domingo, 22 de noviembre de 2009

El Argonauta



La luz doraba las velas de gavia, donde aguerridos marineros aferraban las escotas. La brisa fría de la mañana hacía que jerséis y abrigos poblasen la cubierta, donde el capitán acababa de llegar. Con un gesto agrio, éste inspeccionó la maniobra que tenía lugar a veinte pies de altura, luego, mirando por la borda la estela de la nave en la mar comprobó la velocidad. La proa ascendía cabeceando con brío entre las olas que teñían de blanco el casco negro. El piloto, atento a los movimientos de su capitán, resoplaba asiendo con fuerza el timón, esperando no haber dejado caer ni un solo grado del rumbo fijado la nave desde el cambio de guardia. Era un hombre recto como el palo mayor, aquel que gobernaba está nave de su Majestad; alto y algo desgarbado, tenía nervios de acero y una fuerza inusitada para un hombre tan delgado y enjuto como él. La barba de fuego que poblaba su tez pálida contrastaba con los rostros lampiños de los morenos marineros que danzaban por la cubierta dando lustre a la tablazón y los bronces.

El viejo capitán miró a los guardiamarinas que aguantaban la respiración ante su presencia, y cuando apunto estaba de romper el silencio del puente, de las cofas del mastelero del mayor, rugió la voz del vigía que agitaba el sombrero de estribor a babor.

-¡Vela en el horizonte! A estribor, una cuarta sobre la amura…

El taconeo de unos pasos firmes y decididos resonó en la cubierta hasta llegar a la batallola. Con un golpe seco, el primer oficial, desplego el catalejo y barrió la mar dorada en rojo del horizonte. Un navío diminuto apareció en la lente con velamen hasta las alas desplegado. Su rumbo era tangencial secante con el viejo navío de indias.

-Capitán, Navío de línea por la amura de estribor, desplegadas sobre juanetes y alas, por barlovento.

El gesto torcido del capitán mientras rastreaba con su catalejo el horizonte no fue desapercibido por ninguno de los allí presentes y todas las almas que habitaban la cubierta miraron al puente con la expresión azorada.
La campana anunció zafarrancho y todos los hombres de descanso subieron a reforzar el turno de guardia. Escorándose sobre babor el viejo Argonauta viró al poniente intentando aferrar los mismos vientos que su perseguidor ostentaba. Con suerte y confiando en la noche, podrían rolar hacia el sur y perderse en el azul, quizá la cazadora no fuera tan rápida como aparentaba, ni hábil su capitán.

Antaño el Argonauta había sido uno de los navíos de escolta de la ruta de las indias orientales, ahora liberado de los bronces atronadores, cegadas las portas y borrado el nombre de “Leopard” de la popa, sobrevivía como mercante. Tras el paso por los astilleros de su majestad, retocados los mamparos, el capitán Connor Duncan había sido destinado al mando y con un poco de su peculio particular, ganado con fortuna al servicio del rey, acondicionó la nave a su imagen y semejanza: seria , enérgica y tenaz.
Conocía aquel barco como las líneas de su mano y consciente de las limitaciones de éste, tenía la vista puesta en la proa de su perseguidor. Aquellas líneas bien dibujadas daban a su cazador, un elegante brío marino, que el lento y pesado Argonauta no podía igualar. Con cada ola perdía la ventaja inicial que su afortunada maniobra le había concedido, pero era cuestión de horas que aquella magnífica obra de arte flotante, se acercase a su popa peligrosamente. Con todo, los marineros aferraban escotas y realizaban maniobras como si de un navío de guerra se tratase, pues aunque en número disminuido, el capitán había ido adiestrando a su fiel tripulación con rigor militar.

-Señor Calaby- rugió Connor- que los hombres libres se encaramen al la batayola. Hay que dar brío al navío.

En su mente se barajaba la opción de liberar peso de las bodegas, pero con eso quizá no sólo se enfrentase a los armadores, sino que, la valiosa carga podría ser la moneda que salvaría las vidas de sus hombres. Aun no se sabía la enseña de la embarcación y aunque era poco probable que fuese un corsario pirata, no lo descartaba del todo.
Con una leve sonrisa dio instrucciones a su primer oficial que quedó al mando del castillo de popa. Seguido de una brigada de buenos marineros veteranos se adentró a grandes trancos, con las manos cruzadas a la espalda, en las fauces oscuras de la bodega.

Aquel inusual comportamiento no fue pasado por alto por ninguno de los marineros que ceja en alto, aferraban la batayola haciendo navegar de bolina al Argonauta. La corredera indicaba doce nudos y rociones de espuma pintaban de blanco la cubierta oscura.

-Va a tirar la carga a los peces- dijo el señor Homwlom, cabo de mar del mayor

-Desde luego que no- replicó el señor Smith, gaviero de mesana- el capitán tirará a todos los grumetes por la borda antes que la carga. Su risa hizo temblar a los muchachos imberbes que escuchaban aterrados.

-aquí huele a sardina, ¡Que me aspen! El capitán trama algo y no tardaremos mucho en enterarnos…-dijo el señor O´brian ayudante del calafate

Como un reguero de pólvora los rumores, se fueron propagando por la cubierta y cada uno hacía apuestas ofreciendo como prenda el grog que les sería brindado con el rancho. Aquello en alta mar era una moneda poderosa y sin duda más valiosa que el oro o las joyas.

Las velas del cazador poco apoco iban acortando la distancia y antes de que el sol de la tarde se hundiera en el poniente, apenas unas pocas millas separaban ambas embarcaciones. Por la mañana y si los cálculos del primer oficial eran precisos, sería de media docena de cables, todo lo más.

Al amparo de la noche, el capitán Connor y la brigada de marineros, con otra más de refuerzo, se zambulleron en el interior de la bodega nuevamente, mientras muchos de los ojos del barco estaban atentos al desenlace.

Con rechinar de maderas, artilugios deslizantes y esfuerzo marinero fueron asomando cubiertos por unas viejas velas, dos objetos pesados que hacían sudar a las brigadas. Con el sigilo que aquellas bestias permitían, fueron introducidas en la cabina del capitán, seguidos del carpintero, ante la mirada perpleja de toda la tripulación salvo la guardia de cubierta que no daba crédito a los que sus ojos veían.

-Te lo dije, aquí olía a sardina. ¡Por los tentáculos del gran kraken ¡ Eso que rechina parecen cañones – dijo henchido de orgullo el señor O`brian.

El repiqueteo de los martillos y las gubias en el camarote no paró hasta que el alba arrojó luz sobre la mar en sombras. Poco a poco fueron apareciendo los colores que la noche había hurtado y en la popa, como un fantasma, apareció la cazadora. La noche había aumentado su tamaño y con el catalejo podía observarse el faenar de los hombres en su interior. Un rugido sordo hizo aflorar un surtidor de agua a pocas yardas a estribor de la estela y la nerviosa tripulación del Argonauta aferrada a su dios, rezaba implorando un milagro: que se tragara la mar al demonio alado que los perseguía.


El fuerte viento de la amanecida había levantado las olas dormidas, que ahora zarandeaban ambas embarcaciones. Las proas rompían las crestas de plata para caer con violencia en los profundos senos donde el viento cesaba. El trapo disminuido, hacía crujir los mástiles que amenazaban con partirse, dolientes. En la nave enemiga se sucedían las descargas de artillería, pero la fortuna o quizá el manto de algún santo del capitán, protegían al navío.

-Señor McEwan, reúna a la tripulación y traiga los arcones de mi camarote.

El primer oficial se llevó la mano al sombrero y llevándose a varios marineros de su lado fue a cumplir la orden.
Catalejo en mano y cara de pocos amigos, el capitán estudió la situación rechinando los dientes. No pintaba bien aquello y la mar se empeñaba en contradecirlo. En la noche había soñado con una bruma densa, una tormenta oscura que hicieran a sus maniobras evasivas perderse en el azul, pero nada de aquello había sido oído por ninguno de los dioses.
Dando la espalda a la cazadora, aferro la barandilla del puente y con voz enérgica rugió a la tripulación que aguardaba en cubierta.

-Señores, esto es un navío de comercio que abastece a la patria, pero la guerra nos ha encontrado lejos de los nuestros y solos, nos enfrentamos en desventaja al enemigo. Eso que ven en la proa, es un navío del emperador Malaparte…

Hubo en la cubierta risas por doquier que alejaron el miedo de los corazones marineros, aquello empezaba bien, se dijo Connor, a ver como acaba…

Ellos con sus cuarenta cañones esperan arrumbar y enseñarnos su costado pero, lo que no esperan es que el Argonauta pelee.¿Con qué? Se preguntaran, pues las especias no pierden barcos- más risas en cubierta y la esperanza nacía en el viento.- Pues tengo dos recuerdos de dieciocho libras que mi tío Jorge, me legó en herencia, y que de la bodega, ayudado, por algunos de ustedes, ahora se alojan en mi camarote con vistas a la popa. He mandado fabricar al maese carpintero unas ventanas, no demasiado vistosas y creo que francamente, se ha hecho un buen trabajo. El negro de los tubos requiere de atenciones y con el permiso de ustedes, señores marineros, voy a convertir al Argonauta en el perdedor del Aqueronte, fantasma que nos persigue. Ahí en esos baúles hay fusiles por si alguno, y sé que los hay, fuera aficionado a la caza de “gallos”…

-Por las barbas de la ballena, mi capitán. Aquí hay voluntarios- gritaban decididos los valientes del cabestrante

-¡Señores!, calma. Lo que me propongo es arriesgado y puede costarnos muy caro. Con todo, esto no deja ser un navío de su majestad y hay que defender la corona; allí en el mástil ondea la enseña roja con la cruz de san Jorge, así que, enseñemos a esos fanfarrones que nos arredran con sus disparos de qué están hechos los muros de la patria.

-A las cofas muchachos, y esperad mi señal para abrir fuego-

Enaltecidos, la marinería se perdió por las escalas y el capitán en su camarote dejando a su segundo al mando. El fuego de popa sería cosa suya y de la brigada. El señor Mc Ewan en el puente dirigía las velas aferrando el dañino viento que amenazaba con perderlos, poniendo proa a las olas que iban creciendo con la mañana.
El capitán del Aqueronte catalejo en mano y subido al bauprés, observaba divertido las maniobras, confiado en la victoria al saberse superior. Con voz enérgica animaba a las cuadrillas de la batería de proa, poniendo precio a cada uno de los mástiles de la presa, por ver quién de las dos era la primera en abatir uno.

-Señor Calaby , distancia al blanco.

-Están al alcance de los cañones señor, con su permiso. Si su plan no resulta, morirá mucha gente.

Incorporándose Connor miró a los ojos de su tercer oficial muy seriamente. Apretando los maxilares reprimió su mal genio y con autoridad de mando replicó a éste.

-Señor, si no está de acuerdo con mis órdenes, hay un camarote junto al sollado inferior.

-Por dios capitán, no es eso. Lucharé a su lado, pero será una carnicería si nos da caza.

-Entonces, si es así, suba a cubierta y dígale a los tiradores que hagan fuego en cuanto oigan retumbar éstos dos amigos.

La brigada cebo los cañones con bala de cadena mientras el capitán, mano alzada, calculaba el tiro apuntando al palo de mesana. La mar bravía dificultaba con sus olas la puntería pero los años de experiencia le decían que podía hacerse blanco, ayudado por la suerte. La nave cabeceó cayendo en un seno que alejó la visión del Aqueronte, pero rauda, la siguiente ola izó la proa.

- a mi señal, ¡Fuego!

Ambos cañones rugieron al unísono impactando el roble del navío cazador.

-Demasiado bajo, izad la puntería dos grados. ¡Maldición ¡ hay que cargar con rapidez, ¡vamos valientes!


-Messie capitán el navío tiene cañones

El capitán francés apuntó con su catalejo a los fogonazos que acababa de contemplar, descubriendo las dos bocas oscura que lo miraban terroríficas. Aquello lo hizo estremecer de odió, y con furia ordenó el fuego sobre el castillo de popa del Argonauta. Aquello debía ser silenciado antes de que los malditos ingleses acertasen matando a sus hombres.
El navío perseguidor abrió fuego y los cristales de las ventanas de popa del argonauta saltaron en pedazos. La bala travesó el camarote cercenando la pierna de un artillero y arrojando afiladas astillas contra los hombres. Un terrible golpe hizo caer al capitán Connor. Por un momento se pensó lo peor. El fuerte golpe había ralentizado sus sentidos, pero volvió a incorporarse con mucho esfuerzo; comprobó que las bajas y los desperfectos habían sido cuantiosos pero la artillería seguía intacta y presta para hacer fuego. En las cofas los hombres disparaban, sin mucho tino, pero con insistencia sobre el cazador. La sangre que bajaba por su frente hacia que Connor frunciese los ojos y con más fe que vista ordenó fuego. Esta vez los rugientes tronaron haciendo impactar su ira sobre la base del palo enemigo. Con un crujido sordo éste tembló inclinándose a sotavento hasta caer a las olas encrespadas, como un ancora que se lanza, la arboladura hizo que el cazador virase de pronto y ante la sorpresa de todos, fue tumbado por las furiosas olas que arreciaban con los vientos afilados. En pocos minutos el cazador fue presa de los dioses de la mar desapareciendo de la vista de todos.

Desde las cofas y el puente los marinos rugieron de contento lanzando vivas al capitán y rey por igual.
Con leves pasos inseguros, el capitán pisó la cubierta, conmocionado por la herida de su cabeza que aún sangraba. Una debilidad manifiesta hizo que sus piernas flaqueasen un instante. Las risueñas caras de sus hombres hicieron aflorar una tímida sonrisa en él que con la mirada perdida, veía mover los labios a sus hombres al palmear su espalda amistosos, saltándose el protocolo de la mar. Un zumbido agudo le impedía oír la algarabía festiva de la cubierta del argonauta donde con toneles y el violín, que no se sabía muy bien como había aparecido allí, tocaban tonadas irlandesas acompañadas del batir de las palmas.

Al carecer de médico, el cirujano se llevó al matador del Aqueronte a su camrarote donde estuvo el resto del día en reposo, las heridas sanarían, pero había que darles tiempo. Aquella escaramuza había costado una vida y seis de los hombres además del capitán tuvieron que compartir la improvisada enfermería en el sollado inferior.


Las semanas fueron pasando y precedidos por los correos navales, el Argonauta llegó sano y salvo a los puertos de la patria. El cielo gris amenazando lluvia y cientos de gaviotas blanquinegras dieron la bienvenida a la nave que despacio surcaba las aguas de plomo y verde entre pequeñas chalanas y pesqueros. En el muelle esperaban numerosos curiosos, familiares y hasta el primer lord del almirantazgo, pues la noticia de la gesta de el capitán Connor, había corrido como la pólvora por los mares, los puertos y las bocas de los marinos.


Con la pasarela los marineros fueron desfilando delante del capitán que a pie firme sobre ella, les daba la mano en la despedida; está costumbre no muy bien vista entre sus colegas de oficio, era una ceremonia especialmente fraterna que había conseguido trenzar lazos de amistad más allá de los mares entre tripulación y capitán, convirtiéndose en liturgia obligada en los atraques en puerto.

Sobre las muletas que el carpintero naval le había confeccionado, caminaba despacio y cariacontecido el gaviero del trinquete Alan pulling. La perdida de la pierna de estribor en la batalla, le sentenciaba a abandonar el único oficio que conocía y regresar a casa se le antojaba una autentica tragedia. Parado delante de Connor el marinero no pudo evitar sentir el peso de la vida sobre la sola pierna que le quedaba, ahora tullido se miraba en el imponente marino que le daba la mano serio y circunspecto.

- Alan Pulling, ¿se acurda usted del antiguo contador del Argonauta, Tom Server? – el joven asintió- Bien, pues , entréguele ésta carta en mano y si el almirantazgo no le concede lo que se merece, venga a verme y yo mismo les apretaré las tuercas a esos chupatintas. – con la mirada puesta en el cielo triste, el viejo marino dijo a su gaviero- ¡Ah! Cuando recupere el ánimo, Alan, pase por las cuadras del Capitán O`brien, he oído que da trabajo, como mozo de cuadra a los héroes de la patria…

-Mi capitán, no sé qué decir, señor, yo…

-¡Pamplinas de grumete!, lárguese de mi vista y abrace a su mujer o le echaré yo mismo de mi barco, señor.

Alan llevándose la mano al imaginario sombrero, saludó marineramente mientras era incapaz de contener el torrente que de sus ojos glaucos, se precipitaba por ambas mejillas. Ayudado por el señor Calaby bajo por la pasarela sin mirar atrás , aunque en otras circunstancias habría abrazado a aquel hombretón largo como una semana sin grog, que era como un padre además de capitán.


El último en abandonar la cubierta del navío era su segundo, como de costumbre, para acto seguido descender el capitán; antes de estrecharle la mano, miro a los ojos acuosos de su superior y tras llevarse la mano al sombrero abandonó muy serio el Argonauta.

-Capitán Connor,- dijo el señor McEwan dandole la espalda cuando ya pisaba tierra firme- si alguna vez se muere, señor, corre el riesgo de ir derecho al cielo de los marinos…

Sin mirar a la figura solitaria que en la cubierta miraba desafiante, el segundo oficialdel Argonauta se alejó por el puerto abarrotado de marinos, civiles y productos de ultramar, hasta perderse entre la gente.
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Por el lobo que camina homenajeando a Patrick O`brian

4 comentarios:

  1. Sabes? por aquí hubo una historieta desde el 195y pico haysta el 2000, se llamaba El Eternauta, y era un viajero en el tiempo...
    pues hoy nos has introducido dentro del Argonauta, claro soy mujer y segun las creencias no eramos bienvenidas a bordo no? pero así y todo me he imaginado cada acción que expresas y aunque suene reiterativa ya sabes que tus largas singladuras hacen como si vivamos la narrativa, y la imagen del capitan sumidos en pensamientos mirando el puerto, pues bueno Wolf, gracias por compartir, te dejo un cálido abrazo.

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  2. En el contexto historico del relato, la mujer, no quedaba bien parada en la mar y en tierra, pero hubo una capitán de navio en las guerras Médicas.
    Celebro que te haya gustado. Aullidos y abrazos.

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  3. Me encanto tu relato del Argonauta. Como siempre me transportastes, estuve alli (aun cuando las mujeres no eramos bienvenidas)cuando mas con fe que con vista ordeno los segundos cañonazos!..
    Sabes?Me encanta el mar!

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  4. gracas Anny, en esos tiempos la mujer no era bienvenida en ninguna parte fuera del hogar o la cama. Tiempos oscuros. En los libros de O`brian, está reflejada esa sociedad injusta e hipocrita del siglo XIX y la mar y los navios son el mundo-
    Al lobo casi no le gusta la mar,se nota ¿no?
    Aullidos afectivos

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