó en otra más radiante y a la vez oscura. Era como un torrente de luz que de pronto es cubierto por un leve velo y que va oscureciéndolo todo sin que se sepa por donde avanzan las sombras. <br /><br />_Hola Emil- ¿Emil?, lo recordaba, pero ¿cómo? ¿por qué? Las preguntas se agolpaban en ella, que ruborizada, se sentó a su lado.- Siento el retraso, perdí la noción del tiempo<br /><br />_Tranquila, no pasa nada, así he aprovechado para despejar la mente por un rato. ¿Quieres que te pida algo de beber? <br /><br />_ Si, por favor, un té helado con una rodaja de limón, Earl grey, gracias Emil.<br />Levantó la mano mirando hacía la barra y del fondo del local, se acercó un camarero a atenderles. Ambos esperaron la llegada de la bebida conversando del tiempo y cuestione triviales, hasta que ella apuntó a la línea e flotación.<br /><br />-¿De qué asunto querías hablarme?, ha de ser de vital importancia para citarme así de improviso…<br /><br />Ella lo miraba con el rabillo del ojo mientras introducía el limón en la taza de té humeante.<br /><br />-Lorena,…voy a abandonar la redacción.- su voz sonaba distante, como si la burbuja imaginaria refractara el sonido antes de llegar a ella. Por un instante la miró con esa mirada oscura llena de sentimiento, para ir bajándola a ras del suelo de baldosas blancas negras.<br /><br />-Emil…¿puedo saber los motivos de tu renuncia?, ¿te sientes a disgusto? , Si es por el dinero, solo tienes que decírmelo y hablaré con el Sr. Estévez para ver qué se puede hacer.<br /><br />Con la mirada fija en los zapatos, Emil, lidiaba con las voces de su pensamiento que clamaban por salir. Leves gotas de sudor perlaban su frente y con gesto de dolor elevó sus ojos hasta encontrar los de ella. Estaba tan guapa con esa luz indirecta de las farolas. Aquellos tonos hacían que su piel de canela brillara debajo de la seda. Aspiró fuerte para impregnarse de su aroma afrutado que aún tenía retazos del perfume matutino y entonces habló.<br /><br />_ Lorena, yo…si dejo la redacción no es porque esté a disgusto, ni por el dinero. Son mis sentimientos los que me obligan a irme, para no ser un obstáculo. Desde el primer día que apareciste por la redacción te he amado en silencio, con cada gesto, con cada detalle, con cada golpe de timón. Te amo desesperadamente y ya no puedo remar más contra la mar que me gobierna.<br /><br />Aquellas palabras cayeron como losas en el ánimo de Lorena que iba sintiéndose morir en cada una. Vio ante sí un hombre sencillo que clamaba desgarrado mientras ella protegida por su máscara de silencio contenía la mar.<br /><br />_Solo, quería decírtelo. Ahora adiós Lorena. assalamoe `alaykum IA HABIBATI, IA HAIATI, IA QALBI( mi querida, mi vida, mi corazón)<br /><br />Un torrente inundó sus ojos oscuros mientras se levantaba y mirándola por última vez con la ternura que solo los amantes poseen, encaminó sus pasos hacia la puerta. A medida que se alejaba iba dejando húmedas huellas que su cabeza baja intentaba disimular sin conseguirlo. El aire de la noche inundó su aliento y agarrado a la señal de la parada de taxi su brazo naufrago se levantó.<br />Con un esfuerzo agónico se introdujo en el Austin fx4 bronze amarillo y negro dejándose morir, y cuando cerraba la puertezuela, una mano aferró la suya que asía el picaporte interior. La voz que tantas veces había soñado en las noches insomnes que lo habitaban habló susurrando en su oído:<br /><br />-wa`alaykum assalam, "Ed dounia kéda, ya dounia helwa habibi"(Si es así la vida; la vida es dulce amado")<br /><br /><br />Lorena lo abrazaba enjugando sus lágrimas de Emil con el cabello y rescatando una a una con sus labios hasta evaporarlas.<br />El taxista, atónito, sin preguntar nada arrancó el vehículo perdiéndose en la sinuosa serpiente de luces rojas y blancas. De vez en cuando los espiaba por el espejo interior con una sonrisa afable y cómplice.<br />Lorena desenterró su cabeza por un instante de los brazos de su amado y con voz firme indicó al taxista una dirección.<br /><br />_Buen hombre, ¿sería tan amable de llevarnos al Sarayburnu,? Por favor<br /><br />_ Será un placer, señorita, será un placer… allah akbar.<br /><br /> Sin decir una palabra ambos amantes permanecieron abrazados escuchando entre sus latidos la respiración del otro. Las calles se movían veloces en la ventanilla quieta como imágenes de un mundo irreal y ajeno a ellos. En su mundo todo era armónicamente expresado por el silencio de ojos cerrados, con el tacto de las caricias que sus manos tímidas profesaban la una a la otra. El aroma de ambos se había entrelazado de tal manera que se confundían irremediablemente como dos mares que se encuentran.<br /><br />Cuando llegaron, el taxista carraspeo, Lorena le sonrió y extendiendo su mano entregó un billete.<br /><br />_Recójanos en una hora, por favor.<br /><br />-Abdul Husain a su servicio , señorita. Dijo éste besando la cara del presidente muerto impresa en el billete verde, y se alejó de allí haciendo ronronear su viejo Austin.<br /><br />De la mano pasearon por los jardines que miran al cabo que Plinio el viejo describiese en sus crónicas, donde aun hoy pueden contemplarse los restos la muralla de la antigua Lygos ; a su espalda entre las sombras se levantaba el palacio de Tocapi enmarcado por las luces que lo iluminaban y por un camino de baldosas que apenas era visible a la luz de la tenue luna, contemplaron la mar iluminada que iba meciendo con calma los barcos y las sombras; al otro lado enfrentado a ellos, las luces de la ciudad que pertenece a otro continente, donde otrora estuvo el puerto de Neorión se dibujaban líneas superpuestas de bombillas encendidas entre otras que inmóviles las seguían. La eterna Bizancio dormía y ellos insomnes y locos velaban su sueño inventando el amor.<br />Lorena enfrentada a los ojos de Emil que sonreía, apagó los faros y se estrelló en los labios de él con tanta furia que tuvieron que sujetarse mutuamente en un abrazo feroz. El la rodeo con sus grandes ramas y la meció dulcemente mientras la devoraba, por fin entre jadeos se miraron con deseo y supieron que esa noche no se acabaría nunca.<br /><br />-Emil, ahora sí que acepto tu renuncia como empleado. Mañana te iras de la redacción, para ocupar el puesto que queda vacante en mi vida.<br /><br />-Oh Lorena, ayer tan solo pensar en ello me fustigaba como el viento cruel, pero hoy, ahora después de oír el latido de tu corazón junto a mío, después de sentir el roce de tu piel, nada más me importa que desear que desees mi amor y hacerme merecedor del paraíso.<br /><br />- La gente hablará, habrá murmuraciones, quizá no sea yo, ni tu quien las avive, pero dime Emil, yo no soy una mujer sumisa a la que puedas gobernar con la religión y las apariencias, en todo seré tu igual o no seré, ¿estás seguro de que es eso lo que quieres?<br /><br />-Aunque sea cierto que hay un paraíso con siete mujeres complacientes en el cielo de Allah, aunque los hombres me señalen con el dedo y me acusen de infiel o sea proscrito por el padre que me dio la vida, no amedrentará mi amor hacia ti. Nada significa para mí la vida si tú no me das cobijo en el amor de tus brazos.<br /><br />-Me gustaría ver amanecer cada mañana mirando al mar y saber que puedo contar contigo para que seas el sol de mi vida Emil, pero tengo mucho miedo. Hoy fueron tus lágrimas y la renuncia lo que espoleó mi corazón haciendo caer la armadura. La fuerza no me conmueve Emil, ni el silencio altivo. Solo quiero que no lo olvides nunca, amor. Nunca.<br /><br />_En los barrios altos, alejado del bullicio, hay un sitio desde el que se divisa la mar y pueden verse brillando las cúpulas de las mezquitas o el volar las palomas sobre ellas, allí viviremos como águilas en el nido del amor. Por la fuerza nada emprenderé, sino que, serán mis actos amantes los que harán que tus murallas caigan para convertirse en sembrados de besos y abrazos. Quiéreme solo por lo que soy, sin importarte nada más que lo veas con los ojos cerrados dentro de mi corazón. Toda palabra sobrará entonces.<br /><br />-Bésame tonto, que es ahora cuando las palabras sobran más <br /><br /><br />Y se besaron inventando besos nuevos nacidos para sus bocas --como Gabriela Mistral dice en el poema-, hasta que el taxi les recogió llevándoles de regreso al hotel.<br /><br />Lorena abrió los ojos despacio a la mañana, la luz rozaba su piel desnuda haciéndola brillar; con un leve gesto, miró la hora del reloj digital de la mesilla de noche y los volvió a cerrar. Un diamante brotó de sus ojos precipitándose sobre el torso desnudo de Emil que yacía dormido y enredado a su cuerpo junto a ella. El aroma del sexo llegó a ella como un mar de olas y supo que esa mañana que amanecía al mundo de su vida, se quedaría largo tiempo. Si había suerte, hasta que sus ojos fueran cerrados para siempre.Crepusculariohttp://www.blogger.com/profile/01075567099084570065noreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-2648571986741177753.post-37221389008611963892009-10-10T08:40:00.000-07:002009-10-10T09:20:31.189-07:00Verenice de Bretaña.<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi7K3kWoDvDxWTp6iM0ADH31ZbEznZK8J4mw0UwV0Pc7-towBbiImUf5MGD6H_88twyaMdJ0P7Vsr4Iap2J6Gxc4VNwdp3AbPc8-oQ7Gp8kBkT5BtmQ0uUxuymqBjmWR4j9ppaDRk45Haib/s1600-h/Fotos+canon+oto%C3%B1o+08+198.JPG"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 320px; height: 214px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEi7K3kWoDvDxWTp6iM0ADH31ZbEznZK8J4mw0UwV0Pc7-towBbiImUf5MGD6H_88twyaMdJ0P7Vsr4Iap2J6Gxc4VNwdp3AbPc8-oQ7Gp8kBkT5BtmQ0uUxuymqBjmWR4j9ppaDRk45Haib/s320/Fotos+canon+oto%C3%B1o+08+198.JPG" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5391006596148280338" /></a><br /><br />La tarde había estado animada y un número ingente de turistas, cámara en ristre, se había interesado por mis dibujos. Como de costumbre dejé los exiguos bártulos en el quiosco de Alain y me dispuse a dar un largo paseo hasta mi guarida. Alain es uno de esos monumentos cotidianos, que tras cuarenta años regentando su quiosco de dulces y prensa, es querido por todos los parisinos como un familiar más. Con un hasta mañana cordial, se despidió de mi regalándome una de sus sonrisas sinceras, que yo correspondí lanzándole un beso, guiño de ojo incluido y encaminé mis pasos avenida arriba alejándome del Sena.<br /><br />Tenía el humor tormentoso y sólo los lápices parecían poder calmar el viento huracanado de mi interior. Anduve deprisa sin fijar la vista en nada ni en nadie; las baldosas volaban debajo de mis pies y al doblar la esquina de Rue Le Martinique, decidí hacer tiempo en la taberna de Joss y calmar los mares que arreciaban la costa.<br /><br />La taberna de Joss, un bretón alejado del mar como yo, es un lugar apacible donde la música nunca impide conversar. Todo en ella es de madera y bronce emulando un velero. Los grandes ventanales que dan a la calle imprimen un aire bohemio, donde solo la barra queda iluminada por una tenue luz amarillenta, que la campana de bronce irisa sobre las botellas de licor.<br /><br /> Pedí un té con una nube de leche y me senté en la mesa del fondo junto a la ventana, allí había mucho más luz y podría abstraerme de todo por un tiempo.<br />Dejé sobre el suelo el vetusto porta láminas que siempre me acompaña y mecánicamente di vueltas y más vueltas a la cucharilla mareando el oscuro líquido, hasta entrar en trance. Por un instante dejé de oír el murmullo de la gente, la música, el tintineo rítmico que la cucharilla metálica producía al chocar con la taza de loza blanca; casi podía oír como chocaban las ideas en mi acelerado cerebro, buscando desesperadamente una solución lógica a la actual situación.<br /><br />Jean era un buen tipo, pero me asaltaban dudas acerca de mis verdaderos sentimientos hacia él. Con él todo parecía sencillo y sin embargo cada día me sumía en una desesperanza tal, que tenía la sensación de ser un naufrago antes de embarcar. La monotonía estaba a punto de asfixiarme por completo, junto a mis sentimientos hacia él. <br />Éramos demasiado diferentes y esa diferencia se acrecentaba los domingos por la tarde, cuando acompañado de sus amigos, se ponía delante del televisor a despotricar sobre el juego, los jugadores, el árbitro o la madre de éste, mientras bebían cerveza barata y comían compulsivamente frutos secos. Obviamente tenía sus momentos, pero con el paso de los meses, se habían hecho casi imperceptibles para mí, o tal vez era yo misma la que había cambiado y ahora que la marea estaba baja, veía el fondo rocoso bajo la quilla.<br /><br /><br />Mi mente voló sin darme cuenta de regresó a los días de Brighton, cuando en una taberna parecida ésta, una chica sentada en la barra con media pinta de cerveza en la mano cambio el curso de los ríos.<br />Según la vi, no pude resistirme y sacando unas cuartillas del porta láminas, empecé a trazar líneas a carboncillo. Era deslumbrante, como un ángel bajado al purgatorio, visto por una de las almas en pena. Su luz iluminaba aquella inmunda taberna llena de humo y cerveza barata; pero ella, ¡oh!, ella era perfecta. La candidez de su mirada, los labios de fresa madura, la palidez del rostro, aquellas dos preciosas y grandes aguamarinas enmarcadas por unas cejas finamente perfiladas.<br /><br />El carboncillo se deslizaba por el papel velozmente trazando sus curvas perfectas, su faz, sus manos. Y qué manos. Eran pequeñas, finas, delicadas como aves que sobresalían de sus brazos ligeros. Por eso dediqué varias de las cuartillas a tan sublime símbolo de perfección aurea. Estaba tan absorta en la creación y en captar la luz de aquella desconocida, que no vi como se acercaba hasta mi mesa. De pronto estaba a un paso de mí, observando con aquellos preciosos ojos mis bocetos.<br />Me azoré tanto que la sangre inundó mis mejillas tiznándolas de rosa y ninguna palabra mía acudió a las suyas, que amables, preguntaron si podía sentarse en mi mesa.<br /><br />¬ Lo siento…_ Dijo mirándome a los ojos_ No quería interrumpirte, pero me moría de ganas de ver que era lo que mirabas tan concentrada. <br /><br />Tampoco pude contestar ésta vez, pero por alguna circunstancia, ella prosiguió su monologo, sentándose a mi lado, con ese timbre de voz que sólo los londinenses tienen.<br /><br />¬ Son magníficos, ¿sabes? Adoro el arte, de hecho vengo de una exposición de un amigo mío que…<br /><br />Estuvimos hablando largas horas que parecieron segundos; su voz elegante y segura de sí misma, era como la obertura de alguno de los grandes músicos de antaño; acariciaba mi oído trasladándome al parnaso de los sentidos.<br /><br />De pronto, sin saber cómo, estaba subida a su vehículo recorriendo las calles mojadas por una tenue llovizna que hacía brillar los halos de las farolas. Ella continuaba hablando y hablando; de sus peripecias artísticas de cuando estudiaba bellas artes en Paris, del concierto de año nuevo en Viena, de la inauguración de tal o cual espectáculo… Su vida era un continuo ir y venir de evento en evento por ciudades de ensueño que sus acaudalados padres permitían orgullosos. La niña, era un arbiter elegantiae en cuanto a decoración y a sus escasos veinticinco años, dirigía una floreciente empresa de diseño gráfico con cinco empleados.<br /><br />El vehículo se paró delante de la verja de hierro forjado que accedía a la residencia familiar. Mientras esperábamos la apertura de la puerta automática, ella sonriendo pícaramente, accionó un botón y la capota se plegó dejando entrar la llovizna fría. Los focos hacían brillar como pequeños diamantes sobre su cabello dorado, las finas gotas de lluvia y reía con una risa cristalina que danzaba en mis oídos, como bailarinas de ballet. Su carcajada llenaba la oscura carretera de graba que conducía a la mansión de dos plantas estilo victoriano.¡ Qué hermosa era con aquella luz!<br />Por fin el ruido del motor se extinguió dejando que el sonido de la noche nos rodease. Los focos del descapotable iluminaban la entrada y Sibil en silencio por primera vez en toda la noche me miraba con sus deslumbrantes ojos azules. A cámara lenta sentí su mano sobre la mía, mientras la otra acariciaba mi pelo mojado que caía inerte sobre una empapada camisa blanca, donde mis erectos pezones amenazaban con desgarrar la tela. Ella se había percatado y por un instante me azoré bajando la mirada. De pronto sus manos se abalanzaron sobre la camisa liberando mis pechos, al tiempo que me besaba los labios con deseo. Me acarició los senos desnudos, recogiendo la lluvia que caía sobre ellos, los besó, los lamió, los estrujó, mientras yo era espectadora muda de la escena.<br />Torpemente subimos los peldaños de la escalinata cogidas de la mano, abrimos la puerta de entrada lacada en blanco y tras el ruido seco al cerrarse. Me rodeo con sus brazos haciéndome sentir el fuego de su cuerpo. Sin apenas luz, fui descubriendo sus misterios con la excitación de una adolescente. Despacio, muy despacio, deteniéndome en cada pliegue de su piel de seda. Una a una las prendas mojadas que vestían su cuerpo, fueron cayendo hasta que la desnudez nos cubrió con su manto. Hicimos el amor y nos amamos tanto, que la luz de la mañana nos sorprendió sobre la alfombra persa del hall de entrada y contagiando a los muebles clásicos con nuestra risa, subimos corriendo las escaleras hasta su habitación para refugiamos dentro de la cama tapadas hasta la nariz por el edredón nórdico de pluma y seducidas por Morfeo yacimos abrazadas.<br /><br />Era mediodía cuando me despertó la claridad que de puntillas se filtraba entre las rendijas de la veneciana. Sibil, despierta contemplaba mi sueño con una de sus maravillosas sonrisas, me besó en los labios, un beso tierno y húmedo; leve como el rocío de la mañana, que hizo que un escalofrío me recorriera el cuerpo aun dormido.<br /><br />_ ¿Sabes? Ha sido la primera vez. Nunca antes había tenido sexo con una chica._ Balbucí, aun medio dormida.<br /><br />Su mano acarició nuevamente mi pecho desnudo, que despertó al momento, y poniéndo su dedo índice en mis labios al tiempo que besaba el lóbulo de mi oreja dijo:<br /><br />_ No ha sido sólo sexo, Verenice. Ha sido amor. Me he enamorado de ti en aquel bar.<br />Sin saber por qué, me puse a llorar como una tonta.<br /><br /> Era tan feliz entre sus brazos, que poco me importaba si era del mismo sexo que yo. Podía leer el amor en sus ojos de mar. La rodeé con mis brazos apretando mi pecho contra el suyo, y recostándola sobre la cama, la hice el amor despacio durante toda la tarde.<br /><br /><br />Esa fue la primera de las mil trescientas trece noches que pasamos inventando el amor. De aquel amor, para mí nuevo, surgió una de las etapas más creativas y felices de mi vida. Un frenesí sensorial y pictórico que me hizo trabajar día y noche, inundando con mis cuadros, no solo el estudio que Sibil acondicionó para mí, sino que también el salón, las habitaciones, todo. Ni que decir tiene que ella era el motivo principal de mis obras. Posó para mí como sólo una persona enamorada puede y por esa razón, todo lo que salió de mis pinceles y carboncillos fue tan especial.<br />Me presentó en la sociedad burguesa londinense y de su mano fui a todas las fiestas. Magnates, escritores noveles, artistas, deportistas de élite. Y todos ensalzaban los dibujos hasta el punto que llegué a tener lista de espera de encargos para pintar.<br /> <br />Pero los cuentos de hadas, desgraciadamente duran poco.<br /><br /> Era martes, llovía débilmente sobre la campiña inglesa de Windham hill cotagge, así se llamaba la casa de vacaciones que los padres de Sibil poseían en las afueras de Londres. Era nuestro nido de amor. Yo trabajaba en uno de los últimos encargos: un pura sangre de la prestigiosa cuadra que ese año había ganado, nada menos, que el Gran National.<br /> Hice un receso para tomarme un té caliente, cuando caí en la cuenta de la hora que era. La luz de la tarde había sido secuestrada por algún dios perverso, que en su lugar había instalado la oscuridad detrás de los cristales. Sibil no había venido; y lo que era peor, no había llamado. Apagué las luces de la casa y subí a la habitación, donde todo me recordaba a ella. Abriendo la cama me rebujé dentro del edredón aspirando fuertemente para rescatar su aroma: Vainilla mezclado con su perfume y su olor corporal. Su sola presencia hacía que perdiera el sentido. Estuve despierta esperando su llegada; toda la noche deseando su cuerpo de fuego junto al mío, que no llegó, ni llamó. Y no era la primera vez ese mes. <br /><br />Al borde de la desesperación, me levanté vistiéndome con lo primero que cogí del armario y me puse en camino a su apartamento de Londres. En la autopista poco a poco el dios perverso, fue liberando la luz que había robado a la tarde anterior y la mostró de par en par cuando aparcaba el coche bajo la ventana del apartamento de Sibil. A la entrada del inmueble me recibió Alister, el portero, que con un amable saludo a la inglesa, me abrió la puerta. Corrí hasta el ascensor que iba más lento que de costumbre, pues tardo varios años en ascender hasta el ático del edificio. Busqué las llaves en el bolso, y me dispuse a abrir la puerta con un temblor de manos tal, que habría sido incapaz de enhebrar una aguja del tamaño de la torre de Londres. Por fin pude hacerlo y abrí la puerta despacio. No se oía ningún ruido y tampoco encendí otra luz, que la que a hurtadillas había entrado por las ventanas. Todo parecía vacio y sin embargo sabía que Sibil estaba allí; su aroma no me engañaba. A las puertas de su habitación asomé la cabeza conteniendo la respiración tratando de que el estruendo de mi corazón no despertase su descanso. Estaba abrazada a un hombre que la rodeaba con su brazo de forma protectora, como ella solía hacer conmigo. La ropa de ambos esparcida por la habitación en penumbras y el aroma que desprendían se agolpó de tal forma en mí, que sobrevino una arcada, al tiempo que lágrimas de rabia brotaban de mis ojos y lloré. Lloré a pleno pulmón mientras bajaba las escaleras de dos en dos hacía el coche , lloré por las calles de esa ciudad, que por la mañana, son un caos circulatorio y lloré más sí cabe, por qué no tenía donde ir aparte de la guarida que Sibil había fabricado para mí.<br />Fui a toda velocidad a Windham Hill cotagge, recogí todo los cuadros, las pinturas, los bocetos, mis exiguas ropas y escapé lejos de aquella colina que se había tornado para mi, tan agria como el vino malo que se hace anciano.<br /><br /> <br />Desperté de mis ensoñaciones, cuando Joss hizo sonar la campana al tiempo que con voz grave anunciaba la hora de cierre. Me miraba de hito en hito haciendo que sacaba brillo a las jarras de cerveza, sin atreverse a comentar nada .La taberna estaba en silencio desde ni se sabe cuánto tiempo, recogí mis bártulos y acerqué la taza de té a la barra. Justo en el momento que soltaba la taza, me encontré de frente con la mirada certera de Joss.<br /><br />¬ ¿Cuándo te levas anclas Marinera?<br /><br /> Intenté evadirme, con frases típicas y sonrisas un tanto forzadas, pero me fue inútil.<br /><br />¬ Eso se lo cuentas a los que no han visto la mar, paisana. Tus asuntos no son de mi incumbencia, pero me agrada que las sirenas guapas que frecuenta mi casa, al menos se despidan de los amigos, cuando regresan al mar.<br /><br />¬ ¿ Eres adivino, druida? Ni si quiera yo misma sé si me voy y a dónde, pero tú ya crees saberlo todo. Así que dime, ¿Tanto se nota?<br /><br />Joss salió de dentro de la barra con dos vasos y una botella de sidra bretona y se sentó en uno de los taburetes de madera, indicándome con la mano que me sentara a su lado. No era un tipo de muchas palabras; en los meses que llevaba frecuentando su local, apenas habíamos conversado media docena de veces, pero en las miradas y silencios que nos dirigíamos, había más complicidad de la que nunca tendría con Jean.<br /><br />¬_ ¡Ah! Mi niña de Bretaña…Tú quieres que el viejo Joss te cuente lo que sabe, pero entonces, sabrías tú más que él mismo y eso no es justo._ Su risa sonó atronadora, bebió un trago largo y me miró a los ojos_ En el sur , lo más al sur que te señale el mapa, hay negocio para una chica espabilada y celta como tú. Sólo has de llegar allá y encandilar con tus artes, al enjambre de nacionalidades que visitan la isla, en busca del sol perpetuo. Cuando llegues, manda al viejo Joss una postal para saber que no te ha tragado el gran Kraken por el camino, y se feliz, ¿Me oyes? Olvida el pasado de una vez, déjalo que repose en paz en las profundidades Verenice.<br /><br /><br /> Después de terminarnos la sidra, me dejé abrazar por los enormes brazos del antiguo marinero y nos despedimos sin pronunciar ni una sola palabra.<br />Mientras caminaba por las calles desiertas, no podía dejar de pensar en lo que Joss me había contado y en por qué lo había hecho. Era una caja de sorpresas hermética, pero aquellos ojos claros no engañaban, era un buen hombre con demasiados naufragios a sus espaldas.<br /><br /><br />El piso estaba en silencio, Jean hacía tiempo que se había acostado, y como ladrón en la noche, fui empaquetando mis enseres sin hacer el menor ruido. Cuando lo tuve todo listo, excepto el contenido del armario y mesilla de noche junto al durmiente desapercibido, lo baje al coche y me acosté en el sofá.<br />Con las primeras luces entrando por la ventana, me desperté y preparé un café cargado en exceso, me haría falta. Quizá el aroma de café recién hecho fue lo que despertó a mi durmiente o tan sólo el despertador, pero acudió a él como los osos a la miel: medio sonámbulo frotándose los ojos y las posaderas- No le di cuartel. Mientras se quemaba la lengua, disparé a la línea de flotación y expuse unos argumentos de sobra sabidos por ambos, que hacía tiempo estábamos posponiendo, en aras de la convivencia. Se quedó frio, no entendía una palabra, ni mucho menos esperaba yo que lo entendiese. Solo anhelaba que se apartase de las palabras dañinas, que suelen argumentarse en los finales de amor, para destruir lo poco que queda, de dignidad, amistad o lo que demonios quede al final, sí es que queda algo. No lo hizo. Y en un desplante colérico lo dejé hablando solo, mientras mi mente huía a los recónditos lugares interiores donde él no habita, ni lo hará nunca nadie. Recogí del armario mi escasa ropa llenando dos mochilas que cargué a mi espalda y ahí lo dejé ora despotricando ora suplicando perdón. <br /><br />El ruido de la puerta al cerrarse fue de lo más liberador y mientras me alejaba en mi viejo, pero querido coche, no dejaba de pensar en Joss y sus augurios. ¿Cómo demonios se había dado cuenta de todo?, ¿Qué clase de magia poseía para leer mi mente? Miles de preguntas y una respuesta que nunca sabría, pero que me hacía sonreir. Tendrás tu postal, viejo Loco bretón. <br /><br /><br />Alain, no paraba de mesarse el cabello y proferir exclamaciones de sorpresa. No se lo esperaba, pero entendía que un día habría de llegar la despedida. Atrás quedaban muchas charlas paternales que nunca le agradeceré bastante, así como su amabilidad y camaradería para conmigo. Con un postrero abrazo, que me dejó temblando mientras lágrimas saltanban de mis ojos hasta su jersey de lana de Aram, nos despedimos, y la sensación de pérdida se hizo palpable en mí.<br /><br /><br />Los más dos mil kilómetros que me separaban del barco que habría de llevarme hasta mi destino, transcurrieron de forma apacible y tranquila, en varias escalas. Poco o nada puedo describir de las tierras que crucé con mi vieja máquina del tiempo; solamente el sol y los campos dorados me llamaron la atención lo suficiente, de entre todos los paisajes que se adentraron en mis pupilas. Enormes extensiones yermas, donde una vez floreció el trigo verde, ahora en reposo, hasta que el invierno languidezca y muera, vides podadas como esqueletos descarnados del verdor de sus carnes de septiembre, con sus frutos dulces y redondos, agrupados manjares de dioses antiguos cuya testa adornaron otrora. Ríos verde oliva que lentos van al mar a morir, felices de haber regados tantas tierras, tantas gentes. Ríos de vida escondida en las riberas, entre los juncos, en el fondo rocoso lleno de limo, donde acecha la carpa que salta cuando el sol de los atardeceres dora los verdes y los ocres.<br /><br /><br />Cádiz es una ciudad que se mira en el mar, con su ajetreo, sus calles desvencijadas y las gentes risueñas que las habitan. Todo en esa ciudad sabe a mar, a antiguo, a fritura de pescado, a vino blanco en barrica de madera, a flores que engalanan las casas humildes de sus callejuelas estrechas. Mientras aguardaba la hora de embarque, recorrí las viejas calles del puerto y degusté el famoso atún de almadrabas milenarias en una de esas tabernas pequeñas y familiares, donde todo el mundo se conoce de antiguo, pero los visitantes son muy bien recibidos. Paco. Así se llamaba el hombre entrado en años y curtido en mil temporales, que despachaba a la antigua, delantal y bayeta en mano, haciendo las cuentas a tiza en la barra de madera oscura, como seguramente su padre antes que él. Con alegría nacida, quizá del sol que bendice esas tierras, despachaba a la clientela con más gracias que educación, pero “sin farta a naide” según decía. Allí el tiempo parecía detenido cuarenta años atrás, sin tecnología, sólo la televisión apagada desentonaba en la decoración marinera de azulejos pintados a mano. Una copla de canción española desgarraba mientras la guitarra lloraba por bulerías. Allí entre gentes humildes desperté al nuevo mundo que se inauguraba ante mí y como el que se desprende de algo superfluo e innecesario, así me desprendí por fin de todos los días de lágrimas, de huidas y de rememorar el pasado extinto. Loco marinero en tierra, Joss, ¡Qué razón tenias en todo!<br />A la salida del local y tras despedirme más como una amiga que como una clienta, de camino a la cola de embarque, compre un libro de tapas de cuero y hojas en blanco, en el que escribiría mi nueva vida. Empezaría de nuevo con la lección aprendida, sin reproche, ni culpa, ni cilicio, ni nada que pudiera apartar de mí, una senda sencilla pero feliz.<br /><br /><br />Con un largo y ronco grito de sirena, a la hora señalada del Martes cuatro de Noviembre, “El Fortuny” un navío de 172 m. de eslora, capaz de desplazar mil pasajeros, 330 vehículos y mil ochocientos metros lineales de carga a la no despreciable velocidad de 22 nudos náuticos, abandonó el puerto dejando tras de sí los edificios y tinglados portuarios, que poco a poco iban empequeñeciendo hasta desaparecer engullido por el paisaje de ocres y verdes donde a lo lejos podían divisarse las montañas oscuras. La estela blanca arañando el azul distraía mis pensamientos y quizá por eso o por ser la hora mágica del ocaso, que de puntillas iba dorando los paisajes, no vi llegar a aquel hombre, que cámara en mano inmortalizaba el sol hundiéndose en el mar. Su figura delgada de oscuro cabello y afilado rostro, escrutaban más que miraban el mar. Pero eran sus manos, de dedos alargados, asiendo firme y a la vez suave, la cámara de fotos, lo que centraba mi mirada.<br /><br />Absorto en el paisaje como estaba, dudo mucho que él se percatase de mi presencia. Y precisamente por eso, invisible a sus ojos, lo observé. Diseccioné su rostro, sus movimientos pausados y precisos, su desgarbada figura, sencilla pero altiva, de músculos largos y definidos que bronceados, destacaban de su ropa. Vestía de sport. Sandalias negras, tejanos raidos, camiseta a rayas blancas y azules sobre la que caía media melena oscura como la noche sin luna que el viento despeinaba, anudado a la cintura un sueter naranja con capucha.<br /><br />Después de que el sol se ocultase en el océano, desapareció en el interior del barco, tal y como había aparecido. Sólo su aroma mezclado con el mar, me acompañó durante el tiempo que permanecí en la cubierta pintada de verde. Su olor era una mezcla de sudor y perfume con tónico para el cuerpo, que se adentraba en mi interior causando estragos. Otro aroma acudió a mi mente. Pero el nuevo, lo desterró fieramente aplastándolo, despedazándolo, golpeándolo y asfixiándolo hasta matar. Conquistaba sembrando la tierra, apropiándose de todas las flores, traspasando las puertas cerradas, filtrándose por las rendijas de las ventanas, instalando su fragancia tan dentro que uno se preguntaba, cómo había sido capaz de adentrarse hasta allí.<br />Mientras escalofríos recorrían mi cuerpo, que temblaba como hoja en otoño, me refugié en el camarote a esperar la hora de la cena. Tumbada en el camastro duro de la litera de arriba, abrí un libro, pero no puedo decir que leí. Detrás de cada línea aparecía la figura del extraño hombre del ocaso, Luego su perfume, invadiéndome de nuevo. Al fin sus manos grandes de puntiagudos dedos destacando de sus brazos ramados junto al tronco arbóreo de aliso. Descartaba su presencia concentrándome en la lectura de la siguiente página, más entre las letras, surgían unos ojos de azabache, que escrutaban preguntándome el nombre, desnudando mí alma hasta los huesos y subyugándome a su voluntad. El libro, sonó a madera golpeada al cerrarse entre mis dedos, mientras mis labios rielaban como velas al viento. Sólo el lápiz pudo calmar mi mente desordenada y poseída.<br /><br />Aquella noche no lo vi en la cena, y en cada bocado lo busqué con ahínco, figura tras figura de la sala atestada de viajeros hambrientos y alborotadores.<br />Me volví al camarote decidida a amarrar con sentido común mis sentimientos, ordenarlos y desechar lo demás. Sólo era una visión, un rayo de luna que seguramente estaría casado, comprometido e inalcanzable para una artista bohemia sin encanto personal, que primero debería encontrarse a sí misma antes de fijarse imposibles romances de libro.<br /><br /><br />Asaltada por pesadillas y sudores desperté al rayar el alba, cuyas primeras luces se filtraban de puntillas por el ojo de buey y tras dar un salto del camastro, me encaminé a la cubierta de proa para ver amanecer. El viento golpeó mi rostro aun dormido con leves gotas y aroma de alta mar. Todo el barco estaba en calma y hasta mí sólo llegaba el murmullo del viento, golpeando el acero del casco que cortaba las olas, que empezaban a teñirse de azul. Junto al viento, ondeaba mi cabello como un gallardete irisado por el sol naciente, como volaban mis pensamientos llenos de incógnitas sobre el mundo nuevo que aparecería en el amanecer del siguiente día, donde tendría que empezar de nuevo. Empezar. Vivir de nuevo.<br />Sentí en mi espalda unos ojos clavarse, horadando la piel bajo la ropa. Lentamente me di la vuelta, como un autómata, sin dominio del cuerpo, ajena de mi misma hasta encontrarme de frente con mis pesadillas nocturnas.<br />De pie, a escasos metros de mí, estaba el hombre del ocaso agarrado a su réflex, como la tarde pasada, y sonriente me daba los buenos días.<br /><br />¬ …Ésta hora, en que los rojos despuntan sobre el manto en repliegue de la noche, tiñendo las nubes y devolviendo el color al mundo, es una de mis favoritas.¬ Su voz sonaba dulce y segura de sí misma a la vez que varonil, y tras una leve pausa continuó hablando¬ El amanecer tiene algo de ternura de mujer, que despierta sembrado de flores cromáticas los paisajes. Aquí en medio del mar, entre las brumas y el olor a salitre, quizá pueda contemplarse uno de los más bellos amaneceres que existen ¿No lo cree así, señorita?<br /><br /> El tono, su timbre modulado, hizo que me estremeciera y sonreí.<br /><br />¬ ¿Dónde ha leído eso? Hay muchas formas de describir un amanecer, pero sin duda, esa es de lo más inusitado, si me lo permite. ¬ La pregunta fue disparada, sin malicia, pero a boca jarro, más como defensa, ante la sensación de desarme que me invadía, que como arma arrojadiza.¬ Es de lo más bonito que he escuchado últimamente.<br /><br />Su sonrojo se hizo evidente cuando bajo la vista y apartando sus ojos de mi, contempló el sol que nacía detrás de las nubes teñidas de grana. <br /><br />¬ La frase es mía. O más bien, creo, es fruto de todo aquello que leo y leí en los libros que acuden a mis manos. No sé si es inusitado lo que digo, pero prefiero que el silencio sólo sea roto, cuando hay algo digno de él. Perdone mi intromisión, pero su forma de observar el horizonte, era digna de ser congelada con mi máquina del tiempo. Le he robado una imagen.<br /><br />¿Máquina del tiempo? ¿Robado? ¿Ante qué clase de poeta loco estaba? Desde luego, todo en él, su aroma, su figura, entre delgada y atlética, su cabello azabache al viento, se salían de los cánones habituales. A ninguno de los pelagatos que viajaban en ese barco, absortos en sus frías pantallas, de ordenador, teléfono móvil, televisión, se les hubiera ocurrido no ya madrugar para ver nacer el día, sino, proferir aquellas palabras cuasi mágicas para mí.<br /><br />¬ Ya solo haberlas pronunciado ¬ dije¬ ha hecho aun más bello éste momento… ¿Me permites ver esa foto?<br /><br />Sonreí y rodeado por su aroma, cegada por su mirada, deje que se adentrara en mi cuerpo su imagen. <br /><br />Me enseñó todas las fotos que había hecho, no sólo aquella inaugurada mañana de sol, sino las de la tarde que mi mente robó su aroma. Cada imagen congelada iba acompañada por una de sus librescas descripciones, que yo escuchaba atontada. Algunas eran tan divertidas, que mi risa creí acabaría alertando a la tripulación de guardia del navío, pero no lo hizo, y solo consiguió que esa mirada de acero oscura destilara la ternura que mi mente ya había imaginado la tarde anterior mientras le observaba.<br /><br />En algún momento de aquella conversación, no sé cual, me enamore de él. En silencio, mientras escuchaba su voz de terciopelo. Durante ese largo día de navegación los encuentros, no tan casuales, nos hicieron pasar largas horas juntos. En el desayuno me relató parte de su historia, que fue desgranando en el paseo por cubierta, después, en el simulacro de salvamento al que asistimos, como manda las ordenanzas del mar, mas tarde, en la fila de la comida, tras otro encuentro casual; En el té de la tarde, después de la siesta, en la que soñé con él; en el atardecer que contemplamos juntos aquella tarde maravillosa.<br /><br />Alex era( y es) un norteño de la piel de toro, viajero y aficionado a la fotografía, a los versos y al vino. Natural de un pueblecito con mar, empezaba una nueva vida en el mismo lugar al que yo dirigía mis pasos y quizá fue el azar o los augurios del bretón loco, lo que nos hizo cruzar las estelas dentro de ese gran blanco de cubierta verde con piscina acristalada. Amable y reservado, le gustaba poco hablar de sí mismo y sin embargo en sus silencios y miradas perdidas en el horizonte, aprendí a intuir frases enteras de su vida de sabor amorgo. No había sido fácil la vida para él y había una sirena que atormentaba aun su sensible oído. Pero esa historia, la oiré o no, sí él me la cuenta. <br /><br /> Al ocultarse el sol en el océano, parece que el viento, desaparecido el astro, muerde la carne más fuerte, erizando el cabello y la sensación de pérdida, a veces hace que se sientan necesidades de abrigo. Justo en ese momento mágico, con la brisa soplando del oeste-suroeste, me abracé a su piel de junco apoyando mi cabeza en su hombro derecho. Su calor me inundó penetrando hasta los huesos, lo que hizo que me arrebolara sonrojándome. Él no dijo nada, en silencio, como había estado mientras el barco solar se sumergía muriendo, rodeó mi cintura con su brazo, haciendo resbalar mi cabeza hasta su pectoral, donde más abrigada, pude sentir su aroma, tan de cerca, que estuve a punto de desfallecer.<br />A tientas, con los ojos cerrados, busqué su boca con la mía hasta topar con sus labios carnosos y húmedos que recibieron a los míos oprimiéndolos. Nuestras lenguas hablaron entre saliva para multiplicarse, acelerando su conversación, transformándose no ya en políglotas sino en universales. Extasiada por el frenesí, de pronto no fueron ya dos lenguas, sino una sola, que hablaba de dioses antiguos y olímpicos coronados de verdes laureles.<br /><br />Cuando abrí los ojos, me vi reflejada en el espejo oscuro de los suyos, un pánico atroz me invadió. Quise correr lejos, encerrarme en el camarote, hasta que terminase la singladura, sin sueño, ni horas. Inmediato, paro no tener que explicar, que contar, que hablar de mí, de mi historia sonrojante y triste. Pero no podía moverme. Era como si de repente toda la fuerza hubiera abandonado mi cuerpo y al hacerlo me dejara a la intemperie entre sus brazos, entre sus ojos, entre su aroma de dios heleno.<br /><br />¬ Gracias¬ dijo aprentándome contra su pecho.¬ Había olvidado lo dulce que saben los besos.<br /><br />Esperé a que la brisa inspirase mis palabras, pero nada acudió a mi mente y le abracé con fuerza rebujándome en sus brazos de terciopelo. Por fin llego algo con el viento desde mi corazón y hablé.<br /><br /> ¬ Gracias a ti. Yo había olvidado que los hombres sensibles saben y huelen a primavera.¬ me ruboricé al decirlo, pero me daba igual. Por primera vez en meses quería decir lo que mi pecho albergaba sin preguntarme sí sería entendido.<br /> <br /> ¬Tengo el frio metido en las venas, Verenice¬ Dijo mirando al mar¬ Hay tantas cosas que ahora se deshilachan en mi vida, que tengo la sensación de que tú desaparecerás huyendo de mi lado al conocerlas.<br /><br /> ¬ No eres el único ¿sabes?, ahora mismo huyo para encontrarme a mí misma en algún lado. Hay tantas cosas que se han fracturado en mí, que creo, puedo romperme si echo a andar y sin embargo necesito andar o me moriré. No voy a huir. Ya no.<br /><br /> ¬ No sé si podré ser tu guía en nada. Ni siquiera sé si me dirijo a algún sitio. Ahora sólo la inercia del desesperado mueve mis pasos.<br /><br /> ¬ Quizá no necesite gurús, ni guías, ni maestros de nada. Solo necesito alguien que entienda, alguien que sea mi amigo. Alguien en quien confiar y que no me mienta, ni se mienta a sí mismo.<br /><br /> ¬ No miento bien, Verenice. Yo no busco amigos. Soy el amigo idóneo de todo el mundo, pero el que carece de amigos sinceros para él mismo. La soledad me acompaña por ser leal y saber escuchar sin juicios. En mi camino he aprendido que ya no quedan más que aliados temporales que tienden a caerse con el paso de los años o los infortunios.<br /><br /> ¬Entonces, creo que me has encontrado. Yo quiero un compañero que entienda de soledades. Alex, ¿sabes soñar?<br /><br /> ¬Se me ha olvidado cómo hacerlo, o más bien, tengo miedo a soñar con quien no debo. Los sueños hay que elegirlos bien, así como con quien soñarlos, ya que de lo contrario se convierten en pesadillas.<br /><br /> ¬ Puede que se eso sepa bastante. Acabo de despertarme de una. Quizá llevo soñando pesadillas demasiado tiempo y necesite despertar de una vez. No quiero más sueños repetidos que me hieran. Quiero soñar despierta. Quiero cumplir mis sueños.<br /><br />¬Por seguir sueños, me veo ahora aquí. Soñar requiere de tenacidad para algún día hacer realidad lo soñado. Sin embargo nadie quiere ser tenaz, ni siquiera constante. Sólo cómodo. Comodidad que no transgreda con los ideales establecidos.<br /><br />¬Los modelos establecidos son irreales, ficticios. Nos los imponen para controlar nuestros sueños. Nos hacen desear cosas que no necesitamos y que reemplazarán los ideales que nacen en nosotros.<br /><br />¬ Inventemos entonces. Reinventemos todo. Creemos un mundo a nuestra medida, en el que la realidad seamos sólo tú, yo y lo que hagamos a partir de ahora en él. Seremos los pintores que mezclen los colores de la palestra, con cuidado, con dedicación y capa a capa el lienzo que nos ha unido.<br /><br /> Hubo un silencio, para nada incómodo, en el que escuchamos el sonido del mar traído por el viento. El retumbar de nuestros corazones silenciando todo a nuestro alrededor y podría haber llegado el fin del mundo que no nos hubiera importado lo más mínimo. Por fin nos miramos, descubriendo una ternura no escrita, ni descrita por poeta alguno y agarrados de la mano, paseamos por la cubierta hasta el interior del barco.<br /><br />No queríamos separarnos y no lo hicimos. Esa noche ninguno de los dos descansó en su litera del camarote compartido, sino que permanecimos en la sala de la cafetería de proa hasta que el amanecer nos sorprendió abrazados y en silencio.<br />Lo primero que recuerdo de aquel paraíso que me daba la bienvenida fue la luz. La luz nacida a borbotones en un amanecer rojo desaforado, que en las primeras horas de la mañana es tanta, como en el mediodía de mi Bretaña natal. El mar a esa hora es un espejo que devuelve los rayos solares y más que azul, parece dorado, con miles de estrellas titilando en su superficie. <br /><br /> Con las primeras luces y el atraque en el puerto de destino, vendrían nuestras respectivas odiseas personales, pero Alex y yo habíamos decidido ya, ser argonautas del mismo trirreme y el intercambio de coordenadas y direcciones fue sólo el primer paso.<br /><br /><br />Desde el pequeño apartamento que alquilé no podía verse el mar, pero sí a mi hombre del ocaso, a diario. A cambio instalé una lámina de 120 x 90 en la que un fotógrafo, de origen italiano pero residente aquí, había inmortalizado un océano impregnado de azules y blancos, salvaje, entre oscuras y agrestes rocas volcánicas.<br />Ahora tengo la certeza de que sale el sol a diario, lo sé porque me despierto con él. Lo que algunos tildarían de locura, es precisamente lo que hacemos. Somos dos locos que viven de amor. Ambos hemos empezado de nuevo, escribiendo pequeñas frases en el libro de tapas de cuero, que adquirí en el puerto que nos unió. No siempre es tinta, algunas veces saliva o lágrimas rodeadas de abrazos. Y dialogo. Dialogo y dialogo y hablar hasta aburrir a las paredes pintadas de ocre claro. Nunca los silencios han interrumpido la comunicación entre los dos, sino, al contrario, pues quien ha conocido el dolor que proviene de ellos, hirientes, como puñales que son, nunca esgrime ese arma contra quien ama realmente. Ni ese ni ninguna otra. Pues de Alex estoy aprendiendo a desarmarme por completo y armarme de amor desnudo y verdadero. De los universos interiores, pocas son las preguntas que ambos nos hacemos. La respuesta son nuestros actos y el amor que dimana de ellos.<br /><br /><br />No sé si ésta historia será feliz, si durará más o menos, si nos querremos toda la vida y más allá, pero sí sé que recibí contestación a la postal que mandé a cierta taberna de Paris.<br /><br /><br /> << Sueña y vive y llora y ríe pero vive Verenice, vive.>><br /><br /><br />Joss. Breizh<br /><br /><br /><br />Por ellobo que camina.<br /><br /><br />Nota el autor: Aunque el nombre griego Berenice se escribe con la segunda de las consonantes, existe otra variante: Ésta que se emplea en el relato. Con su inicial, que quiere denotar: Victoria, Vida, vivacidad, vitalidad, vigor, viaje, vivencia, viento, valor, que hacen falta para ser libre en cuerpo y mente.Crepusculariohttp://www.blogger.com/profile/01075567099084570065noreply@blogger.com4tag:blogger.com,1999:blog-2648571986741177753.post-35527647110385474842009-10-05T16:50:00.000-07:002009-10-09T17:34:16.070-07:00Diario de una guerra.<a href="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj8kR_Sq8fwvNMZWuDjh_6NDshUnoj7otHzNv5oL672G3pbYk9oMKzaSWLjyfJ73TYsrb6ZHFXNGub1fu2JFd7x-FP8steXVuuJE72mihnwjudE69E3ef5bdCTkQphQ4_KXJhmHmZ8jh7vv/s1600-h/leitza.jpg"><img style="display:block; margin:0px auto 10px; text-align:center;cursor:pointer; cursor:hand;width: 320px; height: 237px;" src="https://blogger.googleusercontent.com/img/b/R29vZ2xl/AVvXsEj8kR_Sq8fwvNMZWuDjh_6NDshUnoj7otHzNv5oL672G3pbYk9oMKzaSWLjyfJ73TYsrb6ZHFXNGub1fu2JFd7x-FP8steXVuuJE72mihnwjudE69E3ef5bdCTkQphQ4_KXJhmHmZ8jh7vv/s320/leitza.jpg" border="0" alt=""id="BLOGGER_PHOTO_ID_5389273015141150290" /></a><br /><br />Sacó el mapa de carreteras de la guantera de su viejo coche comprado recientemente, lo desplegó sobre el capó y se puso a buscar, pasando el dedo por la línea roja de la carretera que le debía llevar hasta ese lugar. Le costó un tiempo encontrar el nombre, se fijo en todos lo núcleos de población importantes hasta el señalado y rápidamente memorizo el orden hasta la desviación que conducía al pequeño pueblo.<br />Exactamente 23 km y un puerto de montaña le separaban de su destino. Recogió el mapa doblándolo cuidadosamente, éste tenía señalado a bolígrafo sus viajes más importantes por la geografía política de su nación y aunque no era un mapa topográfico también apuntaba las cumbres que había hollado en su breve pero intensa actividad montañera.<br /><br />El tráfico era escaso por aquella carretera, pues el desdoblamiento de la misma y construcción de la autovía en los años ochenta, habían hecho que solo fuese frecuentada por los habitantes de los pequeños pueblos y los turistas que buscaban tranquilidad por ese valle de preciosos paisajes.<br />Era finales de verano y las copas de los árboles mudaban ya su color, convirtiendo el bosque en una amalgama de verdes, pardos, ocres. Desde la carretera veía el magnífico resultado de los rayos oblicuos de un sol, que apunto estaba de esconderse detrás de las montañas.<br />Llegó a su destino poco antes de oscurecer y a velocidad reducida, transitó por las calles vacías del pequeño pueblo, hasta encontrar a las afueras una vieja casa de principios de siglo con una bandera en la entrada. No cabía lugar a dudas, era allí y apuntando con el morro de su utilitario a la casa, se encaminó despacio hasta el emplazamiento y aparcó sin ningún problema apagando el motor.<br />Una figura verde con sombrero negro salió a su encuentro, sin acercarse demasiado le apuntó con el fusil levemente mientras le indicaba que allí no podía estacionar, pero a él lejos de intimidarle le hizo sonreír, sacó una cartea del bolsillo izquierdo de su pantalón vaquero y se presentó.<br /><br />- Hola, soy Juan, el nuevo cabo, vengo a incorporarme al destacamento.<br /><br />la figura contempló la credencial desconfiado y saludo militarmente, al tiempo que le dedicaba una sonrisa campechana rompiendo el gesto amenazador que momentos antes tenía y contestó.<br /><br />-Hola, soy Joaquín, bienvenido…<br /> Era el almirante, o así le decían porque antes de opositar, era marinero en Huelva, su acento marcado no confundía a nadie aunque si no rompía el silencio podía pasar tranquilamente por lugareño de esa comarca de grandes hombres de tez blanca y ojos claros.<br /><br /><br />El pequeño destacamento de doce guardias un cabo y un sargento, hacía más labores propiamente defensivas que de servicio público, teniendo casi prohibido la entrada en la población ante el riesgo de emboscadas por parte de una población civil, totalmente contraria a su presencia en aquel lugar recóndito de la geografía, pero que había sido cuna de muchos de los más sanguinarios terroristas de la reciente y trágica historia de los últimos treinta años.<br />Solamente un par de familias tenía relaciones abiertamente con los inquilinos de ese viejo edificio destartalado,: el dueño de la armería concejal del partido conservador y los Baleztena que su pasado carlista y monárquico hacía que siempre hubieran tenido profundas y enraizadas relaciones con el instituto armado; Venían el verano y a pasar las vacaciones de navidad en su viejo caserón situado en la plaza del pueblo frente a la casa consistorial ,con bandera carlista en los días de fiesta en el balcón de su casa que daba mucho que hablar en el pequeño pueblo y ,mucho que reír en la casa vieja de principios de siglo.<br /><br />Los día fueron pasando entre la rutina diaria de un puesto fronterizo en pie de guerra, antaño fue el estraperlo por los montes cercanos y la patrullas más a pie que acaballo, reservado para la oficialía, ahora era la protección de su vieja casa con bandera nacional y la casona de la plaza de peculiares dueños. Fermín de mostachos ya grises engominados hacia arriba, txapela roja y su hermana Irune, de moño y mantilla española aunque también solía llevar pantalones de montar y chaleco acolchado, pues a pesar de su edad solían hacerlo por las campiñas aunque cada vez menos.<br />También realizaban controles de carretera vigilando los accesos a la vecina Guipuzcoa y el puerto de montaña que les comunicaba con la capital de la comunidad autónoma por la vieja nacional, pero eso cuando las circunstancias lo permitian.<br /><br />La sombra del terrorismo planeaba siempre por encima de aquellos hombres procedentes de todos los confines de la nación, aunque nadie dejaba que esa sombra empañara sus corazones. La profesión iba por dentro. Era un destacamento de paso, nadie duraba allí demasiado tiempo, el más veterano contaba con 435 día en el puesto y tres barras amarillas en la hombrera, el resto se iban marchando a medida que salían otras vacantes en lugares menos expuestos.<br />A los recién llegados les era narrado la larga lista de los atentados y agresiones sufridas por parte del enemigo, que habían dejado sus cicatrices por la fachada del viejo edificio, que estos se encargaban de ocultar a sus familias, paro no preocupar demasiado, cosa que ya habían hecho al decir cuál sería su actual destino.<br /><br />Juan se integro rápidamente, quizá por la afabilidad de sus orígenes asturianos, donde se encontraba su esposa e hijos, o porque era un hombre sencillo y nada recargado que no hacía ostentación de sus recién ganados galones. Era uno más, y que ostentaba el mando en las veces que el jefe se ausentaba por vacaciones o libranzas semanales.<br /><br />Aquella mañana amaneció pronto para él y su amigo el almirante, eran la patrulla de apoyo y refuerzo móvil del destacamento y después de desayunar café de termo que compartieron con los dos hombres del servicio de protección del edificio, salieron cuando despuntaba el sol que aparecería por encima de las montañas, en aquel singular valle. Se montaron en el desvencijado todo terreno blindado de color verde y se dirigieron al punto de control señalado en la carpeta de órdenes, punto fronterizo con la vecina Guipuzcoa.<br />Allí sesenta y cuatro años antes un gudari con txapela roja y fusil de cerrojo, oriundo de aquel pueblo, había caído en la insurrección del bando nacional, del que era miembro, contra las fuerzas republicanas inferiores y sentenciadas a la derrota en aquel valle incomunicado y húmedo. Una placa levantada en su honor, que algunos desalmados no paraban de arrancar e injuriar con pintura roja era testimonio mudo de aquellos sucesos tristes y violentos.<br /><br />El todo terreno estacionó próximo a la vieja piedra conmemorativa, Juan salió del vehículo provisto de su chaleco antibalas que nunca se quitaba cuando salía de servicio, como mandaba la cordura y el sentido común : era un padre de familia; El almirante hizo lo propio de igual guisa vestido y contemplaron atónitos.<br />Una pancarta de tela blanca escrita en Euskera, con una bandera mal dibujada tachada con un aspa negra y una cruz gamada junto las palabras también negras de "muere aquí" que los autores habían tenido la amabilidad de escribir en la lengua de Cervantes.<br /><br />- Has visto almirante, también saben dibujar y escribir en Español- su risa resonó en los montes cercanos mientras se acercaba a la tela de sábana pintada.<br /><br />-Quiyo!! pues si que saben, si, cuando quieren los tíos jodíos . <br /><br />El almirante se quedó junto al vehículo sacando el fusil y las señales de "control- policía" de este mientras se reía por lo bajo también.<br /><br />- No la tires, quiyo, la guardaremos para la colección de símbolos de Berto. otro compañero que gustaba de conservar trofeos como banderas, pancartas y simbología abertzale , aunque no se sabía muy bien para qué.<br /><br />De pronto, un estruendoso estallido resonó como si un dios enojado clamara con su voz fiera, el almirante cayó al suelo propulsado por la onda expansiva, que lo dejo medio atontado y con los tímpanos llenos de sangre.<br /><br />No sabía cuánto tiempo llevaba allí, el retumbar de su corazón y la respiración eran los únicos sonidos que llegaban a sus oídos. El vehículo con las lunas resquebrajadas y la chapa llena de metralla, habían parado el golpe del explosivo, una humareda negra densa, con restos de tierra, piedra y sangre se disipaba por momentos.<br />Se levantó con las piernas temblorosas y procedió con el protocolo que nadie le había enseñado, pero figuraba entre los conocimientos de todo buen militar, dar aviso y controlar la situación. Pesadamente apretó la tecla de la emisora y con una voz fragmentada por la rabia, las lagrimas y la pena por fin habló.<br /><br />-lo han matao, eso hijo putas lo han matao......<br /><br /><br />Era una mañana clara de primavera, los arboles despertaban del crudo invierno pirenaico y se engalanaban con sus ropajes verde intenso, el sol brillaba sobre las campiñas y los montes cercanos, Carlos conducía su vehículo por aquella carretera sinuosa que desembocaba en aquel pueblo pequeño.<br />Su corazón estaba en un puño y sudores fríos le caían por la perlada frente, nervioso puso la música más alto en el reproductor de cd, que apenas oía, sus latidos fuertes y rítmicos lo silenciaban todo.<br />Llego ante la fachada de un viejo edificio de principios de siglo con bandera en el balcón de la fachada. no había dudas era allí. Estacionó su vehículo al tiempo que era rodeado por tres hombres con boina verde y chaleco antibalas.<br /><br />Sacó su credencial y se bajo del vehículo despacio y con una voz no tan firme como le hubiera gustado, por fin habló.<br /><br />-Hola, soy Carlos, el nuevo cabo vengo a incorporarme al destacamento....<br /><br />Por el lobo que camina.<br /><br /><br /><br /><br /><br />**En memoria de JUAN CARLOS BEIRO MONTES. <br /><br />http://www.diariodenoticias.com/edicion ... 696271.phpCrepusculariohttp://www.blogger.com/profile/01075567099084570065noreply@blogger.com2