lunes, 5 de octubre de 2009

Diario de una guerra.



Sacó el mapa de carreteras de la guantera de su viejo coche comprado recientemente, lo desplegó sobre el capó y se puso a buscar, pasando el dedo por la línea roja de la carretera que le debía llevar hasta ese lugar. Le costó un tiempo encontrar el nombre, se fijo en todos lo núcleos de población importantes hasta el señalado y rápidamente memorizo el orden hasta la desviación que conducía al pequeño pueblo.
Exactamente 23 km y un puerto de montaña le separaban de su destino. Recogió el mapa doblándolo cuidadosamente, éste tenía señalado a bolígrafo sus viajes más importantes por la geografía política de su nación y aunque no era un mapa topográfico también apuntaba las cumbres que había hollado en su breve pero intensa actividad montañera.

El tráfico era escaso por aquella carretera, pues el desdoblamiento de la misma y construcción de la autovía en los años ochenta, habían hecho que solo fuese frecuentada por los habitantes de los pequeños pueblos y los turistas que buscaban tranquilidad por ese valle de preciosos paisajes.
Era finales de verano y las copas de los árboles mudaban ya su color, convirtiendo el bosque en una amalgama de verdes, pardos, ocres. Desde la carretera veía el magnífico resultado de los rayos oblicuos de un sol, que apunto estaba de esconderse detrás de las montañas.
Llegó a su destino poco antes de oscurecer y a velocidad reducida, transitó por las calles vacías del pequeño pueblo, hasta encontrar a las afueras una vieja casa de principios de siglo con una bandera en la entrada. No cabía lugar a dudas, era allí y apuntando con el morro de su utilitario a la casa, se encaminó despacio hasta el emplazamiento y aparcó sin ningún problema apagando el motor.
Una figura verde con sombrero negro salió a su encuentro, sin acercarse demasiado le apuntó con el fusil levemente mientras le indicaba que allí no podía estacionar, pero a él lejos de intimidarle le hizo sonreír, sacó una cartea del bolsillo izquierdo de su pantalón vaquero y se presentó.

- Hola, soy Juan, el nuevo cabo, vengo a incorporarme al destacamento.

la figura contempló la credencial desconfiado y saludo militarmente, al tiempo que le dedicaba una sonrisa campechana rompiendo el gesto amenazador que momentos antes tenía y contestó.

-Hola, soy Joaquín, bienvenido…
Era el almirante, o así le decían porque antes de opositar, era marinero en Huelva, su acento marcado no confundía a nadie aunque si no rompía el silencio podía pasar tranquilamente por lugareño de esa comarca de grandes hombres de tez blanca y ojos claros.


El pequeño destacamento de doce guardias un cabo y un sargento, hacía más labores propiamente defensivas que de servicio público, teniendo casi prohibido la entrada en la población ante el riesgo de emboscadas por parte de una población civil, totalmente contraria a su presencia en aquel lugar recóndito de la geografía, pero que había sido cuna de muchos de los más sanguinarios terroristas de la reciente y trágica historia de los últimos treinta años.
Solamente un par de familias tenía relaciones abiertamente con los inquilinos de ese viejo edificio destartalado,: el dueño de la armería concejal del partido conservador y los Baleztena que su pasado carlista y monárquico hacía que siempre hubieran tenido profundas y enraizadas relaciones con el instituto armado; Venían el verano y a pasar las vacaciones de navidad en su viejo caserón situado en la plaza del pueblo frente a la casa consistorial ,con bandera carlista en los días de fiesta en el balcón de su casa que daba mucho que hablar en el pequeño pueblo y ,mucho que reír en la casa vieja de principios de siglo.

Los día fueron pasando entre la rutina diaria de un puesto fronterizo en pie de guerra, antaño fue el estraperlo por los montes cercanos y la patrullas más a pie que acaballo, reservado para la oficialía, ahora era la protección de su vieja casa con bandera nacional y la casona de la plaza de peculiares dueños. Fermín de mostachos ya grises engominados hacia arriba, txapela roja y su hermana Irune, de moño y mantilla española aunque también solía llevar pantalones de montar y chaleco acolchado, pues a pesar de su edad solían hacerlo por las campiñas aunque cada vez menos.
También realizaban controles de carretera vigilando los accesos a la vecina Guipuzcoa y el puerto de montaña que les comunicaba con la capital de la comunidad autónoma por la vieja nacional, pero eso cuando las circunstancias lo permitian.

La sombra del terrorismo planeaba siempre por encima de aquellos hombres procedentes de todos los confines de la nación, aunque nadie dejaba que esa sombra empañara sus corazones. La profesión iba por dentro. Era un destacamento de paso, nadie duraba allí demasiado tiempo, el más veterano contaba con 435 día en el puesto y tres barras amarillas en la hombrera, el resto se iban marchando a medida que salían otras vacantes en lugares menos expuestos.
A los recién llegados les era narrado la larga lista de los atentados y agresiones sufridas por parte del enemigo, que habían dejado sus cicatrices por la fachada del viejo edificio, que estos se encargaban de ocultar a sus familias, paro no preocupar demasiado, cosa que ya habían hecho al decir cuál sería su actual destino.

Juan se integro rápidamente, quizá por la afabilidad de sus orígenes asturianos, donde se encontraba su esposa e hijos, o porque era un hombre sencillo y nada recargado que no hacía ostentación de sus recién ganados galones. Era uno más, y que ostentaba el mando en las veces que el jefe se ausentaba por vacaciones o libranzas semanales.

Aquella mañana amaneció pronto para él y su amigo el almirante, eran la patrulla de apoyo y refuerzo móvil del destacamento y después de desayunar café de termo que compartieron con los dos hombres del servicio de protección del edificio, salieron cuando despuntaba el sol que aparecería por encima de las montañas, en aquel singular valle. Se montaron en el desvencijado todo terreno blindado de color verde y se dirigieron al punto de control señalado en la carpeta de órdenes, punto fronterizo con la vecina Guipuzcoa.
Allí sesenta y cuatro años antes un gudari con txapela roja y fusil de cerrojo, oriundo de aquel pueblo, había caído en la insurrección del bando nacional, del que era miembro, contra las fuerzas republicanas inferiores y sentenciadas a la derrota en aquel valle incomunicado y húmedo. Una placa levantada en su honor, que algunos desalmados no paraban de arrancar e injuriar con pintura roja era testimonio mudo de aquellos sucesos tristes y violentos.

El todo terreno estacionó próximo a la vieja piedra conmemorativa, Juan salió del vehículo provisto de su chaleco antibalas que nunca se quitaba cuando salía de servicio, como mandaba la cordura y el sentido común : era un padre de familia; El almirante hizo lo propio de igual guisa vestido y contemplaron atónitos.
Una pancarta de tela blanca escrita en Euskera, con una bandera mal dibujada tachada con un aspa negra y una cruz gamada junto las palabras también negras de "muere aquí" que los autores habían tenido la amabilidad de escribir en la lengua de Cervantes.

- Has visto almirante, también saben dibujar y escribir en Español- su risa resonó en los montes cercanos mientras se acercaba a la tela de sábana pintada.

-Quiyo!! pues si que saben, si, cuando quieren los tíos jodíos .

El almirante se quedó junto al vehículo sacando el fusil y las señales de "control- policía" de este mientras se reía por lo bajo también.

- No la tires, quiyo, la guardaremos para la colección de símbolos de Berto. otro compañero que gustaba de conservar trofeos como banderas, pancartas y simbología abertzale , aunque no se sabía muy bien para qué.

De pronto, un estruendoso estallido resonó como si un dios enojado clamara con su voz fiera, el almirante cayó al suelo propulsado por la onda expansiva, que lo dejo medio atontado y con los tímpanos llenos de sangre.

No sabía cuánto tiempo llevaba allí, el retumbar de su corazón y la respiración eran los únicos sonidos que llegaban a sus oídos. El vehículo con las lunas resquebrajadas y la chapa llena de metralla, habían parado el golpe del explosivo, una humareda negra densa, con restos de tierra, piedra y sangre se disipaba por momentos.
Se levantó con las piernas temblorosas y procedió con el protocolo que nadie le había enseñado, pero figuraba entre los conocimientos de todo buen militar, dar aviso y controlar la situación. Pesadamente apretó la tecla de la emisora y con una voz fragmentada por la rabia, las lagrimas y la pena por fin habló.

-lo han matao, eso hijo putas lo han matao......


Era una mañana clara de primavera, los arboles despertaban del crudo invierno pirenaico y se engalanaban con sus ropajes verde intenso, el sol brillaba sobre las campiñas y los montes cercanos, Carlos conducía su vehículo por aquella carretera sinuosa que desembocaba en aquel pueblo pequeño.
Su corazón estaba en un puño y sudores fríos le caían por la perlada frente, nervioso puso la música más alto en el reproductor de cd, que apenas oía, sus latidos fuertes y rítmicos lo silenciaban todo.
Llego ante la fachada de un viejo edificio de principios de siglo con bandera en el balcón de la fachada. no había dudas era allí. Estacionó su vehículo al tiempo que era rodeado por tres hombres con boina verde y chaleco antibalas.

Sacó su credencial y se bajo del vehículo despacio y con una voz no tan firme como le hubiera gustado, por fin habló.

-Hola, soy Carlos, el nuevo cabo vengo a incorporarme al destacamento....

Por el lobo que camina.





**En memoria de JUAN CARLOS BEIRO MONTES.

http://www.diariodenoticias.com/edicion ... 696271.php

2 comentarios:

  1. Un recuerdo vivido, identificado como un latido en la sien, un fusil perdido en la arena, enterrado como los cuerpos llorados, y la tierra aún no está serena, lo estará alguna vez? Pues no lo creo, no luego de absorber la sangre de un hombre y su nobleza.
    Big Wolf me has emocionado, aquí también perdimos hombres ( niños ) en realidad, en una guerra que marcará siempre mi tierra, es muy muy grato leerte, y te trataré de tu, ya que tenemos casi la misma edad, gracias por el aroma de mar de tu Bitácora que dejas en mis intentos de letras, te envío un cálido abrazo que te llegue en estas horas. Colibrí.

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  2. Colibrí que navegas en la mar del lobo. Gracias a ti por leer y dejar huella. El tratamiento adecuado, independientemente de la edad, es el desprovisto de protocolos y formulismos rígidos, tutearse entre creadores de letras es bueno, puedes llamarme simplemente lobo, en cualquiera de los idiomas. Sólo lobo que odia la guerra.
    Aullidos afectivos.

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