domingo, 1 de noviembre de 2009

Desde la galería


Sobre la mecedora, abrigada con la manta de cuadros, contempla con una sonrisa, el paisaje de la tarde que desde la ventana deja entrar la luz. En las manos entrelazadas guarda los secretos que la mente viajera no confiesa a nadie, y con un suspiro, mira hacia donde yo me encuentro.
Su mirada me cala hasta los huesos, desgarrando de parte a parte el lado que ama del corazón y una lágrima brota solitaria antes de devolver la sonrisa con un ligero temblor de labios, que mi voz austera se propone mitigar con el habla.

_¿Te encuentras bien madre?
Su voz tintinea entre los labios carmesí pintados con devoción y con la vista más allá de los cristales azules contempla el infinito real.

-hoy vendrá, lo sabes ¿verdad?- sonríe- Lo sé. No me preguntes como, pero lo sé. Esta mañana he puesto la colcha de lunas y soles sobre la cama y al doblar el embozo de las sábanas un escalofrío me ha recorrido la espalda, ha sido entonces que lo he sabido. Como siempre.
A veces pienso en él y siento como un aliento que me insufla palabras al oído, pero cuando me doy la vuelta ya se ha ido. Noto pasos que hacen crujir la madera vieja, como yo, de ésta casa también vieja; la escalera tiembla con su peso al subir, pero nunca llega hasta la alcoba donde le espero. No viene para quedarse, ¿sabes? Solo de visita, por eso no hay que preparar el cuarto de invitados. No, no lo necesita.

-¿Me traerás el té a la galería hoy?

Con los ojos desechos en agua sonrío asintiendo. Me he levantado y estoy a penas a unos centímetros de ella, con las manos de cariño desbordadas, buscando caricias entre los hombros y la nuca de plata.

-Claro madre, el té a la hora en que la tarde se va, como siempre que es invierno. ¿Quieres galletas hoy?

- ¿Sabes?, cuando era niña mi madre me hacía galletas de mantequilla en el horno de leña, el abuelo traía las cuñas de manzano olorosas, las de roble apretado para dar consistencia al fuego y las de olivo viejo…Aun recuerdo el sonido del batir de los huevos en el bol de loza blanca, donde se mezclaba la harina.

-Si. Hoy quiero galletitas blancas y flores de primavera sobre la cama…¿Sabes?, ahora que no tengo ya vista, hay momentos en los que veo letras flotando sobre el aire y forman las partes de aquellos libros que leí cuando descubría el mundo por primera vez…

Mientras escucho el tintineo de la cucharilla afinando la loza de la taza, abro el libro y leo a media voz. Es su preferido, por alguna razón que nunca me dijo y que quizá nunca me atreva a preguntar, pues sé de cuestiones que sólo deben ser contadas al natural, sin indagar sobre ellas, para que un día surjan por casualidad, como el libro, como tantas cosas que me cuentas sin querer y que son las que más me emocionan.
Afinando la voz continuo leyendo despacio el libro que mis manos contienen con una caricia. La letanía de las palabras va apagando poco a poco el sol de la tarde, hasta que de improviso, amanecen tímidas las farolas con su destello irregular.

-¿qué habrá de cena hoy? – preguntas mientras te acompaño a la sala para que el relente de la noche no melle la sonrisa que el ocaso ha dejado.- Sabes, a tu abuelo le gustaba cenar sopa de ajo con pan de hogaza y vino tinto en porrón. Cuando nadie lo miraba, echaba un chorro a la sopa y se reía como un niño chico…

La sala está en silencio, y conecto el televisor dejando el mando cerca de tu mano. Me miras con ternura mientras coges mi mano para besarla-

- Hoy vendrá lo sabes ¿verdad? No para quedarse, no. Solo de visita.

Mientras preparo la cena, escucho el sordo ruido que el televisor hace en la lejanía de la sala, escrutando tu voz por si acaso llamas, o te quejas o ríes sin más. Los electrodomésticos elaboran la cena frugal que pongo en la bandeja estampada con dibujos orientales rojos y blancos que tanto te gusta. Guardando equilibrio llego y te encuentro sonriéndole a la nada con el mando apretado entre las manos; me miras un instante, luego sonríes de nuevo y aplaudes mi llegada. Cenas mientras conversamos de la actualidad del telediario hasta que llega la hora de acostarse, entonces, te llevo al cuarto de baño para que te laves los dientes en el viejo vaso traslúcido. Cuando sales te meto despacio en la cama apartando la colcha de lunas y soles y tu sonrisa desdentada me abraza plácida.

-Sabes, Tu abuela me peinaba siempre con aquel peine dorado de la cómoda. Aun lo guardo junto a los pendientes que me regaló antes de irse de viaje…

Rezamos a tus dioses inventados y rogamos que sean cuatro los ángeles que guarden tu lecho, para que si no amaneces, te lleven al cielo con los ojos cerrados. Luego te beso la frente y con la voz queda susurro junto a los ojos las buenas noches.


Por la mañana de camino al trabajo pensaré en cómo te levantas y si encontrarás todo lo que buscas con la mirada. Las horas pasan lentas, monótonas, las manecillas del reloj se resisten a moverse donde cada segundo pasa dos veces por equivocación. El tráfico es denso y alarga la espera con sus semáforos rojos que no paran de brillar. Mientras, observo el discurrir de la gente que pasa delante del capó del vehículo y miro al cielo gris de la tarde, que con sus nubes oscuras amenaza con la lluvia lenta que caerá despacio mojando las aceras y los bancos de los parques donde no podré llevarte hoy.
Subo pausadamente las escaleras hasta detenerme delante de la puerta. Escucho los ruidos que la madera deja pasar intuyendo tu risa, pero no la encuentro. Entonces metiendo la llave en la cerradura abro y saludo a la percha de la entrada colgando el abrigo. Mis pasos me llevan primero a la galería vacía donde lloran los cristales a la luz de la tarde, luego acudo a la sala y allí os encuentro a la guardiana y a ti mirando la nada que se dibuja en la pared blanca.

Hoy no me miras con los mismos ojos de cielo, en tu mirada aguarda la incógnita de un acertijo que es mi nombre olvidado. Me acerco y te beso la mejilla, luego me siento a tu costado y te cuento mi día desde la mañana temprano.
De pronto sonríes iluminando la estancia en silencio y hablas con la voz que tanto he anhelado.

-Sabes, el abuelo no fue a la guerra. Cuando lo reclutaron, su poca vista al principio no fue suficiente, pero de camino al frente, se cayó del camión y se rompió la pierna. Lo dejaron en la cuneta junto a un gran árbol y siempre decía que ese día le beso la suerte en la cara dos veces. Volvió a casa con la escayola blanca en el carro del caminero que tampoco fue a la guerra por faltarle la mano derecha. Yo no me acuerdo de la guerra, era muy pequeña, pero sí recuerdo ir a buscar esas pequeñas fresas silvestres que nacen junto a la vereda en los últimos días de junio…
Eres tan amable viniendo a verme, dime guapo, ¿cómo te llamas? Sabes…Yo tenía un hermano muy parecido a ti que un día cruzó el gran charco camino de la Argentina, pero nunca regresó como me dijo que haría.

Con el corazón atravesado en la garganta sonrío al besarte las manos que sostengo junto a las mías. No te digo que aún desmemoriada, te quiero con toda mi alma y acariciándote el cabello me levanto para recoger el libro de la biblioteca.

-¿Te apetece que te lea madre?

Tú no contestas, ensimismada en tararear viejas canciones de saltar a la comba, por eso hoy me acompaña la niña de dorados cabellos amiga de aquel conejo blanco, que siempre tenía prisa. Cómo el tiempo, empeñado en fugarse de nuestro lado con alas de viento Inquietas.
Empiezo la historia junto aquel río de aguas viajeras en la que flotan los juncos, la hermana de Alicia lee el tonto libro sin dibujos, mientras ella trenza una guirnalda de margaritas. Aparece el conejo blanco con chaleco y reloj que salta a la oscura madriguera junto al seto verde.
Mientras avanzo en la lectura, al igual que Alicia te sumerges en el pozo oscuro de la madriguera y caes hasta los abismos que me son vedados, donde tan solo tú puedes adentrarte.

El día se cierra gris, como la tarde, sin que pueda contemplarse el ocaso, como las nubes cargadas de lluvia que arrecian y se persiguen por el cielo que ya no es azul. Al acostarte recito la liturgia de tus dioses, a los que sólo pido que no permitan sufrir ni un segundo y cerrando los ojos me abandono a los sueños extraños que Morfeo me trae de vez en cuando.

Los días se suceden en el calendario que cambia de hojas como los árboles, hasta hacer desaparecer el tiempo de la mengua. Con el frio inaugurado, las horas se alargan junto a los días en los que puede verse desde la galería, el sol que camina hacia la primavera. Con cada lectura del libro me acerco más y más al principio en la nueva lectura que haré al terminar, pues como en un bucle, lo único importante es continuar acompañando la senda de los días hasta el final.

Hoy al llegar a casa he sentido el aroma embriagador del horno de la cocina y con una sonrisa me recibes vestida con el delantal de las ocasiones y las manos enguantadas en las manoplas a juego. Sobre ellas exhibes el fruto de tu trabajo vespertino que humea suculento. Hoy el té de la galería será afortunado al contar con tu presencia y junto al aroma de las azaleas que asciende por la cornisa de la ventana irás desgranando esas historias que tanto me agrada escuchar.

-Sabes,- me dices risueña- tu abuelo tenía una pareja de bueyes grises, algo feos, pero nobles, que yo siempre iba a visitar a la cuadra. Eran más que simples bueyes, pues cuando me veían entrar, mugían de contentos intentando zafarse del yugo del pesebre. Acariciándoles despacio la frente les daba pan duro mientras contaba las cosas que me iban sucediendo. Una tarde de lluvia me senté a leerles un pasaje de mi libro. Ellos asistían impasibles con la mirada atenta en las hojas que iba pasando, mirándome con esos ojos grandes y oscuros de noble belleza. Cuando la noche se cernía oscureciendo la única ventana que junto a la pila de piedra guarecía el establo, de entre la hierba, salió el abuelo con lágrimas en el único ojo que veía. Con parsimonia caminaba hacia mi atalaya de lectura mientras limpiaba el cristal de sus gafas con un pañuelo blanco y sin mediar palabra sus grandes ramas delgadas me abrazaron hasta apretarme contra su pecho, de forma que mi cabeza quedó enterrada en su chaleco negro.

-Si quieres, mi hermosa violeta de invierno, puedes leerme a mí como lo haces a las bestias, prometo escucharte con tanta atención como ellas para al terminar poder decirte lo feliz que me hace tenerte en mis brazos de viejo.

Nunca fue un hombre de bar y partida, ¿sabes? En la lectura encontraba todos los mundos que un día quiso recorrer. Cuando era muy joven sus padres lo dejaron para irse al gran viaje que solo al llegar el final hacemos, por eso nunca tuvo tiempo suficiente para poder dedicarse a leer y viajar como hubiera querido, pero de tarde en tarde, yo le leía las novelas de los clásicos que él había ido almacenando con mimo en la biblioteca de la sala.

La tarde se fuga mientras escucho las anécdotas de tus días felices de la infancia y los viajes al mar que cada verano hacías en el viejo autobús de línea.
Puedo ver mientras dictas el recuerdo de las cosas que fueron como traquetea por los baches la vieja carredana. El chofer con la camisa de cielo y la gorra de plato oscura silba por la ventanilla abierta que deja pasar el viento. Uno a uno los verdes campos se acercan a la urbe de cemento que llega hasta la arena de la playa. Entre edificios bajos y blancos aparecen las casetas de rayas donde se viste la gente para el baño y al fondo las olas de blanco vestidas saludan los pies de los osados bañistas que zambullen sin pensarlo. Hay sombrillas de colores plantadas en la arena reseca junto a toallas y manteles con merienda. Allí estás tú desafiando al viento de la tarde con tu cabello suelto que acaricia las mejillas rosadas y frescas. Te acercas risueña a las olas que corren a tu encuentro con su espuma frondosa hasta abrazarlas. Ahora puedo ver como resbalan las gotas saladas por tu mejilla y en el cielo tímidos algodones contemplan la escena.


Va pasando el tiempo que todo lo cura sin apenas curar nada, y con cada día en fuga, tus recuerdos cercanos se diluyen como lágrimas en la lluvia. Hoy has olvidado mi pasado y los momentos en que fuimos lo que éramos.
¡Da igual! Todo dará igual si al finalizar la tarde me despides con una sonrisa encarnada; si al despedir el día lanzas besos con tus ojos de menta.
Antes de adormilarte en el regazo de la almohada, me has mirado y con la chispa de tus ojos has encendido el árbol de la memoria, luego apretándome la mano con fuerza, me has hablado:

-Niño, la muerte anda cerca. Hoy puedo oler como se desliza por la ventana con sus flores muertas. Cuando me llegue la hora funesta no quiero llamas, niño, ¡nada de llamas! ¿Me oyes niño?. Hay noches en las que me despierto con sudor frío en la frente y veo la puerta del horno detrás de la cerca. Me llama con su voz de ascuas encarnadas y se adentra devorando la estancia.
Quiero la paz de las piedras que oyen crecer la hierba; quiero el murmullo de la tierra junto al traje de madera que he de llevar al final. Prométeme que no dejarás que ardan y esparzan mi cuerpo muerto, niño.

Con los ojos en lágrimas te abrazo y te beso, madre de mi alma y si creyese en tus dioses juraría por ellos para ratificar el pacto de tus últimas voluntades en testamento vivo y hablado.

-Descansa, mi bien – la digo- descansa y que el fuego no te apure. Oirás la mar en la cercanía con tus ojos cerrados a la vida y si lo prefieres será el fresno que crece junto al riachuelo detrás de la tapia con cruces de estatuas dormidas. Descansa y no temas, si tus dioses aciertan verás el despertar de los cuerpos sin vida en el final de los días.

Sonríes apoyando la cabeza sobre la cama mullida y te duermes sin que el murmullo de mis palabras últimas llegue hasta tus pendientes.

Ayer tras silenciosa agonía, tu motor ha cesado y sentada en la silla que mira a la galería, te has quedado fría como los cristales o el viento de la tarde. Cuando he llegado, he sentido el vacio que dejan los trenes en la estación cuando parten. Como el viajero que llega tarde y se encuentra los rieles solitarios de las vías que miran al reloj mudo del andén muerto. Así me acerqué a tu silla y conteniendo la marea, te dije adiós despacio en las farolas que alumbraban las calles ciegas.


Gentes y más gentes desfilan silenciosas o hablan con voz queda, abrigos negros y caras blancas y mi mente se pierde encerrada en aquellos recuerdos que me alejan de la estancia. Ya no hay nadie, me olvido de todos los presentes empezando conmigo y surcando el mar de la memoria regreso a los tiempos en los que aun no planeaba sobre la aurora la enfermedad, ni la sombra.
Una mano, la tuya, acaricia la cara de un niño que en la playa ha sido engullido por una ola y su juguete lo arrastra la espuma blanca hasta perderlo en la bruma; unas lágrimas surcan sus ojos de ámbar con una pregunta. Tú, con la sonrisa quieta, le cuentas la historia de aquel pescador que halló en el centro de un pez el anillo del príncipe encantado. Y cada vez que vayas a la pescadería aquel niño irá de la mano a preguntar a los peces que miran fríos hacia el hielo blanco, por si alguno fuera tan grande de guarecer su tesoro cuando nadaba por el fondo.

Una voz me rescata cuando la tierra resuena en su mortaja y en sus últimas palabras encuentro que menta las condiciones de la herencia, entonces con un gesto de desprecio me río hacia dentro porque no son los bienes lo que yo albergo.

-Mi herencia está a salvo, aquí, en mi cabeza, señora mía; fuera del mundo que habita y puede que un día venga vestida de hojas de un libro que cuente aquello que usted no leería.

Pero no es eso lo que dicen mis labios, sino que se visten con la educación que en su día me diste, madre querida, a fuerza de privarte de todo lo que te daba la vida.
Atado a un viejo poema entrego a la tierra una rosa encarnada, cortada a la vida en su hora plena, para que endulce el abrigo de tu último asilo. Luego me alejo y mis pasos se pierden entre las losas grises del cementerio para atravesar la cancela de hierro que separa lo vivo de lo que ya ha se ha ido.

Por el lobo que camina

6 comentarios:

  1. Me has traído ese sabor al recuerdo, en mi caso a mi abuela, con su aroma a pan casero en la cocina con muebles de madera que pulcramente tallo mi abuelo, su piel morena, suave y tersa como la textura de las nubes sus cabellos entrecanos, como noche con nieve de invierno, sus ojos tristes en ocasiones y a veces absortos como si viajaran a otro mundo, cuando relataba esas leyendas de campo mientras acariciaba mi cabello
    como queriendo detener el tiempo, como queriendo que no terminara el día y la noche,
    Así me las has evocado hoy coincidiendo tu té de las tardes con el mate y sus hierbas, mirando ese mar pero hecho de campo verde, recuerdo cuando con lágrimas, sus palabras un día antes de no volver a tener sus manos trenzándome el largo cabello, me dijeron “busca lo que te falta” encuentra tu otra vida dándome su bendición, aún la recuerdo dormida en un ataúd gris que la guardaría para siempre y yo imaginándome que se iba de viaje y algún día regresaría por mí. Que sensaciones has despertado hoy Wolf, muchas y profundas, simplemente gracias por compartir estas largas singladuras con tus lectores, por tocar la fibra sensible de esta ave viajera que dejas hoy muy emocionada, te ofrezco un cálido abrazo a ti caminante. Colibrí.

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  2. Saber que he llegado a la parte que siente del corazón es un gran premio para el lobo.
    aunque es del todo ficticio éste relato tiene, como todos, piel, aliento y corazón de lobo.
    Recojo tu abrazo cálido entre las garras esteparias y lo atesoro.

    Gracias Alas.

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  3. hermoso relato
    es como un aroma, como un recuerdo
    se queda impregnado
    muy nostalgico y evocativo
    felicitaciones

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  4. Gracias Danilo, Aullidos y saludos de la mar del lobo.

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  5. No digo que te reprimas a la hora de escribir..pero Vos deberías ponerte un límite...
    Ay ! Escrito ya, es una ficción y aún sabiéndolo desde el inicio hasta siento el olor de los libros... y mientras dura la lenta agonía del relato me voy involucrando al punto de no saber de quién es la realidad.. es mía, es de algún conocido... ya no tiene razón de ser....salvo la amarga satisfacción de recrear miles de sensaciones a la vez.
    Pasado, Presente, Tiempo, Mar, Distancias, Ausencias, Esperas, pero por sobre todo el Amor que se entregaban uno al otro cada cual a su modo.
    Gracias Gran Lobo Gris

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  6. Gracias. Me dejas sin palabras. Considero el alzheimer una enfermedad muy dura para los enfermos pero sobre todo para los que cuidan de ellos. Este relato es solo un homenaje a los familiares que lo sufren a diario hasta el fin.
    Aullidos y abrazos afectivos

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