domingo, 18 de octubre de 2009

la ciudad puede esperar.


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Abrió los ojos despacio a la mañana que rozaba su piel desnuda, con un leve gesto, miró la hora del reloj digital de la mesilla de noche y los volvió a cerrar. Un diamante brotó de sus ojos precipitándose sobre la almohada blanca que tenia presa entre sus manos. No. Su voz sonó atronadora en el cuarto aún envuelto en sombras y con gesto marcial desterró la losa que hundía su pecho junto a los recuerdo.
La noche pasada había sido muy larga, demasiado. En instantáneas color sepia, veía la última discusión que había tenido con él. Si, decía bien. Esa era la última, se acabó. Una mano volaba por el aire enrarecido del cuarto lleno de gritos, como platos rotos de reproches mientras el labio y la voz temblaban incrédulos de tanto odio, de tanto falso amor. ¿Cuándo se había apagado aquel amor de juventud? Miraba la barba de tres días de él, la elegante camisa planchada por ella, los ojos inyectados en sangre y las palabras obscenas y no reconocía a ese chico tímido que en la primera cita temblaba con cada beso que ella le daba. ¿Dónde estaba ese chico ahora? ¿Había cambiado ella o tan solo era que el tiempo lo empeora todo?
Caminó por la moqueta hasta el cuarto de baño y abrió la ducha. El agua tibia recorrió su espalda desde el cuello, impactando despacio sobre su dermis tan cansada y exhausta. Cuando el jabón anego sus poros con la espuma blanca, sintió la levedad de los aromas de su juventud. Aquella marca de gel traía de vuelta los años en la universidad, las acampadas, los conciertos y las noches eternas sin dormir esperando la amanecida.

Salió de la ducha, enrolló la toalla a su cuerpo mojado y seco su cabello con gestos enérgicos. Por un instante se miró en el espejo brumoso del baño, allí vio la imagen de una mujer, pero ¿era ella? No se reconocía en ese cuerpo que empezaba a arrugarse, a secarse definitivamente. Ayer tan solo era una mujer hermosa que lucía con orgullo las flores de la vida, pero hoy…

Fue al vestidor y eligió un escotado vestido color café, sobre ropa interior blanca y unas sandalias con algo de tacón. El bolso de mano a juego con los zapatos y unos pendientes de ámbar que habían sido de su abuela materna. Un pensamiento la inundó mientras se colocaba los pendientes frente al espejo dorado. Vio la sombra de todas las mujeres que habían llevado esos mismos pendientes y sintió al cerrar los ojos un instante, la fuerza que emanaba de ellos abrazándola.
Bajó las escaleras hasta llegar a la cocina, se preparó un zumo de naranja y un té bien cargado que se bebió de un trago. El calor que desprendía el líquido ardiente en su garganta seca, hizo que recobrara la vitalidad y salió decidida a la calle donde brillaba tímido el sol de la mañana.


-El Señor Álvarez está ocupado, señorita, si tiene la bondad de esperar en la sala…_ dijo la secretaria con voz chillona-

Aquella mocosa se daba aires de importancia delante de los clientes que ella no estimaba demasiado notables, mientras que era capaz de fingirse sumisa y servicial ante los hombres de corbata y gemelos de oro. El puesto le venía que ni pintado. Imaginó por un momento lo frustrante que sería para ella desempeñar ese trabajo y mirando a los ojos de su interlocutora asintió condescendiente.
La sala de espera estaba en silencio y hasta ella llegaban vagos rumores de pasos sobre la tablazón de madera y conversaciones inconexas. El viejo cuadro de la pared recibía la luz y devolvía su imagen reflejada en él como un espejo. Sacó del bolso el pinta labios carmesí y mirándose en el reflejo del cristal endulzó su sonrisa.

-¡Pero qué sorpresa!, Lorena, pasa mujer, pasa- dijo saludando el Sr. Alberto Alvares del castillo, abogado y hombre pretencioso que no paraba de admirarse en los objetos que poseía.-¿Cómo te va todo? Siempre tan joven y hermosa…

_bien Alberto, no me puedo quejar. Bueno, mejor dicho, mal y bastante cabreada, para qué engañarse. -Los formulismos para los funcionarios, ella venía a contratar sus servicios y debía ir al grano sin dilación. Se dijo a si misma.- quiero el divorcio por la vía rápida, Alberto.

_Bien ya veo…- siéntate y hablemos más despacio Lorena.

_ Me temo Alberto que ahora vas a escucharme y luego asesorarme legalmente y si conocer a mi futuro Ex marido te supone algún tipo de impedimento, digamos, de camaradería entre amigos, dímelo ahora.

_¡Joder que genio!- dijo sorprendido el letrado- Tranquila, cuéntame lo que tienes en mente y yo lo daré forma legal, por eso de mi amistad con Mario, ni te preocupes. Además no somos tan amigos como supones. El trabajo se diferenciarlo del placer perfectamente. Cuéntamelo todo.

¿Había sonreído? Quizá el gesto agrio le quite toda espereza de ver una mujer débil, se dijo para si y apretó el bolso hasta que sus manos dolieron.

_El caso Alberto es que hay poco que contar- dijo depositando una carpeta blanca sobre la mesa – aquí está la denuncia policial, el informe de urgencias, todo ello con fecha de ésta misma mañana. También la solicitud de orden de alejamiento, que aunque no voy a necesitar, pues voy a irme ésta noche mismo, cursaremos por si acaso hiciera falta.
Quiero todo aquello que la ley dice que es mío, la casa el coche, el apartamento de la costa y los ahorros en las cuentas comunes, todo y no aceptaré menos. No se negocia.

_Bien supongo que ese apartado lo has pensado bien… -de pronto su gesto se había tornado serio y circunspecto- Un divorcio por las malas puede demorarse en el tiempo: la venta de los bienes comunes. Y en el caso de que se dicte sentencia, como pronto, pongamos, de dos a cuatro años…¿Lo entiendes?
-Desde luego, lo sé muy Bien, no hay prisa. Si tengo que volver a verlo que sea en los juzgados y ante testigos.

_ No es cosa mía, Lorena, pero ¿para tanto es? -Dijo Alberto al tiempo que arqueaba una ceja.

-En efecto, Alberto, no es cosa tuya, pero te diré que si hubo una primera vez habrá próximas. Y diciendo esto se quitó las gafas oscuras dejando al aire un ojo amoratado.

- Entiendo, cielo. Haré todo lo que esté en mi mano. ¿necesitas algo? Lo que sea, pídemelo.

- Gracias Alberto, pero no. Lo que necesito es alejarme un tiempo, recuperar mi vida y pasar página.

Al salir a la calle y respirar por fin aire fresco descubrió que la mañana se había fugado como por arte de magia y que el sol en el cielo empezaba a declinar. Con paso firme se adentró en el centro de la ciudad camino de su oficina. Cuando llegó fue derecha al despacho del jede de personal, que sin duda la estaría esperando, aunque quizá no tan pronto.

_ Hola señor Estévez, ¿puede pasar?

Un hombre de mediana edad con las sienes de plata y bastante demacrado estaba sentado delante del pc ensimismado. Con la mano izquierda sostenía la taza de café vacía mientras la otra asía el ratón que cliqueaba sin parar.

_Caramba, caramba, Lorena, pasa y siéntate anda…Señor Estévez, ¿habrase visto que descaro? ¿Cuándo hemos dejado de tutearnos?-

Su sonrisa era franca y por encima de las lentes de pasta podía apreciar unos ojos glaucos, fríos la mayoría del tiempo, pero no con ella, ni para ella. Enrique era una buena persona con mal carácter, solo eso, ¿pero quién no lo es?

_ Me lo he pensado, Enrique, quiero la corresponsalía y la quiero ya, ¿cuándo empiezo?

Enrique dejo posada la taza frente al teclado y soltando el ratón se quitó las gafas despacio. Con una pregunta en la mirada asintió bajando la vista hasta la mesa. Del bolsillo de la americana que estaba colgada de la silla giratoria en la que se hallaba sentado, sacó un paquete de tabaco, luego de su interior extrajo un cigarrillo y con mucha calma lo encendió. Con la primera bocanada de humo llevó su vista a la ventana de cristales oscurecidos por la luz de la tarde. Por fin habló

_ Cuando te ofrecí el puesto fue porque estoy convencido de que eres la mejor, pero no para que salgas huyendo de lo que quiera que te preocupe. Lorena, ¿puedes quietarte las gafas un momento, cielo?

Aquellas palabras inesperadas, que por otra parte necesitaba, hicieron aparecer una lágrima que rebelde se deslizó por su afilado rostro hasta caer en la comisura de los labios recién pintados. Volviendo la cara hacia la misma ventana que miraba su jefe contestó.

_No Enrique. No puedo, hoy me molesta la luz demasiado. _Su voz temblaba ligeramente, pero ella era pura roca, al menos por ahora.

_Como quieras,_ dijo después de soltar una bocanada de humo vaporoso_ no me hace falta que te las quites para ver lo que ocultan. No voy a decirte algo que ya sabes que sé y que llevo esperando desde que le conocí. Solo quiero que sepas que mi apoyo es incondicional y que el apartamento sucio y desastroso que tengo por casa es tuyo si lo necesitas .Ahora, ya, mañana… y cuanto tiempo quieras quedarte en él es solo asunto tuyo.

_Gracias Enrique, de verdad gracias…_ ahora estaba a punto de derrumbarse la muralla defensiva que protegía su reino mal herido y lluvioso pero con un esfuerzo sobre humano se rehízo como pudo y continuó hablando._ …Pero preferiría salir de la ciudad, mantenerme ocupada y sobre todo no pensar demasiado en mis miserias, me entiendes ¿verdad?

_ Hay un vuelo ésta misma noche, puedo reservarte plaza en él y un hotel en el acto. No va a ser fácil el principio allí, así que, por favor, cuídate y mantenme informado a diario de cómo lo llevas, no quisiera tener que sustituirte demasiado pronto.

La despedida fue muy breve y quizá algo fría. Quiso abrazarlo, sentir su calor de amigo y resguardarse en él, pero decidió salir por la puerta mientras contenía una a una las lágrimas que nada más cerrar la puerta emergieron en sus ojos.

La sala vip del aeropuerto estaba en silencio, apenas media docena de personas esperaban vuelo aquella tarde en sus sillones. Lorena entró con aire fatigado a pesar de la ducha y el cambio de indumentaria. Ahora lucía unos vaqueros ajustados con botines negros de cuero y algo de tacón, una camisa de seda blanca que dejaba entrever su ropa interior y un chaleco negro a juego con la mochila de cremalleras que llevaba a la espalda. Se sentó cerca de la gran cristalera que miraba a la pista de aterrizaje cuando una azafata le trajo un sándwich vegetal y un Bombay sapphire con limón . En la librería antes de facturar había comprado un libro cuya decisión no fue tan fácil como esperaba. Tenía claro que no le apetecía leer un betseller novedoso de ningún autor masculino. No porque aquellos hombres tuvieran culpa de nada de lo sucedido, sino porque quería identificarse con la escritora, ser ella, oír el lenguaje que tan solo las mujeres escribas y quizá muy pocos de los hombres transmiten. Revisó la oferta y separó media docena de libros; Isabel allende, Rosa Montero, Fred Vargas, Lucia Etxebarría entre las autoras. Era tan difícil decidirse por nada en ese día tan oscuro…

Fue al mostrador con un libro totalmente elegido al azar y que solo en el momento de pagarlo vio cual era. Sonrió sin pretenderlo. Quizá hay destinos que superen a los hombres e indiquen con su flecha la dirección que se debe tomar, pensó para sí. Son los libros los que buscan a una…
Sacó el libro y empezó a leerlo con placer. De poco en poco se llevaba la copa para humedecer los labios mientras devora las páginas de aquella maravillosa historia. Por el rabilo del ojo vio la figura de un hombre que se detenía frente a ella. Era alto, apuesto, con la mirada segura de sí mismo. Vestía un pantalón de pinzas color arena con cinturón y zapatos de piel, italianos. La camisa perfectamente planchada con gemelos de oro y rubí destacaba como las velas de un velero y dejaban entrever su musculatura de gimnasio. Sobre la mano derecha que sostenía un líquido color oro- whisky según dedujo- estaba apoyada la americana y con una sonrisa perfecta de anuncio de televisión la miraba atentamente. Apuesto se dijo levantando la vista del libro y mirándole de soslayo.

-Buenas tarde, no he podido resistirme a espiar el título de ese libro. ¿Le importa si me siento aquí?

Su aroma a perfume y body milk llegó a ella en oleadas turbando su mente cansada.

-Si desde luego- ¿si? Se dijo incrédula a sí misma.

-He leído algo de esa autora hace tiempo y la verdad es que su humor me parece elegante y atrevido. Una visión muy particular de ver la literatura…

_No sabría decirle, es el primero que leo y ha sido una elección casual totalmente.
-En serio? No pareces de las que deja al azar ningún cabo en tu vida. Se te ve tan segura desde aquí que…

¿Segura? Enmarcó una ceja y miró atentamente el interior de aquellos ojos: Lentillas de color. El azul era un color que la gustaba, la recordaba al mar de su infancia.

-Las apariencias no son sinceras. Nunca lo son.

El levantó la mano izquierda para atusarse el pelo totalmente engominado que no dejaba ni un cabello rebelde. Con el movimiento se aseguró que viese el rolex de oro y brillantes que ceñía su muñeca, aunque quizá lo que no pretendía era mostrar la marca de haberse quitado el anillo de compromiso del dedo anular, que los ojos atentos de Lorena descubrieron al instante: Su franja lo delataba.
-Estoy de camino a Estambul, negocios ya sabes y tú ¿hacia dónde te diriges?, a todo esto Alejandro Falcó, encantado
Al oír el destino su sonrisa la delató y alumbro por un momento la estancia.
La mano de él voló por el aire para estrechar la suya y arqueando el cuerpo se aproximó en un intento de besar su mejilla, pero la rigidez y el gesto explicito de Lorena hizo que se irguiera a medio camino. Sus manos se rozaron sin fuerza, en un saludo formal y breve.

- Lorena a secas, encantada. Vaya, que casualidad. Allí me dirijo si es que no se retrasa más el condenado vuelo.

Aquel hombre hablaba con bastante soltura y elegancia pero, en sus ojos podía leerse el deseo atrapado. Una a una sus miradas se desviaban en dirección a sus senos intentando vislumbrar la piel blanca que escondía el último botón de la camisa transparente.

Ella lo imaginó desnudo frente a ella, su torso musculado, sus abdominales bien definidas, el pene erecto sobre el ombligo y la total ausencia de bello, con la tersura de un adolescente. Su aroma embriagador seduciéndola de cerca y atrapando su esencia, las fuertes y agiles manos acariciando despacio los caminos de su cuerpo…
De pronto sintió la mano en la suya y recuperando la conversación escuchó las últimas palabras

-…Sería estupendo que pudiéramos cenar a la luz de las velas en mi hotel ésta noche y así conocerte mejor…no hace falta que contestes ahora. Sonreía.

Su ensoñación se diluyó de repente y apartando la mano, dejó que la fiereza de sus ojos azabache respondiera por ella. Hubo largo silencio entre los dos y por fin él se levantó con la escusa de ir al servicio.

Cuando volvió ella se había pedido otro Bombay y otro sándwich. La conversación decayó hasta morir y se sumergió en el libro hasta el aviso del vuelo por megafonía.
El vuelo fue tedioso, sin chispa, ni aliciente alguno aparte de haber perdido de vista a aquel hombre sin sustancia. ¿enserio lo era? Tenía que corregir ese defecto suyo de evaluar a los hombres por las apariencias, pero ¿se confundía? No. Sus ojos le habían delatado desde el primer encuentro con los suyos. Ardía en deseos de tener otra aventura más y ella debía ser su tipo. Qué engañado estaba aquel pobre infeliz. Se imaginó a la esposa sumisa en el hogar junto al perro labrador y los dos hijos vestidos de marineritos primera comunión. Hipócrita.


En la terminal de llegadas le esperaba Abdul Hasan, un hombre cetrino, aceitunado de generosos labios, nariz prominente y pelo ensortijado. Lucía un pantalón de pinzas color azul marino con camisa blanca sin corbata, que hacía destacar aún más aquella sonrisa campechana y familiar. Aquel hombre la rescató del caos aeroportuario para introducirla en la jungla circulatoria de la ciudad nocturna, donde las leyes de tráfico parecían no existir. Más de una vez contuvo la respiración esperando la inminente colisión con los vehículos, que sin aviso previo, se cruzaban en la trayectoria de aquel viejo Mercedes 300 Sel 3.5 azul metalizado. Cuando por fin se bajo en la puerta del hotel, estuvo a punto de besar el suelo y hacer promesa de no volver a montarse nunca en un automóvil, pero por la mañana, tendría que hacerlo de nuevo y no se debe jurar en falso. Con un hasta mañana se despidieron y ella pudo refugiarse en la habitación de aquel hotel.
Era sencilla, pero acogedora: contaba con una cama de uno cincuenta por dos y un dosel colonial con mosquitera blanca. A su derecha, la ventana oculta tras los visillos, que dejaban pasar la luz de las farolas del jardín y enfrentado a ésta un enorme espejo de marco dorado, en el que uno casi podía verse uno de cuerpo entero. A su lado la puerta del aseo muy sencillo con ducha. La grifería dorada era la original o al menos así le parecía, cosa que daba un toque rústico y antiguo a la estancia. A los pies de la cama se encontraba un pequeño escritorio con una silla de patas leonadas en la que dejó su mochila para tenderse boca abajo sobre la colcha con motivos florales.
Se quedó dormida inmediatamente sin desvestirse y fue la luz de la mañana quien de puntillas le dio los buenos días. Un sol radiante iluminaba la habitación haciéndola entrecerrar sus ojos de miel. Tras correr de golpe la cortina vio por primera vez aquella luz de la que tanto hablaban en los libros, novelas y guías de viaje que ella había leído con fervor religioso. Allí la luz, las especias y la mar lo eran todo. A lo lejos podía oírse la letanía del muecín anunciando la oración en la gran mezquita de brillante bóveda azul.

Su primer día laboral fue de lo más caótico y extraño. Lidiar con hombres que la miraban extrañados de obedecer el criterio de una mujer no fue nada sencillo, por doquier se veía obligada a imponer su autoridad de forma taxativa para no dar pie al galimatías de opiniones contrarias unas a otras y que amenazaban con generar una guerra de influencias y envidias. Ella actuaría de juez salomónico en todas y cada unas de las decisiones, si o si y el resultado de ello no sería otro, que la sobrecarga de trabajo. Pero qué narices, tenía demasiado tiempo libre y pensar no le convenía demasiado, se decía.
Cuando cenaba frente al televisor se empeñada en acostumbrarse al idioma local, con el afán de integrarse rápidamente, fue entonces cuando descubrió que su móvil, olvidado desde el día anterior, estaba a punto de morir. Un ingente número de llamadas perdidas asolaba su buzón con mensajes. No le interesaba saber que decían ni de quien eran. Lo sabía de sobra. Con desdén lo arrojó de su lado, no sin antes tener la mala idea de responder a alguna de esas llamadas para que el operador de turno sablease la cuenta de su futuro…, la palabra le produjo risa. ¿Qué significaba él para ella? ¿Quién era ese indigente que la llamaba? – Algún fantasma del pasado feliz, y que ahora solo daba miedo y generaba olvido a su paso.
Al terminar de cenar fue a la ventana de su habitación y la abrió de par en par. La brisa de la noche entraba con el frescor aromático que tan solo en oriente se respira. Entre la protección de las cortinas que la envolvían contemplo las ventanas del resto de habitaciones del hotel, preguntándose si alguno de sus moradores se sentiría tan desgraciado como ella. En el cielo una delgada luna iba a morir al occidente oscuro de un cielo demasiado contaminado para observar el fulgor de las estrellas.

El tiempo fue pasando entre decisión y decisión hasta hacerse con el respeto de todos y la admiración de muchos. Una de las pocas tarde que tuvo libre fue de visita, a solas, por la ciudad. Desde su llegada aquel gentil hombre la acompañaba a todas partes con su sonrisa silenciosa, pero empezaba a creer que un día u otro debía prescindir de su permanente presencia para descubrir por si misma que era capaz de desenvolverse en esa cultura tan diferente.
Cuando paseaba se fijaba en la indumentaria de las mujeres en ese lugar y sobre todo en que puestos ocupaban en el rol ciudadano. Ese país era de los más liberales en cuanto a la integración de las féminas, pero aún así, la distancia con el mundo que ella conocía era mucha. No todo tenía por qué ser malo, se repetía intentado entender el funcionamiento de las cosas sin prejuicios occidentales. De hecho compró varios pañuelos de colores, tenues pero alegres, para cubrir su cabello al modo islámico.

En su oficina todo era de corte laico al estilo occidental y allí ejercía el rol de jefa suprema de inescrutables decisiones, casi como un faraón de la dinastía antigua, cetros Nejej y heka en mano.
En una de esas tarde alocadas en que el trabajo de actualidad absorbía su hemisferio, sin esperarlo, se encontró de frente con unos ojos fieros que la miraban.
Al principio ni le dio más importancia y siguió dictando órdenes a diestro y siniestro, gobernándolo todo a su antojo dictatorial, hasta que en un segundo de calma sus ojos volvieron a él. Allí seguían, mirándola desafiantes con un tenue, pero cierto, aire de zozobra. Aquel era el fotógrafo que en turno fijo recorría las calles sin horas hasta conseguir lo que de él se esperaba. Un hombre de corte occidental que de no ser por el color aceitunado de su piel, habría pasado por italiano o incluso español. Su vestimenta era peculiar sin rayar lo anticuado, un chaleco negro con leontina de plata hacía siempre que sus ojos fueran atraídos por él con una sonrisa. Estaba allí con la réflex descansando en sus hombros colgada inerte cual espada presta a ser desenfundada quitado el velo que protegía la lente.
¿Cómo se llamaba? Se vanagloriaba de haberse aprendido todos los nombres de sus empleados y sin embargo aquel nombre siempre se le resistía, como si ejerciese algún tipo de arcano misterio que si lo desvelaba, conseguiría recordar algo que había olvidado.
Uno a unió sus empleados fueron abandonando la oficina para dar cabida al nuevo turno que inauguraba la noche.
Ella siempre era la última en abandonar el barco e incluso ciertos días amanecía con la cabeza apoyada en la mesa.
Cuando disponía a abandonar el edificio para recoger su pequeño utilitario, se topó de nuevo con aquellos ojos profundos como la noche que la miraban atentos. De entre las sombras salieron a su encuentro impidiéndola el paso. Con su aliento de fuego y aroma de arena dijo las palabras que ya jamás podría olvidar nunca y que tantos desvelos sufriría luego.

_Lorena, ¿me permite robarle un poco de su tiempo?

_Si es algo referente al trabajo, espera a mañana a primera hora.- dijo sin inmutarse, al menos en apariencia.

_ lo cierto es que es algo de índole personal, pero de vital importancia y creo que debe …que tiene, derecho a saber. Puedo ¿invitarla a un café?

_ Bien, de acuerdo, ¿conoces donde me hospedo? En la cafetería andalusí dentro de una hora. No puedo permitirme perder mucho tiempo todavía tengo que enviar un par de mails y un fax a Madrid.

_Bien, entonces en una hora en su hotel, perfecto, allí estaré.
Ella se subió al vehículo y recorrió las calles infectadas de tráfico para llegar a su refugio. Una vez allí se dio una ducha revitalizante y cuando estaba a punto de conectarse al pc, vio la hora que era. Llegaba tarde. Se vistió unos vaqueros apretados con blusa étnica color café que había comprado en el Gran bazar y calzándose las sandalias salió disparada a la cafetería.

Cuando llegó, no tuvo que buscar mucho a su empleado. Estaba sentado en la mesa del fondo rodeado de un halo místico que casi podía palpase. Su mirada se perdía en el cuadro de la pared, haciendo aflorar en él una sonrisa inquietante. Era como si el mundo y él fuesen dos realidades distintas que tan solo se rozaban levemente, Como un observador que subido en su atalaya otea el discurrir de los tiempos, seguro de no ser alcanzado por nada ni nadie
Por un instante sintió su corazón acelerarse, algo que tan solo ocurría en su presencia. Es solo el fotógrafo del periódico, se dijo. ¿Pero era cierto?
Sus pasos la iban acercando a él cuando éste intuyendo su presencia giro la cabeza y aquella enigmática sonrisa se transformó en otra más radiante y a la vez oscura. Era como un torrente de luz que de pronto es cubierto por un leve velo y que va oscureciéndolo todo sin que se sepa por donde avanzan las sombras.

_Hola Emil- ¿Emil?, lo recordaba, pero ¿cómo? ¿por qué? Las preguntas se agolpaban en ella, que ruborizada, se sentó a su lado.- Siento el retraso, perdí la noción del tiempo

_Tranquila, no pasa nada, así he aprovechado para despejar la mente por un rato. ¿Quieres que te pida algo de beber?

_ Si, por favor, un té helado con una rodaja de limón, Earl grey, gracias Emil.
Levantó la mano mirando hacía la barra y del fondo del local, se acercó un camarero a atenderles. Ambos esperaron la llegada de la bebida conversando del tiempo y cuestione triviales, hasta que ella apuntó a la línea e flotación.

-¿De qué asunto querías hablarme?, ha de ser de vital importancia para citarme así de improviso…

Ella lo miraba con el rabillo del ojo mientras introducía el limón en la taza de té humeante.

-Lorena,…voy a abandonar la redacción.- su voz sonaba distante, como si la burbuja imaginaria refractara el sonido antes de llegar a ella. Por un instante la miró con esa mirada oscura llena de sentimiento, para ir bajándola a ras del suelo de baldosas blancas negras.

-Emil…¿puedo saber los motivos de tu renuncia?, ¿te sientes a disgusto? , Si es por el dinero, solo tienes que decírmelo y hablaré con el Sr. Estévez para ver qué se puede hacer.

Con la mirada fija en los zapatos, Emil, lidiaba con las voces de su pensamiento que clamaban por salir. Leves gotas de sudor perlaban su frente y con gesto de dolor elevó sus ojos hasta encontrar los de ella. Estaba tan guapa con esa luz indirecta de las farolas. Aquellos tonos hacían que su piel de canela brillara debajo de la seda. Aspiró fuerte para impregnarse de su aroma afrutado que aún tenía retazos del perfume matutino y entonces habló.

_ Lorena, yo…si dejo la redacción no es porque esté a disgusto, ni por el dinero. Son mis sentimientos los que me obligan a irme, para no ser un obstáculo. Desde el primer día que apareciste por la redacción te he amado en silencio, con cada gesto, con cada detalle, con cada golpe de timón. Te amo desesperadamente y ya no puedo remar más contra la mar que me gobierna.

Aquellas palabras cayeron como losas en el ánimo de Lorena que iba sintiéndose morir en cada una. Vio ante sí un hombre sencillo que clamaba desgarrado mientras ella protegida por su máscara de silencio contenía la mar.

_Solo, quería decírtelo. Ahora adiós Lorena. assalamoe `alaykum IA HABIBATI, IA HAIATI, IA QALBI( mi querida, mi vida, mi corazón)

Un torrente inundó sus ojos oscuros mientras se levantaba y mirándola por última vez con la ternura que solo los amantes poseen, encaminó sus pasos hacia la puerta. A medida que se alejaba iba dejando húmedas huellas que su cabeza baja intentaba disimular sin conseguirlo. El aire de la noche inundó su aliento y agarrado a la señal de la parada de taxi su brazo naufrago se levantó.
Con un esfuerzo agónico se introdujo en el Austin fx4 bronze amarillo y negro dejándose morir, y cuando cerraba la puertezuela, una mano aferró la suya que asía el picaporte interior. La voz que tantas veces había soñado en las noches insomnes que lo habitaban habló susurrando en su oído:

-wa`alaykum assalam, "Ed dounia kéda, ya dounia helwa habibi"(Si es así la vida; la vida es dulce amado")


Lorena lo abrazaba enjugando sus lágrimas de Emil con el cabello y rescatando una a una con sus labios hasta evaporarlas.
El taxista, atónito, sin preguntar nada arrancó el vehículo perdiéndose en la sinuosa serpiente de luces rojas y blancas. De vez en cuando los espiaba por el espejo interior con una sonrisa afable y cómplice.
Lorena desenterró su cabeza por un instante de los brazos de su amado y con voz firme indicó al taxista una dirección.

_Buen hombre, ¿sería tan amable de llevarnos al Sarayburnu,? Por favor

_ Será un placer, señorita, será un placer… allah akbar.

Sin decir una palabra ambos amantes permanecieron abrazados escuchando entre sus latidos la respiración del otro. Las calles se movían veloces en la ventanilla quieta como imágenes de un mundo irreal y ajeno a ellos. En su mundo todo era armónicamente expresado por el silencio de ojos cerrados, con el tacto de las caricias que sus manos tímidas profesaban la una a la otra. El aroma de ambos se había entrelazado de tal manera que se confundían irremediablemente como dos mares que se encuentran.

Cuando llegaron, el taxista carraspeo, Lorena le sonrió y extendiendo su mano entregó un billete.

_Recójanos en una hora, por favor.

-Abdul Husain a su servicio , señorita. Dijo éste besando la cara del presidente muerto impresa en el billete verde, y se alejó de allí haciendo ronronear su viejo Austin.

De la mano pasearon por los jardines que miran al cabo que Plinio el viejo describiese en sus crónicas, donde aun hoy pueden contemplarse los restos la muralla de la antigua Lygos ; a su espalda entre las sombras se levantaba el palacio de Tocapi enmarcado por las luces que lo iluminaban y por un camino de baldosas que apenas era visible a la luz de la tenue luna, contemplaron la mar iluminada que iba meciendo con calma los barcos y las sombras; al otro lado enfrentado a ellos, las luces de la ciudad que pertenece a otro continente, donde otrora estuvo el puerto de Neorión se dibujaban líneas superpuestas de bombillas encendidas entre otras que inmóviles las seguían. La eterna Bizancio dormía y ellos insomnes y locos velaban su sueño inventando el amor.
Lorena enfrentada a los ojos de Emil que sonreía, apagó los faros y se estrelló en los labios de él con tanta furia que tuvieron que sujetarse mutuamente en un abrazo feroz. El la rodeo con sus grandes ramas y la meció dulcemente mientras la devoraba, por fin entre jadeos se miraron con deseo y supieron que esa noche no se acabaría nunca.

-Emil, ahora sí que acepto tu renuncia como empleado. Mañana te iras de la redacción, para ocupar el puesto que queda vacante en mi vida.

-Oh Lorena, ayer tan solo pensar en ello me fustigaba como el viento cruel, pero hoy, ahora después de oír el latido de tu corazón junto a mío, después de sentir el roce de tu piel, nada más me importa que desear que desees mi amor y hacerme merecedor del paraíso.

- La gente hablará, habrá murmuraciones, quizá no sea yo, ni tu quien las avive, pero dime Emil, yo no soy una mujer sumisa a la que puedas gobernar con la religión y las apariencias, en todo seré tu igual o no seré, ¿estás seguro de que es eso lo que quieres?

-Aunque sea cierto que hay un paraíso con siete mujeres complacientes en el cielo de Allah, aunque los hombres me señalen con el dedo y me acusen de infiel o sea proscrito por el padre que me dio la vida, no amedrentará mi amor hacia ti. Nada significa para mí la vida si tú no me das cobijo en el amor de tus brazos.

-Me gustaría ver amanecer cada mañana mirando al mar y saber que puedo contar contigo para que seas el sol de mi vida Emil, pero tengo mucho miedo. Hoy fueron tus lágrimas y la renuncia lo que espoleó mi corazón haciendo caer la armadura. La fuerza no me conmueve Emil, ni el silencio altivo. Solo quiero que no lo olvides nunca, amor. Nunca.

_En los barrios altos, alejado del bullicio, hay un sitio desde el que se divisa la mar y pueden verse brillando las cúpulas de las mezquitas o el volar las palomas sobre ellas, allí viviremos como águilas en el nido del amor. Por la fuerza nada emprenderé, sino que, serán mis actos amantes los que harán que tus murallas caigan para convertirse en sembrados de besos y abrazos. Quiéreme solo por lo que soy, sin importarte nada más que lo veas con los ojos cerrados dentro de mi corazón. Toda palabra sobrará entonces.

-Bésame tonto, que es ahora cuando las palabras sobran más


Y se besaron inventando besos nuevos nacidos para sus bocas --como Gabriela Mistral dice en el poema-, hasta que el taxi les recogió llevándoles de regreso al hotel.

Lorena abrió los ojos despacio a la mañana, la luz rozaba su piel desnuda haciéndola brillar; con un leve gesto, miró la hora del reloj digital de la mesilla de noche y los volvió a cerrar. Un diamante brotó de sus ojos precipitándose sobre el torso desnudo de Emil que yacía dormido y enredado a su cuerpo junto a ella. El aroma del sexo llegó a ella como un mar de olas y supo que esa mañana que amanecía al mundo de su vida, se quedaría largo tiempo. Si había suerte, hasta que sus ojos fueran cerrados para siempre.

4 comentarios:

  1. Ayer domingo sin saber como ni porque abrí una cajita antigua que tenía en el cajón de mi cómoda..guardaban unos pendientes con más de cien años,me los puse,me miré al espejo y lo que sentí no hace falta que lo diga una vez más sobran las palabras... la mágia...:)

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  2. Gracias por traer tus pendientes a mi relato, aun sin sabernos, que la magia sea con todos los seres sensibles...
    Aullidos empáticos y afectivos.
    8-)

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  3. Me dices el secreto, de como logras envolver con tus letras de mantener al lector de principio a fin sumergido en la historia, no.. mejor no me lo digas, será mejor seguir volando por aquí y quizás con ayudita de la magia del mar pueda descubrir ese secreto, Wolf te dejo un cálido beso desde mi río, desde esta ciudad hoy iluminada por luces distantes y cercanas.
    Colibrí.

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  4. Los lobos aúllan a la luna con naturalidad, sintiendo lo que aúllan, ese es el secreto nada más.
    Me alegro que ésta lobunada sea de tu agrado, recojo ese beso fluvial y lo adentro en la mar atlante para que las aguas mestizas te besen a su regreso.
    Wolf who walks alone

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