viernes, 4 de diciembre de 2009

Flor de suburbio



Aquel halcón, volaba tras las palomas en un cielo de horizontes de asfalto, sorteando los edificios con maestría, mientras un sol tímido, bañaba su estilizado cuerpo, convirtiéndolo en una flecha dorada.
Berenice, que contemplaba absorta la escena, apuró el desayuno guardándose la manzana en el bolsillo de la trenca y con un portazo roto, abandonó la casa. Bajó al trote las escaleras con la mente perdida y los ojos puestos en los escalones de desgastadas baldosas blancas, que morían en un portal desvencijado y sucio donde la puerta de entrada jamás era cerrada. El aire frio de la mañana, hizo que su menudo cuerpo, temblase dentro de la prenda de abrigo como una hoja de otoño, y ajena a la estampa desoladora de aquel barrio obrero, caminó hasta la parada del sub-urbano donde un tren la alejaría de allí.
De camino, vio las sombras de gente sin alma, que se zambullen cada noche, en los laberintos del mundo de la muerte lenta, administrada por vía nasal. Vio las caras adustas sin esperanza, de aquellos que construyen los mundos de la opulencia lujosa, a la que jamás tendrán acceso. Vio las vidas nuevas, abocadas a la marginalidad, que correteaban descalzas detrás de su progenitora, que tirando de un destartalado carrito de niño, iba siguiendo a distancia a su hombre cabizbaja. Vio al alegre barrendero, cuya cara surcada por penalidades y amargura, jamás se permitía un solo momento de tristeza manifiesta; quizá soñando con los mundos imposibles para él. Vio al guardián de los supermercados de la anestesia administrada por vías respiratoria y venosa, alerta ante la posible presencia de la bofia, a cambio de un poco de mercancía gratis. Vio a las madres resignadas a convivir con el mundo infame, llevar a sus hijos al colegio salvador, que los haga huir de la miseria en alas de un título universitario, en lugar de convertirse en otra pieza más de la marginalidad.
De niña, mientras las demás amigas jugaban en el patio salpicado de jeringuillas y adoquines rotos, ella leía en los libros, las vidas de otras niñas con más suerte, que jugaban en casa victorianas supervisadas por ayas benevolentes. Leía las vidas de escritores salidos del arroyo de la vida, que con un golpe de suerte, se convirtieron en un rio grande y navegable. Leía claramente reflejado en los ojos de su madre lo que no quería ser, al tiempo que olía en el aliento de su padre, todos los peligros que encerraba el mundo despiadado, al que por desgracia le había tocado pertenecer.
Los ánimos que le dispensaron sus progenitores, al principio, cuando orgullosos veían las notas escolares, fueron diluyéndose a medida que progresaba en los estudios y las facturas de la educación se hacían más y más grandes. Pronto tuvo que recurrir a trabajos varios para gente adinerada, mal remunerados .Al principio, sólo en los periodos de vacacionales; luego, a jornada partida o nocturna, que al llegar a la universidad, hicieron que sus más que notables calificaciones pasaran a ser solo aceptables, asegurando la beca del estado, casi por casualidad.
Las horas de estudio que sus trabajos la dejaban, eran realizadas en la biblioteca pública, si había suerte, o en la línea circular del sub-urbano, si no, cuyo revisor la agasajaba con chocolate caliente y sonrisas cariñosas, además de amables.
No hubo tiempo para más, No se podía permitir, como sus conocidos, el asueto y la diversión propios de la adolescencia. Ni novios esperándola a la salida del trabajo, de la facultad o del portal maloliente de su casa, no. Su meta era demasiado importante, no podía fallar, lo mismo que tampoco tendría una segunda oportunidad para conseguir su sueño. Eran las cabriolas de una trapecista, que sin red, realizaba jugándose la vida, ante un público interesado en ver los exóticos animales de la pista.
Las paradas del sub-urbano se fueron sucediendo, pregonadas por la voz metálica y sin alma, proveniente del altavoz. Ella nunca la oiría por llevar puesto el antídoto con auriculares que cada mañana la alejaba de las caras somnolientas, sin ápice de vida. Ella las observaba escuchando la banda sonora de habla inglesa predilecta. Pero hoy su mente estaba puesta en el tablón de anuncios de la facultad donde esperaba su ansiado destino.
Berenice llegó sin aliento ante el veredicto de aquel juez en forma cuadro. Por un momento su corazón dejó de latir y el nudo de su garganta impidió que pudiera respirar con normalidad. Sudores fríos le caían por la frente y en un tic nervioso, su mano no paraba de recolocar los cabellos que se habían fugado del recogido de su melena color miel .Y lo vio.
Los lagos de sus ojos se desbordaron corriendo libremente por sus mejillas. Sentada en el suelo abrazó fuertemente su carpeta desvencijada. Aunque se esforzaba por mantener la compostura, nada parecía poder detener aquello. Sus compañeros la felicitaban con efusividad detrás de sus máscaras de envidia. Hoy por primera vez, alguien de su entorno la miraba con admiración.
Un mundo de Doctorado, de prácticas en empresas, de idiomas, de ciudades nuevas llenas de oportunidades, se abrió ante ella para rescatarla de su cárcel y elevarla al parnaso de lo posible para gente decidida a labrarse un futuro a fuerza de empeño.
Era La mañana de la partida hacia su futuro europeo, sus padres estaban esperando frente a su cuarto cogidos de la mano, mientras ruido de cajones , puertas de armario y maletas cerrándose se atropellaban al salir. Los ojos surcados de innumerables lágrimas de su madre contrastaban con los lagos contenidos de su padre, que con un temblor en los labios aguardaba en silencio aguantando la respiración.
Berenice cargada con una maleta tan grande como su ilusión, salió de su cuarto dispuesta a abandonar, quizá para siempre, aquella casa y al hacerlo vio los rostros de dos viejos muy cansados. Dos rostros cargados de orgullo y tristeza a partes iguales; dos rostros humildes, con callos en las manos de trabajar por la supervivencia familiar más que en vivir su propia vida y sueños; dos rostros cargados de fracasos y resignación ante los temporales de la vida despiadada; dos rostros que reflejaban amor, sin palabras, muchas veces, de reojo, en silencio y a hurtadillas en las noches frías que la arropaban besando la frente. Dos rostros llenos de privaciones para concederla una oportunidad, que quizá ellos no tuvieron nunca. Dos rostros, el de sus padres, que la amaban más que a su propia vida miserable. Y los abrazó.
No hubo palabras de despedida, ni los discursos, que en los libros, dicen los progenitores a los hijos que abandonan el hogar. Sólo temblor de labios, silencios, lágrimas y suspiros. Una tortilla de patata, embutidos, croquetas caseras y algunos ahorros, en una cesta de mimbre para el viaje, aderezados con mucho amor.

Por el lobo que camina.

4 comentarios:

  1. me pongo de pie virtualmente
    para aplaudir a lo real
    que son tus textos
    geniales
    mis mas sinceros elogios desde la mediocridad

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  2. En la mediocirdad andamos todos, salvo los inmortales...
    Gracias Danilo, el lobo se postra en sentida reverencia, ¡oh! amable.

    Aullidos afectivos

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  3. Caminante, poeta, caballero, niño, soñador, Wolf, al leerte siempre me dejas así como chiquita, pequeña como quien lee la obra del cual admira, pues eso me sucede, maravillosa obra y ya sabes que me dibujo las imagenes y las vivo.
    Mis humildes felicitaciones Wolf, cálido abrazo como siempre y esta noche con infinita ternurita.

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  4. Creo que eres demasiado amable con el lobo, estas historias no son más que inquietudes insomnes de lobo estepario.
    Aullidos y abrazos entre algas y aliseos del atlante, que hoy trajo tambien la lluvia y despacio, cae sobre los vidrios de la ventana.

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