domingo, 17 de enero de 2010

Helena sin troya



La luz alta del medio día iluminaba la estancia desprotegida de visillos. André encorvado sobre la máquina de escribir tecleaba rítmicamente, imprimiendo una velocidad alocada de tanto en tanto. Sobre la mesa, un desayuno a medio empezar y un cenicero repleto de colillas, sirvieron de baliza a la sombra que tras la puerta observaba muda. Con un simple vistazo era capaz de evaluar la concentración, como si las musas de André también hablaran con ella. Resignada volvió a llevar la bandeja de comida a la cocina y tras un frugal almuerzo solitario, se sentó en la terraza a leer. “Círculo y ceniza” era uno de sus preferidos y nunca se cansaba de leerlo. Aquellas palabras la transportaban lejos; muy lejos de esa casa y de ese mar que tras la cerca de la entrada podía verse: azul inmenso repleto de intensidad. En esos viajes no había André, ni siquiera era ella misma: la débil y sumisa, amante y esposa del genio loco.
En la cuenta de los años había perdido la esencia de lo que había sido todo al principio y ahora, desdibujado y amorfo, se presentaba ante sí una realidad asfixiante que la consumía. Alejada de sus exiguos amigos, familia y sueños, su vida se limitaba a la casa, los cada vez menos frecuentes paseos por la playa y acompañar como mero ornamento las reuniones artísticas de su compañero.


“…el fuego esplendoroso que sembrara.
Nunca, tampoco,
tanto dolor se amotinó de golpe,
ni tan herida estuvo la esperanza.”(*)


Desapercibida de sí misma se oyó pronunciar aquellas palabras. al tiempo que amargas lágrimas surcaban su mejilla afilada. Los años habían sido benévolos con ella y a pesar de algunas arrugas de expresión, todavía apuntaban las flechas de la belleza en su rostro. Aquellos ojos de mar, que antaño irisaban la luz, como la mar de la tarde, tenían la profundidad de unas fosas marinas y solo a veces- cada vez menos- podía intuirse en ellos el fondo de arena blanca y conchas de nácar.
André no era malo, ni violento, ni zafio. Sólo era un pobre artista con talento, enamorado de su mundo imaginario, que al intentar plasmarlo en el papel se olvida del mundo. Tan absorto estaba, que los detalles que a ella la enamoraron, habían desaparecido por completo, dando paso a una rutina de creación y creación y creación. Como si de una cadena imaginaria se tratase, aquella vida de sombra, había eclipsado toda su energía, en un mundo en el que solo existía un viento dominante: el frio cierzo.

Las teclas repiqueteaban en la estancia contigua amortiguadas por los ruidos de su pobre corazón, destacando entre los trinos de las aves que despedían al sol en el jardín. Un sol de fuego se derramaba sobre la mar del horizonte donde tímidas nubes se incendiaban para morir en gris ceniza. Otra vez ceniza

“Ese sonar de aldabas me levantó del sueño,
sobresaltó mi corazón dormido.”(*)

Espoleada por unos dedos invisibles se dirigió a la puerta, sus piernas salieron de a casa y caminaron sin descanso por las calles que iban adornándose de la luz de las farolas, primero tímidas, luego, ensalzadas por el manto oscuro que se desplegaba veloz por el oriente, aparecer gallardas ante la noche.
Mientras avanzaba sin rumbo apena veía las imágenes de aceras, de adoquines, de viandantes; cenizas, que anegaban su mente desordenada. Estaba cansada, oprimida, harta de no ser ella misma, de mentir, y no, de fingir un no sé qué que la estaba matando lentamente.


El banco lacado en blanco de la avenida reflejó las luces giratorias de un coche patrulla, donde una figura de mujer, contemplaba absorta los blancos que las olas traían hasta la arena de la playa. Dos agentes linterna en mano se acercaron despacio mientras la emisora pregonaba requisitorias por el altavoz.

-Es ella, avisa a la central.-dijo el más alto y con un gesto seco, el segundo policía dio media vuelta y regresó al vehículo mientras el primero tomaba asiento junto a la mujer.

-Hace frio esta noche ¿no le parece Elise? – dijo mientras se encendía un cigarrillo.
Etien, era uno de esos policías de rostro impersonal, con voz grave y rotunda. Marcial, pero con un leve toque de sensibilidad escondida.

-No hace falta que hable, por lo general los policías no escuchamos mucho. En cambio preguntamos demasiado. Yo no voy a hacerlo. ¿Sabe?, cuando era niño discutía mucho con mi madre. Muchas veces huía de mi casa y me escondía en un árbol: la higuera. Las higueras tienen fama de feas, sus ramas se doblan bajo el peso y se parten con facilidad. Pero aquel árbol era mi refugio y me sabía escuchar cuando todo el mundo giraba en mi contra. Yo lo amaba. Por alguna razón que no entendía, siempre conseguían encontrarme, pero para entonces, ese árbol había conseguido diluir mis problemas en su blanca savia. Sus hojas mecidas por el viento eran como un mar que calmaba los enfados hasta hacerlo desaparecer. De mayor descubrí que no sólo a mí me gustaba ese árbol y leyendo un día descubrí un poema que ensalzaba aquella belleza.
Póngase esto, por favor. Está empapada y la brisa del mar cala los huesos…-
extendiendo la mano le ofreció su prenda de abrigo con bandas reflectantes.

Sofie con lágrimas en los labios sellados, apenas pudo agradecer a Etien el gesto, y poniéndose la prenda, se rebujó en ella aterida. Las palabras de aquel hombre habían hecho aparecer el cierzo y su cuerpo temblaba como una hoja de otoño. Con las prisas por huir había olvidado vestirse y la delgada camisa del pijama de André y un short beige eran su única protección contra el viento gélido de la noche.

-Sabe Sofie, ojalá a mi compañero le quedara tan bien el uniforme como a usted, venga, tome mi mano y veamos si el coche patrulla también hace juego con sus ojos. Si no se lo dice a nadie, dejaré que toque la sirena…

Un atisbo de sonrisa emergió en aquel rostro de sirena y secándose los ojos amoratados con el puño de las mangas, dejó que aquel policía la guiase hasta el coche.

-Jean, ¿te importa si la dama se sienta delante? la perrera es poco galante para las visitas.

Jean era más joven, algo más bajo y arrubiado, de mirada aguileña y expresión desconfiadamente bonachona. Con una mueca que Sofie no llegó a ver, asintió y se introdujo en la parte trasera del coche patrulla.

-Esto te costará un café, dijo divertido.

Los focos del vehículo iban iluminando poco a poco la calzada de aquella avenida totalmente desierta al borde de la mar. Las farolas pintadas de azul se repetían con cadencia regular y su luz amarilla se proyectaba sobre los adoquines quietos del paseo, como los focos de un escenario oscuro y vacío. A lo lejos podía apreciarse el rugido de las olas que el habitáculo de plástico y metal era incapaz de silenciar. Pronto se adentraron en otras calles con otras farolas y la vorágine del tráfico nocturnos los engulló. Aquella serpiente de luces blancas y rojas se detenía a intervalos periódicos en los que desfilaban personas de multicolores vestidos, absortas en el absurdo caminar desordenado. Alguien que mirase la estampa alejado de la realidad, quizá pudiera encontrar un sentido al discurrir de aquellas hormigas textiles que se atropellaban alocadamente.

Elise se acordó de aquella tarde de infancia soleada en la que observaba el fluir atareado de un hormiguero del jardín. Las obreras circulaban por la autopista de entrada a la colonia en perfecto orden, transportando migas, otros insectos y vegetales, mientras otras salían por carreteras paralelas siguiendo en fila india al observador. De tanto en tanto una que salía cruzaba las antenas con las que entraban reconociéndola o quizá dialogando acerca de alguna cosa provechosa. Por un momento le hubiera gustado ser parte de aquel mundo perfectamente engranado en el que cada miembro conocía su cometido y no dudaba. Ahora camino de su casa en aquel coche extraño y uniformado, volvía a sentirse una observadora desubicada. Una niña indefensa en un mundo de mayores que no entendía ni quería entender. En algún momento que no recordaba, había sido estafada por la realidad y sus sueños se deshacían como olas en la bajamar.

De pronto sintió vértigo y las luces veloces que recorrían la ventanilla llena de imágenes se difuminaron hasta perderse en negro. Su mano se arrojó hasta el hombro de Etien que conducía concentrado con una ligera sonrisa infantil.

-Pare Etien, pare. Se lo ruego- dijo ella con apenas un hilo de voz.

El coche patrulla encendió los cuatro intermitentes y se detuvo frente a la puerta de entrada de una urbanización de ladrillo rojo y verja forjada. En un letrero blanco con borde encarnado, podían leerse negras letras: finca particular.
Sofie asida por Etien salió del vehículo para sentarse en la fría acera. En su rostro la sangre había hecho defección e iluminado por la farola resplandecía como la luna. Poco a poco la brisa de la noche hizo aflorar un poco de color mientras los agentes la arropaban.

-No puedo.- dijo Sofie entre sollozos- No puedo ir a casa. No me lleven allí se lo ruego.

- vamos Sofie no sea niña, su marido está preocupado y la espera.-Dijo Jean cruzando los brazos.

Etien hizo un gesto a su compañero, y aspirando hondo y se sentó en la acera junto a ella.

-Sabe Sofie, vamos a hacerle caso. No la llevaremos a casa, ni a la comisaría. ¿Le parece bien?

Sofie asintió y volvió a abrazarse las rodillas desnudas que dejaba aflorar el enorme abrigo de policía.

-bien, a cambio quiero que me haga un favor. Uno que le ayudará a usted ayudándome a mí. No sé si la razón de su negativa es por motivos violentos o no, pero si así fuese, debería presentar denuncia por la mañana sin falta. Está noche vamos a ir a un sitio donde podrá descansar, que es sin duda lo que más necesita. Con la luz del día verá las cosas de otra forma, créame, la luz lo transforma todo.
Ahora vamos a subir al coche y cuando lleguemos tendrá que decirme si André Lestart debe ser alejado de usted por alguna razón. Piénselo por el camino Sofie.

El vehículo reanudo la marcha por las calles atestadas de vehículos y poco a poco fue dejando el centro de aquella ciudad. La clínica Relais se encontraba en medio de un pequeño bosque de coníferas delimitado por un muro de piedra gris y verja negra. En la entrada un guardia de seguridad de color izó la barrera de rayas blancas y rojas al tiempo que saludaba con la mano alzada a los agentes. Desde la entrada la carreta ascendía levemente hasta un edificio de estilo colonial con pórtico tetrástilo y escaleras de piedra con rampa para minusválidos a ambos lados. Una puerta de cristal automática daba acceso al zaguán iluminado por fluorescentes blancos donde una enfermera de inmaculado uniforme les recibió sonriente.
Con Sofie sentada en una silla de ruedas Etien se adentró en el edificio y tras una breve conversación con la enfermera fueron llevados a una sala con grandes ventanales que daban a un claustro oscuro. En el medio de aquel patio podía verse una fuente de piedra iluminada por un tenue foco de luz amarilla que irisaba el agua que ascendía en forma de palmera del surtidor metálico. Tras unos minutos de espera apareció un médico con rasgos adormilados que presentaba aun rastros de humedad en su rostro.

-Sofie, ¿si o no?

-No, por dios, no…Solo no quiero verlo. Es bueno y me quiere pero su amor está a punto de destruirme, de anularme…Ya no sé quien soy, no lo sé….

-buenas noches agente, soy el Dr. Dessartir, en que puedo ayudarles.

-buenas noches doctor. Ésta señorita es Sofie Lestart y la hemos encontrado en la playa de los náufragos esta noche. Presenta un cuadro de histeria fruto de algún tipo de desajuste emocional, alejado del maltrato, si me entiende usted. Supongo que ahora está en sus manos poder ayudarla.

-Descuide agente, ahora es cosa nuestra hacerlo. Gracias por traerla a esta clínica. Ahora si es tan amable, déjenos a solas.

-Me temo doctor que no es cuestión de amabilidad, sino de obligación. El servicio requiere que vuelva a las calles.- Dijo Etien retirándose hacia la puerta de la sala. Cuando apunto estaba de franquearla se giró y sonriendo se dirigió a Sofie que miraba absorta por la ventana teñida de noche.

-Sofie, el anorak se lo presto por ésta noche, pero no dirija el tráfico ni abuse de la autoridad …Sonría y cuídese.

Sofie giró su cabeza hacia la puerta justo para ver alejarse la figura alta del policía y con un hilo de voz habló quedo.

-"Es la higuera el más bello de los árboles todos del huerto"(*)…Amigo Etien…



Los días que transcurren en el interior de un hospital son sumamente distintos para cada uno de los moradores, tanto si trabajan en él o no. Para Sofie la luz de la mañana que entraba iluminando la habitación sin persianas era sumamente liberadora. Las sencillas rutinas y el tiempo ocioso que los facultativos la asignaron llenaron su mente de libros de la biblioteca, conversaciones insustanciales y paisaje de aquellas losas de piedra que conducían a la fuente de piedra del claustro. Con la luz del día podía en concentrarse en las hojas de los rosales aun sin flor, en las espinas amenazadoras de los capullos cerrados, pero sobre todo, en los cientos de insectos que visitaban su fragante presencia. La misma fragancia que se precipitaba por la ventana abierta de su cuarto y que ella aspiraba sin medida hasta nublársele la vista.

Aquella tarde, que para muchos era una de las corrientes tardes de reclusión no forzada pero forzosa; la tarde en turno americano que precedía las noches preludio del ocio liberador; Sofie se preparaba para el paseo con parsimonia. No llevaba la cuenta de los días que llevaba allí, pero su mente había trazado la cartografía ordenada de cada uno de ellos sin su permiso y en lo más recóndito de su ser, era feliz por tener tiempo para encontrar dentro de aquel extraño mapa, el tesoro que era su nueva realidad. Cada tarde en la hora de visitas era importunada por conocidos y siempre André. Ella rara vez acudía a la cafetería donde aguardaban la llegada de un nadie hasta que su paciencia se agotaba. Ella sin embargo pasea ajena a ellos, pues sostenía la teoría que la persona que buscaban ellos, estaba muy lejos en alguna parte, pero decididamente no allí. Ella no era ya la persona que creían conocer. Ni siquiera era la misma que ella conocía o reconocía. Tan solo era una desconocida demasiado cercana a aquella chica que una vez había sido o cría haber sido. Una que había tenido desencuentros, aciertos, pérdidas y errores como todos, pero que en algún momento había tirado de la manecilla de parada de un tren que corría demasiado veloz sin saber a dónde. Puede que todos aquellos visitantes supieran el recorrido; o solo lo intuyeran; o quizá no les importaba saberlo sin más, pero para ella ahora el destino lo era todo.

Las charlas con el doctor Dessartir aún no habían tocado ninguno de los acontecimientos recientes y ella se limitaba a rebuscar en el baúl en la infancia. Todos aquellos recuerdos la llenaban como se llenan las playas de la marea creciente. Absorta en el rosal que iniciaba la primera fila de adoquines del camino a la fuente, no vio llegar a aquel hombre alto que se sentó a su lado. Su aroma llegó enmascarado de la fragancia del jardín, pero a su fina memoria olfativa no le pasó desapercibida. Sin volverse hacia él aspiro profundamente con una sonrisa y entonces se dirigió a él.

-Ulises nunca volverá a Itaca y sin embargo no olvidará su aroma…Etien.

-Hola Sofie, me alegro de verla bien.

-¿Cómo sabe que lo estoy? Aquí no opinan lo mismo y puede que yo les dé la razón.¿Le dieron su anorak? El doctor se ofreció a hacérselo llegar…

-Si Sofie, ya lo tengo en mi poder, gracias. En cuanto a lo otro, ya sabe, la policía prefiere comprobar por ella misma la realidad de las cosas. Nunca me he fiado de los matasanos, ¿sabe? En el fondo ellos desarrollan el trabajo con métodos parecidos a nosotros y van descartando por eliminación. Mi conocimiento de las cosas es sencillo: el otro día la vi muy mal y hoy sin embargo la encuentro radiante.-

-Gracias a usted, Etien, por todo. No he tenido la ocasión de agradecerle su amabilidad, más allá del trabajo. Creo sinceramente que no todo el mundo hubiera sido tan comprensivo conmigo dadas las circunstancias

-Bah! Tonterías, cualquiera hubiera hecho lo mismo. Pero hay algo que me preocupa. En la entrada me he cruzado con su marido, tenía un aspecto francamente deplorable. Creo que está sufriendo mucho por su causa. La incertidumbre es el peor de los castigos, sea cual sea la falta.

Sofie tensó todos y cada uno de los músculos del cuerpo y se preparó para dar por concluida aquella conversación.

-Sofie, yo no soy nadie; no sé nada, ni pretendo apaciguar las aguas. De hecho no entiendo de aguas. Tan solo observo y veo una niña que sigue huyendo a refugiarse en un árbol. Da igual si es una playa desierta, una casa llena de habitaciones o los muros de un hospital. Huir es huir y dar la cara no solo es de valientes, sino de personas. Ha de hacerse lo que ha de hacerse y posponerlo no la ayudará. Discúlpeme si he sido demasiado directo. No se vaya, por favor, quédese sentada. Yo solo quería ver lo que ya he visto: que está bien. Ahora regáleme una de esas sonrisas y prométame que se cuidará.

-Tienes razón. Y no. Yo no soy valiente y huyo para encontrarme. Cuando lo haga, regresaré desandando el camino y solventaré todo aquello que requiera mi atención, Pero no ahora. Necesito tiempo, tiempo. No se vaya, Etien y deje de llamarme Sofie. Helena, soy Helena. Helena sin Troya pero con hache. Ese era el nombre de aquella niña que se perdió en el tiempo.

-Te equivocas Helena, los valientes nunca dicen serlo, porque hablar no es su cometido. Fuiste valiente al salir de la opresión, sea cual sea, imaginaria o no. Pediste ayuda en la única forma que tu cuerpo sabía y la botella con el mensaje llegó a la playa correcta. Ahora haces lo correcto dándote tiempo y recorriendo ese camino de regreso a ti. Ese camino que lleva a Helena, más allá de los nombres. Recuerda, todo es correcto cuando hace el bien y no es ser egoísta hacerse el bien a uno mismo. Pero cambiemos de tema, no quiero que Dessartir me acuse de intrusismo laboral, yo sólo soy un policía.

-No lo hará, además le caes muy bien. Me lo dijo la otra mañana cuando hablamos del día de mi llegada. Aunque no lo creas me gusta como dices las cosas. No me juzgas. Solo escuchas y atiendes a lo que dice mi cuerpo que no habla, te adelantas y me desconciertas al hacerlo. ¿Estás casado Etien?- un ligero rubor apareció en su rostro al decirlo.

-Esa si que ha sido una pregunta inesperada. No, pero lo estuve. Ya sabes, siempre hay una larga historia detrás de respuestas así. En cierto sentido soy otro naufrago en la mar, ¿pero quién no lo es? Lo que sí sé es que de todo aquello aprendí mucho acerca del amor, de la amistad y del respeto. También de la venganza aprendí mucho, lo suficiente para no repetir ese camino en el futuro si me es posible.

-Me das envidia Etien. En tu mundo todo es cristalino.

-Te equivocas, Helena, todos tenemos nuestras lagunas turbulentas. En mi mundo no hay certezas pero si demasiadas dudas, solo que esas procuro solventarlas por la noche cuando hago reflexión- meditación- de lo acaecido en el día. Procuro ver siempre los aciertos que yerran en la práctica para poder mejorarlos.

-¿Vendrás más a visitarme?

-¿te gustaría que lo hiciera?

-Si

-Entonces Lo haré.


Los día fueron pasando con ligeros progresos y la autoestima necesaria para enfrentarse con André llegó de improviso una de tantas tarde que vino a visitarla si esperanza de ser recibido. En realidad aquella conversación lejos de resultar traumática para ambos, dejó una puerta abierta a la amistad, pues no todo lo que se rompe se deshace en odio. Con todo, el desamor de esos días, había traído musas nuevas e inspiración para terminar el libro que escribía, con un final espectacular, y hasta el editor se había congratulado del nuevo estado creativo del genio.

Sofie había dejado de huir y aquello fue como una bola de nieve que se desliza por la ladera de una montaña nevada. Primero rueda despacio, recreándose en el movimiento y poco a poco va tomando fuerza. La fuerza se incrementa de forma exponencial con cada giro, con cada vuelta y antes de que se dé cuenta se desliza con tal velocidad que es imparable. En ese estado la vio el Dr. Dessartir dos meses después de ingresar en la clínica, cuando realizaba la ronda de visitas por el ala. Por eso y sin tardar mucho el alta médica llegó y no cogió de improviso a nadie.

Por su parte Etien Gernau cumplió su palabra de llevar esperanza en las tardes que su trabajo se lo permitía, y posiblemente muchos de esos avances pudieron tener lugar gracias a él. La amistad que había nacido donde nadie lo imaginaba levantó muchos comentarios dentro y fuera del pequeño círculo de amistades de aquella singular pareja, pero lejos de la hipocresía, dos seres pueden encontrarse sin que haya flechas de por medio.


Aquella tarde Sofie estaba algo inquieta y no acababa de dar el visto bueno a la ubicación en el centro de la mesa de un ramillete de azaleas que contrastaba con la dalia blanca del jarrón. En la base de éste, rodeado de flores secas, un platillo de cuentas de vidrio aguardaba al incienso natural. El té reposaba en la porcelana junto a unas galletas de mantequilla recién horneadas y sobre la mesa dos tazas de manufactura inglesa dormían vacías. El timbre de la puerta sonó dos veces y Sofie voló por el pasillo hasta el hall de entrada. Era Etien.

-Hola Helena- dijo entregándola un paquete envuelto en celofán rojo, luego cariñoso la beso levemente la mejilla.

-Hola cielo, te esperaba, pero no tan pronto.

-No has invitado a nadie más, ¿verdad?- sonrió- No está bien que te hagas esteparia, con uno es suficiente.

-No seas tonto.Soy todo lo esteparia que quiero pero por elección propia, que conste... Desde mi renacimiento he tenido tiempo de comprobar quienes realmente eran mis amigos sinceros y en la suma de ellos, me sobra con los dedos de una mano, sin embargo a ti no sé donde ubicarte. No eres mi amante, aunque muchos lo imaginen, tampoco eres un viejo amigo y a pesar de ello, eres quien más y mejor me conoce. Contigo todo resulta fácil y la comunicación es como un río de aguas quietas que fluyen transparentes. Gracias por venir amigo querido.

-Es curioso, yo sin embargo sigo sin etiquetarte. Para mi eres una bella caracola que encontré un día varada en la playa y que ahora, de su interior ha nacido una sirena que ha regresado a alta mar. Sabes cómo agasajar a los amigos pero sobre todo, sabes llegar al corazón con mucho sentimiento. Me figuro que si fuéramos amantes quizá perderíamos la esencia de la amistad. Es tan difícil hallarla…

-Entonce ¿No me quieres un poquito?

-Ah Helena sin troya, tu quieres que el viejo Etien te regale el oído con zalamerías corteses, pero de sobra sabes que hay cosas que no por ser dichas se sienten más intensamente. Prefiero que saques tus propias conclusiones de nuestros encuentros y quizá un día sin decirnos nada sepamos qué es lo que en el otro acontece. Como esos viejos amores que pasan la vida entre silencios cómplices.

-Por esas cosas, mi polizonte de la bajamar te quiero yo. Pero no te lo creas demasiado, así cuando encuentre al navegante que siempre me vaticinas no te romperé el corazón de tunante. Pero volviendo a lo que nos ocupa, ven siéntate aquí a mi lado tengo algo que decirte. –es importante.

Ambos tomaron asiento frente a la ventana con estor amarillo que daba a la terraza. Sofie sirvió el té en las tazas dormidas y tomando aire comenzó a hablar. Estaba nerviosa.

-Lo hice Etien. Y tal como me dijiste que sucedería me han llamado. La obra les interesa y hay una galería esperando la primera exposición. He incluido todos los cuadros que permanecían olvidados en el garaje de André, pero el que más les ha gustado fue el tuyo, el que pinté en la clínica. Te debo tanto amigo…

-Paparruchas Helena, no me debes nada. No soy yo el que tiene el don, amiga .Eres tú y solo tú la responsable de la belleza de tus pinceles. Yo solo escuché tu llamada de auxilio y tendí la mano. Tu valor ha realizado el milagro y de tu empeño nacerán nuevas velas que impulsaran los barcos.

- Aun así quiero regalarte algo amigo.

Sofie se levantó y corriendo el velo que ocultaba el caballete junto a la ventana, mostro a Etien el interior colorista. En él un hombre ataviado con gorra marinera paseaba por la arena húmeda de la bajamar y la mar vestida de invierno llenaba el horizonte. Los matices azules de aquella obra eran de tantas tonalidades diferentes que daba la impresión de que aquel cuadro estuviera hecho de océano.

-No sé qué decir Helena, es sin duda precioso. Quizá el mejor cuadro que hayas pintado nunca…

-No Etien, el mejor sin duda es aquel que pintaste tú al brindarme amistad desinteresada.


Por el lobo que camina.

* Fragmentos de poesía no luparia." canción","Desolación" de piedad bonet y "la higiera" de Juana Ibarbourou. respectivamente.

6 comentarios:

  1. Por donde empiezo...

    Insisto en aquello que te comenté sobre tu forma de describur escenarios, es brillante.
    La historia que narras es realemente bonita, aun rozando esa locura de Helena, me hubiera encantado ser ella, vivir esas sensaciones y encontrar mi camino a pesar de todo.
    Sólo espero que a ella no le suceda como a su marido y el arte se la trague.

    Besos Lobo

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  2. Lobo Ulise,con Helena de Troya,los unos y los otros...interesante trabajo,por el apredizaje de quien quiera pasar...sabran algo los que comentan,de esta historia lejaaaannnnaaaaaaa en el tiempo? por experiencia te digo:hice un trabajo en poesia,o como quieras,basado en el ZOO DE CRISTAL, OBRA DE TEATRO,DE WILLIAMS, autor norteamericano...y los comentarios giraba en torno a una "realidad"inexistente...si queres ver esa version relibre sobre esa obra,entra en LOS CANDIDATOS...exitos mon amie
    lidia-la escriba
    http://www.deloquenosehabla.blogspot.com

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  3. Todos somos y podemos ser Helena.
    Gracias por el amable comentario de texto. Por lo que respecta a Helena, el arte solo engrandeció lo que ya era, pues éste solo saca en nosotros lo que ya somos.

    Aullidos afectivos cita

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  4. No no, La que viene de asia menor, Helena sin troya, Ulises sin circe .Conozco algo del maese que propones. Uno de los genios tranvías e iguanas a parte.
    La realidad quizá sea esa delgada linea que hay en nuestras mentes vista desde el caleidoscopio de cada cual.
    DEsconozco ese enlace del que hablas, Los candidatos.com ¿?
    En cuanto a los éxitos, amiga, no me preocupan, prefiero sonrisas-
    Aullidos y saludos perenne Lydia

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  5. Gran Lobo, intenté dejarte un comentario en tu otro blog sin poder conseguirlo. Navegando por él, descubrí éste y me he instalado en él. Qué sorpresivamente he sido capturada por tus letras.
    Me gusta muchisimo tu narrativa, como vas hilvanando bellezas.
    Creo que todos somos un poco Helena o lo hemos sido.
    La soledad silenciosa y compartida, la conozo. Hace ya, afortunadamente, hasta que Renací. La bella durmiente se despertó y movio montañas.

    Un verdadero deleite tus letras. GRACIAS

    P.D. Por cierto a mi tambien me encantan las higueras como a Etien. ;)

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  6. Rosa de la Araucaria, bienvenida, en la otra mar del lobo, Habla de la mar y lo que quieras... a estribor de las letras 8-)
    El lobo te da las gracias por las amables palabras y más por las lecturas, en efecto la higuera es un árbol de recuerdos lleno para Etien y el lobo.
    El lobo renacido aúlla saludando, pero recuerda: siempre gracias a vos por leer, sonreir y emocionarte.
    Sinceros aullidos.

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